miércoles, 10 de septiembre de 2014

MANO DURA Y MANO INVISIBLE

«Creemos todavía en la mano invisible del mercado, porque es la que, en definitiva, sigue la historia, siguen las décadas y sigue siempre presente que hay una forma donde se van adaptando y arreglando las cuestiones» dijo Hermes Binner a Radio Del Plata a comienzos de agosto. Y agregó: «Yo creo que existe la mano invisible, estamos hablando de valores que hoy defendimos y que hoy también los tenemos que ayudar a desarrollar». Debido a esto, los progres “K” se deleitaron señalando lo capitalista que es el líder del Socialismo, que empleó aquel término popularizado por Adam Smith [1]. Son los mismos que gustan de poner la palabra socialista entre comillas para regocijarse queriendo demostrar lo poco socialistas que serían, supuestamente, estos dirigentes burgueses que gobiernan Santa Fe. No olvidan pero nos quieren hacer olvidar la función histórica que ha tenido el Partido Socialista contra el movimiento obrero en particular y contra el proletariado en general, oponiendo siempre la reforma a la revolución, el Estado a la libertad. ¿Qué esperaban de Binner?

Es quizás la misma confianza suicida que canta por las calles de Rosario «no es socialista ni popular/es la derecha que gobierna la ciudad». ¿De qué derecha, y por ende, de qué izquierda hablan? Si ponemos en duda la existencia de izquierda o derecha no es porque hemos vivido “el fin de las ideologías” tras la caída del muro en el 89, ni porque el último grito de la moda intelectual nos lo diga. La ciudad es gobernada por los intereses del dinero y la maximización de ganancia.

Entonces los mismos kirchneristas de izquierda y diversos estalinistas que apoyan “el modelo” y se burlan de Binner deberán ahora burlarse de ellos mismos cuando su presidenta cite al mismo Adam Smith en sus somnolientos discursos. Vale la pena advertir que dichos discursos se encuentran disponibles y compilados en el sitio web oficial www.presidencia.gob.ar/discursos, donde se refieren al aclamado economista clásico como Adán Smith.

Continuamos, la mano invisible es una metáfora que quiere expresar la supuesta capacidad autorreguladora del libre mercado. El antropólogo anarquista David Graeber advierte que para Smith «Dios, o la Divina Providencia había dispuesto las cosas de tal manera que nuestra persecución del propio interés, en un mercado sin restricciones, sería sin embargo guiada “como por una mano invisible” para promover el bienestar general. La famosa mano invisible de Smith era, como reconoce en su Teoría de los sentimientos morales, el agente de la Divina Providencia. Era, literalmente, la mano de Dios». Luego la mano invisible fue presentada como una cuestión más ligada a esa supuesta esencia humana a partir de la cual los intereses particulares movilizarían el interés general, intentando quitar el aspecto religioso tal como se hizo en disciplinas científicas.

Este no es el momento para debatir sobre los encuentros y desencuentros de la religión y la ciencia -en este caso la ciencia económica-, pero sí es oportuno poner en debate, criticar y atacar un concepto dominante tan importante y que pasa desapercibido como es el propio interés, patología que padecen los burgueses e intentan inocular a toda la población, con el argumento de que el hombre “es así por naturaleza”, y no por las condiciones sociales y materiales en las que vive.

Continuando en la línea histórica de la burguesía, en el anuncio del Programa ProEmplear y de las modificaciones en el CEDIN, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo: «voy a repetir lo que me dice siempre el Dr. Kicillof que me recuerda que Adam Smith decía que el panadero no está para hacer beneficencia, el carnicero tampoco, el carpintero tampoco, están todos para ganar plata. Así que, por favor, terminen con esas locuras del socialismo y todas esas cosas. Y tienen razón, todos quieren ganar plata, así que bueno, vamos a hacerlos ganar plata, pero por favor hagamos las cosas bien». Smith se refería a esto de la siguiente manera: «No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de lo que esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por su propio interés. No nos dirigimos a su humanidad sino a su amor por sí mismos, y no les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas».

Es así que en el mismo discurso la presidenta machaca con el viejo mito de que si les va bien a los ricos nos va bien a todos, apelando a las ventajas de los empresarios para que de esta forma, supuestamente, nos vaya bien a todos los que pisamos el suelo del Estado argentino: «digo que también hay que invertir y seguir apostando al país. No solamente a los usuarios y consumidores, a los argentinos, sino también a los empresarios, sobre todo, que piensen un poco en todo lo bien que les fue en esta década».

