domingo, 9 de junio de 2024

sábado, 25 de mayo de 2024

Vindicación y justicia

Mayo de 2024. Incluido en el folleto «Simón Radowitzky», realizado exclusivamente para la suscripción de la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo.


«Yo creo que toda opresión produce la reivindicación y que todo opresor individual o colectivo se expone a la violencia.» (Élisée Reclus)
Podemos pensar y/o sentir que Falcón merecía la muerte, eso queda a consideración de cada quien. Lo que nos preguntamos es sobre la venganza y la justicia.

A muchos compañeros anarquistas se los recuerda como mártires y vindicadores. Dejemos para otro momento las referencias religiosas, no por desprecio sino por lo interesante del tema, y vamos directo a la cuestión de la vindicación. Vindicar es según la RAE: «Defender a quien se halla injuriado, calumniado o injustamente notado».

La justicia, “lo justo”, surge de la necesidad de resolver los conflictos entre los integrantes de una sociedad. Es mediante la ley que esta sociedad establece un conjunto de pautas y criterios, un marco adecuado para las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas en la interacción de estos. Ahora bien, como señalaba Rafael Barrett:

la ley se establece para conservar y robustecer las posiciones de la minoría dominante; así, en los tiempos presentes, en que el arma de la minoría es el dinero, el objeto principal de las leyes consiste en mantener inalterables la riqueza del rico y la pobreza del pobre. (…) Sin embargo, (…) el poderoso encuentra la ley todavía estrecha a su deseo, ya que él mismo la dictó y es capaz de hacer otras nuevas, y el humilde se conformaría con que la ley se cumpliera como se dice y no como se hace. (Los jueces)
El sentido común de esta sociedad nos insta a pedir una reparación ante cualquier falta, nos dice que si se ha sufrido un agravio quien lo cometió debería compensarlo de alguna manera (generalmente económica) o ser castigado, que el problema es de individuo a individuo. Si bien penalmente eso puede ser correcto, no resulta así de simple psicológica y emocionalmente, y desde un punto de vista revolucionario, y por tanto social, tampoco es deseable. ¡Si tan solo se pudiese cambiar el mundo borrando de un plumazo a uno, diez o mil personajes puntuales!

La Justicia sirve no para resolver los conflictos sino para hacer tolerables los que no pudieron ser evitados, y que la misma sociedad los multiplica y diversifica. Según esta lógica, debe haber un responsable ya que es imposible castigar el acto en sí mismo, se castiga al culpable (o culpado).

La Justicia es la venganza regulada legalmente, su herramienta es el castigo. Si su motivación es la preservación del orden social, esto presupone regular una posible escalada de violencia y venganzas. El Estado mediante la Ley define qué es un crimen.

La justicia proletaria adquiere la forma de la venganza cuando se ejerce por mano propia en el cuerpo de los representantes de sus verdugos, como hicieron Wilkens o Radowitzky. Aunque los vindicadores consideraban sus actos no como el fin de la potencia revolucionaria sino como un aporte a la lucha más general, es evidente que aunque pueda funcionar para reparar limitadamente las injurias cometidas sobre el proletariado, no acaba con las dinámicas que nos injurian cotidianamente. De ahí que nos hagamos la pregunta: ¿cuál es la forma de elaborar un acto que deshaga la dinámica social capitalista? La respuesta no podría ser otra que la revolución.

Y más allá de las vindicaciones, hoy que casi todo reclamo adopta los márgenes de la Ley, la pregunta es: ¿por qué hacer propia una idea de justicia que desde las primeras sociedades hasta hoy no ha resuelto lo que supone abordar?

La impresión producida por la matanza del 1° de mayo en la plaza Lorea fue enorme, afirmaba Diego Abad de Santillán en Simón Radowitzky, el vengador y el mártir, de donde también tomamos la cita de Reclus que abre estas reflexiones. Y prosigue:

Y más indignación causó aún la solidaridad del gobierno con el jefe de policía, a quien sostuvo contra el deseo unánime de su destitución expresado por todos los trabajadores del país. Se pedía públicamente la cabeza de Falcón, sin rodeos de lenguaje. Por ejemplo, los Aserradores y Anexos de Buenos Aires terminaban así un manifiesto al pueblo publicado el 3 de mayo de 1909 en La Protesta: «¡Muera Falcón! ¡Viva la anarquía!». Y La Protesta, el 4 de mayo, gritaba al comentar los renovados ataques policiales en la huelga que siguió a la masacre de la plaza Lorea hoy del Congreso: «... Son siete muertos y 105 heridos. Luego, si mañana se voltea la cabeza de Figueroa y Falcón, se dirá que los anarquistas somos unos criminales...»

Es posible que aquellos compañeros no solo quisieran “hacer justicia”. En una lucha abierta y declarada hay una correlación de fuerzas y atacar a un responsable es hacer dudar al futuro represor, para que tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer. Hoy las buenas conciencias democráticas le llamarían “terrorismo”. Por otro lado, este tipo de acciones eran consideradas como “propaganda por el hecho” y hasta podía suponer una alarma para el llamado a la insurrección.

Era otra época, van ya más de cien años. Y, sin embargo, el 1° de mayo aún nos convoca y nos encuentra para recordar, compartir, reflexionar y agitar.

Aunque no intactas, las categorías básicas de la sociedad capitalista permanecen –valor, trabajo, salario, mercancía, propiedad privada, Estado– y la composición de la clase proletaria no es la misma que antaño. Por eso mismo ya no existe un movimiento obrero como el del cual emergió Simón Radowitzky. Y quedan pocos o ningún Ramón Falcón.

Lo que había realizado Falcón iba más allá de su existencia individual. No solo en el ataque de clase en defensa de los intereses nacionales particulares y capitalistas en general, sino también en la modernización de la violencia estatal.

Un personaje nefasto, recordado por los desalojos en la “huelga de inquilinos” de 1907 y los asesinatos de trabajadores anarquistas en la manifestación del 1° de mayo de 1909. Su historia es una parte importante de los inicios del Estado argentino. Falcón fue el primer cadete del Colegio Militar de la Nación, al que ingresó en 1870, durante la presidencia de Sarmiento. Egresado con honores en 1873, combatió en la “Campaña del Desierto” y a su regreso, en 1898, se retiró con el grado de coronel. Luego fue elegido diputado nacional. En 1906, recibió el nombramiento de jefe de Policía de la Capital. Y en ese cargo, creó nada menos que la Escuela de Policía que llevó su nombre hasta 2006.

Falcón fue un modernizador del Estado argentino y su policía, su importante figura es paradójicamente la que comienza a quitar protagonismo a los “grandes hombres” de la historia –como él mismo, que se apersonaba a cada bravuconada estatal– para dar lugar a las instituciones cada vez más impersonales, para reconocer la propia dinámica del Capital y confiar ya no tanto en las cabezas de Estado sino en su organización, su técnica, su logística.

Podemos recordar las ya famosas palabras de otro querido anarquista, Kurt Gustav Wilckens, en relación a la vindicación del teniente coronel Héctor Benigno Varela:

No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencias; trabajemos para apresurar ese día.

Es imposible no ver en un Falcón, un Varela, un Astiz o una Bullrich a los verdugos del pueblo. Sin embargo, ese odio puede cegarnos en atacar a los guardianes del orden y la propiedad en tanto individuos y no por su rol en el mantenimiento de la paz capitalista. No es necesario que un policía, un militar o una ministra sean criminales para convertirse en represores o asesinos. Es cierto que hay unos peores que otros y no estamos haciendo un intento por despersonalizar la historia. El desprecio hacia quienes nos explotan y desprecian se nos hace inevitable pero la cuestión social es una cuestión de dinámica general, no simplemente de milicos sedientos de sangre y políticos corruptos, aunque abunden producidos por el mismo capital. La pasión también reclama nuestro razonamiento y viceversa.

Hoy ante un capitalismo cada vez más despersonalizado, cuando puede haber ausencia de patrones, con vigilancia remota, donde participamos activamente de nuestro propio control en favor de la ganancia ajena es más fácil arrimar a estas conclusiones.

Aunque al igual que con el fetichismo de la mercancía, la relación social se presenta como una cosa y esa cosa muchas veces se personifica en los personajes más tristemente célebres de la burguesía, nuestro objetivo no son simplemente individuos sino una relación social: la relación social capitalista.

Lejos está aquel movimiento obrero, incluso su declive, aquel que describíamos en relación a los sucesos históricos de la Patagonia rebelde, aquel que:

va a valorar y resaltar el gesto, la acción violenta individual o grupuscular como expresión de la humanidad contra la opresión, más allá de la situación favorable o desfavorable para su puesta en práctica. Esta afirmación del gesto personal, clásica del anarquismo, será un sello distintivo de defensa de la dignidad rebelde en tiempos de conformidad o represión.

Al mismo tiempo, sin embargo, constituye un claro síntoma de impotencia, de la pérdida de influencia de las tendencias revolucionarias en el movimiento social a medida que se van modificando las condiciones de producción y por lo tanto de reproducción de la fuerza de trabajo, cada vez más integrada en la propia reproducción del Capital. (Lucha social y represión en la Patagonia 1920-1922. Lazo ediciones, 2022)

Simón Radowitzky es ya parte de la historia argentina, pero es por sobre todo parte de la historia de nuestra clase y sus luchas. Más allá del “mito anarquista”, su coraje y determinación, su    lucha ¡que es su vida! aún nos conmueve y nos inquieta, aunque las condiciones en las que nos movemos sean diferentes.

domingo, 19 de mayo de 2024

¿QUÉ HUELGA?

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Una huelga es la interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de quienes trabajamos con el fin de reclamar ciertas condiciones o manifestar una protesta hacia un patrón particular o conjunto de patrones. Cuando por decisión de la empresa la actividad se paraliza de modo parcial o total suele hablarse de lockout o paro patronal.

Por estas latitudes las huelgas de los trabajadores suelen ser llamadas paros, quizás por la discontinuidad con aquel método histórico del movimiento obrero revolucionario en relación al desarrollo capitalista. Actualmente la situación es otra, y no es posible restaurar ninguna época anterior. En los últimos años desde los sindicatos los paros han tenido por objeto políticas económicas de los diferentes gobiernos antes que la disputa salarial en sí.

El reclamo más necesario e inmediato hoy es el aumento de salarios, ayudas y jubilaciones. «Unidad de lxs trabajadorxs y al que no le gusta se jode, se jode». Muchos explotados se preguntan dónde están sus representantes. Y pareciera que los representantes políticos y sindicales no aparecen, pero ahí están: negociando nuestro precio, nuestra miseria, preparándose para las próximas elecciones e incluso viviendo del esfuerzo ajeno, porque no olvidemos: muchos de ellos no son simples burócratas sino empresarios.

Una huelga o ser huelguista no es lo mismo ahora que a fines de 1800, cuando compañeros proponían la finalidad revolucionaria: convertir la huelga en huelga insurreccional generalizada capaz de llevar a un punto final la posición decisiva de la burguesía en el conjunto de la vida social, una situación sin retorno. Recordemos que hasta el día de hoy conmemoramos el 1° de mayo por los anarquistas que fueron asesinados legalmente en Estados Unidos por participar en las protestas de lucha por la jornada laboral de ocho horas; que tuvieron su origen, justamente, en la huelga iniciada el 1° de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en lo que conocemos como “Revuelta de Haymarket”.

