lunes, 6 de abril de 2020

Estado de aislamiento

Es cada vez menos lo que hay que develar. Los Estados hablan abiertamente de imponer medidas de “aislamiento social”. Bastaría con hablar de distanciamiento físico, pero prefieren ser más transparentes.

En Argentina, premonitoriamente, Alberto Fernández ya venía repitiendo desde septiembre del año pasado, cuando aún no era presidente: «Evitemos estar en las calles». Esa fue la recomendación a sus súbditos: que no protesten en los últimos meses del gobierno de Macri porque la solución estaba en las urnas y no en las calles, es decir, en el ciudadano individualizado (una persona/un voto) y no en lo colectivo. Pretendía que nadie tome la costumbre de protestar porque el peso se seguiría devaluando respecto al dólar, el desempleo creciendo, y nuestras vidas empeorando. Con o sin pandemia, como decía el general Perón: «De la casa al trabajo y del trabajo a la casa». Claro que para quien tenga trabajo y casa.

Hace unos días, ya en ejercicio de su mandato, y al redoblar la duración de la cuarentena, el presidente reafirmó que «es una guerra contra un ejército invisible que nos ataca en lugares donde a veces no esperamos». Nuevamente la política como guerra por otros medios. Será por eso que, ante una pandemia, dan soluciones políticas que rápidamente se vuelven militares.

Optaron por esperar para luego confinarnos y reprimirnos, tanto a quienes estén infectados como a quienes no. Lo habitual en la historia ha sido poner en cuarentena a personas infectadas. Esto de aislar a millones de personas que no padecen la enfermedad que desata la cuarentena es un nuevo modelo de gestión de crisis.

Es notable la imposibilidad que significa hoy referirnos a lo específicamente nacional. Los sucesos se repiten, a veces al pie de la letra, en diferentes regiones con diferencia de días. Es una situación inédita, en la cual proletarios en tantos países vivimos una realidad similar.

La pandemia del COVID-19 está siendo usada como laboratorio de control social global. Esta posibilidad ya la venía planeando la OTAN y la Unión Europea públicamente desde, al menos, el 2010. No es necesario crear un virus de laboratorio conspirativamente. Desde hace décadas los Estados han ampliado los motivos por los cuales pueden intervenir militarmente un territorio. A las situaciones insurreccionales, de revuelta o incluso terroristas, han agregado las relacionadas con “catástrofes naturales” o epidemias. Ponen todas al mismo nivel porque para ellos simplemente se trata de operaciones militares para restaurar el orden, poco les importa de dónde viene el desorden.(3) Ya hablan los especialistas de combatir al virus mundialmente como se combate al terrorismo.

Esta es la prevención social que la burguesía de todo el mundo implementa en defensa de sus beneficios. Claramente no tiene la capacidad de evitar fenómenos como los terremotos, aunque no podríamos decir lo mismo de otros como los incendios o las inundaciones. Pero en ambos casos, tampoco logra prevenir sus consecuencias sociales. Del mismo modo, tampoco puede prevenir una epidemia y evitar que una enfermedad se propague rápidamente por el planeta. Su objetivo no es defender nuestra salud, a menos que se trate de una cuestión de gestión sanitaria que vaya en sintonía con sus ganancias.

Tal como señalaba Marx: «El capital no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración. Al reclamo contra la atrofia física y espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta nuestro placer (la ganancia)? Pero en líneas generales esto tampoco depende de la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva.»

Quienes conforman la clase explotada y oprimida, el proletariado, necesaria y generalmente suelen razonar como sus amos. Y comienza a importarles tal o cual enfermedad cuando el Estado y el Capital lo señalan como un problema de salud nacional. No es que la pandemia de coronavirus no sea un gran problema, pero sucede que no es el único.

El pánico y los clichés circulan más rápido que el coronavirus. En contra de lo que se nos quiere hacer creer, el coronavirus no puede ser el principal problema del planeta cuando, según cifras oficiales, hay 925 millones de personas desnutridas.