Esta mentira que cristalizó Adam Smith y repiten todos los burgueses, esta mentira que la ideología dominante hace pasar por verdadera es la misma lógica que impregna nuestra forma de pensar, de hacer y de ser el mundo. Los defensores del Capital argumentan que muchas veces esta cuestión del propio interés es interpretada de forma imprecisa, como que simplemente el egoísmo llevaría al bienestar general; y avisan que pasajes de la obra de Smith dejan en claro que en un sistema económico el interés personal no es la única motivación, ya que si así fuera, toda negociación resultaría imposible. Agregan que el ser humano es capaz de comprender el interés personal del prójimo para llegar a un intercambio mutuamente beneficioso. Nosotros podemos decir que de todos modos se sigue apelando a un individualismo asqueroso donde los demás humanos se nos presentan como contrincantes con los cuales solo queda intercambiar, trocar, comprar y vender. Donde los “intereses” jamás se presentan como comunes sino como individuales, aunque son en verdad los intereses del Capital. La mano invisible y el propio interés no son más que las justificaciones burguesas de sus propios intereses en tanto representantes de los intereses del Capital.

Es la misma ideología que nos dice que todo y todos tenemos un precio, entonces nos quejamos por la desigualdad de precios, ¡y no por tener un precio! Es la misma lógica que identifica al planeta con los “recursos naturales”; y así como los sindicalistas negocian nuestro precio, los políticos y ecologistas no ponen en duda que ríos, suelos o montañas tengan precio sino que se preocupan por cómo administrarlos, cómo explotarlos mejor.

No es nuestro deber gestionar mejor o peor el proyecto del Capital, hecho a medida de la ganancia. Tampoco se trata aquí de teorías políticas, económicas o de un debate intelectual que deba librarse en los parlamentos o en las asambleas. Se trata de dos proyectos antagónicos: el proyecto del Capital y el comunismo anárquico. Y hoy por hoy este último no puede ser una realización plena o parcial en pequeños rincones geográficos o de nuestra mente, es necesario que sea la oposición generalizada al proyecto capitalista que intenta ser total.

La competencia y la separación son el motor de la burguesía, pero para nosotros son la agonía y la muerte. Debemos despojarnos de esas concepciones de la vida que nos quieren inculcar como si fuesen naturales. Desaprender la cultura burguesa es parte fundamental de nuestra lucha como clase. Entrever que podemos trascender el egoísmo y extendernos con los demás en la complicidad y no en la competencia es fundamental. También lo es pensar a partir del deseo y las necesidades comunes.

[1] Adam Smith (1723-1790) fue uno de los mayores exponentes de la economía clásica. Su célebre obra sistematiza de manera científica las bases del capitalismo moderno y presenta una justificación teórica que marca el pensamiento de los más influyentes economistas del siglo XIX (a favor y en contra) y que, en parte, sigue inspirando a los defensores del mercado libre, incluso hoy en día. Sin embargo, pese a su importancia para la historia de la ciencia económica, es conveniente recordar que Smith no era un economista; de hecho, en sus tiempos la economía aún no se había desarrollado como disciplina independiente.

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En el nro. anterior de este boletín (Represión para todos y todas) describíamos la represión por parte del Estado argentino a quienes luchan, reclaman o simplemente subsisten en esta democracia del Capital. A los anteriores ladridos del verdugo del pueblo Berni deberíamos agregar las declaraciones de público conocimiento que realizó sobre los inmigrantes. Obviamente, en sus declaraciones, uno no puede encontrar xenofobia ni odio racial, de hecho no dice nada política ni legalmente incorrecto: «Les pido a los legisladores que le den herramientas ágiles a la Justicia para que cuando detengamos delincuentes extranjeros que vienen a la Argentina a delinquir salgan del país y no puedan entrar nunca más». Pero ciertamente se sabe que apuntar a los extranjeros es abrir las puertas a ese nacionalismo asqueroso que supone que los inmigrantes nos roban el trabajo, son nuestros enemigos y vienen a corromper “nuestro” país.

Este fervor patrio se ha hecho eco en gran parte del oficialismo así como de la oposición, los mismos que critican “por derecha” a Cristina son que hoy están de acuerdo con el accionar de Berni. 