Hoy tenemos las ocho horas para una parte del proletariado asalariado, muchos trabajan menos horas, tantos otros más de ocho repartidas entre varios trabajos, y millones están desempleados. Los avances tecnológicos y organizativos hicieron que el Capital pueda producir cada vez más en menos horas, y que pueda prescindir de una masa de personas que ya no constituyen un “ejército de reserva” sino una “población sobrante”.

Sin embargo, hay confianza en la burguesía. Al menos en un sector, por parte de la clase explotada. Quienes eligen el mal menor olvidan con rapidez que están eligiendo el mal. De momento, para muchos una huelga general parece la mejor medida para derrotar al gobierno de Milei y “el plan de ajuste del FMI”. Así como servía para tumbar el DNU, la Ley Ómnibus, etc., etc. Solo faltaba que la CGT ponga la fecha del segundo paro general, realizado finalmente el 9 de mayo. Algunos confían en la dirección pasivamente y otros “luchan” contra la burocracia sindical exigiendo a la propia mafia sindical que haga lo suyo: “ponele fecha la puta que te parió”. La ilusión de unas bases que desbordarían sus dirigencias, pero siempre dentro de los anchos bordes institucionales. Recuerda a la tibieza de quejarse de las medidas de Milei pero a la vez exigirle que ejerza de presidente y deje de perder tiempo en redes sociales.

Paro y/o movilización

Vamos a la huelga. Pero, en la situación que estamos, hay que ser conscientes de que las huelgas generales convocadas por las centrales sindicales abarcan a menos de la mitad de las personas que trabajan, ya que el trabajo precarizado y sin contrato abunda, por no hablar de la gran masa de proletarios desempleados. Eso pone en duda que sean “generales”. Se puede suponer que “si para el transporte, para todo”... no es tan así. En nuestra ciudad, debido a los ataques narco, cada dos por tres para el transporte y eso no significa que debamos dejar de ir a trabajar. Queda bajo “responsabilidad de los empleadores”, que muchas veces significa “arreglate como puedas y vení”. Esta es una realidad tanto para los informales, quienes ganan el día a día, así como para el resto de trabajadores no sindicalizados o cuyos sindicatos no paran, como quedó claro desde las cuarentenas de años anteriores (con más de 100 días de paro de transporte en 2020).

Por otra parte, el apoyo al actual gobierno sigue siendo alto. Entre la esperanza y la resignación, millones de trabajadores formales e informales suponen que todo esto es para bien. Entre los descontentos con el actual gobierno, muchos desconfían de las medidas de fuerza por su sola procedencia: una oposición política que ya mostró su forma de gobernar y, si hilamos más fino, cuya principal fortaleza residió en institucionalizar las luchas y movimientos sociales de las últimas décadas.

Cuando a comienzos de año la CGT llamó a un “paro”, se asemejaba más a una movilización que a un paro que tiene por finalidad atacar las ganancias de la burguesía. Si el movimiento obrero hace siglos empleó la huelga es porque desde su lugar de productores el hecho de parar la producción implicaba un trastrocamiento de la normalidad capitalista y principalmente un golpe a las ganancias de la burguesía que tenía que ceder a riesgo de perder más. Este segundo paro no tuvo movilización, eso gustó al gobierno, aunque se quejaron de que la economía perdió 500 millones de dólares... los mismos que dicen que son los empresarios quienes generan la riqueza.

Llegado a cierto nivel de ajuste, los sindicatos se ven forzados a tomar medidas en defensa del salario, ya que de lo contrario su rol quedaría aún más desdibujado. Como señalaba la Internacional Situacionista respecto al rol histórico de cualquier sindicato: «se aplasta contra el suelo y menea la cola para demostrar al amo que ladra solo porque es un perro, pero, con todo, un perro fiel».

La CGT reacciona principalmente como opositor político al gobierno de turno. Esto se hace evidente con solo mirar la caída del salario durante el gobierno anterior sin ningún paro general, haciendo de Fernández el primer presidente no re-electo sin ser confrontado con este tipo de medidas desde 1983. La CGT fue también vanguardia en salir a apoyar abiertamente la candidatura de Sergio Massa.

El reciente paro convocado por la CGT se mantuvo pese a que el gobierno cedió frente al reclamo de los sindicatos por las “cuotas solidarias”, tan importantes para sus recaudaciones. De momento, el gobierno no impedirá estos aportes extraordinarios a los gremios por parte de afiliados y no afiliados, los cuales están incluidos en los convenios y se han ido generalizando desde los años 90 “para compensar la desafiliación”.

La reforma laboral incluida inicialmente en el DNU quedó frenada en la justicia, por lo que el gobierno arremetió con un nuevo proyecto de ley que vuelve a incluir una “modernización laboral”, que si bien está bastante acotada respecto de la anterior, no deja de ser un fuerte ataque a los asalariados. La nueva ley Bases que incluye esta reforma ya fue aprobada en Diputados y espera su votación en el Senado.

Claro que hay que enfrentar las reformas laborales que buscan formalizar las condiciones precarias de los trabajadores informales, extender períodos de prueba, atacar el derecho a huelga y facilitar los despidos, entre otros aspectos. Pero no nos olvidemos que incluso sectores sindicales ven con buenos ojos ciertos aspectos de la reforma laboral, como el modelo ya implementado por la UOCRA de fondos de desempleo en reemplazo de las indemnizaciones, entre muchos otros retrocesos.

Tampoco los principales referentes de la oposición parecen estar muy en desacuerdo con el trabajo sucio que les ahorran: «Resulta ineludible discutir seriamente un plan de actualización laboral que brinde respuestas a las nuevas formas de relaciones laborales surgidas a la luz de los avances tecnológicos y de una pandemia que trastocó todos y cada uno de los ámbitos de la vida de las personas”, indicó Fernández de Kirchner en un documento de febrero de este año.

Mientras tanto, tal como nos referimos en el número anterior de este boletín, el salario no para de achicarse.

La emancipación de los trabajadores…

Una huelga no es simplemente una protesta, menos un desfile, parte de una campaña electoral o un acto simbólico; es una acción histórica de la clase proletaria para generar pérdidas a los burgueses y desde ahí reclamar. Bajo la modalidad actual, la cuestión de los salarios, ayudas y jubilaciones aparecen como un reclamo más del montón, entre el patriotismo, la soberanía nacional, la cultura, los “derechos conquistados”, etc.

Nos encontramos, manifestamos, pero no es una receta mágica para cambiar el futuro de millones de personas. No se trata de cantidad de gente, banderas, pancartas, panfletos, piedras o intervenciones artísticas, sino de algo más que tampoco es la simple suma de todo aquello.

Si no tenemos una propuesta de clase, tan solo queda ser furgón de cola de quienes sí tienen propuesta, los que llaman a “poner el cuerpo” y no debatir. Así se puede obedecer y marchar o salirse y tirar piedras, pero de fondo no hay mucho más que la defensa de la patria (y por tanto de amplios sectores de la burguesía) y/o de la democracia (que busca armonizar la relación entre explotadores y explotados). En fin, esperar que venga un “buen gobierno” para que nos salve.

Si continuamos el mismo camino de esperar-votar-protestar-votar porque creemos que ya está todo decidido, vamos a acabar siempre en el mismo lugar. Y así, las marchas, los paros, los carteles, las pintadas, los panfletos o las piedras no sirven para un objetivo propio sino ajeno. Es cierto que de momento no parecen dar las fuerzas ni la inteligencia, sin embargo, ¿cuándo vamos a empezar? ¿Cómo comenzar a construir un mundo nuevo mientras se confía en el viejo?

«La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos» decían los estatutos de la antigua Asociación Internacional de Trabajadores, aquella de la época de Marx y Bakunin. Claro que los tiempos han cambiando, y mucho, sin embargo algunas premisas siguen vigentes. Seguramente no la de una huelga general insurreccional que abra las puertas a una nueva sociedad. Los compañeros del pasado, los bakuninistas por ejemplo, tan solo estaban ensayando experiencias de acuerdo a su situación, pero con una finalidad: la emancipación total. Marx señalaba que si los esfuerzos dirigidos a esta gran finalidad han fracasado fue por falta de solidaridad entre proletarios de diferentes ramas del trabajo en cada país, e incluso entre países. Por limitarse a una “guerra de guerrillas” contra los efectos del sistema existente en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo; es decir, por la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.

Nuestras respuestas generalmente no están en el pasado. Incluso cabe hacer nuevas preguntas, si es que hay una intención de ir al fondo de nuestros problemas y no entretenernos con los fenómenos superficiales del capitalismo, con los debates políticos, y los dichos de tal o cual famoso.

A juzgar por su indignación selectiva, pareciera que a gran parte de los insatisfechos lo que más les horroriza es, a fin de cuentas, que el peronismo no esté en el gobierno nacional. Si partimos de allí, es en vano hacerse estas preguntas que van fuera y contra el permanente campañismo electoral.

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Nos encontramos el sábado 25 de mayo a las 18 hs. en la biblio para conversar en torno a la huelga como método de lucha proletaria a lo largo de la historia. Desde la denominada «huelga insurreccional generalizada» del joven movimiento obrero hasta los denominados «paros» sindicalistas de hoy. Tomando como punto de partida sus formas, pero también sus contenidos y sus contextos.

ROSARIO, CIUDAD CULTURAL

La “cultura rosarina” está basada en miles de trabajadores precarizados, tanto en el ámbito privado como estatal. Lo sabemos porque vivimos aquí y además algunos participamos del amplio y difuso ámbito cultural local desde hace años o décadas. Lo sabemos porque muchos trabajamos precarizados en el sector privado y en el estatal, ya sea en bares, instituciones o autogestionando nuestra miseria, “aportando a la cultura”, así como también en actividades culturales sin fines de lucro o como consumidores… Padecemos ser “trabajadores de la cultura” como cualquier otro trabajo: por migajas, sin aportes ni vacaciones, y luchando colectivamente cuando es posible.

Vamos a hablar de cultura en un sentido restringido y errado: vamos a referimos a ocio, entretenimiento, manifestaciones artísticas y un poco de erudición. De momento no vamos a referimos a los procesos que “producen significado”, ni al “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” (RAE), ni a lo que implica comer con cuchillo y tenedor, usar determinada vestimenta o no casarse entre hermanos.

En el ambiente cultural, a diferencia de otros ámbitos, hay una característica común: en el grupo de explotadores de trabajo ajeno abundan los progres. Están profundamente culturizados e ideologizados. Suelen ser profesionales o “agentes culturales”.

Uno de esos patrones, meses atrás hacía reuniones en el lugar de trabajo para que sus empleados no votasen a Milei. Otros adornan sus lugares con consignas de otra época, contestataria, vintage, inclusiva… adornos y figuritas para caer bien pero, principalmente, para apuntar a un segmento de mercado particular. Una ex ministra de Cultura se acercaba a las asambleas de precarizados y les decía que le alegraba mucho que luchasen. En 2024 tienen miedo de que el gobierno de turno haga con toda la población lo que ellos hacen a sus pocos empleados: pagar poco, confundir trabajo con ocio, hacer pasar trabajo por tiempo libre, precarizar, privar de jubilación, vacaciones y de cobertura médica, asustar y abusar de su autoridad. Tienen miedo de que la derecha quite “los derechos conquistados”… derechos que ellos no otorgaron ni otorgan. Estos fanáticos del mal menor no pueden entender que gran parte de la población vote al mal mayor o que ni siquiera le importe quién gobierne. Ellos están acostumbrados a las migajas… a repartirlas. Son esos que quieren que un político gane lo mismo que un docente y no al revés. Hasta para desear son mezquinos.

