La clase capitalista, sus políticos y su policía reprimen ferozmente a quienes protestan contra la reforma y las pésimas condiciones de vida en Jujuy. El Estado festeja democráticamente el día de la bandera a palo, bala y secuestro. Allanan el camino para reprimir con más leyes a su favor de cara a los necesarios desalojos que trae la extracción de litio en la zona y a una profundización en el empeoramiento de las condiciones de supervivencia.
Los precandidatos presidenciales de Juntos por el Cambio apoyan abiertamente al gobernador Gerardo Morales. Lo mismo que la derecha liberal. Nos dicen que la gente es tonta y que entonces son manipulados por el kirchnernismo y la izquierda, que hay que mantener la paz y el orden. Desde el Frente de Todos, que también están para mantener la paz y el orden, aseguran que los represores son otros y dan lecciones de moral. Parecen ignorar que a largo plazo también se beneficiarán de estas leyes.
Esta es una democracia capitalista, no es ni se parece a una dictadura. Hace casi cuarenta años que hay elecciones. Basta de chantajearnos con el objetivo de defender el “mal menor”.
Capitalismo no es simplemente deuda con el FMI y extractivismo. El Capital siempre es extractivista, depredando el territorio y también la especie humana, extrayendo nuestra energía, tiempo y cuerpos para generar ganancia.
La lucha está en las calles, pero no es solo contra los excesos de esta sociedad mercantil sino contra la normalidad de la paz social, del intercambio, del comercio, de la compra y venta de nuestras vidas. Esa es la base para que exista la represión, los Morales, los desalojos, la destrucción de un territorio, así como también y por sobre todo, el trabajo y el desempleo, los ricos y los pobres.
Acá hay una cuestión de fondo que no cabe en los discursos y polémicas entre candidatos de uno y otro bando. Y mientras nos entretengamos en sus campañas y sus puestas en escena lo fundamental permanecerá intocable: una forma de sociedad que necesita que unos pierdan para que otros ganen.
Abajo la reforma. Arriba los salarios
Abajo las reformas. Arriba la revolución social
miércoles, 21 de junio de 2023
Jujuy: Represión y lucha en tiempo de campaña electoral
sábado, 29 de abril de 2023
1° DE MAYO CONTRA EL TRABAJO
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«El trabajo no dignifica, mortifica. Gastar sueldo dignifica, competir dignifica, sobre esforzar el cuerpo dignifica, sobre esforzar la mente dignifica, no estar con los seres queridos dignifica, no tener vidas fuera del trabajo dignifica, madrugar para trabajar dignifica, dormir para volver a trabajar dignifica, arriesgar la vida en el trabajo dignifica, ver como se nos fue la vida dignifica, renunciar a los sueños dignifica. ¡¿Estamos dispuestxs a seguir siendo dignxs de esa manera?! No celebremos el trabajo. El trabajo nos somete y nos mata. El trabajo no dignifica.»
Pensamos que podría causar rechazo, pero sucedió todo lo contrario. Es que cualquier persona que trabaja y quiere cambiar el mundo puede sentir suyas estas palabras.