Lo más lamentable es cómo la clásica receta de la burguesía de enaltecer la ignorancia nacionalista en base a un enemigo externo vuelve a funcionar en épocas de crisis.

Los kirchneristas y los simpatizantes del “mal menor” nos decían que estar contra el gobierno era hacerle el juego a la derecha, que si no apoyábamos a Cristina se venía la mano dura. La mano dura ya está acá, contra los explotados y los oprimidos, es la mano del Estado.

LOS SIMULADORES

En estos días ha vuelto a circular un video sobre la gran y sublime actuación del gendarme López Torales, quien finge ser atropellado por un auto durante la movilización en Panamericana por conflicto de los trabajadores de Lear.

Al momento de escribir esto, el jefe del operativo, Roberto Ángel Galeano, fue despedido por Berni en un intento de despegarse del escándalo, así como ahora en 678 todo esto es relatado como una especie de infiltración de la derecha en los puros y nobles objetivos del gobierno. ¿Nadie vió a Berni, en cada programa de TV al que es invitado, gritar como un enloquecido los logros de este gobierno? Incluso el Ministerio de Seguridad publicó un comunicado titulado Sobre video incidente con gendarme, defendiendo el operativo:

«El comandante López Torales actuó en acuerdo con la ley y en cumplimiento de un procedimiento policial dispuesto para liberar las arterias vehiculares interrumpidas por un grupo de personas empeñadas en entorpecer el normal desarrollo del tránsito de todos los ciudadanos.»

Si a esto le sumamos lo sucedido en Las Heras –ínfimo en comparación pero parte de la misma política– al Estado le sobran cualidades de guionista y de fabricante de ficción. El aparato televisivo –opo, corpo y demás- le da el soporte para que este relato llegue a ser creíble para millones de personas, cuando los palos y la cárcel no son de utilería. Su simulación y sus montajes de ficción hacen más real nuestra opresión a un precio altísimo.

A esta ciudad, no hace falta que la compañía llegue de gira, ya está todo dispuesto para que en cualquier momento arranque la función donde los malos somos siempre los mismos. ¿Qué va a pasar en una ciudad recorrida día y noche por estos verdosos actores?

¡Luces desde los helicópteros! ¡Cámaras en cada esquina! ¡Acción y represión!

MEMORIA: A 150 AÑOS DE LA PRIMERA INTERNACIONAL

A mediados del siglo XIX Europa era un hervidero. Un caldo de cultivo de revolucionarios y de ideas revolucionarias que fundaban grupos y periódicos, que batallaban en insurrecciones urbanas y que esbozaban la perspectiva del internacionalismo proletario. Este internacionalismo no era un simple capricho filosófico o un corolario natural del razonamiento humanista, era una realidad material que se iba asumiendo en la acción común, contraponiéndose a los diversos escollos existentes en aquella época.

Por un lado existía el problema del idioma, cuya dificultad principal residia en la relativa incapacidad que tenían los proletarios para traducir y difundir las posiciones revolucionarias de sus compañeros allende el mar o tras el simple arbitrio de la frontera. No podemos ser ajenos a las increíbles complicaciones que debían padecer los hijos del pueblo, que en muchos casos sólo superaban el analfabetismo ya adultos y que aun ante estas titánicas tareas de traducción no se acobardaban y entregaban su intelecto para bien de la clase toda.

A la vez, toda noticia y comentario sobre la realidad de otra región tenía un carácter distinto al que podemos percibir en la actualidad. La demora y las agudas diferencias regionales dificultaban la comprensión de fenómenos vertiginosos como huelgas o luchas urbanas, que además sólo eran relatados por la prensa burguesa, la única en su época. Afortunadamente los proletarios (y en muchos casos sin tanta fortuna, ante el padecer del exilio) trascendían las fronteras y confraternizaban más allá del idioma, vinculados tanto por su padecer como explotados como por su perspectiva como revolucionarios. Su rumbo, no obstante, era el de fortalecer esos lazos internacionales y conformar un proyecto unificado de perspectiva de revolución mundial.