Por lo general, los artistas y agentes culturales pretenden tener un aura especial, se suponen fuera de la ruindad y barbarie capitalistas. Muchos explotadores del trabajo ajeno de este sector no se consideran como tales. Por su parte, los trabajadores de la cultura han asumido de manera creciente esta identidad, lo que consideramos se halla vinculado a la expansión del sector, a la mayor dedicación en este tipo de tareas de manera exclusiva, y a una transformación más general de la reproducción de la fuerza de trabajo. Nos referimos a la identificación de ciertas tareas como trabajo al momento de depender cada vez más de un ingreso a cambio de las mismas.

Lo que definimos amplia y vagamente como cultura es un aspecto de nuestra reproducción, que se puede convertir más o menos en un negocio, pero nunca lo es completamente. Las políticas públicas llevadas a cabo por el Estado en materia cultural, al igual que en salud y educación, dejan claro que no está completamente mercantilizada, y en todo contexto de ajuste sufre mayores recortes que otras áreas más imprescindibles.

Por otro lado, está la cuestión de los artistas independientes o autogestivos, a quienes se les dificulta la subsistencia y suelen depender de las contrataciones o programas estatales. Existen unos pocos que aún consideran que la “contracultura” debe ser autosustentable, incluso buscando compartir en la gratuidad o repartiendo meramente los “costos técnicos” de las producciones y actividades (sonido, luces, alquiler, imprenta, difusión, etc.).

Problematizando, la identidad de “trabajadores de la cultura” está más extendida que antes, posiblemente porque cada vez más personas lo asumen como un medio para su supervivencia además de una actividad recreativa, y quieren o necesitan cobrar por hacerlo. También por políticas públicas orientadas al sector cultural, con más presupuesto, personal, instituciones, programas y estructuras administrativas como por ejemplo ministerios provinciales o nacional.

Muchos experimentan disgusto frente a la “mercantilización” o la “degradación” de la cultura. Ni el funcionario ni el dueño de un bar quieren tu diversión sino mantener el status quo y/o tu dinero, del mismo modo que el kiosquero al momento de vender cualquier mercancía le interesa tu dinero, así como a vos el producto que te ofrece. Así de simple funciona el intercambio en el capitalismo.

En ocasiones, la despiadada lógica capitalista se acepta en todos los ámbitos pero se supone debería dejar gentilmente a la cultura fuera del alcance de sus garras. Una esperanza ingenua. Aceptar la lógica de la competencia capitalista debería significar aceptar todas sus consecuencias. Si es justo que una cerveza o un pantalón se valoren exclusivamente en base a la cantidad de trabajo que representan, es un tanto ilógico esperar que esta misma lógica no rija para los productos de la industria cultural. Hay un mismo principio, si nos oponemos a los “excesos” liberales de la mercantilización sería bueno pensar en los fundamentos más generales.

La lógica capitalista no renuncia ni al narcotráfico, ni al trabajo formal ni a la precarización si puede obtener una ganancia. La “mercantilización” de la cultura frente a las exigencias económicas forma sólo una parte de la mercantilización tendencialmente total de todos los aspectos de la vida, y es en vano poner en discusión sólo la cultura sin atentar contra la totalidad de la economía en todos los niveles. No existe ningún motivo por el cual la cultura pudiese lograr mantener su autonomía respecto a la lógica de la ganancia, si ninguna otra esfera logra hacerlo.

En estas épocas de recorte y despidos nos solidarizamos con todos los trabajadores que defienden su supervivencia. Y somos conscientes de que, como señaló Theodor Adorno, «la abolición del arte en una sociedad semi-bárbara y que avanza para la completa barbarie se convierte en su colaboradora». Pero eso no obtura pensar y pensarnos, cuestionar que la cultura, el arte o lo que sea se presenta cómodamente separado del resto de las actividades humanas. Queremos quitarle el velo sagrado que intenta mantenerlo al margen de la dinámica capitalista.

Tampoco es un llamado a dejar de consumir en tal o cual bar, tal o cual producto, dejar de concurrir a determinado teatro o museo. Es un humilde llamado a comprender cómo en la cultura hay consumo pero también producción. Como en el resto de los ámbitos de esta sociedad, no nos involucramos solo como consumidores, sino también como productores.

«Pero si pongo en blanco a todos los empleados tengo que cerrar». «Todos los lugares son capitalistas de una u otra manera.» Hello! Así funciona.

¿QUÉ FIESTA?

Hemos sufrido ajustes bruscos o progresivos de todos los colores políticos y a través de diversas formas. Y aquellos a quienes les toca gobernar durante las etapas de mayor crecimiento tras los sucesivos derrumbes (que en ocasiones son los mismos), procuran siempre limitar los aumentos salariales, incluso cuando buscan reactivar parte de la producción a través del consumo interno. Cuando la economía nacional está de “fiesta”, gracias al precio internacional de los granos y los bajísimos salarios como ocurrió a partir de 2003, los que festejan son los burgueses, que se reparten las ganancias extraordinarias de un nuevo ciclo de bonanza. Las sobras de la fiesta pueden parecer prosperidad, pero no son más que migajas que nos serán quitadas nuevamente en la siguiente crisis. Así y todo, el gobierno actual nos dice que “hemos vivido de fiesta” y que hay que pagarla entre todos.

Es evidente que algo no funciona dado este marcado carácter cíclico, o funciona peor que en otros países, la cuestión es que la explicación impuesta es que los explotados también somos responsables por el solo hecho de no haber sido lo suficientemente pobres. Dado que vivimos en el capitalismo, nunca se responsabilizará a los ricos que se hicieron más ricos sin volverlo sostenible, y el ajuste lo pagamos una vez más los que nada podemos decidir del rumbo de esta sociedad, ya que ni el Estado ni los medios de producción pueden estar en manos de los explotados. Los adeptos del peronismo y el progresismo rechazan cualquier idea de fiesta, pero no en nombre de una clase que se mereció todo lo obtenido y mucho más, sino en nombre de la “justicia social”, de una armonía entre el Capital y el trabajo que el peronismo nunca ha conseguido realmente sino a través de sucesivas crisis y estallidos sociales. Sus defensores quieren ver en la “década ganada” una buena gestión política antes que conquistas de una lucha que estalló en el 2001 y no debía detenerse o institucionalizarse, si de sostenerlas se trataba. Las fiestas en Argentina sí existen, son de una burguesía improductiva que nos explota todo lo que puede mientras puede, a sabiendas de que seguramente no será sostenible.

De cualquier modo, somos siempre nosotros quienes en la fiesta cocinamos, servimos, limpiamos, comemos algunas sobras… para luego también pagar la cuenta.

sábado, 4 de mayo de 2024

Intervista: «Il così detto neoliberismo e i suoi falsi critici»

Intervista realizata da CrimethInc.

La Oveja Negra & Cuadernos de Negación, Dicembre 2023, Rosario

Pubblicato in inglese e spagnolo su: crimethinc.com/2023Argentina

Traduzione all’italiano: aprile 2024.

LEGGERE E SCARICARE (PDF)

 

• Quali sono le continuità e le differenze tra la ripugnante figura di Milei e le vecchie tendenze dell’estrema destra? Secondo il vostro punto di vista, come ha fatto a vincere le elezioni?

• Vorremmo che commentasse brevemente la politica argentina degli ultimi 50 anni, tenendo conto delle continuità e delle discontinuità tra dittatura e democrazia.

• Confrontarlo e contrastarlo con Bolsonaro, Trump, ecc. Cosa ci dice la sua vittoria sul contesto più ampio del continente in questo momento?

• Quali sono le probabili conseguenze negative della sua vittoria elettorale? Cosa cambia esattamente?

• Come può la sua gestione riconfigurare il confronto tra le forze in lotta, soprattutto in termini di resistenza anticapitalista?

• Quali sono le possibilità tattiche di lotta in questo contesto? Come possono le persone provenienti da altrove sostenere le forze di resistenza anticapitaliste e antiautoritarie nel territorio dominato dallo Stato argentino?
 


 

miércoles, 27 de marzo de 2024

LA CAÍDA DEL SALARIO

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«Inflación: el poder de compra del salario cayó 20% en solo dos meses por la aceleración de los precios» señala Infobae a comienzos de marzo. Agrega Ámbito Financiero: «Se trata de la caída más grande de los haberes, 14 puntos, la más grande desde la crisis de la convertibilidad, en abril de 2002, cuando los haberes se desplomaron 9,6%.»

En la inauguración del período de sesiones de la Asamblea Legislativa, Milei señaló que hoy un sueldo es de 300 dólares «cuando en la década de los ‘90 había llegado a los 1800, que pensado en moneda de hoy sería de 3.000 dólares.» Culpó al populismo que «nos quitó el 90% de nuestros ingresos llegando a un nivel de locura tal, donde un tercio de los trabajadores formales son pobres.» Eso significó un elogio a Menem y tuvimos que presenciar a la descendencia del expresidente aún enquistada en el gobierno cantando “la casta tiene miedo”.

Más allá de los discursos, Milei es un eslabón más de la historia del empeoramiento de nuestras condiciones de vida. Décadas antes de los ‘90, con un salario generalmente vivía una familia compuesta de dos adultos y dos niños, no era extraño que trabajadores compraran sus casas, fueran de vacaciones, tuvieran un auto. Hoy a lo máximo que se puede aspirar es a comprar un teléfono en cuotas y pagar internet. Claro que los modos de consumo han cambiado, pero suponer que ahorrando en las novedades una familia puede abandonar un trabajo y comprar una casa es irrisorio.

Desde su pico máximo en el ‘74 hasta el momento, el salario real en Argentina ha caído por encima del 50%. Esta caída estuvo compuesta por brutales ajustes mediante bruscas devaluaciones con altos niveles inflacionarios e hiperinflaciones, comenzando por el Rodrigazo en 1975, las hiperinflaciones de 1989 y 1990, y la salida de la convertibilidad en 2002. Solo a partir de estos duros ajustes se produjeron fases expansivas de la economía con una recuperación relativa de los salarios, siempre por debajo del nivel del ciclo alcista anterior.

La última fase expansiva se inició hacia 2003 y duró hasta 2012, cuando comenzó nuevamente a ralentizarse y los salarios comenzaron a caer. Pero en lugar de advertir dicha caída como parte de una tendencia general de carácter cíclica, gran parte de la clase explotada idealizó a la política y la “década ganada”, posibilitando un avance del ajuste signado por la alternancia democrática (Fernández de Kirchner-Macri-Fernández) y la total institucionalización de los movimientos sociales. Esto conllevó a su vez, a que resurja un liberalismo aggiornado con cierto rechazo a la política del 2001 y con el antiprogresismo de las derechas alternativas internacionales. Este nuevo gobierno, por lo pronto, parece haber legitimado en una parte importante de la sociedad el ajuste como única alternativa.

