lunes, 6 de abril de 2020

Cuadro/ NO HAY "CHETOS", HAY CLASES SOCIALES

Hay un intento por explicar ya no solo la propagación del virus sino sus consecuencias sociales. Esa explicación, y a su vez arenga, viene a decirnos que se trata de una enfermedad de chetos (o cuicos, o pitucos según el país) que la difunden viajando de vacaciones por el mundo. Cada vez se habla más de clase para no hablar del existente antagonismo de clase, sino de clases socio-culturales. La clase social es así reducida a los gustos personales de un sector de la sociedad y parece ser ya un estado mental más que una condición material de existencia. Aunque hoy parezca de un pasado muy lejano, hasta hace un mes la patota de rugbiers que había asesinado a golpes a Fernando Báez Sosa en un boliche en Buenos Aires era casi la única noticia que circulaba en los medios de comunicación. Por el homicidio hay diez imputados, de los cuales ocho se encuentran bajo prisión preventiva. Es una historia donde los buenos son buenos y los malos son malos. Fernando era un pibe hijo de inmigrantes, pero nacido en argentina, de familia trabajadora. Y los rugbiers unos desagradables que se regocijaban en su matonería, racistas y de lo que se considera clase media alta. Hay quienes han querido ver en esto alguna forma de clasismo. Y algo puede haber, pero al igual que con quienes vienen del exterior del país, se trata de un clasismo sociológico.

No se habla de clases en torno a la explotación capitalista, sino desde un punto de vista cultural e identitario. Por otra parte, es un clasismo que orbita en torno a lo que en Argentina se considera clase media. Cuando se señala el racismo de los rugbiers («negro de mierda te vamos a matar») se señala inmediatamente su clasismo, pero es el clasismo de jóvenes que no provienen de la más alta burguesía y no sabemos siquiera si provienen de la burguesía, es el clasismo de unos chetos. Por su parte, la familia de Fernando tampoco es pobre o marginal como la de la mayoría de jóvenes que son asesinados en este país, mayormente a manos de las fuerzas de seguridad del Estado, o en los crímenes a causa del narcotráfico, por lo cual seguramente haya generado una mayor empatía.

Puede ser que «romantizar la cuarentena es un privilegio de clase». Porque la enfermedad, el temor a la enfermedad o la obligación de confinamiento no son lo mismo para todos los ciudadanos del territorio argentino, o de cualquier otra parte del mundo. Somos iguales ante la ley lo que siempre significa ser completamente diferentes frente a su aplicación y sus consecuencias.

Pero ante la insistencia sobre los "privilegios de clase", hay que tener en cuenta qué se entiende por clase, qué se entiende por privilegio y de dónde emanan las clases y los privilegios. En ese sentido, es preciso atender y entender de manera profunda y crítica la composición de clase capitalista y no repetir eslóganes que apelan al sentido moral, justamente judeocristiano y capitalista. Si dejamos de lado la cuestión de la explotación, la opresión y el dominio no entenderemos en qué sociedad vivimos. Y terminaremos viendo chetos por un lado y pobres por el otro, sin ningún tipo de modo de producción y reproducción. Es por eso que hay quienes consideran que nuestros gobernantes no son chetos, sino que estarían con el pueblo. La crítica fácil de personajes como Macri o Bullrich del gobierno pasado, o la crítica hacia los chetos violentos e irresponsables, oculta la necesidad de criticar a los burgueses y políticos en tanto funcionarios del Capital y el Estado. Un clasismo progre que solo apunta hacia individuos y no relaciones sociales, no solo es superficial, sino que es muy favorable para el orden dominante.

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