En los años de las revoluciones de 1848/49 y en los posteriores esto se vió con claridad. Iniciativas como la Liga de los Comunistas intentaron cristalizar los esfuerzos internacionales de una centena de compañeros en Alemania, Bélgica, Holanda, Francia, Suiza e Inglaterra entre otros. La antecesora de esta liga fue una organización llamada Liga de los Justos, que recibió inspiración de revolucionarios como Louis Auguste Blanqui, Pierre Joseph Proudhon y Flora Tristán, compañera que en su propuesta La unión obrera de 1840 pronunció por primera vez la histórica consigna «¡Proletarios del mundo, uníos!».

La Liga de los comunistas publicará en 1847, con redacción de Marx y Engels, el famoso Manifiesto del Partido Comunista, documento que trascenderí la propia organización y que se convertirá en una referencia para los luchadores de todo el mundo. Años más tarde y tras algunas derrotas y desaveniencias, la perspectiva de formar una fuerza proletaria volvería a darse en Inglaterra, principal destino de exiliados de la Europa continental.

Es así que en septiembre de 1864, luego de dos años de discusiones, se formaría la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como Primera Internacional. Impulsada en sus comienzos por militantes tradeunionistas y cartistas ingleses, tomaría un carácter más combativo al ingresar en ella militantes partidarios e identificados con las posiciones de pensadores como Proudhon, Marx, Bakunin y Blanqui.

En 1866 realizará su primer congreso en el cual expondrá y definirá sus premisas de desaparición de la condición salariada, abolición de la sociedad de clases, de la propiedad privada y de los ejércitos. Aunque fue un esfuerzo sin precedentes, la Internacional se mantuvo relativamente desconocida (sobre todo fuera de Europa) y recién pudo contar con una afiliación de millones luego de los sucesos de la Comuna de París en 1871.

Ya para ese entonces las tensiones internas dentro de la Internacional dificultaban su funcionamiento y generaban una situación de inestabilidad que iba a tener que ser resuelta. Son popularmente conocidas las diferencias entre los dos principales referentes proletarios de aquel entonces, Marx y Bakunin. Éstos polemizaban en torno a la función de la Internacional: si como polo unitario y dirección del movimiento proletario (Marx), o como nexo, difusor y coordinador de luchas regionales con carácter autónomo (Bakunin).

Estas discusiones no fueron por buen rumbo, ya que las debilidades formalistas de muchos de sus miembros (poner la Organización por sobre las tareas revolucionarias) sumado a las desviaciones politicistas y estatistas de Marx y muchos otros en el seno de la Internacional, así como las federalistas y antiautoritarias de Bakunin y otros tantos, hicieron estériles los debates sobre la organización internacional del proletariado.

Recordemos también, que otras tendencias menos conocidas formaban parte de la Internacional. El tradeunionismo británico (precursor del sindicalismo moderno), el movimiento cooperativista, los partidarios republicanos del politiquero Mazzini en Italia y muchas otras tendencias prefiguraban los aspectos más reformistas y débiles de la rebeldía proletaria.

En este marco, sumado a la expulsión de los partidarios de Bakunin de la Internacional en el V Congreso en 1872, se fue consumando lo que sería uno de los primeros grandes golpes al proletariado. En base a sucesivas bifurcaciones, el Marxismo y el Anarquismo continuaron desarrollándose en tanto que sagradas familias ideológicas, dificultando aún más la vieja perspectiva de un programa y una organización mundial, necesarios para destruir el reinado del Capital e imponer el comunismo anárquico. Finalmente en el VI Congreso en Filadelfia en 1876 se resolvería disolver la AIT.

Medio siglo después, en 1922, algunos sindicatos y federaciones de distintos países fundarían una organización cuyo nombre en español es igual al de la Primera Internacional, y que se considera continuadora de ésta. Lamentablemente, más allá del nombre es díficil reconocer una verdadera continuidad, ya que esta organización se sostiene en preceptos ideológicos (anarcosindicalismo o sindicalismo revolucionario) y no en base a una verdadera práctica y teoría revolucionarias e internacionalistas. Además, su internacionalismo sólo es tal en tanto que suma de nacionalismos particulares, es decir, falso internacionalismo.

Como parte de la otra gran familia de desviaciones, las subsecuentes Segunda, Tercera y Cuarta Internacional de la socialdemocracia dirigirían una contrarrevolución a nivel mundial que aún hoy pesa sobre nuestras cabezas y que falsificaría el espíritu internacionalista que estimuló la materialización de la AIT, defendiendo, entre otras cosas, la separación de las reivindicaciones en programa de mínima y máxima, el socialismo en un sólo país y el programa de transición.