Cuando los reaccionarios que defienden a Milei dicen que hay gente que comenzó a quejarse recién ahora luego de años de silencio cómplice no están faltando a la verdad, la cuestión es quién lo señala. No nos podemos olvidar nunca de los “compañero, no es momento de quejarse, es hacerle el juego a la derecha”.

En este mismo boletín hace diez años decíamos: «Al evidente problema que representa la inflación para llegar a fin de mes se le suma el tener que escuchar tanta boludez al respecto. Las discusiones en torno a la inflación, las echadas de culpa entre un sector y otro de la burguesía, no son más que la coartada de su verdadera disputa de fondo: cómo se reparten el fruto de la explotación que sufrimos a diario, quiénes se ven más beneficiados de esta constante intensificación de la explotación. No es novedad para nadie que desde hace años los precios vienen aumentando a una velocidad mucho mayor que la de los salarios, disminuyendo por lo tanto el poder de compra, el salario real.» (nro. 13, Ganancia, ganancia, ganancia).

Una década después parece que estamos en el mismo lugar pero no, estamos un escalón más abajo, nuestro salario o ayuda social compra menos que en 2014. Y hay aún más personas sin empleo y otras tantas viviendo en peores condiciones, y no hablamos de unos pocos, sino de millones de seres humanos.

Por otra parte, tal como subrayábamos en aquel artículo: «No podemos ignorar la disminución de la calidad de los alimentos, la obsolescencia programada de los artefactos electrónicos y todas las implicaciones destructivas para la salud y el medio ambiente que esta situación conlleva. Nuestros salarios, entonces, no solo disminuyen en relación al aumento de precios (disminución del salario real), sino que además y de forma socialmente encubierta, disminuyen permanentemente en la calidad de lo que pueden comprar. Cada vez trabajamos en peores condiciones, alquilamos casas más pequeñas y destruidas, consumimos peores alimentos, nos trasladamos peor, etc., etc…»

Sumamos además que los gastos en salud, educación y seguridad han aumentado para la población asalariada, ya que el gasto público dedicado a atender estas cuestiones ha disminuido. Mientras se ajusta el gasto público en dichas áreas, ha aumentado en ayudas sociales y subsidios para garantizar la subsistencia de los desempleados o asalariados pobres, un fenómeno cada vez más creciente en Argentina.

Pero, ¿a qué apuntamos con todo esto? ¿A exigir entonces una disminución de los precios, un aumento de la calidad de los productos con precios estables? ¿A un aumento del salario real? ¿A un cambio generalizado de los hábitos de consumo? Estas propuestas, si bien al menos captan mejor el problema, no son más que parches en este mundo de la mercancía y el trabajo asalariado. Podemos poner límites, luchar más allá de quien gobierne pero... ¿hasta cuándo vamos a seguir haciendo listados de injusticias y desigualdades sin apuntar directamente a las causas estructurales?

Y con “causas estructurales“ no nos referimos a la dinámica económica de este país y su lugar específico en la división internacional del trabajo. No ponemos nuestro anhelo en un capitalismo más estable, más serio y productivo, que nos explote mejor, más eficazmente a cambio de mejores salarios. Buscamos comprender el porqué de esta situación, luchamos inevitablemente por la defensa de nuestra fuerza de trabajo, mientras apuntamos a la destrucción de la sociedad que nos obliga a vendernos con ella.

«[la clase obrera] no debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de: “¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!“, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: “¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!“» (Karl Marx, Salario, precio y ganancia)

«ROSARIO SANGRA»

El mes de marzo comenzó con aumentos que reducen más el salario y a lo que hay que agregar, ahora en Rosario, una escalada del terror narco. Como dice la canción popular «pa’ los giles rafagazo», los “giles” somos los trabajadores. El fusilamiento fue de trabajadores mientras perdían su vida laburando. Asesinatos cometidos con balas de la policía. Mensajes mafiosos, miedo, paralización del transporte, el comercio, la educación, promesas políticas y bronca, mucha bronca.

Las nuevas medidas económicas de la burguesía juegan para el narcocapitalismo, preparan un terreno fértil de miseria y competencia, de sálvese quien pueda. Eso es poco si oficializan la dolarización, el blanqueo de capitales y la posibilidad de aportar anónimamente a las campañas políticas.

Gran parte de la población pide militarizar la ciudad, una política que no acabó con el narcotráfico en ningún país donde se implementó. Los milicos se meten en el negocio y significa un aterrorizamiento de civiles que siguen en el fuego cruzado de las mafias, incluidas las estatales. Las fuerzas policiales ya forman parte activa del negocio, y sumar a los militares podría significar un mayor armamento y profesionalización de las bandas dedicadas al narcotráfico en los barrios rosarinos. Atendiendo a las últimas décadas y las experiencias de otros países, con dichos métodos la violencia solo crece y muta su forma. En el Gran Rosario se ubican los principales puertos de la región, por los que pasan toneladas de cocaína hacia el Atlántico. Una pequeña parte de este gran negocio es comercializada en el llamado “narcomenudeo” que se disputan las bandas de los barrios, y en el que existe una gran participación de la policía, pero sin ser gestionado por esta como en otras ciudades del país. Al igual que la política es una gran cómplice y beneficiaria del negocio, pero no lo controla. Este problema es grave y profundo. Aunque ante la desesperación se anhelen soluciones mágicas, no existen. El circo al estilo Bukele tampoco es una.

Mientras tanto, los muertos los ponemos los trabajadores y sobre nosotros recae además el gasto en seguridad (transporte, rejas, y el “costo” en salud mental). Pero la situación de inseguridad es solo el lado más visible del fenómeno. Detrás, están los empresarios que no se manchan las manos de sangre y no son investigados, los políticos que agarran las coimas, los policías implicados, los jueces cómplices, el puerto que despacha soja y cocaína. Por tanto, meter presos o ejecutar a todos los soldaditos o incluso a los narcos, o presionar aún más a quienes están en prisión no soluciona la situación. Porque el negocio persiste, a lo sumo cambiará de manos, y la porción de población disponible para efectuar de “tiratiros” o sicarios continúa creciendo. Burgueses seguirán ganando fortunas y otros agarrarán billetes de la corrupción.

De momento «acá ladran los perros y se escuchan los tiros», no queda mucho que hacer más que protegernos y no escuchar los cantos de sirena de las Bullrich, los Berni y demás. Comprender el fenómeno para no creer promesas vacías ni generarlas nosotros mismos. Comprender que se trata de un problema más grande que el “narcoterrorismo”, que lo que manda es la ley del dinero y por eso hay quienes están dispuestos a mandar a matar, matar y ganar guita gracias al trabajo sucio de otros.

Abordamos este problema en el primero número de La Oveja Negra cuando asesinaron a Jere, Mono y Patom en febrero de 2012. Publicamos además Negocio, delito y muerte en Rosario (septiembre de 2021), Narcotráfico y Capital (noviembre de 2001) y «Todxs somos Jimi» (febrero de 2023) y compilamos algunos de estos artículos junto a otras reflexiones al respecto en el libro Plomo y humo. El negocio del Capital (Lazo Ediciones, 2022).

Volver a leer, conversar y reflexionar colectivamente, en esta sinrazón social que ya es parte de la normalidad capitalista.

EL CUERPO DEL ESTADO

¿El Estado argentino está delirando? Su cabeza, presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas, afirma que «el Estado es una organización criminal». Estamos de acuerdo, entonces Milei es el “capo di tutti i capi”.

Cuando en Rosario manos anónimas pintaron “Plomo y humo el negocio de matar” como denuncia del crimen y la destrucción del territorio, un “capo” local acusó a las mafias. Nosotros señalamos que el Estado es una mafia, y como en toda mafia la protección es tan sólo un pretexto. Su verdadera utilidad consiste en la consolidación de la administración de la vida social en el sentido más favorable para la explotación, se trate de “recursos humanos” o “recursos naturales”.  

El Capital es mafia no simplemente porque algunos empresarios o algunos capitalistas sean mafiosos, sino porque son estructuras mafiosas, que exceden la supuesta voluntad de funcionarios y explotadores “honestos”… Si podemos llamar honestidad a la omisión y el mirar para el otro lado en medio de una institución estatal o de explotación. La sociedad mercantil generalizada y su consecuente “guerra de todos contra todos” crea un suelo fértil para las mafias. Lo que las frena del exterminio mutuo es su consciencia de que la cohesión asegura su supervivencia mutua. Han aprendido a negociar y a tolerarse. Y en medio nos encontramos entre el fuego cruzado, encerrados entre la explotación, sus fronteras y sus reglamentos.

Así que la lucha contra el Estado deberá combatir una nueva barrera: la ideología “antiestatal” profesada por funcionarios estatales, políticos en carrera y sus defensores. Del mismo modo que la lucha contra el Capital tiene que vencer a todos quienes defienden la sociedad capitalista en nombre de un supuesto anticapitalismo que pretende mantener clases sociales, relaciones mercantiles, trabajo y salario.

La mano izquierda ignora lo que hace la mano derecha

Pese a su brutal agudización, el ajuste administrado por la coalición La Libertad Avanza/Cambiemos no es nuevo, viene de larga data, aunque su profundización sí es destacable, y temible.

Gobernar este país se ha vuelto una manera de gestionar el abaratamiento permanente de nuestros salarios. Por eso el ajuste no es ni “de Milei”, ni “de Massa”, ni peronista, ni liberal. En todo caso lo que cambia es la forma de administrarlo.

En su alternancia, los diferentes gobiernos colaboran en un mismo proyecto, no se oponen. Lo que las buenas conciencias progresistas ignoran es que sus oponentes hacen el trabajo sucio. Si los “nacionales y populares” se pueden enorgullecer de sus gestiones es porque antes los “amantes de la libertad” ajustaron brutalmente. Y cada alternancia gubernamental inicia un escalón más abajo en lo que a salarios se refiere. Esto no es política, es suficiente con ver la caída del poder de compra de nuestra clase en las últimas décadas.

Si los “líderes” del gobierno/fase anterior no aparecen, cabe preguntarse por qué. No se trata de una “traición” o falta de estrategia. Es hora de abandonar esa forma política de razonar propia del entretenimiento “inteligente” que requiere de la producción de noticias, opiniones, “contenido” en las redes, porque de eso depende su supervivencia. Sucede que este momento de ajuste es la necesidad del Capital en Argentina para comenzar una fase con una economía ascendente basada sobre esta destrucción actual. Este ajuste es necesario ¡desde el punto de vista del Capital! para empobrecer al proletariado y bajar nuestro nivel de vida, de cada uno de sus sectores: degradando las condiciones laborales, reduciendo el precio de la fuerza de trabajo, aumentando el de-
sempleo, empeorando la vivienda, el acceso público a la salud y la educación.

Las crisis preparan una entrada desfavorable para el proletariado en el nuevo ciclo económico. Con abundante mano de obra deseando trabajo en las condiciones que sea, con unos sueldos bajos y aspiraciones más bajas que el ciclo anterior. Eso puede explicar por qué estamos cada vez peor, por qué hay cada vez menos respuesta colectiva y masiva frente a estos atropellos. Quien ingresa al mercado laboral ya ni pretende estar en blanco, como el de la generación anterior no aspiraba al auto-familia-vacaciones, o su antecesor a la casa, que otros sí pudieron comprar trabajando. El problema es que hay una masa de votantes que se esmera en defender una fase de este movimiento económico, pero izquierda y derecha son inseparables, una no existe sin la otra.

