jueves, 1 de agosto de 2024

NO SOMOS «CAPITAL HUMANO»

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Una de las innovaciones del actual gobierno argentino fue la designación del Ministerio de Capital Humano que significó la integración de los antiguos Ministerios de Trabajo, Educación, Desarrollo Social y Cultura. Inicialmente también incluía el de Salud, aunque quedó finalmente fuera. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad fue suprimido, conservando únicamente una Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género, transferida posteriormente al Ministerio de Justicia para ser disuelta.

La noción de capital humano sobre la que se basa la creación del Ministerio homónimo tiene como punto de partida la concepción burguesa sobre la inexistencia de clases sociales. Como veremos, subyace la idea de que todos seríamos capitalistas.

La apología del Capital, de los capitalistas y del capitalismo en general, es difundida necesariamente desde todos los gobiernos. En este caso es llevada a cabo desde una visión abiertamente liberal y en un contexto particular del mercado laboral, lo cual invita a otro tipo de críticas y volver sobre algunas cuestiones fundamentales.

¿Qué es?

En el programa de La Libertad Avanza (LLA) de cara a las elecciones presidenciales de 2023 podemos leer: «El capital humano de una persona es el valor de todos los beneficios futuros que se espera obtener de ella con su trabajo en el transcurso de la vida productiva». Y más adelante afirman: «es el conjunto de habilidades, aptitudes, experiencias y conocimientos de cada persona, imprescindible para la economía de un país, invirtiendo en él se aumenta la productividad y se impulsa el progreso tecnológico, además de los múltiples beneficios que se obtienen en otras áreas como las sociales o científicas.»

Estas definiciones deben mucho a la llamada teoría del capital humano (TCH), desarrollada principalmente por los economistas estadounidenses Schultz y Becker desde la década de 1960. El primero de estos estableció que los factores de producción decisivos para el incrementar el bienestar de los pobres son el mejoramiento de la calidad de la población, los adelantos en el conocimiento y el desarrollo de habilidades. Posteriormente Becker, sistematizador de los aportes de Schultz, desarrolló formalmente la TCH en su libro Human capital. Su idea básica fue considerar la educación y la formación como inversiones racionales con el fin de incrementar la eficiencia productiva y los ingresos de individuos, empresas y Estados. Supuso además que el individuo, en tanto que “agente económico”, en el momento que toma la decisión de invertir o no en su educación, arbitra entre los costos de la inversión (por ejemplo, el costo de oportunidad –salario que deja de percibir por estar estudiando– y los costos directos, es decir, los gastos de estudios) y los beneficios que obtendrá en el futuro, si continúa avanzando en su formación.

De acuerdo a la perspectiva de estos autores y otros estudios posteriores, gran parte del crecimiento económico de las sociedades occidentales podría explicarse si se introduce una variable llamada capital humano, correlacionada con el nivel de formación especializada que tienen los agentes económicos o individuos de una sociedad. Sin embargo, parece ser al revés, ellos consideran el desarrollo como producto de la formación y no la formación como un producto, una necesidad, del desarrollo.

Desde la tribuna liberal insisten con la importancia de la educación para el progreso de la nación y el mantenimiento de la sociedad de clases. Cualquier parecido con otras formas de liberalismo “progre” no es mera coincidencia, es muy similar a la idea de transformar la sociedad a través de la educación, sin comprender que la educación es producida y transformada por las necesidades capitalistas de la sociedad. Y la adaptación del contenido educativo de acuerdo a las fluctuantes necesidades del Capital en cuanto a las características de la fuerza de trabajo a explotar ha requerido siempre del Estado. De hecho, el nivel educativo local ha caído tan bajo que la iniciativa más clara de la Secretaría de Educación actual es un plan de alfabetización nacional.

Para invisibilizar la existencia de las clases y su antagonismo es necesario invisibilizar la explotación: suponer que todos somos ciudadanos de una armonía liberal. Pero no es así, no hay igualdad de condiciones a la hora de vender nuestra fuerza de trabajo o a la hora de firmar un contrato de alquiler. En el mercado, la relación no es entre capitalistas, sino entre poseedores de mercancías: quienes poseen los medios de producción, y quienes solo poseen su fuerza de trabajo. Por tanto, se trata de un contrato basado en la asimetría social inscripta en el modo de producción capitalista, que da lugar a la «libertad de morirse de hambre».

¿Somos capitalistas?

No es suficiente vivir en una sociedad capitalista para considerarnos capitalistas. No es suficiente con tener una visión “consumista”, la enorme mayoría de la población no somos propietarios de capital. Es decir, no somos capitalistas. No disponemos de medios de producción a través de los cuales explotar a otros, no somos propietarios de comercios, bancos o tierras. Disponemos, cuanto mucho, de medios de vida, alguna herramienta de trabajo, un medio de transporte y muy pocos pueden tener una vivienda propia. Algún afortunado podrá ganar eventualmente la lotería, y disponer de una suma cuantiosa de dinero. Pero dependiendo de cómo la use, será o no capitalista. Una gran cantidad de dinero, una casa, una máquina de coser o un automóvil no son simplemente capital por el hecho de ser poseídos.

Según la perspectiva del capital humano, el conocimiento del que dispone una persona sería una forma de capital. De igual modo, cualquier característica de las personas que influya en el salario individual, podría ser una forma de capital: salud, edad, experiencia, e incluso ubicación geográfica. Puede parecer ridículo pero, desde el punto de vista de la TCH, un individuo que decide emigrar en búsqueda de mejor salario se está “capitalizando”. De acuerdo a las estadísticas, quienes más emigran son jóvenes, lo que demostraría que la “inversión” y apuesta a migrar volvería su trabajo más redituable a futuro.

