sábado, 30 de abril de 2022

1° DE MAYO CONTRA EL NACIONALISMO

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En Argentina, Rusia o Ucrania, en Cuba o en Suecia, en “Oriente” u “Occidente” hay explotadores y hay explotados, hay gobernantes y hay gobernados. Nuestra clase, el proletariado, es una clase mundial. Las condiciones para su explotación o la condena al hambre y la escasez son tan mundiales como la necesidad de destruirlas.

Asumir la lucha internacionalista es solidarizarse con las luchas de los proletarios de otros países, asumirla como nuestra y luchar también en “nuestro” país, contra “nuestro” Estado, contra “nuestra” burguesía; en tiempos de guerra y en tiempos de paz, inseparables para el funcionamiento de la sociedad capitalista. La guerra no es algo extraordinario, es constante, y se prepara en la paz social. ¡Para terminar con las guerras hay que destruir el capitalismo!

En Ucrania, al igual que en todas las demás “zonas en conflicto” como Palestina, Siria, Etiopía, Afganistán o Yemen, las consecuencias de la guerra son sufridas de manera brutal por la clase explotada. Las demás naciones implicadas, como es el caso de Rusia, los miembros de la OTAN y demás gendarmes, también depositan sobre los proletarios los costos y consecuencias de la guerra. Aquellos que habitan en Rusia, además de sufrir más duramente las consecuencias económicas debido al papel del país en el conflicto, son reprimidos frente a cualquier intento de oponerse o criticarla. Incluso al margen de los Estados protagonistas, se hace sentir sobre nuestras espaldas el impacto de las disputas interburguesas, con sus sanciones económicas y su correspondiente aumento de precios, o sus medidas de “excepción” en materia de control social que la guerra “justifica”. Nos hablan de paz y nos hacen la guerra, aunque por otros medios. Nuestra paz es la sumisión al dinero.

En épocas de globalización, de empresas multinacionales, de desterritorialización del Capital, el nacionalismo parecía en vías de extinción. Sin embargo, continúa vivo y fuerte. El nacionalismo dejó de ser cosa exclusiva de los conservadores y se convirtió en credo de la izquierda y los progresistas, incluso como falsa salida a los malestares del capitalismo mundial. Este es el marco que comparten con las nuevas derechas que temen y dicen combatir.

Como señala Fredy Perlman en El persistente atractivo del nacionalismo, los nacionalistas izquierdistas insisten en que sus nacionalismos no tienen nada que ver con el nacionalismo de los fascistas o los nacionalsocialistas, y que el suyo es un nacionalismo de los oprimidos que ofrece no solo la liberación individual sino también cultural. Para refutar estas pretensiones es necesario comprender la división de clase de la sociedad capitalista, que mientras exista trabajo o dinero jamás habrá suficiente para todos y que en nombre de la patria se cometen las peores aberraciones.

A 40 años de la guerra de Malvinas vale la pena recordar cómo los milicos torturadores y asesinos, junto a la ciudadanía cómplice, estaban de acuerdo con la izquierda argentina, prácticamente en su totalidad, en que se trataba de una guerra justa. Las diferencias estaban en cómo y quiénes llevarían adelante esa guerra, siendo de este modo responsables de sus consecuencias y –por acción o aval– de la muerte de más de 600 jóvenes.

Este año también seremos censados por el Estado. Según palabras oficiales, esta información estadística sirve para diseñar políticas públicas y para que las empresas planifiquen y lleven adelante proyectos. En la publicación oficial del primer censo, allá por 1869, cuando se erguía esta nación sobre el genocidio indígena, se puede leer: «el indio arjentino [sic] es tal vez el enemigo más débil y menos temible de la civilización; bárbaro, supersticioso, vicioso, desnudo». Hoy el censo contempla a los “pueblos originarios”: la “patria inclusiva” reconoce a los descendientes de aquellos pueblos que habitan este país, aunque sólo de palabra. En incontables ocasiones, dicho reconocimiento no equivale siquiera al acceso a lo requerido por las necesidades más básicas.