Claro que protestamos contra el ataque de clase que representa la baja de salarios y ayudas sociales, la inflación, la suba de medicamentos, transporte, alquileres, etc., etc. pero eso no significa alimentar la ilusión democrática de oponer un gobierno a otro como si esa fuese la solución. El desafío es no ser furgón de cola, o precampaña del próximo gobierno “progresista”, que será pronto si los liberales hacen bien su trabajo o tardará un poco más hasta que puedan terminarlo.

Es posible y necesario luchar colectivamente con una perspectiva de clase que vaya a la raíz de los problemas y no se quede observando lo superficial. La cuestión es cuándo y cómo comenzar.

Para finalizar, queremos subrayar que esta metáfora del Estado como un cuerpo nos ha servido para pensar la situación actual. No obstante, no abordamos al Estado como un cuerpo orgánico. Platón, por ejemplo, imaginaba al Estado como un ser humano y al igual que nuestros cuerpos con cabeza, pecho y vientre, el Estado tendría gobernantes, soldados y productores. En la República habla del Estado sano, así como del Estado afiebrado o enfermo. Esto nos recuerda a la “enfermedad del comunismo” que, según el presidente actual, aqueja a la sociedad. Mientras, la oposición busca patologizarlo, como si se tratase de un enfermo que ataca al cuerpo sano del Estado desde fuera. Sin embargo, el Capital y su Estado no parecen hechos a medida humana, y si estas metáforas son posible es porque existe la concepción del humano-máquina, tan propia de nuestra época.

¿LA PATRIA NO SE VENDE?

El patriotismo es presentado como un principio político implícito que haría justicia a la porción más desafortunada de la población. Hay quienes suponen que los responsables directos de nuestros infortunios responden a intereses extranjeros. Y que nuestra clase, privada de propiedad, es dueña de la patria, o al menos es la patria.

¿Qué significa «la patria no se vende»? ¿Que la conserven sus actuales dueños? ¿La población argentina? ¿El pueblo? Nosotros no somos dueños de nada. No hay posibilidad de vender lo que no nos pertenece.

Si somos trabajadores, desocupados, jubilados y estamos protestando es porque no somos dueños de nada, tan solo de nuestra fuerza de trabajo. Los burgueses tienen la libertad de comprarla o no. Nosotros tenemos la libertad de morirnos de hambre, como muy bien dijo el presidente.

El ataque necesario al actual gobierno, más ajustador y represor que el anterior, no implica necesariamente la defensa de la patria ni de la administración del capitalismo nacional previo al 10 de diciembre del año pasado. Es preciso ver las cifras para notar que el ajuste no comenzó a fines del año pasado sino que se mantiene hace décadas y que este shock es una brusca profundización.

El reclamo más necesario e inmediato es hoy el aumento de salarios, ayudas y jubilaciones. Sin embargo se habla de patria... Dentro de la patria, como del “pueblo”, cabe de todo, explotados y explotadores, hambreados, despojados, ejército, policía, partidos políticos y sindicatos.

Esta crítica no propone retirarse de las movilizaciones, asambleas, luchas o perder cualquier esperanza. Más allá de la política hay reivindicaciones que nos unen, incluso a pesar de las opiniones y análisis. La lucha por la mera supervivencia no implica la defensa del estatus quo, de la normalidad capitalista, puede también abrir nuevas posibilidades. El desafío está en no contribuir al nacionalismo y el estatismo, en no comenzar a hacer campaña electoral para los supuestos salvadores, en verdad meros gestores de una próxima fase de la economía de este país.

La cuestión social no está planteada en términos patrióticos sino de clase. No es una cuestión de soberanía nacional, de culpar al FMI, tachar de cipayos a estos o aquellos, etc., etc. Se trata de la forma en que se reparten las ganancias fruto de nuestra explotación o de la condena a la exclusión a la espera de ser explotados. Eso nos posiciona juntos, asalariados o no, y está en nosotros si construimos un camino propio o seguimos transitando los de la burguesía, sea nacional o extranjera.

NUEVO LIBRO: LA RELIGIÓN DE LA MUERTE. SOBRE VIEJOS Y NUEVOS FASCISMOS

Julio Cortés Morales (Chile, 1971) nos advierte que se hace cada vez más frecuente escuchar la etiqueta de “fascista” aplicada a fenómenos como los actuales líderes y corrientes populistas de extrema derecha, así como la de “microfascismos” para definir los comportamientos subjetivos de las personas socializadas íntegramente en el reino de la mercancía. En algunos casos, la denominación se usa como un mero insulto, sin mayor relación con el fascismo “histórico”. Así, nos topamos con la paradoja de que mientras más se acude al concepto de fascismo para designar distintos aspectos de nuestra realidad, menos parece tomarse en serio la necesidad de estudiar y desmenuzar la ideología y las prácticas de los diversos niveles en que los fascismos operan dentro de la sociedad capitalista. Esta necesidad debería abordarse como parte de una tarea colectiva que supere la mera investigación academicista y la perspectiva “antifascista” de defensa de la democracia liberal.

El nuevo libro que publicamos con Lazo Ediciones trata de aportar a esa tarea rastreando el origen de los movimientos fascistas, su curiosa amalgama ideológica y las formas en que se han expresado desde entonces y después de su derrota militar en 1945, hasta nuestro tiempo.

Más información: lazoediciones.blogspot.com

miércoles, 7 de febrero de 2024

«1984» ES HOY

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Se cumplen cuarenta años de la fecha planteada para el escenario distópico desarrollado por George Orwell en su famosa novela 1984, escrita en 1948 y publicada al año siguiente. Ahora mismo están transmitiendo por televisión Gran Hermano pero esa no es toda su actualidad.

No hay originalidad en sugerir que, entre otros aspectos, esta sociedad es “orwelliana”, achacándole injustamente al autor semejante situación: donde los alimentos y la calidad de vida son cada vez peores, reina el individualismo, unos trabajan para sobrevivir mientras otros son convertidos en población completamente sobrante (los “proles” de la novela), se manipula la información, la guerra está a la orden del día, así como la coerción, la vigilancia y la represión.

En 1984 lo perturbador es que a la coerción violenta y externa se agrega la interiorización de esa coerción. Sociedad de control y sociedad disciplinaria. Seres humanos autorregulados, reprimidos por sí mismos en nombre de leyes que no controlan y se vuelven contra sus vidas. Ser productivos, eficientes, obedientes. Todos contra todos, y todos para el Partido en el caso de la novela, para el Capital en el nuestro. Hoy la “policía del pensamiento” es la interiorización de la disciplina que surge de las relaciones democráticas y mercantiles, que funcionan más eficazmente que todos los milicos, espías y corporaciones mediáticas juntas. Hoy el régimen totalitario es el modo de producción capitalista.

El Capital convierte a cada uno de sus servidores en un funcionario de la mentira generalizada para beneficio del Partido del orden. Es decir, de la burguesía actuando como clase frente al proletariado, pese a su propia y despiadada competencia interna que no es más que el combustible que la hace funcionar.

Los lemas del Partido en 1984 son: «la Guerra es la Paz, la Libertad es la Esclavitud, la Ignorancia es la Fuerza» explica O'Brien, miembro fanático del Partido, al protagonista Winston Smith. Ambos trabajan en el Ministerio de la Verdad donde se dedican a manipular o destruir documentos históricos de todo tipo (fotografías, libros y periódicos) para que las nuevas “evidencias” del pasado coincidan con la versión oficial de la historia mantenida por el Estado. Del mismo modo son nombrados el resto de los Ministerios. El Ministerio del Amor se encarga de administrar los castigos, la tortura y la reeducación de los desobedientes. El de la Paz de los asuntos relacionados con la guerra. El de la Abundancia de la economía planificada en un duro racionamiento. Recientemente se estrenó en Argentina el Ministerio de Capital Humano, con el sinceramiento apologético que caracteriza este liberalismo extremo. Aunque en verdad la mayoría de la humanidad está desprovista de cualquier capital y solo somos poseedores de la mercancía fuerza de trabajo. Al descaro burgués se han opuesto eufemismos paradójicos más “orwellianos”, como el memorable viceministerio venezolano para la Suprema Felicidad Social del Pueblo.

La guerra es la paz

«Israel es el único Estado judío del mundo y la única democracia en la región, un faro de valores humanos universales y libertades civiles en un vecindario violento. Israel lucha por la paz con todos sus vecinos y ha logrado una coexistencia pacífica y asociaciones prósperas con algunos países árabes y musulmanes.» (Embajador de Israel en Colombia, noviembre de 2023)

En la novela de Orwell los tres grandes Estados existentes están en guerra. Indistintamente, siempre hay dos naciones que se alían contra la otra. Cuando Oceanía cambia de aliado, el Gobierno cambia los registros del pasado para hacer creer que su aliado actual ha sido siempre el mismo. Ninguna nación busca la victoria y no quieren que la guerra acabe, ya que el objetivo de la guerra es mantener al pueblo pobre, ignorante y dirigiendo su odio contra países extranjeros. Otro objetivo de la guerra es mantener la abundante producción armamentística entre la producción de sustitutos de alimento y ocio alienante.

En nuestro mundo no es mentira que la guerra es la paz y la paz es la guerra. Que una no existe sin la otra. Como reza la famosa cita de Clausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios».

Si la guerra es el uso de la fuerza para imponer violentamente objetivos políticos y económicos, la guerra es también la economía “por otros medios”. Hoy las guerras puntuales son profundizaciones de la guerra permanente que llamamos paz. Es tan simple y tan triste como mirar el número de muertos en el mundo en guerra y en épocas de paz social: cientos de miles de muertes por bombardeos, hambre, enfermedad y suicidio.

Y si la guerra es el conflicto de intereses entre un sector y otro, en el cual unos pocos ponen a morir a su gente para recibir las ganancias, entonces el modo de producción capitalista es la guerra. Es a esto a lo que le llamamos paz.

Volviendo a 1984, un personaje llamado Syme dice «Los proles no son seres humanos», así como hoy dicen los defensores del Estado israelí contra la población palestina.

La libertad es la esclavitud

«Viva la libertad, carajo.» (Javier Milei)

Milei expresó que existe la «libertad de morirse de hambre», porque todos somos libres de hacer lo que queramos. En primer lugar la posibilidad de trabajar asalariadamente no existe para todos, o muchas veces se presenta bajo condiciones de explotación deplorables, por lo cual no hay mucho para elegir. Pero lo interesante aquí es que Milei expone con brutal claridad el significado de la libertad en el modo de producción capitalista.

Más allá del pesimismo que suscita Orwell nos interesa señalar la noción de libertad de esta sociedad capitalista. Y pensar también que dicha palabra, en un acto de crimental, ha sido históricamente apropiada por revolucionarios para romper el estatus quo a través de los últimos siglos. Para eso vamos a volver sobre el libro que redactamos y publicamos recientemente, Contra el liberalismo y sus falsos críticos (Lazo Ediciones, 2023):

Libertad de empresa, librecambio, libertad de mercado, libertad de prensa, libertad de culto, libertad sindical. «Libertad, libertad, libertad» reza el himno nacional argentino, de ese Estado erigido sobre la masacre y la desposesión.