Con los años la crítica del trabajo de la cual nos hacíamos eco, que ya venía de larga data y desde diferentes puntos del globo, fue gozando de cierta popularidad, o al menos fue creciendo. Esa popularidad en no pocas ocasiones la desligó de su aspecto revolucionario, transformador. Así, comprensiblemente, se critica al trabajo desde los pesares personales, muchas veces para enaltecer el ocio o para suponer que esta crítica significaría abandonar el trabajo ahora, individual o grupalmente. Una propuesta inobjetable, pero buscamos ir más allá. Por nuestra parte, insistimos en la crítica del trabajo como parte del nuevo mundo que queremos:
«Mientras las mayorías festejan el “día del trabajador” o peor aún el “día del trabajo”, algunos seguimos convencidos de la necesidad de librarnos de este. Es decir, de liberarnos de la forma que ha adquirido la actividad humana bajo el capitalismo. (…)
Miseria material, pero también afectiva, social. La realidad son las terribles condiciones de trabajo, las tareas sumamente alienantes, asquerosas y repetitivas que nos vemos obligados a realizar. La realidad es que no decidimos qué producir, ni disponemos de lo que producimos. Sean gigantescas empresas públicas o privadas, o pequeños productores, siempre se trata de unidades de producción aisladas, unidas únicamente por el intercambio mercantil, basándose en la obtención de la mayor ganancia posible. (…)
Mientras quieren convencernos de las virtudes del trabajo asalariado y que si trabajamos duro podremos disfrutarlas, parecieran olvidar las incesantes guerras, la contaminación, los accidentes laborales, los suicidios, los problemas psíquicos y físicos, la explotación infantil y un largo etcétera. Se dirá que todos estos son “detalles” a eliminar, sin embargo son parte constitutiva del mundo del trabajo asalariado, de su normalidad, y sin estos elementos no sería lo que es.» (La Oveja Negra nro. 8, El trabajo no dignifica, 2013)
Ser trabajador no es una identidad escogida, es una imposición de este modo de producción. Por eso comprendemos la crítica al trabajo como una cuestión social y no meramente como un padecimiento individual:
«El ciudadano, en su frenesí de consumo, consume ideología, consume identidad y tarda en comprender que hay realidades impuestas que no ha adquirido en el mercado. Ser proletario no es una identidad elegida, es una realidad social. Y sentir orgullo por esta condición es como enorgullecerse por ser esclavo. No amamos ser proletarios. Y revolución no significa, de ninguna manera, expandir la condición de los trabajadores a toda la humanidad.» (Cuadernos de Negación nro. 4, 2010)
Criticamos el trabajo y aún hablamos de proletariado, porque justamente criticamos lo que nos condena a ser parte de esta clase social. Por proletariado, una vez más, no se trata del trabajador hombre, fabril, sindicalizado y padre de familia:
«Teniendo en cuenta la importancia que tenía el obrero en los comienzos de las grandes luchas proletarias, es comprensible que muchos hayan buscado el “sujeto revolucionario” en los obreros y que “proletariado” haya sido, en muchos casos, interpretado como un sinónimo. (…) se veía al proletario en tanto trabajador y reproductor del Capital, y no como su enterrador, a la vez que se desestimaba, en muchos casos, la importancia de los campesinos y se fortalecía la ideología del progreso capitalista con sus monstruosas ciudades y fábricas, en oposición al “atraso” del campo. Muchos obreros se sentían parte de ese desarrollo y a lo sumo querían quitar a los burgueses del medio para gestionar y “disfrutar” ellos mismos del progreso capitalista. (…)
El obrerismo venera el trabajo manual, el “trabajo con martillos”. Su visión del proletariado es el “hombre musculoso”. Mediante el rechazo del trabajo comercial y de oficinas, rechaza a una gran parte de trabajadoras asalariadas, revelándose a sí mismo también como sexista.» (Cuadernos de Negación nro. 3, 2010)
¡Abajo el trabajo!
Sin duda, no todo lo que hacemos es trabajo. Hacer no es sinónimo de trabajar. El trabajo es una forma de actividad específica en una sociedad específica. Nuestros órganos no hacen su trabajo, ni trabajan un motor u otras máquinas:
«“Trabajo” suena hoy a los oídos de todo el mundo como el perfecto sinónimo de “actividad”, puesto que para la mayoría de los seres humanos el trabajo ha llegado a ser, lamentablemente, la totalidad de su vida. Y no hablamos solo de la forma de conseguir dinero para subsistir, todo es vivido como trabajo: los quehaceres domésticos, la creatividad artística, tener relaciones sexuales, la militancia política, criar un hijo o salir con amigas.» (Cuadernos de Negación nro. 3)
La crítica del trabajo va dirigida principalmente a la crítica de la explotación. En cuanto a la noción de explotación no vamos a emprender una discusión de orden moral. La reproducción de la sociedad capitalista está orientada hacia la máxima obtención de ganancia posible. Y la principal fuente de ganancia es el plusvalor, que se produce a través de la explotación del trabajo asalariado:
«Por “explotación”, se entiende casi siempre un trabajo precario y mal pagado, lo que efectivamente es el caso de la inmensa mayoría de los asalariados del planeta. Pero esta definición restrictiva implica que crear durante seis horas diarias software educativo a cambio de un buen salario y en un ambiente que respete el entorno, sin ninguna discriminación étnica, sexual o de género, en conexión con los habitantes del barrio y las asociaciones de consumidores, ya no sería explotación. En una palabra, una sociedad en la que cada uno se lo pasa bien yendo al mercado el domingo por la mañana, pero sin que nadie sufra la ley de los mercados financieros. En suma, el sueño de las clases medias asalariadas occidentales extendido a seis mil millones de seres humanos…» (Gilles Dauvé, Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista)
¡Abajo el ocio!