Según la TCH, el conocimiento adquirido a través de la educación y la formación profesional aumenta las habilidades y competencias de los individuos, haciendo abstracción de toda otra serie de elementos. En este sentido, en lo que a optimismo pedagógico se refiere, son tan o más entusiastas que sus supuestos contrincantes. Como si todo se redujera al acceso al conocimiento, la libre voluntad y un comercio limpio. El sueño idílico de quienes quieren capitalismo pero sin hambre y sin matanzas (y sin Estado para los ultraliberales).

El gran nivel de precarización laboral ha convertido a muchos de nosotros en cuentapropistas, trabajadores autónomos, monotributistas o, como se suele decir, emprendedores. Pero eso no nos hace capitalistas, y no se trata de justificarlo en un sentido moral. Las distintas estrategias para paliar la inflación en este país, sumado a lo esporádico de ciertos trabajos, vuelve necesario saber algo de finanzas: tasas de interés, plazos fijos, fondos de inversión, diferentes tipos de dólar, criptomonedas, incluso bonos o acciones de empresas. Disponer de algún tipo de ahorro que no sea en pesos o directamente buscar que nuestro salario no se deprecie por el simple paso de los días, nos ha envuelto en este ámbito antes ajeno.

Es en este marco de precariedad y gran heterogeneidad de venta de la fuerza de trabajo, de individualismo y atomización social, sumado a la violencia inflacionaria, que la defensa del capitalismo ha calado hondo. Se nos invita a pensar como capitalistas, a identificarnos con ellos, a agradecerles por su rol social, y se nos promete la posibilidad de llegar a serlo a través del mérito y la libertad de saber elegir.

Se enaltece al empresario para prometernos, a lo sumo, mejores salarios en un futuro no tan lejano. Mejores que la miseria actual y peores que en el ciclo anterior. Ese es el círculo vicioso de la economía argentina al que ahora se suma una nueva reforma laboral, que busca potenciar el empleo formalizando la precariedad existente del enorme mercado informal de trabajo local, impuesta sobre la base de una creciente población sobrante para las necesidades del Capital.

¿Somos capital?

No somos capitalistas, pero tampoco somos capital. A lo que algunos burgueses se refieren como capital humano Marx lo llamó fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar. En su libro El Capital podemos leer: «Por fuerza de trabajo o capacidad de trabajo entendemos el conjunto de capacidades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole» (véase la similaridad con la definición de capital humano de LLA citada más arriba). La fuerza de trabajo se encuentra disponible como mercancía con la aparición del individuo libre: tanto jurídicamente para vender su capacidad de trabajar por cuenta propia, como liberado de los medios de producción necesarios para ponerla en marcha y, por lo tanto, obligado a venderla. Y se trata de una mercancía muy particular en el mundo de las mercancías. Una cuyo valor de uso tiene la propiedad de ser fuente de valor, cuya puesta en acción crea más valor del que cuesta reproducirla y, por lo tanto, adquirirla. Solo el empleo por parte de un capitalista puede convertir nuestra fuerza de trabajo en capital.

En este sentido, el capital tampoco es simplemente una acumulación de mercancías. El dinero como capital compra mercancías para usarlas como medio en un proceso de valorización, de aumento de su cantidad. La fórmula D-M-D’ es la síntesis de este movimiento: el dinero (D) como capital compra mercancías (M), produce con ellas nuevas mercancías para venderlas y obtener así más dinero (D’) que el que iniciara el ciclo de acumulación. Fue al indagar en la especificidad de la mercancía fuerza de trabajo y la diferencia entre fuerza de trabajo y trabajo (la puesta en acción de la fuerza de trabajo) que Marx pudo desentrañar el misterio del origen de la ganancia capitalista, la creación del plusvalor.

El Estado garantiza esta realidad a sangre y fuego sobre los explotados, pero busca presentarse como la defensa del bien común. Esto es posible ya que también impone condiciones a la clase burguesa, de acuerdo a la reproducción del Capital en su conjunto. Esta reproducción no es armónica, los capitales se enfrentan entre sí mediante la competencia y también lo hacen las clases sociales en la relación de explotación. Donde nace una necesidad (del Capital) nace un derecho… o muere un derecho… siempre de acuerdo al progreso del Capital.

Aunque este gobierno diga lo contrario, la implicación entre Estado y Capital, así como entre economía y política, es constitutiva del orden social capitalista. Y pueden llamar a los ministerios como quieran, pero lo sustancial de su rol no se modifica.

«Sin desarrollo social no hay capital humano» sintetizaba una bandera de la oposición, queriendo remarcar la necesidad de un Estado presente frente a su supuesta ausencia, propuesta por el liberalismo criollo.

Es preciso señalar que vivimos en una sociedad en la cual la subsistencia queda atrapada en el intercambio de mercancías que se producen de manera privada e independiente, y constreñidos a ofrecer en el mercado una sola mercancía: nuestra fuerza de trabajo. Venderla o reventar es nuestra elección, porque es imposible acumularla; esa es nuestra libertad.

Desde el ultraliberalismo hasta la socialdemocracia introducen la idea de “invertir en capital humano”, que supone una mejora en la calidad del trabajo para contribuir al crecimiento económico individual, de una empresa, un país o bloque de países. Queremos destacar el lenguaje economicista burgués desvergonzado que ya se maneja en estos tiempos que nos toca vivir. Ya sin rodeos nos hablan de “capital intelectual”, “capital simbólico”, “capital cultural”, “capital social”… Es cierto que en esta sociedad, desde el punto de vista burgués, todo es “capitalizable” pero no señalarlo o conformarnos alegremente frente a semejante situación nos condena a la complicidad de la apología capitalista.

Ya en 2002 Fidel Castro planteaba: «Hoy poseemos capital humano, que es esencial, más que cualquier otro país desarrollado del mundo…, y llegará el momento en que ese inmenso capital humano se convierta en riqueza económica». Diferentes maneras de administrar la sociedad capitalista pueden compartir un mismo sueño. Pero de lo que se trata es de superarla.

¿ANARCOCAPITALISMO?