Sin ir muy lejos, en Argentina se muere de hambre y millones no mueren pero están desnutridos. Según datos del propio INDEC, uno de cada tres argentinos es pobre, es decir, más de 14 millones de personas. Así y todo, el Estado y sus amplificadores humanos ¡mandan a lavarse con agua y jabón a miles de personas que en este país no tienen agua potable!, o sin ir más lejos, que tienen que ir a buscar agua potable fuera de su casa, a la vez que ordena a quedarse en casa a personas sin hogar, o a gestionar subsidios miserables por internet.

Entonces tampoco es el principal problema de la Argentina. Solo por hacer referencia a la salud, recordemos que ni siquiera las muertes por cáncer vinculadas al uso de agrotóxicos en el litoral argentino lograron unir a tantas personas ni desencadenar actitudes de conmoción y vigilancia como las observadas en la situación actual.
Para mayor tristeza, la cuarentena por el coronavirus no frenó las fumigaciones con agrotóxicos, pero parece importar poco al buen ciudadano, quien entró en un estado de suspensión de la razón y ahora tiene solo un problema del cual preocuparse, aterrorizarse y esperar la solución del Estado. «Hace ya unos días que viene sucediendo esto, parecería que se aprovechan del decreto presidencial que obliga al aislamiento social para poder fumigar sin control alguno», dijo un vecino de Ramayón (Santa Fe) que prefirió resguardar su identidad.(4)

Atrincherados en sus hogares, y “redes sociales” mediante, millones de ciudadanos llaman a quedarse en casa, con insultos si es necesario, practicando la delación y avalando de hecho el accionar de las fuerzas de seguridad del Estado, que se vieron envalentonadas para maltratar, patotear y reprimir a vecinos en las calles. Temen entrar en contacto, contagiarse del otro.

La conmemoración del golpe de Estado de 1976 fue con amenazas de estado de sitio por parte del capitán Beto. El 24 de marzo, el Estado argentino festejó con más de 16.000 personas detenidas en solo los primeros tres días de las medidas de excepción dispuestas por el Decreto de Necesidad y Urgencia 297/2020, y con muertos que se iban contando en los motines de las cárceles de Coronda y Las Flores (Santa Fe), que se sucedieron ante el temor de los presos de contagiarse el virus a través de los agentes penitenciarios, lo cual podría ocasionar una masacre debido a las condiciones de hacinamiento, el estado de salud y los servicios sanitarios internos.

Partidarios del gobierno, y no justamente de izquierda, eran elocuentes al respecto de toda la situación nacional: «La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados están ahí para proteger a sus ciudadanos. (…) que sin Estado “el hombre es el lobo del hombre”. (….) Habrá que reconocer por fin límites a la sacrosanta libre empresa. La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la imposición de límites a cualquier actividad humana.»

A los liberales deberá quedarles claro que no hay posibilidad alguna de salvación de sus ganancias ante una emergencia si no es mediante el control y la represión del Estado.

«Entiendan que es un momento de excepción, no tenemos que caer en el falso dilema de es la salud o la economía, una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más», dijo el presidente argentino. Evidentemente, calculadora en mano, a la burguesía le parece mejor parar gran parte de la producción a tener que afrontar un posible colapso sanitario. En momentos no tan excepcionales este “dilema” no parece ser tan importante, mientras mueren miles de personas de cáncer por las fumigaciones con agrotóxicos. Así como un trabajador o trabajadora cada 14 horas por lo que llaman “accidentes laborales”.(5)

En esta crisis social, ahora agravada por la pandemia y fundamentalmente por las medidas adoptadas, debemos luchar contra la escalada represiva y el silencio cómplice de los ciudadanos. Debemos luchar contra la justificación de cualquier atropello, ya sea en nombre de la economía, la “salud” o la “unidad de la nación”.


Notas:
(3) Como decíamos, esto puede leerse en sus documentos públicos.Ver el libro Ejército en las calles publicado originalmente en el 2010
(4) Ver nota completa en Conclusión
(5) Es la cifra a la que arribó el espacio Basta de asesinatos laborales en su informe anual del 2019.

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