Trabajo y ocio son las dos caras de la misma moneda. El salario no paga por el trabajo hecho sino por la reproducción de la fuerza de trabajo, la cual precisa algo de esparcimiento: fútbol, netflix, música. Si el “tiempo de ocio” existe es porque existe un “tiempo de trabajo” que lo define.
«Destinamos cierta cantidad de horas a lo que definimos como esparcimiento, para recuperarnos del estrés generalizado en que vivimos diariamente. Pausamos nuestro rol de productores de objetos y servicios, para darle paso a nuestro rol de consumidores de productos y servicios.
Realizar nuestros momentos de ocio y diversión en la sociedad mercantil generalizada tiene similitudes con el trabajo asalariado: hay que hacerlo rápido y bien, se vuelve repetitivo y obligatorio, no hay tiempo para descansar, se rechazan las pasiones, se cumple con la norma de la ideología dominante.
Divertirse parece ser directamente proporcional al dinero gastado, por eso se pasea por shoppings y centros comerciales, por eso se paga para hacer deportes, música o tener sexo, o se paga para ver a otros hacer deportes, música o tener sexo.» (Cuadernos de Negación nro. 3)
¡Abajo el desempleo!
Mientras existan el dinero y la propiedad privada nunca alcanzarán para todos. Bien, lo mismo podemos decir del trabajo:
«En un mundo con trabajo jamás habrá suficiente para todos. El desempleo es una condición del mundo del trabajo. El desempleo es un rasgo permanente y estructural de la sociedad capitalista, que precisa de una masa de desocupados para garantizar bajos salarios y condiciones laborales siempre deficientes. En otras palabras, si todos estuviésemos empleados o tuviésemos la posibilidad de cambiar de un empleo a otro podríamos exigir siempre mejores sueldos o mejores condiciones laborales sin el fantasma del desempleo pisándonos los talones. (…)
Es a partir de nuestras condiciones de existencia que sacamos las lecciones para “hacer teoría” y no tenemos “principios” previos a los hechos. El malestar y la necesidad que padecemos quienes trabajamos, las situaciones de precariedad y peligro a las que nos vemos sometidos, nos fuerzan a tomar conciencia de la sociedad en la que estamos y a la cual contribuimos día a día a mantener. De nosotros depende ampararnos en personajes que nos quieren dirigir y nos llevan a diversos callejones sin salida o comenzar a pensar y explorar otras posibilidades. Para esto es importante que no confundamos la defensa de la fuerza de trabajo con la defensa de la fuente de trabajo. Ni defendamos la ganancia de los explotadores. Ni confiemos en quienes viven de nuestro esfuerzo.» (La Oveja Negra nro. 70, El trabajo es la peste, 2020)
¡Abajo el trabajo doméstico!
Las sociedades de clase, a lo largo de su historia y en pos de su reproducción, debieron controlar cuatro elementos fundamentales e inseparables de la vida de la especie: el cuerpo, la sexualidad, la reproducción y la crianza de los hijos. En este punto, la división sexual y la dominación específica sobre quienes tienen la capacidad de gestar hijos se vuelve esencial. Lo que conocemos como mujer y hombre se basa en esa característica anatómica (la capacidad de gestar hijos) y la división social creada a partir de la misma en las sociedades de clase por la necesidad de crecimiento poblacional.
El control de las mujeres (su cuerpo, su sexualidad, su capacidad reproductiva) permite controlar al mismo tiempo al resto de la población. A su vez, es determinante en la crianza de niñas y niños, así como en el sostenimiento de la familia o al menos de la reproducción de la fuerza de trabajo en la sociedad actual.