Los apóstoles de la libertad pretenden, en su mayoría, mantener en su lugar el mundo capitalista de la economía y las cadenas del asalariado. Los explotadores anónimos del mundo de Orwell hacen gritar a sus esclavos: «La libertad es la esclavitud», cuando la realidad ha rebasado, desde hace mucho tiempo, esta ficción ambigua. «El trabajo libera» estaba escrito en las puertas de los campos nazis de trabajo forzado.

La ignorancia es la fuerza

«Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto resultaba mucho más horrible que la tortura y la muerte. (…) Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad.» (George Orwell, 1984)

La palabra de Oxford Dictionaries del año 2016 fue post-truth, es decir, posverdad. Este neologismo describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. No se trata de la tradicional falsificación de los hechos, sino de darles una importancia secundaria.

Aún en esta desgracia nos dicen que vivimos en el mejor de los mundos, o al menos en el único posible: «La alteración del pasado es necesaria (…) el miembro del Partido, lo mismo que el proletario, tolera las condiciones de vida actuales, en gran parte porque no tiene con qué compararlas.»

Milei señaló recientemente «esta es la herencia que dejan: una inflación plantada del 15.000% anual, que vamos a luchar con uñas y dientes para erradicarla» y agregó que «por más que este número parece un disparate, implica una inflación del 52% mensual». Así es que una inflación de 30% mensual como la de enero parece menos brutal en comparación con los números del Ministerio de la Verdad. Hoy juegan a la confusión, anteriormente el INDEC inventaba cifras.

«Lo más curioso era —pensó Winston mientras arreglaba las cifras del Ministerio de la Abundancia— que ni siquiera se trataba de una falsificación. Era, sencillamente, la sustitución de un tipo de tonterías por otro. (…) Las estadísticas eran tan fantásticas en su versión original como en la rectificada. (…) Por ejemplo, las predicciones del Ministerio de la Abundancia calculaban la producción de botas para el trimestre venidero en ciento cuarenta y cinco millones de pares. Pues bien, la cantidad efectiva fue de sesenta y dos millones de pares. Es decir, la cantidad declarada oficialmente. Sin embargo, Winston, al modificar ahora la “predicción”, rebajó la cantidad a cincuenta y siete millones, para que resultara posible la habitual declaración de que se había superado la producción. En todo caso, sesenta y dos millones no se acercaban a la verdad más que los cincuenta y siete millones o los ciento cuarenta y cinco. Lo más probable es que no se hubieran producido botas en absoluto. Nadie sabía en definitiva cuánto se había producido ni le importaba. Lo único de que se estaba seguro era de que cada trimestre se producían sobre el papel cantidades astronómicas de botas mientras que media población de Oceanía iba descalza. Y lo mismo ocurría con los demás datos, importantes o minúsculos, que se registraban. Todo se disolvía en un mundo de sombras en el cual incluso la fecha del año era insegura.»

La fuerza de la ignorancia no es solo la delegación y desaparición de los conocimientos indispensables para la vida, sino el declive constante de la inteligencia crítica. Es decir la aptitud para comprender el tiempo que nos toca vivir y cuales son las condiciones actuales para su transformación. Orwell escribió en su Diario de guerra: «Si gente como nosotros comprende la situación mejor que los supuestos expertos, no es porque tenga poder alguno para predecir acontecimientos concretos, sino porque puede percibir la clase de mundo en que vivimos».

De nosotros depende no acabar afirmando que “2+2=5” cuando el Partido lo requiera. Que la lucha no termine, no vencernos a nosotros mismos. No amar al Gran Hermano.

NO ES "CONFLICTO PALESTINO", ES UNA MASACRE

Ante el horror de la masacre en Gaza y el persistente atractivo del nacionalismo local, volvemos a preguntar: ¿no están los Estados fundados sobre la masacre, la desposesión y la expulsión de habitantes preexistentes?

En ocasiones, se habla de Israel como “Estado ilegítimo”, pero ¿y los otros Estados? El argentino también está fundado sobre masacres y desposesiones generalizadas que parecen lejanas. Esa es la patria que se supone hay que defender, la que “no se vende”.

Milei y sus “fuerzas del cielo”, la cita bíblica que se convirtió en eslogan y como han dado en llamar su misión mesiánica, apoyan explícitamente las fuerzas aéreas y terrestres del Estado de Israel que lleva adelante una masacre en Gaza. Es la ratificación de un alineamiento incondicional sobre cómo Israel trata a la “población sobrante” en Gaza. Sobrante para el Capital, claro.

El vicepresidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) dijo: «No hay inocentes civiles en Gaza, tal vez los niños de menos de cuatro años», debiendo renunciar poco después. En estas épocas parece ser más reprochable avalar verbalmente una masacre que llevarla a cabo o financiarla en silencio.

A su vez, para los gerentes del capital militarizado esta situación constituye una excelente oportunidad para acumular dinero y multiplicarlo. Para desarrollar y comercializar armas y sistemas de seguridad en todo el mundo a través de la guerra, con la masacre de la población palestina como objetivos de ataque y de pruebas en terreno.

“Población sobrante”

Aquello que se percibe y se nombra como población sobrante es una expresión concreta de la dinámica del modo de producción capitalista. Al interior de la clase proletaria, una porción creciente no logra vender su fuerza de trabajo, o si lo hace es en sectores de bajísima productividad en condiciones de extrema precariedad. Esta porción sobrante para la valorización es mantenida a duras penas, requiriendo de la ayuda estatal, o directamente es desechada, librada a su suerte e incluso asesinada.

La cosificación de los vínculos sociales que significan el intercambio mercantil y la venta de la fuerza de trabajo para sobrevivir, implica en situaciones extremas que una población pueda ser completamente deshumanizada, habilitando a su bombardeo, a su fusilamiento, a privarlos de agua, comida, vivienda y cuidado, tal como en Gaza.

La destrucción de esa “mercancía humana” en algunas regiones y desde hace años es llevada adelante militarmente bajo eufemismos como “guerra contra el terrorismo”. Cada gesto de apoyo al Estado de Israel, cada intervención de gobernantes, periodistas o artistas para “denunciar a los terroristas” es parte de una práctica de complicidad mundial donde la masacre es aceptada y avalada.

En una entrevista titulada Gaza: militarización extrema de la guerra de clases en Israel-Palestina (Le serpent de mer, 30/10/2023) Emilio Minassian señala que en Gaza no hay simplemente una guerra sino una gestión del proletariado “sobrante” con medios militares por parte de un Estado democrático, civilizado y perteneciente al bloque central de la acumulación. “Sobrante”, señala Minassian, en el sentido de que el trabajo en Gaza no permite casi ninguna acumulación capitalista. El capital que circula en Gaza procede esencialmente de rentas de la ayuda exterior (Irán y Qatar) y rentas de situaciones de monopolio como los túneles de tráfico fronterizo. Se han creado fortunas en torno a los túneles de contrabando. Hamás, a diferencia de la Autoridad Palestina (AP), no se encarga de los servicios públicos, ni paga los salarios: éstos los paga siempre la AP. En Gaza, la reproducción de los proletarios y la valorización son dos procesos desacoplados: los beneficios generados no son el resultado directo de la explotación del trabajo por los capitalistas. Sin embargo, se trata de una tendencia mundial. En Argentina, por ejemplo, trabajar precarizados en un sector improductivo o de baja productividad, o recibir una ayuda social financiada con renta o plusvalor extraído de otros sectores, son formas concretas de reproducción de la fuerza de trabajo, que no necesariamente valorizan capital, aunque de momento resultan necesarias para la reproducción social en su conjunto.

La población en Gaza depende también, y en gran medida, de las ayudas exteriores de la ONU, a través de la Agencia para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio. Recientemente han suspendido su financiamiento varios de sus principales países aportantes como EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido, Suiza, entre otros, debido a la acusación por parte de Israel de una supuesta participación de algunos miembros del personal de esta organización en el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. La complicidad en la masacre parece no tener límites.

Por su parte William Robinson en un artículo de 2014 titulado La economía política del apartheid israelí y el espectro del genocidio también afirma que la globalización capitalista convierte a los palestinos en “humanidad sobrante”:

«La población palestina de los territorios ocupados constituye hasta la década de 1990, una fuerza de trabajo barata para Israel. Pero con incentivos israelíes a la inmigración de judíos de todo el mundo y el colapso de la antigua Unión Soviética, una gran afluencia de asentamiento judío se ha producido en los últimos años. Además, la economía israelí comenzó a convocar mano de obra inmigrante de África, Asia y otros lugares. (…) una opción particularmente atractiva para Israel, ya que elimina la necesidad de mano de obra palestina políticamente problemática. Como la inmigración ha eliminado la necesidad de Israel de mano de obra barata palestina, esta se convirtió en una población marginal sobrante

Pero no es solo una masacre de eliminación sino también de conquista territorial. Se estima que hasta el 85% de la infraestructura gazatí ha sido demolida: viviendas, hospitales… Los capitalistas quieren el territorio del grupo segregado pero no su fuerza de trabajo, ni su existencia física. El racismo estatal constituye a las fuerzas de exclusión e impulsa a la apropiación de los denominados “recursos naturales” (el territorio reducido a cosa). Esa estructura racista acarrea la posibilidad concreta de desatar una masacre como la que estamos observando. Fue la experiencia de los nativos en América del Norte, y en el sur del actual territorio argentino. Es la génesis de los Estados y sus democracias. Particularmente en Gaza, lo étnico-religioso busca ser presentado como núcleo duro del conflicto, ocultando el desenvolvimiento de las necesidades del Capital en la región.

La industria de la guerra

Un capitalista puede producir películas, alimentos o armas si eso genera dinero. Porque no produce sino para incrementar su ganancia y así funciona el Capital, incluso si eso “cuesta” la vida de miles o millones de seres humanos.

La industria de la seguridad israelí es una importante rama de exportación de armas y munición que se ponen a prueba todos los días en Gaza y Cisjordania. La protección de los asentamientos de colonos requiere el desarrollo constante de seguridad, vigilancia y disuasión con cercas, retenes, cámaras de vigilancia y robots. Fuera de Palestina sirven para bancos, empresas y barrios de lujo del mundo.

Argentina compra armas y seguridad a Israel para defender la Patria. Ya desde la guerra en Malvinas, según archivos desclasificados, Israel armó y ayudó secretamente al país, argumentando que la venta de armas para Argentina era esencial para su industria de armamento interna, y que el Reino Unido estaba suministrando municiones a sus enemigos del mundo árabe.

Argentina es un mercado favorable a Israel en la expansión de la industria armamentista y de la disputa por el control hegemónico ante los “nuevos conflictos de seguridad”. A partir de un contrato firmado al finalizar el año 2022, la empresa israelí UVision Air Ltd. venderá a Argentina un sistema de armas que combina características de una aeronave no tripulada (UAV, dron en lenguaje coloquial) y de un misil. Se desconoce la hipótesis de conflicto que sustenta la operación.