Como si fuera poco, este año habrá que soportar el mundial de fútbol. Otra fiesta empresarial de la burguesía que entretiene con nacionalismo, competencia y contemplación no-participativa. Se trata de exaltaciones del más básico nacionalismo y se trata del mundial de fútbol más infame hasta la fecha. Según cifras del informe «Detrás de la pasión», publicado en mayo del año pasado, ya había más de 6.500 trabajadores muertos para la construcción de los estadios y la infraestructura necesaria. Denuncias actuales por parte de diferentes organismos internacionales estiman que esa terrible cifra ya asciende a 10.000. En Qatar hay más de dos millones de migrantes provenientes principalmente de India, Bangladesh, Nepal, Egipto, Pakistán, Filipinas y Sri Lanka que constituyen el 95% de los trabajadores en el país. Alrededor del 40% trabaja en el sector de la construcción, que ha repuntado por el mundial. Trabajando entre 16 y 18 horas diarias, 7 días a la semana, soportando temperaturas de hasta 50°. Sin embargo parece no importar demasiado, porque son pobres, porque están lejos, porque son extranjeros…

Los partidos de la selección nacional son televisados hasta en las escuelas, institución donde se nos inculca desde bien chicos no solo una rutina de trabajo –o teletrabajo durante los pasados dos años–, sino la identidad nacional, marcadamente ficticia en una región con una historia de fuerte inmigración y aniquilamiento de los nativos. Aunque nos hemos acostumbrado generación tras generación, no podemos dejar de señalar lo ridículo de saludar una bandera todas las mañanas y tardes, jurarle lealtad, y someternos a infinitos actos patrios desde los primeros años de vida.

Incluso al 1° de mayo que estamos conmemorando se lo pretende reducir a un feriado patrio: como día del trabajador, con banderitas argentinas, locro y empanadas. Se intentan borrar así sus orígenes y su significado actual, el de una conmemoración de reflexión y de lucha: internacionalista, anticapitalista y revolucionaria. En las resistencias actuales el nacionalismo pareciera proporcionar cierto amparo comunitario o ligazón, algo común entre quienes se disponen a desobedecer y reunirse para bloquear, hacer asambleas, construir proyectos o simplemente destruir. En no pocas ocasiones muchos lo hacen con la bandera de su país en las manos, que no es más que el símbolo del exterminio en la región, e incluso fuera de sus fronteras. Pero los proletarios rebeldes no se disponen a luchar gracias a su patriotismo, sino a pesar de él. Es la propia lucha en actos la que aplasta esos símbolos de mierda impuestos por los poderosos para hacernos creer que dentro de unas fronteras delimitadas artificialmente coincidimos en nuestros intereses, que todos somos “el pueblo” más allá de las diferencias de clase. Sin embargo, pese a las acciones antipatrióticas, ese patriotismo persiste y es un peligro para la extensión y profundización de la revuelta. Y es un peligro también fuera de las revueltas cuando, para salvaguardar a la burguesía nacional, nos dicen por derecha que el inmigrante nos roba el trabajo y por izquierda que el problema son los ricos, pero de otro país.

No lo olvidemos: a la hora de atacarnos, la burguesía actúa como una fuerza internacional, al contrario de los nacionalismos y regionalismos. Comprender la dimensión internacional del capitalismo nos ayuda a combatir las limitaciones que nos impiden accionar desde una perspectiva que no se restrinja al lugar donde vivimos.

Hablamos de proletariado o burguesía porque nos parecen categorías precisas, mientras otros rebeldes prefieren hablar de oprimidos y opresores, o pueblo y élite. No nos preocupan tanto las terminologías, pero sí nos importa comprender la dimensión internacional y de clase de esta sociedad. Por motivos de este tipo es que insistimos en hablar de capitalismo y no simplemente de neoliberalismo, mucho menos de soberanía o liberación nacional, o siquiera de suma de liberaciones nacionales.

Nuestra consigna de agitación y de provocación «El proletariado no tiene patria» no puede olvidar que mientras exista capitalismo sí tendremos patria tal cual la conocemos. Mientras tanto, habitaremos en un país, incluso a pesar de nuestros deseos. La nacionalidad escrita en nuestras identificaciones es una imposición entre tantas otras. Tristemente, hemos naturalizado tanto el modo de vida que llevamos como asalariados que nos olvidamos de que también somos desposeídos, que nuestros ancestros fueron separados de sus tierras, de sus formas de vida y de producir, que fueron llevados a ciudades y barrios marginales para cubrir las necesidades de la vida mercantil. Esto es así, tanto seamos descendientes de “pueblos originarios”, nietos de inmigrantes de cualquier rincón del planeta, mestizos, o mezcla de inmigrantes e indios.