El trabajo asalariado requiere de una esfera específica dedicada a ciertas tareas necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo: el trabajo doméstico, cuya asignación reproduce la división sexual construida a través de las diferentes sociedades de clase.
La asignación de ciertas labores a un determinado grupo de personas definido según su capacidad reproductiva es lo que ha constituido históricamente a las mujeres, y a quienes no la tienen como hombres. Es esta división social en dos sexos la que ha creado lo que conocemos como sexo biológico que naturaliza lo que se ha construido socialmente.
Se supone, además, que las mujeres están naturalmente inclinadas hacia el cuidado y a las labores domésticas. Así como se supone que los hombres están naturalmente inclinados a los trabajos rudos y peligrosos, por los cuales mueren a montones todos los años en los mal llamados “accidentes laborales”.
«El modo de producción capitalista, pese a su imagen racionalista y científica también produce mitos. Uno de ellos es que el trabajo es ajeno a la historia, que existe desde siempre y que, por tanto, no podría dejar de existir. (...) cuando miles de proletarios en el mundo insistimos con la consigna “¡Abajo el trabajo!” no estamos proponiendo que haya que dejarse morir de frío e inanición, sino que debemos luchar para constituir una comunidad donde nuestras necesidades de alimento y techo, así como de goce y creatividad sean puestas en común sin ser una coartada para cuantificarlas y generar ganancias. (…)
Otro mito necesario para apuntalar la normalidad capitalista es exponer el trabajo doméstico como un atributo natural de las mujeres, quienes se supone que, por naturaleza, serían buenas cocineras, lavanderas, amantes, sensibles, débiles y, por sobre todo, dependientes. No es ninguna casualidad, el primer paso para la domesticación es la creación de dependencia.
Una dependencia que es tanto económica como ideológica, basada en el mito de que siempre fue el trabajador asalariado hombre el que llevó el pan a la mesa. Y en el pobre imaginario social –¡y aunque estaba a simple vista!– este trabajador habría carecido de la necesidad de cuidados, porque se trataba de un adulto sano que se valía por sí mismo. Esta falacia no sólo invisibilizó –e invisibiliza– esos cuidados, sino que además produce un modelo, especialmente masculino o masculinizante, que se caracteriza por su pretensión de no necesitar de nadie. Un individuo que rechaza la interdependencia humana en nombre de la fuerte y prominente independencia típica del capitalismo.
Tal como sucede con cualquier trabajo, la función de la ideología dominante es que el trabajo doméstico sea naturalizado, amalgamado a cualquier actividad humana, cuando en verdad se trata de un fenómeno social determinado e histórico. El trabajo doméstico de las mujeres se encuentra bajo mayores sombras aún que el trabajo asalariado, por ser considerado, erróneamente, un atributo natural de la personalidad femenina, una aspiración del “ser mujer”. Pero lo que se olvida es que para crear la imagen de ese supuesto atributo natural fueron necesarios siglos enteros de desposesión y de persecución misógina.» (La Oveja Negra nro. 46, ¡Abajo el trabajo doméstico!, 2017)
Lo que proponemos es indagar y asumir la implicancia entre clase y género desde una perspectiva de abolición del trabajo. No se trata de sumar la “cuestión” de la mujer a la “causa de la clase obrera” en tanto luchas paralelas, tal como suele comprender el reformismo.
¡Abajo el proletariado!
La crítica y el rechazo del trabajo expresados en luchas, reflexiones teóricas y en la vida cotidiana están estrechamente vinculados al declive del obrerismo, del orgullo y la identidad obrera. Evidentemente, algo cambió en la sociedad capitalista: precarización y flexibilización del trabajo, globalización y deslocalización de los centros productivos, financiarización creciente de la economía en general y un destacado papel del Estado en la reproducción de la fuerza de trabajo (subsidios, ayudas sociales).