Del otro lado de la cordillera también se usa armamento israelí para combatir a los mapuche en lucha. Allanan las Lof con vehículos de lujo, helicópteros y armas de asalto israelíes. En Chile, además de los contratos en tema de seguridad entre ambos países, los soldados reciben entrenamiento, tecnología y armamento militar israelí. «Las balas que asesinan a palestinas y palestinos son las mismas que se usan para reprimir en nuestros territorios» señalan desde el Walmapu. Aunque Boric “se posicione por Palestina”.

Israel progresa específicamente a través de la militarización de alta tecnología. Su economía sufrió dos oleadas de reestructuración afirma Robinson. La primera, en los años 1980 y 1990, fue una transición de la agricultura tradicional y la economía industrial hacia otra basada en la informática y la tecnología de la información. La segunda, seguida por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y la rápida militarización de la política mundial, produjo en Israel un giro más hacia un «complejo global de las tecnologías militares, de seguridad, inteligencia y vigilancia contra el terrorismo».

La economía israelí se alimenta de la violencia local, regional y mundial, los conflictos y las desigualdades. Sus principales empresas han pasado a depender de la guerra y el conflicto en Palestina, en Medio Oriente y en todo el mundo.

Como podemos advertir, la guerra no es simplemente el arma capitalista para atacar al proletariado, para subordinarlo o eliminarlo. También se trata de una empresa claramente expansionsita, contra Hamás en tanto principal defensor actual del nacionalismo palestino, y contra los países de la región que lo apoyan, como es el caso de Irán y Qatar, con claras intenciones de dominio regional también.

Y por sobre todo debemos retener que en la guerra de clases diaria y mundial la burguesía no necesita generalmente usar bombardeos con aviones, drones con misiles, ni sistemas de cyberseguridad. Además de la masacre despiadada, el avance abierto sobre los “territorios” y la industria de las máquinas de matar es necesario parar esta guerra silenciosa: del hambre, la enfermedad provocada por sus otras industrias, los “accidentes laborales”, el terror machista, la miseria y el suicidio (una de las principales causas de muerte en todo el mundo).

El fin de las guerras capitalistas solo es posible con el fin del capitalismo, no existe una sin lo otro.

jueves, 11 de enero de 2024

¡ESTO ES LUCHA DE CLASES!

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La megadevaluación y el decretazo del gobierno son un ataque de clase. Contra quienes trabajamos, alquilamos, usamos transporte, salud pública, recibimos ayudas sociales y/o protestamos.

El nuevo gobierno comenzó con una ofensiva: la devaluación del 54% del peso argentino respecto del dólar. El plan motosierra es una licuadora de salarios. Incluso de las ayudas sociales de mayor alcance que, para horror de sus votantes, La Libertad Avanza aumentó un 50% (AUH y Tarjeta Alimentar). A pesar de esto no se contrarresta la inflación acumulada durante los últimos meses de la gestión anterior, y se suma el impacto inflacionario de la brutal devaluación actual.

El polémico Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y la “ley ómnibus” presentados por el nuevo gobierno generan confusión sobre qué entra en vigencia y qué no. Además, parecen dejar en segundo plano la megadevaluación como ajuste sin decreto que sufrimos de un día para otro y que se suma a la alta inflación que venimos padeciendo desde hace meses y años.

El DNU comienza con una afrenta de clase: derogación de la Ley de alquileres. Y no significa que la anterior fuese buena ya que, al ajustar alquileres con un promedio entre inflación y salarios registrados, no hacía más que acompañar los aumentos del resto de los precios. La propuesta actual es aún peor: fuerza a los inquilinos a pagar lo que al propietario se le ocurra, incluso los denominados gastos extraordinarios, empeorando la cuestión de las garantías y las recesiones, desregulando la duración de los contratos. Esa es la libertad de contrato que propone el liberalismo: entre partes que son formalmente iguales ante la Ley pero desiguales socialmente.

El resto de los apartados son obsequios para otros sectores: derogación de la Ley de manejo del fuego, que permite acelerar los tiempos de venta de un territorio incendiado (como los humedales quemados de esta zona), de la Ley de tierras, de leyes que regulan la actividad minera, vitivinícola, algodonera y deportiva. Necesidades y urgencias de la burguesía.

Algunos artículos nos afectan indirectamente al modificar la distribución de plusvalor al interior de la clase explotadora. Otros apuntan directamente a aumentar la tasa de explotación y debilitar nuestra capacidad de acción, de protesta y de reunión. Ante un ajuste brutal se preparan para las protestas, huelgas y movilizaciones.

El DNU define “actividades esenciales”, como en el estado de excepción durante la cuarentena, que en caso de huelga tendrían la obligación de cubrir “al menos el 75% del trabajo normal”. Los trabajadores de “importancia trascendental”, por su parte, deberían cubrir el 50% del trabajo normal en caso de huelga.

Además, el DNU limita el derecho a realizar asambleas en el lugar de trabajo, ya que se las considera medidas de fuerza. Prohíbe los piquetes de huelga en la puerta de las empresas, convirtiendo esta medida en causa justificada para despido. A su vez se modifica el cálculo de indemnizaciones para “explorar mecanismos de indemnización alternativos a cargo del empleador”. Se reducen las multas laborales por trabajo no registrado o mal registrado y se prolonga el período de prueba de tres a ocho meses “para fomentar el trabajo”. ¡Trabajo hay! Esta vez la crisis es con trabajo, con uno o con dos. No es una crisis marcada por la desocupación, sino de pobreza con salarios de mierda.

Sumando trabajadoras y trabajadores “esenciales” y de “importancia trascendental”, tenemos gran parte de la porción asalariada de la clase proletaria del país. Estos y el resto, asalariados o no, somos atacados con la brutal caída de salarios, ayudas y jubilaciones mediante la inflación.

La pérdida de derechos es relativa entre tanta precarización. La quita de derechos ya existe sin DNU y viene de gobiernos anteriores empujando a cada vez más proletarias y proletarios a la precarización: trabajos y alquileres sin contrato, por ejemplo.

Por otra parte, pareciera que el problema del DNU es su “inconstitucionalidad”: ¡no! Ese es el terreno legal y puede servir en lo inmediato para frenar todo esto. Pero no olvidemos que nuestra lucha, la lucha por nuestras necesidades, también puede ser ilegal y pasar por alto el Congreso. No es un argumento universalmente válido. Cuando el Derecho se vuelve el horizonte de los cambios sociales, incluso revolucionarios, es porque no trasciende la reproducción del propio modo de producción capitalista y sus formas políticas. Y se acaba discutiendo si es cierto que el DNU en realidad deroga leyes de Videla y Onganía, como bien hacen notar los defensores de Milei.

No vale corear la de “Milei basura, vos sos la dictadura” porque es democracia. No vale decir, cuando la democracia no gusta, que es una dictadura; es una arbitrariedad de mal perdedor. Los anteriores también gobernaron con decretos y el Estado existe para poner orden y reprimir, además de distribuir migajas. Sucede que hay cada vez menos migajas y eso incrementa directamente los palos. El jueguito discursivo está en dejar a la democracia limpia de culpa y cargo (para seguir con el lenguaje religioso-judicial), y lo que resulta desagradable ponerlo fuera, achacarlo a la dictadura. Malas noticias para los demócratas: no hay democracia sin represión, sin hambre, sin desempleo.

El problema con este DNU es su explícito contenido de clase. No es simplemente el “decreto de Milei”: es de la burguesía, y la burguesía no tiene partido. Claro que tienen conflictos de intereses entre diferentes sectores por sus ganancias, por cómo y cuánto explotarnos, pero no tenemos por qué tomar partido en esas contiendas.

Como clase explotada tampoco es necesario meternos en el debate “fiscal”, que es un enfoque burgués, adoptado, por ejemplo, por el nuevo ministro de Economía: «La génesis de nuestros problemas ha sido siempre fiscal», y anunció «si seguimos como estamos, vamos inevitablemente camino a una hiperinflación». Por eso es que buscan reducir los subsidios a la energía y al transporte, entre otras medidas de austeridad. «Hoy el Estado sostiene artificialmente precios bajísimos en tarifas energéticas y transporte a través de estos subsidios (…) Pero estos subsidios no son gratis, se pagan con inflación. Lo que te regalan en el precio del boleto te lo cobran con los aumentos en el supermercado. Y con la inflación, son los pobres los que terminan financiando a los ricos», aseguró Caputo, que no está tan lejos de la verdad. La cuestión es dónde posicionarse ante esta realidad.

Cuando quitan los subsidios a las empresas de transporte de pasajeros sufrimos una nueva reducción del salario: pero como en otras ocasiones, no es tanto que el boleto sea caro sino que nuestra fuerza de trabajo es muy barata, baratísima. Lo mismo ocurre con los alquileres: en relación al precio de una vivienda los alquileres no son caros, lo son en comparación con nuestro salario. En el caso del subsidio al transporte se trata de un subsidio a los capitalistas. Eso no quiere decir que no nos beneficie de forma indirecta. Pero les permite a los burgueses pagar salarios más bajos (o al propio Estado, en el caso de las ayudas sociales). Si el Estado permite que gastemos menos en viajar (principalmente al trabajo o a diferentes actividades relacionadas con ello) nuestra fuerza de trabajo se abarata, lo cual beneficia a nuestros patrones, es decir, se beneficia la clase explotadora en su conjunto.

Así que, aunque suene paradójico, de diferentes maneras la quita de subsidios afecta a los burgueses del sector en particular y a sus trabajadores. La implicación recíproca que existe entre nuestra clase y el Capital no desmiente su carácter antagónico. De hecho, la reproducción de nuestras condiciones de vida está ligada a la reproducción del Capital, así mismo nuestras luchas.

En la otra vereda (y por la vereda) Guillermo Moreno, exponente del peronismo doctrinario, lo explica a su manera: «En el estatus quo estamos todos los que estamos en contra de esta revolución que pone al país patas para arriba. Y hoy ya empezaron a trabajar el movimiento obrero con los empresarios, se empiezan a encontrar dentro de una doctrina extraordinaria que es la peronista. Que no somos la lucha de clases, nosotros somos la armonía entre Capital y trabajo. (...) Y este decreto le pega al trabajo y le pega al Capital.»

Evidentemente el ajuste se garantiza con represión. Y supone un problema para quienes no fueron lo suficientemente domesticados o institucionalizados, o para quienes la situación los fuerza a salir a la calle pese a los llamados a la calma de años anteriores. El panorama es difícil, luego de años y años de debilitamiento a través de represión vía institucionalización e integración en la política burguesa.

El gobierno nos marea con amenazas mientras comienza a dar palos. Antiguo anhelo burgués, el “protocolo antipiquetes” presentado por el Ministerio de Seguridad de la Nación establece que las fuerzas policiales y de seguridad federales «intervendrán frente a impedimentos al tránsito de personas o medios de transporte, cortes parciales o totales de rutas nacionales y otras vías de circulación». Para evitar los cortes de la circulación de mercancías y de la mercancía fuerza de trabajo por piquetes y manifestaciones callejeras, habilita a que las protestas se realicen solamente sobre las veredas.