La patria es la organización que se dieron ricos y opresores en sus competencias: ellos crearon Naciones y Estados a costa de miles y miles de vidas proletarias que sucumbieron en trincheras, campos de trabajo, defendiendo fronteras que no eran las suyas. La patria no es más que la excusa para separarnos y oponernos, porque mientras no estemos luchando contra el Capital estaremos luchando entre nosotros y contra nosotros mismos.

MEMORIA: EXTRANJEROS "INDESEABLES" Y LUCHA INTERNACIONALISTA

De los ocho trabajadores revolucionarios conocidos como “mártires de Chicago” solo dos habían nacido en suelo estadounidense: Oscar Neebe, condenado a 15 años de trabajos forzados, y Albert Parsons, que se entregó a la Justicia para estar con sus compañeros y ser juzgado igualmente. El 11 de noviembre de 1887 fue ahorcado junto a tres alemanes: George Engel, Adolph Fischer y August Spies. Louis Lingg, también alemán, se suicidó en su celda para no ser ejecutado. Tampoco eran estadounidenses los dos condenados a cadena perpetua: Samuel Fielden era inglés y Michael Schwab era alemán.

Es justamente este último quien señala que, antes de partir de Europa, abrigaba la ilusión de que en la llamada “tierra de la libertad” no presenciaría el hambre y el desempleo: «Sin embargo he tenido ocasión de convencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejo mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones inmundas, sin ventilación ni espacio suficiente; dos y tres familias viven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunos vegetales. Las enfermedades se ceban en los hombres, en las mujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños».

Pero estos compañeros no luchaban por mejorar Estados Unidos o sus países de origen, luchaban por su clase, luchaban por la revolución social, contra el Estado y el Capital ¡de todos los países!

Desde que existe el trabajo jamás hubo suficiente para todos, y es por eso que los proletarios migran de un país a otro. Y es por eso que Marx pudo afirmar que el obrero no es ni francés, ni inglés, ni alemán, que su nacionalidad es el trabajo, la esclavitud libre, la venta de sí mismo y del propio trabajo. Y es por eso, entre otras razones, que se nos impone el internacionalismo. «El proletariado no tiene patria», y nunca tuvo patria. La patria nos separa y nos enfrenta. «El patriotismo se cree amor y no lo es», decía Rafael Barrett. Nuestro amor y nuestro odio no se detienen en una frontera. Así como a los burgueses no los detiene una frontera en su explotación, sus inversiones, sus ventas legales e ilegales, sus guerras.

Extranjeros “indeseables” junto a proletarios locales han propagado la lucha internacionalista por los rincones del mundo. Argentina ha sido históricamente un país de inmigración y la burguesía local ha intentado expulsar y deportar proletarios revolucionarios con la ley en la mano. Apenas comenzaba el siglo XX confeccionaban a nivel continental el Tratado de extradición y protección contra el anarquismo y, a nivel nacional, la Ley de residencia. Hasta la dictadura cívico-militar que acabaría en el ‘82, los milicos mantendrían oficialmente la idea de que la subversión provenía del extranjero, más precisamente de la URSS, país con el cual comerciaban libremente.

Retomamos las palabras del compañero Albert Parsons antes de ser ejecutado por el Estado:

«Soy internacional: mi patriotismo va más allá de las fronteras que limitan una nación; el mundo es mi patria, todos los hombres son mis paisanos. Eso es lo que el emblema de la bandera roja significa (…). Los trabajadores no tienen patria: en todas partes se ven desheredados; América no es una excepción de la regla. Los esclavos del salario son instrumentos que alquilan los ricos en todos los países; en todas partes son parias sociales sin patria ni hogar. Así como crean toda la riqueza, así también riñen todas las batallas, no en provecho propio, sino de sus amos.»*

 

* Extracto del libro: La Tragedia de Chicago, Ricardo Mella. Lazo Ediciones, Rosario, 2018.

MALVINAS: NO TODO FUE COMPLICIDAD Y SILENCIO

Así se tituló una publicación realizada hacia fines de 1982 por el grupo Emancipación Obrera en la que sus miembros recopilaron varias de las pocas expresiones en rechazo a la guerra de Malvinas durante su preparación y desarrollo. Encontrarse con las minoritarias voces allí rescatadas del olvido, así como con otras que continúan apareciendo, sirve de impulso y reflexión frente al patriotismo de los tiempos que corren.

