Los virus son agentes infecciosos que no podemos ver a simple vista, de hecho, son microscópicos. Puesto que son acelulares solo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Infectan animales, hongos, plantas y bacterias. Por su aparente actividad “parasitaria” hay quienes metafóricamente los vinculan con el capitalismo. Pero el capitalismo no es un agente externo que vive gracias a nosotros, ni siquiera los burgueses son simplemente parásitos. Insistir sobre la inocencia de la víctima y el carácter exterior del “virus capitalista” no hace más que incurrir en esquemas inútiles para comprender la naturaleza del capitalismo y para afirmar la pasividad de una “clase trabajadora” que no quiere abolirse sino mejorarse.
La aparición de esta pandemia viene a recordarnos, y qué alienados estamos, que somos seres biológicos. Tanto nosotros como un integrante de la Corona inglesa podemos enfermarnos. Algún famoso “inalcanzable” puede ser alcanzado por el virus más famoso del momento, porque es también y principalmente un cuerpo humano.
Y es que sin virus no existiría la vida tal como la conocemos. Aunque exista la creencia generalizada de que los virus y también las bacterias son nuestros enemigos, la vida existe gracias al equilibrio y “apoyo mutuo”, y no a la competencia.
El desarrollo y la propagación del coronavirus en la escala presente no pueden suceder sino al interior del capitalismo. Y no simplemente porque existe el turismo y un mundo globalizado, sino porque están intrínsecamente relacionados con la forma de producir, y por tanto de circulación, de la sociedad capitalista, que es totalitaria y mundial. Porque estamos afectados por una sociedad que antepone la ganancia a la vida, y esto impacta directamente en nuestra alimentación, condiciones habitacionales, vínculos y salud mental. Toda enfermedad surge y se desarrolla en condiciones materiales específicas.
Enfermarnos en esta sociedad capitalista significa muchas cosas: no poder descansar lo suficiente, dormir en un sitio húmedo y frío, trabajar enfermo, proseguir con las obligaciones con las piernas temblando, no tener a mano lo necesario para ingerir, padecer en completa soledad o estar rodeados de demasiada gente. Nuestra inmunidad está directamente relacionada al ambiente y a la forma en que vivimos, pero esto no quiere decir que exista la posibilidad de que los seres humanos estemos exentos de enfermedades.
Tal como señala Alfredo M. Bonanno, en Enfermedad y capital: «Las cosas son algo más complicadas. Básicamente, no podríamos decir que las enfermedades no existirían en una sociedad liberada. No podríamos decir que, si se lograse ese maravilloso evento, la enfermedad se reduciría a un simple debilitamiento de alguna fuerza hipotética que se encuentra todavía por descubrir. Creemos que la enfermedad es parte de la naturaleza del estado del hombre que vive en sociedad, y que sería el precio a pagar por corregir un poco las condiciones óptimas de la naturaleza para obtener la artificialidad necesaria para construir incluso la más libre de las sociedades. Ciertamente, el crecimiento exponencial de la enfermedad en una sociedad libre donde la artificialidad entre individuos sería reducida a lo estrictamente imprescindible, no podría compararse con el que hay en una sociedad basada en la explotación, tal y como es nuestra sociedad actual. Así, la enfermedad podría ser una expresión de nuestra humanidad tal y como hoy en día es una expresión de nuestra terrible inhumanidad.»
No es necesaria una conspiración para que un virus aparezca en un país y se extienda por el globo, esto sucede “naturalmente” en el artificial mundo en que vivimos. Para abordar la cuestión del virus que está detrás de la actual pandemia (SARS-CoV-2), recomendamos el artículo de Chuang citado previamente, dada su síntesis y claridad. Allí se señala que «al igual que su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo entre la economía y la epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por factores como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar.»
La aparición de esta pandemia viene a recordarnos, y qué alienados estamos, que somos seres biológicos. Tanto nosotros como un integrante de la Corona inglesa podemos enfermarnos. Algún famoso “inalcanzable” puede ser alcanzado por el virus más famoso del momento, porque es también y principalmente un cuerpo humano.
Y es que sin virus no existiría la vida tal como la conocemos. Aunque exista la creencia generalizada de que los virus y también las bacterias son nuestros enemigos, la vida existe gracias al equilibrio y “apoyo mutuo”, y no a la competencia.
El desarrollo y la propagación del coronavirus en la escala presente no pueden suceder sino al interior del capitalismo. Y no simplemente porque existe el turismo y un mundo globalizado, sino porque están intrínsecamente relacionados con la forma de producir, y por tanto de circulación, de la sociedad capitalista, que es totalitaria y mundial. Porque estamos afectados por una sociedad que antepone la ganancia a la vida, y esto impacta directamente en nuestra alimentación, condiciones habitacionales, vínculos y salud mental. Toda enfermedad surge y se desarrolla en condiciones materiales específicas.
Enfermarnos en esta sociedad capitalista significa muchas cosas: no poder descansar lo suficiente, dormir en un sitio húmedo y frío, trabajar enfermo, proseguir con las obligaciones con las piernas temblando, no tener a mano lo necesario para ingerir, padecer en completa soledad o estar rodeados de demasiada gente. Nuestra inmunidad está directamente relacionada al ambiente y a la forma en que vivimos, pero esto no quiere decir que exista la posibilidad de que los seres humanos estemos exentos de enfermedades.
Tal como señala Alfredo M. Bonanno, en Enfermedad y capital: «Las cosas son algo más complicadas. Básicamente, no podríamos decir que las enfermedades no existirían en una sociedad liberada. No podríamos decir que, si se lograse ese maravilloso evento, la enfermedad se reduciría a un simple debilitamiento de alguna fuerza hipotética que se encuentra todavía por descubrir. Creemos que la enfermedad es parte de la naturaleza del estado del hombre que vive en sociedad, y que sería el precio a pagar por corregir un poco las condiciones óptimas de la naturaleza para obtener la artificialidad necesaria para construir incluso la más libre de las sociedades. Ciertamente, el crecimiento exponencial de la enfermedad en una sociedad libre donde la artificialidad entre individuos sería reducida a lo estrictamente imprescindible, no podría compararse con el que hay en una sociedad basada en la explotación, tal y como es nuestra sociedad actual. Así, la enfermedad podría ser una expresión de nuestra humanidad tal y como hoy en día es una expresión de nuestra terrible inhumanidad.»
No es necesaria una conspiración para que un virus aparezca en un país y se extienda por el globo, esto sucede “naturalmente” en el artificial mundo en que vivimos. Para abordar la cuestión del virus que está detrás de la actual pandemia (SARS-CoV-2), recomendamos el artículo de Chuang citado previamente, dada su síntesis y claridad. Allí se señala que «al igual que su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo entre la economía y la epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por factores como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar.»
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