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Todas las semanas mueren en Rosario personas a manos de la violencia mafiosa: tiratiros, balaceras, balas perdidas y ajustes de cuenta. Cada día escuchamos las detonaciones o nos lo cuenta alguien cercano, sino basta con abrir los diarios locales, prender la radio o la televisión para enterarnos sobre nuevas muertes y heridos de bala. ¡Hasta eso íbamos normalizando! Pero este caso es un salto en la gravedad de los asesinatos a los que nos habituamos desde hace ya más de diez años en la ciudad. Jimi no tenía absolutamente nada que ver con las tramas mafiosas que se disputan los territorios, tribunas y venta de drogas, ni siquiera simpatizaba por el fútbol. Ni siquiera fue víctima de un tiroteo a una casa, negocio o institución y se cruzó una bala que no iba dirigida a él. Los cuales son hechos gravísimos pero corrientes. A Jimi lo mataron solo para dejar un mensaje, antes de volver a su casa, un mensaje mafioso a algún rival, pero dejando implícitamente otro mensaje mafioso a toda la población: parece no importar la vida de casi nadie.
Lo primero que salió a decir públicamente un fiscal fue que se trataba de un problema entre barrabravas, ya que el cuerpo fue dejado en la puerta del estadio de Newell’s. Si se asume que “se matan entre ellos” el hecho es socialmente aceptable y parece menos grave. Pero no, nos están matando, los empresarios de la legalidad y la ilegalidad, sus soldaditos. Quienes por unos pesos tirotean, matan, golpean y también mueren, todo bajo el amparo del Estado, sus fuerzas de seguridad y sus funcionarios que por complicidad de negocios o por omisión también tienen las manos manchadas de sangre. Ese mismo aparato estatal que ni siquiera fue capaz de notificar a la familia de Jimi acerca de su muerte. Por eso puede ser que ninguno sale a dar la cara, o la darán cuando el caso sea lo suficientemente mediático o utilizable políticamente, porque para eso están. Quizás cuando la escalada de violencia crezca y estén en peligro sus hijos en sus barrios privados, o empiecen a secuestrar y matar policías, políticos y periodistas.
Mientras tanto matan a los nuestros. El día 1 de febrero después de pasar un día con amigos y ensayar con su banda punk asesinaron a Lorenzo Altamirano (Jimi) de 28 años quien, entre otras cosas, tocaba el bajo y era malabarista. El hecho sucedió cerca de la medianoche, cuando lo cargaron violentamente en un auto, y lo remataron en una de las puertas de la cancha de Newell’s.
En este contexto de tristeza y rabia el domingo 5 hubo una manifestación convocada por sus cercanos, amigos, familiares. El cierre del volante difundido decía: «Jimi era un pibe como vos y como yo, malabarista y músico, que solo volvía a su casa después de compartir una tarde con amigos. No sea indiferente, no espere a que le pase a uno de los suyos. Justicia x Jimi». Así fue que varias personas nos concentramos en 27 de febrero y Oroño, esquina donde él hacía malabares para ganar unos pesos y donde lo despidieron sus amistades por última vez. Al aproximarnos al punto de encuentro se veía gente con remeras de bandas, muchos punkis que en otro contexto nos cruzamos en recitales, varios niños y también gente mayor, todos con la angustia impregnada en las caras y los cuerpos. Luego de algunas breves palabras de quienes podían emitir un mensaje sin quebrarse, con volantes, pintura, ruido, pancartas y banderas arrancó una marcha por Oroño hacia Pellegrini, donde se encuentran los Tribunales. Allí se cortó el tránsito en la rotonda y se decidió ir hacia el estadio de Newell’s, a la puerta donde fue encontrado el cuerpo de Jimi. En ese lugar, después de un rato de concentración, aparecieron policías motorizados a toda velocidad, y otros con armas en mano para proteger unas paredes y dar otro mensaje mafioso: que ellos y solo ellos son el monopolio de violencia, que comparten por unos millones de pesos con quien pueda pagar una porción de dicho monopolio. Esa policía que, al igual que un ministerio, no significa seguridad, y que por más que cambie su jefe o el ministro una y otra vez, incluso si “hiciera bien su trabajo” no está para protegernos a nosotros sino a la propiedad y al buen funcionamiento de las instituciones. No debemos olvidar que el Estado está constituido a fin de cuentas por una “banda de hombres armados” en defensa de la propiedad, el intercambio y el trabajo asalariado.
Así como para los asesinos no valió nada la vida de Jimi, tampoco la valió para las autoridades estatales que salieron a decir que era una más del montón de muertes de personas relacionadas al narcotráfico en Rosario, presentando de alguna manera este caso como algo normal y preocupándose en primera instancia por garantizar que se juegue con público el partido del viernes 3 en dicho estadio, cosa que sucedió para la tranquilidad de la ciudadanía que mira para otro lado.
Ante toda esta tristeza y malestar es necesario dar importancia a las instancias de encuentros genuinos donde nos podemos reconocer en el otro y canalizar el miedo y el hartazgo en la complicidad de los que estamos podridos de esta vida de mierda y somos cada día más víctimas de esta sociedad violenta.
«Por más que callen, por más vueltas que dé el mundo, por más que nieguen los acontecimientos, por más represión que el Estado instaure; por más que se laven la cara con la democracia burguesa; (…) por más pactos que desarrollen con los controladores de clase; por más guerras y represión que impongan; por más que intenten negar la historia y la memoria de nuestra clase. Más alto diremos: asesinos de pueblos, miseria de hambre y libertad, negociadores de vidas ajenas, más alto que nunca, en grito o en silencio, recordaremos vuestros asesinatos de gentes, vidas, pueblos y naturaleza. De labio en labio, paso a paso, poco a poco.» (Salvador Puig Antich)
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