«Anarcocapitalismo», «fascismo», «neoliberalismo», «imperialismo», «colonialismo», «extractivismo»… ya no saben qué decir para mantener a salvo el “buen nombre” del modo de producción capitalista. Para no llamarlo por lo que es.

No nos referimos aquí a los burdos defensores actuales del capitalismo sino a sus defensores más sutiles, sus pretendidos reformadores, o presuntos controladores, que hacen foco en la parte que no les gusta de esta sociedad o en algunos de sus “excesos”. Así, tenemos autoproclamados anti-capitalistas que llaman capitalismo a ciertos aspectos del mismo y no van al fondo de la cuestión, como adeptos al buen capitalismo que solo necesitaría una depuración de sus aspectos más nocivos, a los que prefieren llamar de otro modo. El progresismo peronista es la encarnación más palpable y actual de estos últimos, por lo que ha sido el principal partido del orden en las últimas décadas, mientras que los primeros se han limitado a ser su furgón de cola, lo cual resulta cada vez más evidente frente al “avance de la derecha”.

Cristina Fernández de Kirchner señaló respecto del agro y la minería que se trata de «Un sector que tiene crecimiento, pero tal como está desarrollado en nuestro país habla de un plan extractivista, es decir, llevarse todos los recursos naturales sin valor agregado, sin tecnología, sin industrialización, o sea, precapitalista, porque me hace acordar a la Argentina del Virreinato del Río de La Plata donde se llevaban todas las riquezas y no te quedaba nada, entonces más que anarcocapitalismo me parece que suena a anarcocolonialismo».

Aquí no hay un intento de cooptación de los movimientos sociales como algunos piensan cuando comparten con algún funcionario la terminología que consideran propia. Si la principal gestora de las últimas dos décadas de un Estado que representa un espacio de acumulación de capital basado principalmente en la producción primaria, habla de extractivismo y colonialismo, esto nos dice más de los términos empleados que de la persona que los emplea o el sector que representa.

El discurso de una de las referentes de la oposición política al actual gobierno no es muy diferente al de la izquierda y buena parte de los movimientos sociales. Pero no es una cuestión de “apropiación” de discursos, sino de una perspectiva que por errada puede ser compartida con el peronismo, progresista o no. Y de nada sirve recordar la implicación del peronismo en cada una de las transformaciones del capitalismo local, incluido el llamado “neoextractivismo progresista” del kirchnerismo, si luego se abraza la lógica del mal menor.

En lugar de enredarse en los discursos, resulta más pertinente analizar el lugar de la Argentina y la región en la división internacional del trabajo, así como las características de la reproducción del capital y del proletariado, para así poder comprender el contenido de las luchas que se producen y sus perspectivas. De otro modo, a falta de reflexión siempre está a mano la esperanza política y estatista, el nacionalismo de izquierda y peronista para mantener el orden capitalista.

Algunos números atrás hemos reflexionado sobre la consigna de “la patria no se vende”. Allí señalábamos algo tan básico como fundamental: los que no somos dueños de nada, no podemos vender algo que no nos pertenece. Involucrarnos en la defensa de los intereses de algún sector de la burguesía impide una comprensión y una lucha que se oponga a la explotación, pero además no ha demostrado que conduzca necesariamente a una mejora en las condiciones de venta de nuestra fuerza de trabajo.

Insistimos en la necesidad de poner en discusión la normalidad con que se acepta y se festeja una sociedad de clases donde rige la propiedad privada de los medios de producción. Donde es necesario vender nuestro tiempo y energía, nuestra fuerza de trabajo, para poder sobrevivir. Donde no podemos decidir colectivamente ni qué, ni cómo producir. Donde el dinero media en todas las actividades y vínculos humanos. Donde rige el sin sentido, o más bien la razón capitalista de que haya casas vacías mientras muchos duermen en la calle y tantos otros hacinados. Donde se tiran toneladas de alimento disponible. Donde cada vez mayor cantidad de la población es un sobrante para las necesidades del Capital.

Todo eso no está abiertamente en cuestión sino únicamente quiénes administran toda esa privación y enajenación a nivel local. Quién gobierna para servir a los intereses de uno u otro sector burgués.

PRÓXIMO LIBRO: «FASCISMO/ANTIFASCISMO»

Pronto vamos a publicar con Lazo Ediciones una compilación de artículos de Gilles Dauvé, que tiene como como disparador al polémico texto Fascismo/Antifascismo escrito algunas décadas atrás. En el libro presentamos algunos de los debates que suscitó, así como la posterior reelaboración del autor titulada Cuando mueren las insurrecciones, como texto central. Sumamos a la compilación un artículo escrito desde Cuadernos de Negación, abordando algunas de las implicancias actuales de la cuestión, del que compartimos un extracto:

«Asistimos a una sobreactuación del “riesgo totalitario” con el solo objetivo de disputar el comando de los Estados democráticos, a ambos lados del centro. No podemos asegurar que la deriva más generalizada hacia formas de Estado totalitarias no sea posible, pero, en todo caso, cabe reafirmar con Dauvé que el antifascismo no ha frenado el fascismo, así como la izquierda más o menos progresista no ha frenado la derecha más o menos reaccionaria. Claro que hay enfrentamiento entre fracciones de la burguesía, pero ¿hasta qué punto es posible inferir en esa dinámica de oposición en defensa de la alternativa menos terrible? ¿Hasta qué punto esa perspectiva nos acerca o nos aleja de una transformación revolucionaria? ¿Los antifascistas de hoy se hacen esta pregunta? ¿Acaso les importa? El capital reclama diferentes gestiones estatales de acuerdo a las necesidades de su reproducción, contrarrevoluciones y guerras incluidas. Es importante tomar dimensión de dónde brota la necesidad de cada transformación en los regímenes políticos antes de abrazarnos a alguno de ellos.