El 2 de abril pasado se cumplieron 40 años de la toma de las islas por parte de las Fuerzas Armadas argentinas, que desencadenaría la guerra con Reino Unido. La conmemoración de aquellos sucesos por parte del gobierno argentino condensa la brutal hipocresía que caracteriza al Estado en la actualidad respecto de su propia historia: se recuerda a los caídos en la guerra de Malvinas en tanto héroes nacionales, se critica a los dictadores que la llevaron a cabo y se continúa reclamando la soberanía nacional respecto de las islas, todo a la vez.

«Malvinas nos une» es el nombre dado a la campaña de conmemoración a nivel nacional. En el marco de la misma, en un «Mensaje de la Mesa Interministerial “Malvinas 40 años”» podemos leer: «Cabe recordar que en 1982, al momento de las hostilidades en el Atlántico Sur, nuestro país estaba gobernado por una dictadura militar, ilegal e ilegítima, que actuó de espaldas al pueblo argentino y apartándose del compromiso tradicional de la Argentina con el principio de arreglo pacífico de las controversias internacionales y, en particular, con la búsqueda de una solución pacífica de la cuestión de las Islas Malvinas.

Como todo conflicto bélico, el del Atlántico Sur dejó un trágico saldo con la pérdida de numerosas vidas de combatientes. Su memoria, junto con la de quienes combatieron con la legítima convicción de defender el interés nacional, merece ser honrada. Además debe disponerse la capacidad del Estado para reconocer en términos concretos y atender las necesidades de los veteranos y veteranas y sus familias.»

Una vez más, no podemos pretender que el verdugo se juzgue a sí mismo, pero sí denunciar cómo el Estado pretende lavarse la cara poniendo sus masacres al servicio de su propio interés. El oportunismo de las diferentes fuerzas políticas se hace evidente. Hoy día, en su mayoría, son las mismas que apoyaron la guerra de 1982 y que hoy critican; incluso utilizando su recuerdo con el mismo objetivo por el cual fue llevada a cabo: apelar a la unidad nacional en tiempos de crisis. Si bien hoy no pareciera calar hondo aquello de sacrificarse por la patria y el nacionalismo argentino parece un tanto sobreactuado como la política local en general, sí persiste aquello de situar el responsable fuera, como reflexionábamos en torno al FMI en el número anterior del boletín.

Los documentos preservados en la publicación Malvinas: no todo fue complicidad y silencio recuerdan justamente la difícil situación que enfrentaba el gobierno en marzo del 82, con movilizaciones en diferentes lugares del país producto de la dura situación económica y el rechazo al terrorismo de Estado desplegado durante la dictadura. En uno de los artículos se señala que lo que se buscaba con la intervención en las islas era: «Distraer la atención de quienes temerosamente empezaban a emprender el camino de lucha contra las injusticias actuales. Acallar el creciente descontento de la población. Fortificar su imagen interna. Mejorar su posición respecto de la multipartidaria a la hora del “nuevo reparto” de Argentina. Incentivar el nacionalismo de manera tal que solo se hable de unidad, de unidad con quien reprime, con quien mata, quita la libertad, explota.»

En ese mismo texto titulado Nuestro desacuerdo con lo que se ha hecho y se está haciendo con las Malvinas publicado la tercera semana de abril, cuando aún no habían comenzado las batallas, se hacía la elemental pregunta sobre cuáles podrían ser los beneficios para la clase trabajadora de Argentina en caso de recuperar las islas. Se problematizaba sobre la dudosa utilidad de ese pedazo de tierra y sus “recursos”, a la vez que se ponía en cuestión la propia noción de utilidad en una sociedad cuya producción se basa en la obtención de ganancias y está organizada sobre la base de la propiedad privada. Con sencillos pero profundos argumentos el nacionalismo es puesto al descubierto y la gesta de Malvinas se muestra como completamente ajena a una perspectiva emancipatoria. Al mismo tiempo se denunciaban los intereses del gobierno inglés, que encontró también en la guerra un motor para levantar su debilitada imagen en un contexto de reestructuración capitalista y conflictividad social.