Producto de estas transformaciones, el proletariado no ha desaparecido ni mucho menos, pero las posibilidades de su lucha han cambiado drásticamente. Ya no hay una preocupación predominante en las luchas proletarias acerca de la gestión del mundo del trabajo. Aquello estaba necesariamente ligado a un imaginario de la revolución donde se mantenían muchos de los rasgos fundamentales del modo de producción capitalista y su sociabilidad: gestión de los medios de producción sin cuestionarlos, desarrollo de la industria, crecimiento poblacional, familia y, en los sectores más reformistas, incluso el nacionalismo y el Estado.
Analizamos las luchas recientes y en curso advirtiendo sus límites, pero no en relación a un pasado idealizado que no fue, sino en función de las posibilidades actuales:
«Las revueltas desatadas en diferentes partes del mundo en las últimas décadas, así como los “nuevos movimientos sociales”, a pesar del carácter interclasista y ciudadanista que observamos en muchas ocasiones, dejan en claro la persistencia de la lucha de clases. Al mismo tiempo nos advierten del carácter diverso que el proletariado tiene y ha tenido. La centralidad de la reproducción social en las luchas nos recuerda que la revolución debe implicar bastante más que la certeza de tener techo y comida. Debe atender, no solo como punto de llegada sino de partida, la denominada cuestión de género, lo racial, la sexualidad, la familia, la naturaleza de la cual formamos parte.» (La Oveja Negra nro. 76, 1° de mayo: Memoria y perspectivas, 2021)
La lucha de clases de las últimas décadas no se ha centrado en luchas obreras ni en los lugares de trabajo. Se manifiestan nuevos protagonistas. Nos referimos a las luchas y protestas de proletarios desempleados, al movimiento de mujeres y disidencias sexuales, a las denominadas luchas medioambientales, a las antirrepresivas, o contra el narcotráfico y otras mafias. Que se manifiestan en las calles, las rutas, fuera de las ciudades y hasta en los hogares. Que necesariamente deben frenar la circulación más que la producción y que suelen enfrentarse o dirigirse al Estado más que a una empresa o un patrón (y de ahí la posibilidad de su carácter interclasista y ciudadanista que mencionábamos anteriormente). Esto no significa que la explotación y el trabajo hayan perdido centralidad en la sociedad capitalista, justamente sus transformaciones han modificado y puesto de relieve diferentes aspectos de la reproducción de la fuerza de trabajo.
Esto no sólo ha permitido criticar el obrerismo, sino el cuestionamiento de nuestra existencia como clase:
«Quienes no buscan convertirse en una potencia más entre todas las potencias de este mundo, quienes aspiran a destruir todas esas potencias, podrían resumir su programa así: “Abajo el proletariado”. Evidentemente, no en el sentido de una oposición a los proletarios en cuanto seres humanos. (…) Los revolucionarios no proponen la mejora de la condición proletaria. Proponen su supresión. La revolución será proletaria por quienes la realicen y antiproletaria por su contenido.
Proletarios, un esfuerzo más para dejar de serlo…» (Abajo el proletariado. Viva el comunismo, Les amis du potlatch, 1979)
¡Viva la revolución social!
La historia no es solamente el pasado, y mucho menos un pasado mitificado. Podemos hacer historia, no sólo estudiarla:
«Si damos un vistazo a la sociedad moderna, es evidente que para vivir, la gran mayoría de las personas están obligadas a trabajar, a vender su fuerza de trabajo. El conjunto de las facultades físicas e intelectuales que poseen los seres humanos, sus personalidades, que deben ser puestas en movimiento para producir cosas útiles, no pueden emplearse más que a condición de venderse a cambio de un salario. La fuerza de trabajo generalmente es percibida como una mercancía que se compra y se vende, al igual que las demás. La existencia del intercambio y del trabajo asalariado nos parece algo normal, inevitable. Sin embargo, la introducción del trabajo asalariado implicó conflictos, resistencias y masacres. La separación del trabajador de los medios de producción, lo que hoy ha llegado a ser una cruda realidad aceptada como tal, tomó un largo tiempo y no pudo llevarse a cabo más que por la fuerza. (…)
A través de su sistema educacional como por su vida política e ideológica, la sociedad contemporánea oculta la violencia pasada y presente sobre la que descansa la situación actual. Oculta tanto su origen como la mecánica de su funcionamiento. Pareciera que todo es resultado de un contrato libre en que el individuo, como vendedor de su fuerza de trabajo, se encuentra con la fábrica, la oficina o la tienda. La existencia de la mercancía parecería ser lo más obvio y natural del mundo, y los desastres que causa periódicamente a diferentes escalas, a menudo son vistos como catástrofes cuasi naturales. (…) Lo que en esencia mantiene oculto es que la insubordinación y la revuelta podrían ser lo suficientemente grandes y profundas como para acabar con esta relación y hacer realidad otro mundo.