Por otra parte, el Ministerio de Seguridad podrá demandar judicialmente a «las organizaciones convocantes a las manifestaciones, así como a las personas individuales que resultaren responsables, por el costo de los operativos». Además «se establece que las entidades perjudicadas podrán iniciar acciones de resarcimiento por los daños y perjuicios que hubieren sido ocasionados contra el patrimonio público y las personas». Ahí se entiende doblemente que «quien las hace las paga», como señaló Milei. A la cuenta del operativo de seguridad se le pueden agregar destrozos o limpieza de paredes pintadas. Y en caso de tratarse de extranjeros con residencia provisoria en la Argentina, se enviarán sus datos a la Dirección Nacional de Migraciones «a los fines pertinentes». Dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada. Y son ellos quienes redactan las leyes.

A esto hay que agregar la denominada “ley ómnibus”, que incluye un insólito requisito: si tres o más personas desean reunirse en un espacio público, deberán pedir permiso 48 horas antes al Gobierno. Y en caso de contar con ese certificado de aprobación, la reunión podrá realizarse siempre y cuando «no estorbe, impida o entorpezca el tránsito».

En paralelo, la ley ómnibus también impulsa la creación de una figura penal para «quienes dirijan, organicen o coordinen una reunión o manifestación que impidiere, estorbare o entorpeciere la circulación o el transporte público o privado o que causare lesiones a las personas o daños a la propiedad», los cuales «serán reprimidos con prisión de 2 a 5 años, estén o no presentes en la manifestación o acampe». La intención parece ser la de sumirnos en un estado de excepción permanente, dentro de la normalidad capitalista. Como durante la declaración mundial de la pandemia.

La burguesía, nacional o extranjera, nos explota y nos oprime de diferentes maneras. Tengamos o no trabajo. De cualquier género, de todos los colores y diferentes capacidades.

La nueva oposición notifica: «Milei prende la maquinita y el gobierno emite dos billones para pagar deuda y gastos. La cifra equivale al plan platita de Massa que incluyó bonos para jubilados y desocupados, devolución del IVA, y los beneficios impositivos para montributistas y asalariados registrados.» Pero a nosotros de nada nos sirve seguir insistiendo en que el problema es la emisión, que no es solo causa sino principalmente consecuencia del malestar económico en este territorio. De hecho, con la devaluación brusca del peso se licúa su valor real vía inflación, y esto es mucho más importante que la cantidad de pesos circulantes (valor nominal) y las emisiones.

El actual descontento se percibe como un problema de la economía nacional, desconectado de la mundialidad del modo de producción capitalista, un ombliguismo típicamente argentino. No se percibe un horizonte que vaya más allá del de la nación y sus individuos. No se perciben problemas estructurales.

La reducción nacionalista canta insistentemente “la patria no se vende”, dejando el “que se vayan todos” a los partidarios del nuevo gobierno. El espontaneísmo político convive con el fervor electoralero que de espontáneo no tiene nada, sirve de furgón de cola del kirchnerismo y además exige paro a la CGT avalando, de esa manera, todas las instituciones burguesas que contribuyen a nuestra explotación.

Este nuevo pacto democrático nos dice que de esta “se sale votando”. Entonces toda resistencia es una campaña permanente. Solo de esa manera se le puede pedir coherencia a Milei para dejarlo en falta frente a sus votantes (?). ¿Por qué pedirle a Milei que cumpla con su promesa de que la crisis la pague la casta? ¿Para qué pedir a la CGT? Aún considerándolos traidores, ¿traidores de clase?, si son parte de la burguesía explotadora. Ya no solo por sus propuestas ideológicas de conciliación trabajo-capital sino por su posición social objetiva: burgueses. ¿Qué sentido tiene para nuestra clase defender la patria? ¿Y a la burguesía nacional? Se parece a la teoría del derrame de los liberales: “si a la burguesía y al país les va bien, a nosotros también".

No existe algo así como la casta: no hay castas, ni clase política, porque las clases se definen en relación a la explotación y no a las ideologías. Un burgués pude decir todo lo que se le antoje, pueden tomar sus frases y hacerlas bandera pero lo que lo define es su rol en el antagonismo social. Así mismo, las crisis de la sociedad capitalista se producen por su propia dinámica que luego gestiona cada gobierno a su manera. A la propuesta impotente de que la crisis la paguen los ricos, como profesaba la izquierda, ahora directamente se propone que la pague un sujeto inexistente como la casta.

Las crisis empobrecen al proletariado y bajan el nivel de vida de cada una de sus sectores: degradación de las condiciones laborales, reducción del precio de la fuerza de trabajo, aumento del desempleo, empeoramiento en la vivienda, la salud, la educación. Estas condiciones no disparan necesariamente la solidaridad y la lucha porque no se trata de un mecanicismo de la historia o de “cuanto peor, mejor”.

Las crisis preparan una entrada desfavorable para el proletariado en el nuevo ciclo económico. Con abundante mano de obra deseando trabajo en las condiciones que sea, con unos sueldos bajos y aspiraciones más bajas que el ciclo anterior. Eso puede explicar por qué estamos cada vez peor, por qué hay cada vez menos respuesta colectiva y masiva frente a estos atropellos. Quien ingresa al mercado laboral ya ni pretende estar en blanco, como el de la generación anterior no aspiraba al auto-familia-vacaciones, o su antecesor a la casa que otros sí pudieron comprar trabajando.

Como vemos, no se trata de volver atrás o hacer deseable el pasado del llamado “Estado de bienestar”. Se trata de advertir los cambios en la sociedad capitalista: en lo relativo al trabajo, a la identidad obrera, a la división sexual, al capacitismo, al nacionalismo, a la familia, a la religión y al racismo. Elementos puestos en cuestión por los movimientos sociales, así como por las propias dinámicas capitalistas.

Es momento de explorar nuevas perspectivas, nuevas maneras de luchar. Más allá de la patria, del Estado, de la democracia, de la lógica de la mercancía, de los partidos políticos y de los sindicatos.

Ya es hora de señalar la insistencia con “la calle” como receta mágica. La lucha está en las calles, pero no solamente. Habrá quienes dirán que hay que “radicalizarlas”, es decir tirar piedras y enfrentarse con la policía. Esta es una buena ocasión para preguntarnos además: ¿qué lucha? ¿La que quiere hacer volver al gobierno anterior? ¿La de fogonear un nuevo líder de la democracia representativa? ¿Refundar el sindicalismo? ¿Confiar en los movimientos sociales completamente integrados a la normalidad capitalista?

Uno de los posibles futuros condensadores de la rabia actual es Juan Grabois, católico, de discurso contundente y peronista obediente. Pretendido representante, ya no de la masa obrera sino de la masa precarizada que denomina “economía popular”. Hace pocos años atrás fue clarísimo: «Hay que dejar de pensar que el problema de la conflictividad social en argentina somos los movimientos sociales. El Polo Obrero hoy está conteniendo 60 grupos que si no estuvieran desfilando por la 9 de julio estarían haciendo cosas peores. Ustedes no entienden lo que nosotros hacemos por la paz social en este país, no lo dimensionan».

La forma de organizarse, los métodos y los fines de muchos de los movimientos sociales, no solo son reprimidos por el nuevo gobierno, perdieron credibilidad para las personas explotadas de esta sociedad. Ahora se los pone en cuestión por derecha, desde el Estado, pero es un secreto a voces su clientelismo, las tomas de asistencia en las manifestaciones, lo vemos hace décadas. Para muchos hermanos de clase no es más que un laburo y para otros no es una alternativa válida de protesta.

¿Qué decir del sindicalismo? No se trata de que sea corrupto o sus representantes sean inútiles o avaros. No sirve, no solo para la emancipación de las trabajadoras y trabajadores, siquiera en lo inmediato para defendernos. Solo sirve para mantener la armonía entre explotadores y explotados, para que los primeros ganen todo lo que puedan sin olvidar que sus ganancias dependen de nuestra supervivencia.

Habrá quien quiera leer en esto desesperanza o nihilismo. Para nosotros es todo lo contrario. Puede abrirse una posibilidad para explorar y experimentar nuevos métodos, nuevos encuentros y desencuentros, nuevos horizontes. Más allá de las mezquindades de lo normal e impuesto. El año electoral significó una gran pausa a la conflictividad social y la reflexión crítica, pero estos cambios obligan a replantear todas las cuestiones, un balance de las luchas en curso. Es momento de insistir con la necesidad de ruptura.

El fenómeno Milei se apoya en un desprecio a la política tradicional que no es cuestionada como política, en un alto grado de conformismo y confianza en la representatividad y en el “sálvese quien pueda” capitalista. Por su lado, toda la política “progre” continúa encargándose de borrar la ruptura como alternativa, como posibilidad. Es cada vez más nacionalista, estatista, gestionista de lo existente. Ese viene siendo el rol de los partidos políticos que se pretenden representantes de la clase proletaria, mientras que otros como el gobierno actual sinceran su rol como defensores de la burguesía, y cuentan con trabajadores adeptos frente al fracaso del progresismo.

Partiendo de las luchas actuales y las transformaciones de las últimas décadas de la dinámica capitalista a nivel mundial, prestamos atención a sus manifestaciones locales y las posibilidades que estas suponen. En primer lugar, la reproducción masiva de fuerza de trabajo en condiciones de absoluta precariedad, con grandes niveles de desempleo y pobreza. Esto se evidencia como una gran dificultad para el Capital. Por lo pronto, logra sortearla a través de grandes redes de asistencialismo estatal. Veremos cómo continúa esta cuestión ante este nuevo panorama de ajustes violentos.

Otro aspecto fundamental es el de las luchas de mujeres y disidencias, atendiendo en el análisis a los cambios en la división sexual en el capitalismo. Más allá de las políticas centradas en el plano de reconocimiento identitario, señalamos la imposibilidad del capitalismo por dar respuesta a muchas de las problemáticas que se han puesto de manifiesto. Desde una perspectiva revolucionaria ha quedado suficientemente en claro que no es posible abolir las clases sociales sin abolir la división de género y que, por tanto, no es posible abordar un tema sin el otro.

En las luchas en curso también nos encontramos con la cuestión medioambiental. La economía argentina se basa fuertemente en la producción primaria, tanto agropecuaria como minera. De esta depende en gran medida la reproducción de buena parte de la fuerza de trabajo a través del Estado. Este tipo de producción no se puede relocalizar cuando es rechazada por la población. Apostamos por asumir estas profundas implicancias de la lucha, en oposición al supuesto capitalismo verde y a la defensa del territorio como “recurso nacional”. Esto puede volver a dar impulso a las luchas de quienes se identifican como pueblos originarios. Y necesariamente incrementará la lucha antirrepresiva ante los embates de la fuerzas de seguridad.

Evidentemente, la lucha por salarios y mejores condiciones de trabajo continúa siendo fundamental, pero no es la única y se articula con las demás. Ya no es posible pensar los problemas aisladamente.

En resumen, nos referimos a varios planos de la lucha de clases actual, que exceden al mero ámbito de la producción y ponen en cuestionamiento la reproducción capitalista en su conjunto. La posibilidad de una ruptura revolucionaria está latente en esas luchas y expresa un camino a seguir, aunque por el momento se imponga con fuerza la pacificación democrática. No proponemos un cambio de hoy para mañana, pero hay que comenzar. Lo utópico es esperar mejoras de representantes burgueses.

Contra el liberalismo y todas las variantes de la sociedad capitalista. Por el comunismo y la anarquía.