Vista la gestión estatal local en su conjunto, la guerra constituyó una importante herramienta para garantizar una pacífica transición democrática un año y medio después. A los pocos días de la finalización del conflicto en junio de 1982, en el artículo titulado ¿Qué nuevas mentiras nos preparan? ya se podía leer: «¿Qué pasará ahora? ¿Qué nuevo engaño prepararán? No nos extrañemos que se nos siga llamando a que dejemos de lado nuestros intereses, en pos de una pretendida unidad nacional (de sus bolsillos) después de la guerra. Seguramente, para restarle importancia a la historia reciente, tratarán de crear un nuevo espejismo: dar una salida democrática, otorgar mayor libertad a los partidos políticos y sindicatos, y seguir amordazándonos. En definitiva, tratarán de montar un nuevo circo y cada vez menos pan…»

En este mismo artículo se remarcaba otro aspecto fundamental, que hoy la cobertura respecto de la guerra en Ucrania vuelve a poner sobre la mesa: «Hay revistas que estimularon el odio irracional y el placer y la alegría ante la muerte de otros seres humanos: esto es la guerra capitalista. (…) Algunos han llegado a decir que si vieran a un inglés desangrándose le echarían aún más sal en sus heridas. A estos le mataron lo humano. Y estos serán parte de los muchísimos inválidos por la guerra de Malvinas que no figurarán en ninguna estadística oficial.»

A lo largo de los diferentes artículos se critica a todo el espectro político por su apoyo a la guerra, incluida la izquierda casi en su totalidad que, bajo la bandera del antiimperialismo, consideró y sigue considerando que se trataba de una “guerra justa llevada a cabo de manera injusta”. Uno de los textos mencionados en la recopilación es Todo el poder a Lady Di. Militarismo y anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas, escrito por Néstor Perlongher y publicado bajo el seudónimo de Víctor Bosch en la revista Persona en 1982. Para este artículo hemos realizado recientemente una reseña que puede encontrarse en el canal de youtube de la Biblioteca. El texto nos recuerda:

«Decir que la movilización por la guerra sirve para verter consignas antidictatoriales –por otra parte inconcebibles, dada la ruina del país– es por lo menos una hipocresía: ya que ellas estaban, pese a tan inconstantes voceros, desatándose antes con más claro vigor. El gobierno, aplaudido unánimemente como anticolonialista, acaba de prohibir los filmes pacifistas y las críticas antibélicas, que pueden desmoralizar a los guerreros.

La ultraburocratizada y semiclandestina CGT ha donado un día de salario, ya esmirriado, para las tropas. Y hasta la masacrada izquierda, delirante de euforia patriótica, tiene que apoyar esas medidas y otras más radicales. Así, presuntas vanguardias del pueblo revelan su verdadera criminalidad de servidores del Estado.

En medio de tanta insensatez la salida más elegante es el humor: si Borges recomendó ceder las islas a Bolivia y dotarla así de una salida al mar, podría también proclamarse: “Todo el poder a Lady Di” o “El Vaticano a las Malvinas”, para que la ridiculez del poder que un coro de suicidas legitima quede al descubierto. Como propuso alguien con sensatez: antes que defender la ocupación de las Malvinas, habría que postular la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino.»

 

* Escuchar nuestra columna en Pabellon Textual del 31/03/22 sobre la revista Persona, Néstor Perlongher y su artículo «Todo el poder a Lady Di. Militarismo y anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas»

domingo, 3 de abril de 2022

Contra la guerre capitaliste !

Recibimos la traducción al francés del artículo de La Oveja Negra: ¡Contra la guerra capitalista! (marzo de 2022).  

Contra la guerre capitaliste ! (PDF)

Carpeta con traducciones de La Oveja Negra

 

La traducción corre a cargo de Controverses, que se agrega a una serie de textos que presentan mas o menos así: «Más allá de la insistencia o de elementos de análisis a veces diferentes, recogemos aquí un conjunto de posiciones claramente internacionalistas sobre el conflicto de Ucrania para contribuir a la reflexión y al compromiso de nuestros lectores en un terreno verdaderamente revolucionario... análisis que consideramos muy necesarios para resistir al machaque dominante que llama a la unidad nacional y que nos insta por todos los medios a defender la ideología nacionalista mortifera y el binarismo ambiente.»

Ukraine : prises de positions internationalistes / Ucrania: posiciones internacionalistas