Las relaciones de producción en las que participan las personas son independientes de su voluntad: cada generación se ve confrontada a las condiciones técnicas y sociales legadas por las generaciones precedentes. Pero puede alterarlas. Aquello que llamamos “historia” está hecho por personas.» (Gilles Dauvé, Capitalismo y Comunismo, Lazo Ediciones, 2020)
En cada época, la lucha del proletariado expresa y enfrenta nuevas preguntas:
«Estas pueden hacernos importantes señalamientos acerca de la sociedad capitalista y su superación, pero la revolución finalmente dependerá de lo que podamos hacer en tanto clase. La lucha es inevitable y necesaria, nos transforma y buscamos transformarla en una definitiva. Nuestra preocupación es que la lucha de clases sea capaz de producir algo más que su propia continuación.
Por esto confiamos en que es tan importante no solo participar sino también comprender, estudiar y debatir el desarrollo de las luchas del presente. Porque en las posibilidades y condiciones de estas luchas, en sus críticas y rupturas, se delinea el horizonte revolucionario.» (La Oveja Negra nro. 76, 1° de mayo: Memoria y perspectivas)
sábado, 4 de marzo de 2023
Revolt in Iran
Los compañeros de Perspectiva Internacionalista tradujeron al inglés el artículo de La Oveja Negra: Revueltas en Irán (diciembre de 2022).
Revolt in Iran (PDF)
Más traducciones al inglés:
boletinlaovejanegra.blogspot.com/search/label/The%20Black%20Sheep
viernes, 17 de febrero de 2023
Dekonstruktion?
Los compañeros del blog Panopticon nos comparten una nueva traducción de La Oveja Negra:
Dekonstruktion?
https://panopticon.noblogs.org/post/2023/02/16/argentinien-oveja-negra-dekonstruktion
PDF
Traducción de: ¿Deconstrucción? (nro.62)
* una versión ampliada de este artículo puede encontrarse, con el mismo título, en Cuadernos de Negación nro. 15: Notas sobre sexo y género (también disponible en versión digital)
Más traducciones al alemán:
https://boletinlaovejanegra.blogspot.com/2022/03/traducciones-ubersetzungen.html
Dem grossartigen argentinischen volk, zum wohl?
Los compañeros del blog Panopticon nos comparten una nueva traducción de La Oveja Negra:
Dem grossartigen argentinischen volk, zum wohl?
https://panopticon.noblogs.org/post/2023/02/16/argentinien-oveja-negra-dem-grossartigen-argentinischen-volk-zum-wohl
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Traducción de: ¿Al gran pueblo argentino, salud? (nro.86)
Más traducciones al alemán:
https://boletinlaovejanegra.blogspot.com/2022/03/traducciones-ubersetzungen.html
martes, 14 de febrero de 2023
«TODXS SOMOS JIMI»
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Todas las semanas mueren en Rosario personas a manos de la violencia mafiosa: tiratiros, balaceras, balas perdidas y ajustes de cuenta. Cada día escuchamos las detonaciones o nos lo cuenta alguien cercano, sino basta con abrir los diarios locales, prender la radio o la televisión para enterarnos sobre nuevas muertes y heridos de bala. ¡Hasta eso íbamos normalizando! Pero este caso es un salto en la gravedad de los asesinatos a los que nos habituamos desde hace ya más de diez años en la ciudad. Jimi no tenía absolutamente nada que ver con las tramas mafiosas que se disputan los territorios, tribunas y venta de drogas, ni siquiera simpatizaba por el fútbol. Ni siquiera fue víctima de un tiroteo a una casa, negocio o institución y se cruzó una bala que no iba dirigida a él. Los cuales son hechos gravísimos pero corrientes. A Jimi lo mataron solo para dejar un mensaje, antes de volver a su casa, un mensaje mafioso a algún rival, pero dejando implícitamente otro mensaje mafioso a toda la población: parece no importar la vida de casi nadie.
Lo primero que salió a decir públicamente un fiscal fue que se trataba de un problema entre barrabravas, ya que el cuerpo fue dejado en la puerta del estadio de Newell’s. Si se asume que “se matan entre ellos” el hecho es socialmente aceptable y parece menos grave. Pero no, nos están matando, los empresarios de la legalidad y la ilegalidad, sus soldaditos. Quienes por unos pesos tirotean, matan, golpean y también mueren, todo bajo el amparo del Estado, sus fuerzas de seguridad y sus funcionarios que por complicidad de negocios o por omisión también tienen las manos manchadas de sangre. Ese mismo aparato estatal que ni siquiera fue capaz de notificar a la familia de Jimi acerca de su muerte. Por eso puede ser que ninguno sale a dar la cara, o la darán cuando el caso sea lo suficientemente mediático o utilizable políticamente, porque para eso están. Quizás cuando la escalada de violencia crezca y estén en peligro sus hijos en sus barrios privados, o empiecen a secuestrar y matar policías, políticos y periodistas.
Mientras tanto matan a los nuestros. El día 1 de febrero después de pasar un día con amigos y ensayar con su banda punk asesinaron a Lorenzo Altamirano (Jimi) de 28 años quien, entre otras cosas, tocaba el bajo y era malabarista. El hecho sucedió cerca de la medianoche, cuando lo cargaron violentamente en un auto, y lo remataron en una de las puertas de la cancha de Newell’s.
En este contexto de tristeza y rabia el domingo 5 hubo una manifestación convocada por sus cercanos, amigos, familiares. El cierre del volante difundido decía: «Jimi era un pibe como vos y como yo, malabarista y músico, que solo volvía a su casa después de compartir una tarde con amigos. No sea indiferente, no espere a que le pase a uno de los suyos. Justicia x Jimi». Así fue que varias personas nos concentramos en 27 de febrero y Oroño, esquina donde él hacía malabares para ganar unos pesos y donde lo despidieron sus amistades por última vez. Al aproximarnos al punto de encuentro se veía gente con remeras de bandas, muchos punkis que en otro contexto nos cruzamos en recitales, varios niños y también gente mayor, todos con la angustia impregnada en las caras y los cuerpos. Luego de algunas breves palabras de quienes podían emitir un mensaje sin quebrarse, con volantes, pintura, ruido, pancartas y banderas arrancó una marcha por Oroño hacia Pellegrini, donde se encuentran los Tribunales. Allí se cortó el tránsito en la rotonda y se decidió ir hacia el estadio de Newell’s, a la puerta donde fue encontrado el cuerpo de Jimi. En ese lugar, después de un rato de concentración, aparecieron policías motorizados a toda velocidad, y otros con armas en mano para proteger unas paredes y dar otro mensaje mafioso: que ellos y solo ellos son el monopolio de violencia, que comparten por unos millones de pesos con quien pueda pagar una porción de dicho monopolio. Esa policía que, al igual que un ministerio, no significa seguridad, y que por más que cambie su jefe o el ministro una y otra vez, incluso si “hiciera bien su trabajo” no está para protegernos a nosotros sino a la propiedad y al buen funcionamiento de las instituciones. No debemos olvidar que el Estado está constituido a fin de cuentas por una “banda de hombres armados” en defensa de la propiedad, el intercambio y el trabajo asalariado.
Así como para los asesinos no valió nada la vida de Jimi, tampoco la valió para las autoridades estatales que salieron a decir que era una más del montón de muertes de personas relacionadas al narcotráfico en Rosario, presentando de alguna manera este caso como algo normal y preocupándose en primera instancia por garantizar que se juegue con público el partido del viernes 3 en dicho estadio, cosa que sucedió para la tranquilidad de la ciudadanía que mira para otro lado.