Gilles Dauvé nos señala respecto del fascismo histórico que no se opuso realmente a la democracia, sino que se trató de una excepcionalidad en defensa del capital. Entonces no se trató de “fascismo o democracia”, sino de “fascismo y democracia”. Cuando se analizan los vestigios del fascismo en sus nuevas formas se consideran fundamentalmente dos dimensiones: violencia e ideología. Respecto a la primera, las democracias occidentales contemporáneas –con gobiernos de izquierda a derecha– reprimen y emplean “Estados de excepción” cuando es necesario, sin tornarse a formas de Estado abiertamente totalitarias. La democracia incluye y perfecciona la represión “fascista”, además de la guerra abierta en nombre de su defensa. Por su parte, expresiones de ultraderecha han cumplido sus mandatos democráticamente y con gran moderación, a pesar de sus discursos de batalla ideológica de tono extremista. Hitler y Mussolini llegaron al poder por vías semi-institucionales de la mano de sus partidos-milicia, para luego hacerse del control total del Estado y dar curso a la gran gesta bélica. Nada parecido está ocurriendo. Por lo pronto, la democracia no es alternada por los “nuevos fascismos” ni por Estados de excepción, sino que los ha integrado.»
Entendemos que, tanto en su origen histórico como en sus derivas actuales, la comprensión crítica del fascismo implica, necesariamente, la de su contracara antifascista. El análisis de las variaciones de la dominación política burguesa requiere atender a las situaciones históricas concretas y el desenvolvimiento de la lucha de clases. En tiempos de crecimiento de las nuevas derechas, la cuestión ha tomado relevancia nuevamente e invita a una reflexión profunda sobre sus orígenes históricos. Lo que está en juego, finalmente, es la crítica radical de la oposición política más fundamental bajo el capitalismo y su superación.

domingo, 9 de junio de 2024

sábado, 25 de mayo de 2024

Vindicación y justicia

Mayo de 2024. Incluido en el folleto «Simón Radowitzky», realizado exclusivamente para la suscripción de la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo.


«Yo creo que toda opresión produce la reivindicación y que todo opresor individual o colectivo se expone a la violencia.» (Élisée Reclus)
Podemos pensar y/o sentir que Falcón merecía la muerte, eso queda a consideración de cada quien. Lo que nos preguntamos es sobre la venganza y la justicia.

A muchos compañeros anarquistas se los recuerda como mártires y vindicadores. Dejemos para otro momento las referencias religiosas, no por desprecio sino por lo interesante del tema, y vamos directo a la cuestión de la vindicación. Vindicar es según la RAE: «Defender a quien se halla injuriado, calumniado o injustamente notado».

La justicia, “lo justo”, surge de la necesidad de resolver los conflictos entre los integrantes de una sociedad. Es mediante la ley que esta sociedad establece un conjunto de pautas y criterios, un marco adecuado para las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas en la interacción de estos. Ahora bien, como señalaba Rafael Barrett:

la ley se establece para conservar y robustecer las posiciones de la minoría dominante; así, en los tiempos presentes, en que el arma de la minoría es el dinero, el objeto principal de las leyes consiste en mantener inalterables la riqueza del rico y la pobreza del pobre. (…) Sin embargo, (…) el poderoso encuentra la ley todavía estrecha a su deseo, ya que él mismo la dictó y es capaz de hacer otras nuevas, y el humilde se conformaría con que la ley se cumpliera como se dice y no como se hace. (Los jueces)
El sentido común de esta sociedad nos insta a pedir una reparación ante cualquier falta, nos dice que si se ha sufrido un agravio quien lo cometió debería compensarlo de alguna manera (generalmente económica) o ser castigado, que el problema es de individuo a individuo. Si bien penalmente eso puede ser correcto, no resulta así de simple psicológica y emocionalmente, y desde un punto de vista revolucionario, y por tanto social, tampoco es deseable. ¡Si tan solo se pudiese cambiar el mundo borrando de un plumazo a uno, diez o mil personajes puntuales!

La Justicia sirve no para resolver los conflictos sino para hacer tolerables los que no pudieron ser evitados, y que la misma sociedad los multiplica y diversifica. Según esta lógica, debe haber un responsable ya que es imposible castigar el acto en sí mismo, se castiga al culpable (o culpado).

La Justicia es la venganza regulada legalmente, su herramienta es el castigo. Si su motivación es la preservación del orden social, esto presupone regular una posible escalada de violencia y venganzas. El Estado mediante la Ley define qué es un crimen.

La justicia proletaria adquiere la forma de la venganza cuando se ejerce por mano propia en el cuerpo de los representantes de sus verdugos, como hicieron Wilkens o Radowitzky. Aunque los vindicadores consideraban sus actos no como el fin de la potencia revolucionaria sino como un aporte a la lucha más general, es evidente que aunque pueda funcionar para reparar limitadamente las injurias cometidas sobre el proletariado, no acaba con las dinámicas que nos injurian cotidianamente. De ahí que nos hagamos la pregunta: ¿cuál es la forma de elaborar un acto que deshaga la dinámica social capitalista? La respuesta no podría ser otra que la revolución.

Y más allá de las vindicaciones, hoy que casi todo reclamo adopta los márgenes de la Ley, la pregunta es: ¿por qué hacer propia una idea de justicia que desde las primeras sociedades hasta hoy no ha resuelto lo que supone abordar?

La impresión producida por la matanza del 1° de mayo en la plaza Lorea fue enorme, afirmaba Diego Abad de Santillán en Simón Radowitzky, el vengador y el mártir, de donde también tomamos la cita de Reclus que abre estas reflexiones. Y prosigue:

Y más indignación causó aún la solidaridad del gobierno con el jefe de policía, a quien sostuvo contra el deseo unánime de su destitución expresado por todos los trabajadores del país. Se pedía públicamente la cabeza de Falcón, sin rodeos de lenguaje. Por ejemplo, los Aserradores y Anexos de Buenos Aires terminaban así un manifiesto al pueblo publicado el 3 de mayo de 1909 en La Protesta: «¡Muera Falcón! ¡Viva la anarquía!». Y La Protesta, el 4 de mayo, gritaba al comentar los renovados ataques policiales en la huelga que siguió a la masacre de la plaza Lorea hoy del Congreso: «... Son siete muertos y 105 heridos. Luego, si mañana se voltea la cabeza de Figueroa y Falcón, se dirá que los anarquistas somos unos criminales...»

Es posible que aquellos compañeros no solo quisieran “hacer justicia”. En una lucha abierta y declarada hay una correlación de fuerzas y atacar a un responsable es hacer dudar al futuro represor, para que tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer. Hoy las buenas conciencias democráticas le llamarían “terrorismo”. Por otro lado, este tipo de acciones eran consideradas como “propaganda por el hecho” y hasta podía suponer una alarma para el llamado a la insurrección.

Era otra época, van ya más de cien años. Y, sin embargo, el 1° de mayo aún nos convoca y nos encuentra para recordar, compartir, reflexionar y agitar.

Aunque no intactas, las categorías básicas de la sociedad capitalista permanecen –valor, trabajo, salario, mercancía, propiedad privada, Estado– y la composición de la clase proletaria no es la misma que antaño. Por eso mismo ya no existe un movimiento obrero como el del cual emergió Simón Radowitzky. Y quedan pocos o ningún Ramón Falcón.

Lo que había realizado Falcón iba más allá de su existencia individual. No solo en el ataque de clase en defensa de los intereses nacionales particulares y capitalistas en general, sino también en la modernización de la violencia estatal.

Un personaje nefasto, recordado por los desalojos en la “huelga de inquilinos” de 1907 y los asesinatos de trabajadores anarquistas en la manifestación del 1° de mayo de 1909. Su historia es una parte importante de los inicios del Estado argentino. Falcón fue el primer cadete del Colegio Militar de la Nación, al que ingresó en 1870, durante la presidencia de Sarmiento. Egresado con honores en 1873, combatió en la “Campaña del Desierto” y a su regreso, en 1898, se retiró con el grado de coronel. Luego fue elegido diputado nacional. En 1906, recibió el nombramiento de jefe de Policía de la Capital. Y en ese cargo, creó nada menos que la Escuela de Policía que llevó su nombre hasta 2006.

Falcón fue un modernizador del Estado argentino y su policía, su importante figura es paradójicamente la que comienza a quitar protagonismo a los “grandes hombres” de la historia –como él mismo, que se apersonaba a cada bravuconada estatal– para dar lugar a las instituciones cada vez más impersonales, para reconocer la propia dinámica del Capital y confiar ya no tanto en las cabezas de Estado sino en su organización, su técnica, su logística.

Podemos recordar las ya famosas palabras de otro querido anarquista, Kurt Gustav Wilckens, en relación a la vindicación del teniente coronel Héctor Benigno Varela:

No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencias; trabajemos para apresurar ese día.

Es imposible no ver en un Falcón, un Varela, un Astiz o una Bullrich a los verdugos del pueblo. Sin embargo, ese odio puede cegarnos en atacar a los guardianes del orden y la propiedad en tanto individuos y no por su rol en el mantenimiento de la paz capitalista. No es necesario que un policía, un militar o una ministra sean criminales para convertirse en represores o asesinos. Es cierto que hay unos peores que otros y no estamos haciendo un intento por despersonalizar la historia. El desprecio hacia quienes nos explotan y desprecian se nos hace inevitable pero la cuestión social es una cuestión de dinámica general, no simplemente de milicos sedientos de sangre y políticos corruptos, aunque abunden producidos por el mismo capital. La pasión también reclama nuestro razonamiento y viceversa.

Hoy ante un capitalismo cada vez más despersonalizado, cuando puede haber ausencia de patrones, con vigilancia remota, donde participamos activamente de nuestro propio control en favor de la ganancia ajena es más fácil arrimar a estas conclusiones.

Aunque al igual que con el fetichismo de la mercancía, la relación social se presenta como una cosa y esa cosa muchas veces se personifica en los personajes más tristemente célebres de la burguesía, nuestro objetivo no son simplemente individuos sino una relación social: la relación social capitalista.

Lejos está aquel movimiento obrero, incluso su declive, aquel que describíamos en relación a los sucesos históricos de la Patagonia rebelde, aquel que:

va a valorar y resaltar el gesto, la acción violenta individual o grupuscular como expresión de la humanidad contra la opresión, más allá de la situación favorable o desfavorable para su puesta en práctica. Esta afirmación del gesto personal, clásica del anarquismo, será un sello distintivo de defensa de la dignidad rebelde en tiempos de conformidad o represión.

Al mismo tiempo, sin embargo, constituye un claro síntoma de impotencia, de la pérdida de influencia de las tendencias revolucionarias en el movimiento social a medida que se van modificando las condiciones de producción y por lo tanto de reproducción de la fuerza de trabajo, cada vez más integrada en la propia reproducción del Capital. (Lucha social y represión en la Patagonia 1920-1922. Lazo ediciones, 2022)

Simón Radowitzky es ya parte de la historia argentina, pero es por sobre todo parte de la historia de nuestra clase y sus luchas. Más allá del “mito anarquista”, su coraje y determinación, su    lucha ¡que es su vida! aún nos conmueve y nos inquieta, aunque las condiciones en las que nos movemos sean diferentes.

domingo, 19 de mayo de 2024

¿QUÉ HUELGA?

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Una huelga es la interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de quienes trabajamos con el fin de reclamar ciertas condiciones o manifestar una protesta hacia un patrón particular o conjunto de patrones. Cuando por decisión de la empresa la actividad se paraliza de modo parcial o total suele hablarse de lockout o paro patronal.

Por estas latitudes las huelgas de los trabajadores suelen ser llamadas paros, quizás por la discontinuidad con aquel método histórico del movimiento obrero revolucionario en relación al desarrollo capitalista. Actualmente la situación es otra, y no es posible restaurar ninguna época anterior. En los últimos años desde los sindicatos los paros han tenido por objeto políticas económicas de los diferentes gobiernos antes que la disputa salarial en sí.

El reclamo más necesario e inmediato hoy es el aumento de salarios, ayudas y jubilaciones. «Unidad de lxs trabajadorxs y al que no le gusta se jode, se jode». Muchos explotados se preguntan dónde están sus representantes. Y pareciera que los representantes políticos y sindicales no aparecen, pero ahí están: negociando nuestro precio, nuestra miseria, preparándose para las próximas elecciones e incluso viviendo del esfuerzo ajeno, porque no olvidemos: muchos de ellos no son simples burócratas sino empresarios.

Una huelga o ser huelguista no es lo mismo ahora que a fines de 1800, cuando compañeros proponían la finalidad revolucionaria: convertir la huelga en huelga insurreccional generalizada capaz de llevar a un punto final la posición decisiva de la burguesía en el conjunto de la vida social, una situación sin retorno. Recordemos que hasta el día de hoy conmemoramos el 1° de mayo por los anarquistas que fueron asesinados legalmente en Estados Unidos por participar en las protestas de lucha por la jornada laboral de ocho horas; que tuvieron su origen, justamente, en la huelga iniciada el 1° de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en lo que conocemos como “Revuelta de Haymarket”.

Hoy tenemos las ocho horas para una parte del proletariado asalariado, muchos trabajan menos horas, tantos otros más de ocho repartidas entre varios trabajos, y millones están desempleados. Los avances tecnológicos y organizativos hicieron que el Capital pueda producir cada vez más en menos horas, y que pueda prescindir de una masa de personas que ya no constituyen un “ejército de reserva” sino una “población sobrante”.

Sin embargo, hay confianza en la burguesía. Al menos en un sector, por parte de la clase explotada. Quienes eligen el mal menor olvidan con rapidez que están eligiendo el mal. De momento, para muchos una huelga general parece la mejor medida para derrotar al gobierno de Milei y “el plan de ajuste del FMI”. Así como servía para tumbar el DNU, la Ley Ómnibus, etc., etc. Solo faltaba que la CGT ponga la fecha del segundo paro general, realizado finalmente el 9 de mayo. Algunos confían en la dirección pasivamente y otros “luchan” contra la burocracia sindical exigiendo a la propia mafia sindical que haga lo suyo: “ponele fecha la puta que te parió”. La ilusión de unas bases que desbordarían sus dirigencias, pero siempre dentro de los anchos bordes institucionales. Recuerda a la tibieza de quejarse de las medidas de Milei pero a la vez exigirle que ejerza de presidente y deje de perder tiempo en redes sociales.

Paro y/o movilización

Vamos a la huelga. Pero, en la situación que estamos, hay que ser conscientes de que las huelgas generales convocadas por las centrales sindicales abarcan a menos de la mitad de las personas que trabajan, ya que el trabajo precarizado y sin contrato abunda, por no hablar de la gran masa de proletarios desempleados. Eso pone en duda que sean “generales”. Se puede suponer que “si para el transporte, para todo”... no es tan así. En nuestra ciudad, debido a los ataques narco, cada dos por tres para el transporte y eso no significa que debamos dejar de ir a trabajar. Queda bajo “responsabilidad de los empleadores”, que muchas veces significa “arreglate como puedas y vení”. Esta es una realidad tanto para los informales, quienes ganan el día a día, así como para el resto de trabajadores no sindicalizados o cuyos sindicatos no paran, como quedó claro desde las cuarentenas de años anteriores (con más de 100 días de paro de transporte en 2020).

Por otra parte, el apoyo al actual gobierno sigue siendo alto. Entre la esperanza y la resignación, millones de trabajadores formales e informales suponen que todo esto es para bien. Entre los descontentos con el actual gobierno, muchos desconfían de las medidas de fuerza por su sola procedencia: una oposición política que ya mostró su forma de gobernar y, si hilamos más fino, cuya principal fortaleza residió en institucionalizar las luchas y movimientos sociales de las últimas décadas.

Cuando a comienzos de año la CGT llamó a un “paro”, se asemejaba más a una movilización que a un paro que tiene por finalidad atacar las ganancias de la burguesía. Si el movimiento obrero hace siglos empleó la huelga es porque desde su lugar de productores el hecho de parar la producción implicaba un trastrocamiento de la normalidad capitalista y principalmente un golpe a las ganancias de la burguesía que tenía que ceder a riesgo de perder más. Este segundo paro no tuvo movilización, eso gustó al gobierno, aunque se quejaron de que la economía perdió 500 millones de dólares... los mismos que dicen que son los empresarios quienes generan la riqueza.

Llegado a cierto nivel de ajuste, los sindicatos se ven forzados a tomar medidas en defensa del salario, ya que de lo contrario su rol quedaría aún más desdibujado. Como señalaba la Internacional Situacionista respecto al rol histórico de cualquier sindicato: «se aplasta contra el suelo y menea la cola para demostrar al amo que ladra solo porque es un perro, pero, con todo, un perro fiel».

La CGT reacciona principalmente como opositor político al gobierno de turno. Esto se hace evidente con solo mirar la caída del salario durante el gobierno anterior sin ningún paro general, haciendo de Fernández el primer presidente no re-electo sin ser confrontado con este tipo de medidas desde 1983. La CGT fue también vanguardia en salir a apoyar abiertamente la candidatura de Sergio Massa.

El reciente paro convocado por la CGT se mantuvo pese a que el gobierno cedió frente al reclamo de los sindicatos por las “cuotas solidarias”, tan importantes para sus recaudaciones. De momento, el gobierno no impedirá estos aportes extraordinarios a los gremios por parte de afiliados y no afiliados, los cuales están incluidos en los convenios y se han ido generalizando desde los años 90 “para compensar la desafiliación”.

