lunes, 6 de abril de 2020

«Estamos en guerra»

«La pandemia del COVID-19 es una crisis sin igual. Parece una guerra, y en muchos sentidos lo es. La gente está muriendo. Los profesionales de la salud están en el frente de batalla. Quienes trabajan en servicios esenciales, distribución de productos alimenticios, servicios de entregas y suministros públicos hacen horas extraordinarias para respaldar estos esfuerzos. Y también están los soldados escondidos: aquellos que luchan contra la pandemia confinados en sus hogares, sin poder contribuir plenamente a la producción.

En una guerra, el gasto masivo en armamento estimula la actividad económica y los servicios esenciales se garantizan mediante disposiciones especiales. En esta crisis, las cosas son más complicadas, aunque una característica común es el aumento del papel del sector público.» (Políticas económicas para la guerra contra el COVID-19, del blog del FMI sobre temas económicos de América Latina)
El presidente argentino señaló que «Estamos luchando contra un enemigo invisible». No fue nada original, ya que otros mandatarios hicieron lo propio. «Estamos en guerra», dijo el presidente Emmanuel Macron en un discurso al pueblo francés en el cual hacía defensa de la unidad nacional. El mismo que viene reprimiendo la lucha de los “chalecos amarillos”, dejando tuertos y mancos con su represión no letal.7 Pedro Sánchez, presidente socialista español, pidió a
la Unión Europea la movilización histórica de recursos para enfrentar el coronavirus con la misma coartada: «Estamos en guerra». Evidentemente es más civilizado que declararle la guerra abiertamente a la población, tal como hizo Sebastián Piñera el año pasado en Chile.8

Una de las personas más ricas de la Argentina, Claudio Belocopitt, quien optó por no otorgar licencias pagas por cuidado de los hijos a los empleados de Swiss Medical, una de sus empresas, expresó: «Nosotros somos actores protagónicos pero no somos directores del teatro de operaciones. Esto es una guerra.» Y agregó: «Es necesario que el presidente entienda que vamos a darle todo. Todo lo que haga falta. Pero tenemos que trabajar en conjunto, esto es una guerra, tenemos que trabajar todos en conjunto.»

Algunos burgueses hacen referencia a la situación excepcional para despedir, no pagar días y reducir salarios, otros prefieren reconocer abiertamente la guerra de clases y señalar sus aliados.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó que la pandemia de coronavirus «es la crisis más complicada que ha enfrentado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial». Las comparaciones suenan desmedidas y empezamos a preguntarnos el porqué de tanta insistencia con la retórica bélica.

La guerra constituye la respuesta más drástica del Capital a sus crisis de valorización. Cuando los otros mecanismos como el capital ficticio, las reestructuraciones productivas y las sucesivas crisis económicas no permiten una reactivación suficiente, es la guerra la que abre camino para permitir una nueva etapa de valorización más duradera. El Capital llega al punto paradojal de necesitar una des-valorización brutal para dar un nuevo impulso a la valorización.

Traemos esto a colación porque muchos se sorprenden que en este contexto de pandemia tantas empresas se hayan plegado sin muchas quejas al parate de la producción, con las pérdidas económicas que esto supone. Ese hecho parece ser el mejor argumento para hacernos creer que en este barco estamos todos juntos, que la vida estaría efectivamente antes que la ganancia.

Creemos necesario reflexionar si este escenario de guerra mundial frente a la pandemia, de despidos masivos, ajuste, encierro, represión y control social, de reconfiguración de diversos sectores del apa-rato productivo, de transformación y pauperización de las formas de trabajo y empleo, no responde sino a una necesidad propia de la economía en crisis, que encontró en el coronavirus el enemigo ideal para justificar una serie de medidas sobre la cual cimentar la tan ansiada reactivación.9

Como decíamos anteriormente en torno a la contrainsurgencia, tanto el “enemigo invisible” como los montajes del “enemigo interno”, propician el asentamiento y expansión en los territorios de nuevos o mejorados sistemas de control y represión. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios y la cuestión sanitaria se establece como la política prioritaria, la salud pasa a tener estatuto de guerra. Lo que no cambia, es que la guerra no expresa más que la economía por otros medios. Y los invadidos, disciplinados, reprimidos y masacrados los ponemos siempre los explotados y oprimidos.

Constatamos hasta qué punto esta sociedad de la competencia y la violencia se enfrenta a cualquier acontecimiento como si de una guerra se tratase. Incluso ante un virus se actúa tácticamente en términos de defensa, ataque y dominación. Una enfermedad puede traer padecimiento, muerte y dolor, pero eso no la convierte en una guerra. Y no se la combate con armas, tanques y patrulleros como están haciendo los Estados del mundo. Debemos asumirla enteros, juntos y fuertes, y eso es imposible en el confinamiento y el terror al que estamos siendo sometidos.

Los “daños colaterales” de esta supuesta guerra están a la vista. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, afirmó que los denominados femicidios son “daños colaterales” que impone la cuarentena. Desde el primer día de confinamiento obligatorio se comenzaron a contar las mujeres asesinadas en su hogar por su marido o acompañante. Pero hay muchos más “daños colaterales” que es imposible contabilizar: las agresiones intrafamiliares “no-letales”, los abusos sexuales, los casos de depresión y el empeoramiento de la salud mental, la soledad impuesta, el hacinamiento, el padecimiento que el encierro supone para los niños.

Entonces, lo que empeora aún más las condiciones de vida del proletariado mundial no es solo un virus, sino el pánico inducido por el terror de Estado, el encierro, el aislamiento, la criminalización de las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales, la represión abierta y la militarización. Brutales condiciones que, “frente al horror del virus”, el Capital impone en las ciudades, en el campo, en los barrios proletarios, en los hospitales, cárceles, psiquiátricos y campos de refugiados. Todo esto se suma al desempleo, las deudas y la miseria que a corto plazo empieza a estallar, evidenciando que el remedio agrava la enfermedad.

El aislamiento total o parcial de nuestros seres queridos implica suspender los lazos afectivos que hacen a nuestras vidas. Esto no solo nos debilita emocionalmente, sino que también nos deja a merced de la extraña compañía de distintos dispositivos tecnológicos. Pantallas, táctiles o no, que nos bombardean con su sobreinformación y que median entre el mundo y nosotros, manteniéndonos en contacto solamente a través de la virtualidad. La inactividad del confinamiento nos conduce al agotamiento físico y por tanto también al agotamiento psicológico paulatino. Así mismo, la incertidumbre sobre el futuro y el pánico dominante nos agota emocionalmente lo cual también nos produce cansancio físico. Cabe recordar que en las guerras de las últimas décadas los muertos de posguerra, enfermos y suicidados, duplican a los caídos en enfrentamiento.


Notas:
(7) Ver La Oveja Negra nro.68, Heridas internacionales
(8) Ver La Oveja Negra nro.66: En tiempo de revueltas: Chile y Ecuador
(9) Al respecto recomendamos el panfleto de Proletarios Internacionalistas: Contra la pandemia del capital ¡Revolución social!
 

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