Así se tituló una publicación realizada
hacia fines de 1982 por el grupo Emancipación Obrera en la que sus
miembros recopilaron varias de las pocas expresiones en rechazo a la
guerra de Malvinas durante su preparación y desarrollo. Encontrarse con
las minoritarias voces allí rescatadas del olvido, así como con otras
que continúan apareciendo, sirve de impulso y reflexión frente al
patriotismo de los tiempos que corren.
El 2 de abril pasado se cumplieron 40 años
de la toma de las islas por parte de las Fuerzas Armadas argentinas,
que desencadenaría la guerra con Reino Unido. La conmemoración de
aquellos sucesos por parte del gobierno argentino condensa la brutal
hipocresía que caracteriza al Estado en la actualidad respecto de su
propia historia: se recuerda a los caídos en la guerra de Malvinas en
tanto héroes nacionales, se critica a los dictadores que la llevaron a
cabo y se continúa reclamando la soberanía nacional respecto de las
islas, todo a la vez.
«Malvinas nos une» es el nombre dado a la
campaña de conmemoración a nivel nacional. En el marco de la misma, en
un «Mensaje de la Mesa Interministerial “Malvinas 40 años”» podemos
leer: «Cabe recordar que en 1982, al momento de las hostilidades en el
Atlántico Sur, nuestro país estaba gobernado por una dictadura militar,
ilegal e ilegítima, que actuó de espaldas al pueblo argentino y
apartándose del compromiso tradicional de la Argentina con el principio
de arreglo pacífico de las controversias internacionales y, en
particular, con la búsqueda de una solución pacífica de la cuestión de
las Islas Malvinas.
Como todo conflicto bélico, el del
Atlántico Sur dejó un trágico saldo con la pérdida de numerosas vidas de
combatientes. Su memoria, junto con la de quienes combatieron con la
legítima convicción de defender el interés nacional, merece ser honrada.
Además debe disponerse la capacidad del Estado para reconocer en
términos concretos y atender las necesidades de los veteranos y
veteranas y sus familias.»
Una vez más, no podemos pretender que el
verdugo se juzgue a sí mismo, pero sí denunciar cómo el Estado pretende
lavarse la cara poniendo sus masacres al servicio de su propio interés.
El oportunismo de las diferentes fuerzas políticas se hace evidente. Hoy
día, en su mayoría, son las mismas que apoyaron la guerra de 1982 y que
hoy critican; incluso utilizando su recuerdo con el mismo objetivo por
el cual fue llevada a cabo: apelar a la unidad nacional en tiempos de
crisis. Si bien hoy no pareciera calar hondo aquello de sacrificarse por
la patria y el nacionalismo argentino parece un tanto sobreactuado como
la política local en general, sí persiste aquello de situar el
responsable fuera, como reflexionábamos en torno al FMI en el número
anterior del boletín.
Los documentos preservados en la publicación Malvinas: no todo fue complicidad y silencio
recuerdan justamente la difícil situación que enfrentaba el gobierno en
marzo del 82, con movilizaciones en diferentes lugares del país
producto de la dura situación económica y el rechazo al terrorismo de
Estado desplegado durante la dictadura. En uno de los artículos se
señala que lo que se buscaba con la intervención en las islas era:
«Distraer la atención de quienes temerosamente empezaban a emprender el
camino de lucha contra las injusticias actuales. Acallar el creciente
descontento de la población. Fortificar su imagen interna. Mejorar su
posición respecto de la multipartidaria a la hora del “nuevo reparto” de
Argentina. Incentivar el nacionalismo de manera tal que solo se hable
de unidad, de unidad con quien reprime, con quien mata, quita la
libertad, explota.»