La reforma laboral incluida inicialmente en el DNU quedó frenada en la justicia, por lo que el gobierno arremetió con un nuevo proyecto de ley que vuelve a incluir una “modernización laboral”, que si bien está bastante acotada respecto de la anterior, no deja de ser un fuerte ataque a los asalariados. La nueva ley Bases que incluye esta reforma ya fue aprobada en Diputados y espera su votación en el Senado.

Claro que hay que enfrentar las reformas laborales que buscan formalizar las condiciones precarias de los trabajadores informales, extender períodos de prueba, atacar el derecho a huelga y facilitar los despidos, entre otros aspectos. Pero no nos olvidemos que incluso sectores sindicales ven con buenos ojos ciertos aspectos de la reforma laboral, como el modelo ya implementado por la UOCRA de fondos de desempleo en reemplazo de las indemnizaciones, entre muchos otros retrocesos.

Tampoco los principales referentes de la oposición parecen estar muy en desacuerdo con el trabajo sucio que les ahorran: «Resulta ineludible discutir seriamente un plan de actualización laboral que brinde respuestas a las nuevas formas de relaciones laborales surgidas a la luz de los avances tecnológicos y de una pandemia que trastocó todos y cada uno de los ámbitos de la vida de las personas”, indicó Fernández de Kirchner en un documento de febrero de este año.

Mientras tanto, tal como nos referimos en el número anterior de este boletín, el salario no para de achicarse.

La emancipación de los trabajadores…

Una huelga no es simplemente una protesta, menos un desfile, parte de una campaña electoral o un acto simbólico; es una acción histórica de la clase proletaria para generar pérdidas a los burgueses y desde ahí reclamar. Bajo la modalidad actual, la cuestión de los salarios, ayudas y jubilaciones aparecen como un reclamo más del montón, entre el patriotismo, la soberanía nacional, la cultura, los “derechos conquistados”, etc.

Nos encontramos, manifestamos, pero no es una receta mágica para cambiar el futuro de millones de personas. No se trata de cantidad de gente, banderas, pancartas, panfletos, piedras o intervenciones artísticas, sino de algo más que tampoco es la simple suma de todo aquello.

Si no tenemos una propuesta de clase, tan solo queda ser furgón de cola de quienes sí tienen propuesta, los que llaman a “poner el cuerpo” y no debatir. Así se puede obedecer y marchar o salirse y tirar piedras, pero de fondo no hay mucho más que la defensa de la patria (y por tanto de amplios sectores de la burguesía) y/o de la democracia (que busca armonizar la relación entre explotadores y explotados). En fin, esperar que venga un “buen gobierno” para que nos salve.

Si continuamos el mismo camino de esperar-votar-protestar-votar porque creemos que ya está todo decidido, vamos a acabar siempre en el mismo lugar. Y así, las marchas, los paros, los carteles, las pintadas, los panfletos o las piedras no sirven para un objetivo propio sino ajeno. Es cierto que de momento no parecen dar las fuerzas ni la inteligencia, sin embargo, ¿cuándo vamos a empezar? ¿Cómo comenzar a construir un mundo nuevo mientras se confía en el viejo?

«La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos» decían los estatutos de la antigua Asociación Internacional de Trabajadores, aquella de la época de Marx y Bakunin. Claro que los tiempos han cambiando, y mucho, sin embargo algunas premisas siguen vigentes. Seguramente no la de una huelga general insurreccional que abra las puertas a una nueva sociedad. Los compañeros del pasado, los bakuninistas por ejemplo, tan solo estaban ensayando experiencias de acuerdo a su situación, pero con una finalidad: la emancipación total. Marx señalaba que si los esfuerzos dirigidos a esta gran finalidad han fracasado fue por falta de solidaridad entre proletarios de diferentes ramas del trabajo en cada país, e incluso entre países. Por limitarse a una “guerra de guerrillas” contra los efectos del sistema existente en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo; es decir, por la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.

Nuestras respuestas generalmente no están en el pasado. Incluso cabe hacer nuevas preguntas, si es que hay una intención de ir al fondo de nuestros problemas y no entretenernos con los fenómenos superficiales del capitalismo, con los debates políticos, y los dichos de tal o cual famoso.

A juzgar por su indignación selectiva, pareciera que a gran parte de los insatisfechos lo que más les horroriza es, a fin de cuentas, que el peronismo no esté en el gobierno nacional. Si partimos de allí, es en vano hacerse estas preguntas que van fuera y contra el permanente campañismo electoral.

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Nos encontramos el sábado 25 de mayo a las 18 hs. en la biblio para conversar en torno a la huelga como método de lucha proletaria a lo largo de la historia. Desde la denominada «huelga insurreccional generalizada» del joven movimiento obrero hasta los denominados «paros» sindicalistas de hoy. Tomando como punto de partida sus formas, pero también sus contenidos y sus contextos.

ROSARIO, CIUDAD CULTURAL

La “cultura rosarina” está basada en miles de trabajadores precarizados, tanto en el ámbito privado como estatal. Lo sabemos porque vivimos aquí y además algunos participamos del amplio y difuso ámbito cultural local desde hace años o décadas. Lo sabemos porque muchos trabajamos precarizados en el sector privado y en el estatal, ya sea en bares, instituciones o autogestionando nuestra miseria, “aportando a la cultura”, así como también en actividades culturales sin fines de lucro o como consumidores… Padecemos ser “trabajadores de la cultura” como cualquier otro trabajo: por migajas, sin aportes ni vacaciones, y luchando colectivamente cuando es posible.

Vamos a hablar de cultura en un sentido restringido y errado: vamos a referimos a ocio, entretenimiento, manifestaciones artísticas y un poco de erudición. De momento no vamos a referimos a los procesos que “producen significado”, ni al “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” (RAE), ni a lo que implica comer con cuchillo y tenedor, usar determinada vestimenta o no casarse entre hermanos.

En el ambiente cultural, a diferencia de otros ámbitos, hay una característica común: en el grupo de explotadores de trabajo ajeno abundan los progres. Están profundamente culturizados e ideologizados. Suelen ser profesionales o “agentes culturales”.

Uno de esos patrones, meses atrás hacía reuniones en el lugar de trabajo para que sus empleados no votasen a Milei. Otros adornan sus lugares con consignas de otra época, contestataria, vintage, inclusiva… adornos y figuritas para caer bien pero, principalmente, para apuntar a un segmento de mercado particular. Una ex ministra de Cultura se acercaba a las asambleas de precarizados y les decía que le alegraba mucho que luchasen. En 2024 tienen miedo de que el gobierno de turno haga con toda la población lo que ellos hacen a sus pocos empleados: pagar poco, confundir trabajo con ocio, hacer pasar trabajo por tiempo libre, precarizar, privar de jubilación, vacaciones y de cobertura médica, asustar y abusar de su autoridad. Tienen miedo de que la derecha quite “los derechos conquistados”… derechos que ellos no otorgaron ni otorgan. Estos fanáticos del mal menor no pueden entender que gran parte de la población vote al mal mayor o que ni siquiera le importe quién gobierne. Ellos están acostumbrados a las migajas… a repartirlas. Son esos que quieren que un político gane lo mismo que un docente y no al revés. Hasta para desear son mezquinos.

Por lo general, los artistas y agentes culturales pretenden tener un aura especial, se suponen fuera de la ruindad y barbarie capitalistas. Muchos explotadores del trabajo ajeno de este sector no se consideran como tales. Por su parte, los trabajadores de la cultura han asumido de manera creciente esta identidad, lo que consideramos se halla vinculado a la expansión del sector, a la mayor dedicación en este tipo de tareas de manera exclusiva, y a una transformación más general de la reproducción de la fuerza de trabajo. Nos referimos a la identificación de ciertas tareas como trabajo al momento de depender cada vez más de un ingreso a cambio de las mismas.

Lo que definimos amplia y vagamente como cultura es un aspecto de nuestra reproducción, que se puede convertir más o menos en un negocio, pero nunca lo es completamente. Las políticas públicas llevadas a cabo por el Estado en materia cultural, al igual que en salud y educación, dejan claro que no está completamente mercantilizada, y en todo contexto de ajuste sufre mayores recortes que otras áreas más imprescindibles.

Por otro lado, está la cuestión de los artistas independientes o autogestivos, a quienes se les dificulta la subsistencia y suelen depender de las contrataciones o programas estatales. Existen unos pocos que aún consideran que la “contracultura” debe ser autosustentable, incluso buscando compartir en la gratuidad o repartiendo meramente los “costos técnicos” de las producciones y actividades (sonido, luces, alquiler, imprenta, difusión, etc.).

Problematizando, la identidad de “trabajadores de la cultura” está más extendida que antes, posiblemente porque cada vez más personas lo asumen como un medio para su supervivencia además de una actividad recreativa, y quieren o necesitan cobrar por hacerlo. También por políticas públicas orientadas al sector cultural, con más presupuesto, personal, instituciones, programas y estructuras administrativas como por ejemplo ministerios provinciales o nacional.

Muchos experimentan disgusto frente a la “mercantilización” o la “degradación” de la cultura. Ni el funcionario ni el dueño de un bar quieren tu diversión sino mantener el status quo y/o tu dinero, del mismo modo que el kiosquero al momento de vender cualquier mercancía le interesa tu dinero, así como a vos el producto que te ofrece. Así de simple funciona el intercambio en el capitalismo.

En ocasiones, la despiadada lógica capitalista se acepta en todos los ámbitos pero se supone debería dejar gentilmente a la cultura fuera del alcance de sus garras. Una esperanza ingenua. Aceptar la lógica de la competencia capitalista debería significar aceptar todas sus consecuencias. Si es justo que una cerveza o un pantalón se valoren exclusivamente en base a la cantidad de trabajo que representan, es un tanto ilógico esperar que esta misma lógica no rija para los productos de la industria cultural. Hay un mismo principio, si nos oponemos a los “excesos” liberales de la mercantilización sería bueno pensar en los fundamentos más generales.

La lógica capitalista no renuncia ni al narcotráfico, ni al trabajo formal ni a la precarización si puede obtener una ganancia. La “mercantilización” de la cultura frente a las exigencias económicas forma sólo una parte de la mercantilización tendencialmente total de todos los aspectos de la vida, y es en vano poner en discusión sólo la cultura sin atentar contra la totalidad de la economía en todos los niveles. No existe ningún motivo por el cual la cultura pudiese lograr mantener su autonomía respecto a la lógica de la ganancia, si ninguna otra esfera logra hacerlo.

En estas épocas de recorte y despidos nos solidarizamos con todos los trabajadores que defienden su supervivencia. Y somos conscientes de que, como señaló Theodor Adorno, «la abolición del arte en una sociedad semi-bárbara y que avanza para la completa barbarie se convierte en su colaboradora». Pero eso no obtura pensar y pensarnos, cuestionar que la cultura, el arte o lo que sea se presenta cómodamente separado del resto de las actividades humanas. Queremos quitarle el velo sagrado que intenta mantenerlo al margen de la dinámica capitalista.

Tampoco es un llamado a dejar de consumir en tal o cual bar, tal o cual producto, dejar de concurrir a determinado teatro o museo. Es un humilde llamado a comprender cómo en la cultura hay consumo pero también producción. Como en el resto de los ámbitos de esta sociedad, no nos involucramos solo como consumidores, sino también como productores.

«Pero si pongo en blanco a todos los empleados tengo que cerrar». «Todos los lugares son capitalistas de una u otra manera.» Hello! Así funciona.