Ante toda esta tristeza y malestar es necesario dar importancia a las instancias de encuentros genuinos donde nos podemos reconocer en el otro y canalizar el miedo y el hartazgo en la complicidad de los que estamos podridos de esta vida de mierda y somos cada día más víctimas de esta sociedad violenta.
«Por más que callen, por más vueltas que dé el mundo, por más que nieguen los acontecimientos, por más represión que el Estado instaure; por más que se laven la cara con la democracia burguesa; (…) por más pactos que desarrollen con los controladores de clase; por más guerras y represión que impongan; por más que intenten negar la historia y la memoria de nuestra clase. Más alto diremos: asesinos de pueblos, miseria de hambre y libertad, negociadores de vidas ajenas, más alto que nunca, en grito o en silencio, recordaremos vuestros asesinatos de gentes, vidas, pueblos y naturaleza. De labio en labio, paso a paso, poco a poco.» (Salvador Puig Antich)
EL NEGOCIO DE MATAR
La sociedad capitalista y su consecuente “guerra de todos contra todos”, crea un terreno propicio para las mafias. Lo que las frena del exterminio mutuo es saber que la convivencia asegura su supervivencia. Han aprendido a negociar y a tolerarse, aún si están legalmente proscritas. En medio nos encontramos el resto de la población, a su merced, encerrados en las fronteras de su explotación, extorsiones e imposiciones.
Aunque el término mafia se refería inicialmente a un tipo de crimen organizado extendido desde su origen en Italia, hoy llamamos mafia a cualquier grupo de crimen organizado con similares características, independientemente de su origen o lugar de acción. Incluso podemos ampliar su uso, notando sus similitudes con instituciones y grupos respetados, que son quienes llaman mafia a los demás criminales.
El Estado es una mafia, y como en toda mafia la protección es tan sólo un pretexto. Su verdadera utilidad consiste en la consolidación de la administración de la vida social en el sentido más favorable para la explotación, se trate de “recursos humanos” o “recursos naturales”. Sus fuerzas de seguridad, esa “banda de hombres armados” al servicio de la burguesía nos cuida de lo que sus jefes sostienen: la organización de la escasez fruto de la propiedad privada y luego “nos cuida” de los mismos problemas que genera. Como en el caso de las extorsiones del crimen organizado no-estatal, nos “protegen” de una inseguridad que ellos mismos generan.
Los capitalistas conforman una mafia no simplemente porque algunos empresarios o algunos capitalistas sean mafiosos, sino porque son estructuras mafiosas, que exceden la supuesta voluntad de funcionarios y explotadores “honestos”… Si es que puede llamarse honestidad a la omisión y el mirar para otro lado en medio de una institución estatal o de explotación.
Empresas legales e ilegales conforman la sociedad capitalista. Son además mutuamente dependientes, bajo el amparo del Estado. Porque no se trata de un Estado ausente sino de un Estado cómplice. Esto no es simplemente el resultado de años de dejar crecer el crimen organizado mirando para otro lado, sino de la participación en la ganancia. Por eso se pueden cambiar figuritas, echar a tal o cual ministro o funcionario y la estructura sigue intacta.
Matar no es un negocio en sí mismo, matar es consecuencia de los negocios, o su presupuesto. La producción capitalista produce y administra la muerte, tanto en su faceta legal como ilegal desprecia la vida en pos de la ganancia.
Los asesinatos del narco se llevan a cabo por dinero, como cuando un empresario legal asesina por desprecio u omisión. No son fenómenos psicoindividuales ni hechos extraordinarios.
No se trata de excepciones o excesos de la sociedad capitalista, sino de la regla. No hay sociedad capitalista sin todas estas mafias. Por todo esto no se trata de una cuestión de principios sino de imposibilidad, no se puede terminar con las mafias y sus supuestos excesos sin terminar con el Estado y el Capital. ¡Si no cambia todo no cambia nada!
* Para ampliar recomendamos el libro Plomo y humo. El negocio del Capital que publicamos con Lazo Ediciones a fines del año pasado. Disponible también en su versión libre y gratuita en nuestro sitio web. Al igual que el audio de su presentación en la biblio y el especial nro. 63 de Temperamento Radio.