En ese mismo texto titulado Nuestro desacuerdo con lo que se ha hecho y se está haciendo con las Malvinas
publicado la tercera semana de abril, cuando aún no habían comenzado
las batallas, se hacía la elemental pregunta sobre cuáles podrían ser
los beneficios para la clase trabajadora de Argentina en caso de
recuperar las islas. Se problematizaba sobre la dudosa utilidad de ese
pedazo de tierra y sus “recursos”, a la vez que se ponía en cuestión la
propia noción de utilidad en una sociedad cuya producción se basa en la
obtención de ganancias y está organizada sobre la base de la propiedad
privada. Con sencillos pero profundos argumentos el nacionalismo es
puesto al descubierto y la gesta de Malvinas se muestra como
completamente ajena a una perspectiva emancipatoria. Al mismo tiempo se
denunciaban los intereses del gobierno inglés, que encontró también en
la guerra un motor para levantar su debilitada imagen en un contexto de
reestructuración capitalista y conflictividad social.
Vista la gestión estatal local en su
conjunto, la guerra constituyó una importante herramienta para
garantizar una pacífica transición democrática un año y medio después. A
los pocos días de la finalización del conflicto en junio de 1982, en el
artículo titulado ¿Qué nuevas mentiras nos preparan?
ya se podía leer: «¿Qué pasará ahora? ¿Qué nuevo engaño prepararán? No
nos extrañemos que se nos siga llamando a que dejemos de lado nuestros
intereses, en pos de una pretendida unidad nacional (de sus bolsillos)
después de la guerra. Seguramente, para restarle importancia a la
historia reciente, tratarán de crear un nuevo espejismo: dar una salida
democrática, otorgar mayor libertad a los partidos políticos y
sindicatos, y seguir amordazándonos. En definitiva, tratarán de montar
un nuevo circo y cada vez menos pan…»
En este mismo artículo se remarcaba otro
aspecto fundamental, que hoy la cobertura respecto de la guerra en
Ucrania vuelve a poner sobre la mesa: «Hay revistas que estimularon el
odio irracional y el placer y la alegría ante la muerte de otros seres
humanos: esto es la guerra capitalista. (…) Algunos han llegado a decir
que si vieran a un inglés desangrándose le echarían aún más sal en sus
heridas. A estos le mataron lo humano. Y estos serán parte de los
muchísimos inválidos por la guerra de Malvinas que no figurarán en
ninguna estadística oficial.»
A lo largo de los diferentes artículos se
critica a todo el espectro político por su apoyo a la guerra, incluida
la izquierda casi en su totalidad que, bajo la bandera del
antiimperialismo, consideró y sigue considerando que se trataba de una
“guerra justa llevada a cabo de manera injusta”. Uno de los textos
mencionados en la recopilación es Todo el poder a Lady Di. Militarismo y anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas, escrito por Néstor Perlongher y publicado bajo el seudónimo de Víctor Bosch en la revista Persona
en 1982. Para este artículo hemos realizado recientemente una reseña
que puede encontrarse en el canal de youtube de la Biblioteca. El texto
nos recuerda:
«Decir que la movilización por la guerra
sirve para verter consignas antidictatoriales –por otra parte
inconcebibles, dada la ruina del país– es por lo menos una hipocresía:
ya que ellas estaban, pese a tan inconstantes voceros, desatándose antes
con más claro vigor. El gobierno, aplaudido unánimemente como
anticolonialista, acaba de prohibir los filmes pacifistas y las críticas
antibélicas, que pueden desmoralizar a los guerreros.
La ultraburocratizada y semiclandestina
CGT ha donado un día de salario, ya esmirriado, para las tropas. Y hasta
la masacrada izquierda, delirante de euforia patriótica, tiene que
apoyar esas medidas y otras más radicales. Así, presuntas vanguardias
del pueblo revelan su verdadera criminalidad de servidores del Estado.
En medio de tanta insensatez la salida más
elegante es el humor: si Borges recomendó ceder las islas a Bolivia y
dotarla así de una salida al mar, podría también proclamarse: “Todo el
poder a Lady Di” o “El Vaticano a las Malvinas”, para que la ridiculez
del poder que un coro de suicidas legitima quede al descubierto. Como
propuso alguien con sensatez: antes que defender la ocupación de las
Malvinas, habría que postular la desocupación de la Argentina por parte
del autodenominado Ejército Argentino.»
* Escuchar nuestra columna en Pabellon Textual del 31/03/22 sobre la revista Persona, Néstor Perlongher y su artículo «Todo el poder a Lady Di. Militarismo y anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas»