Los festejos por los 30 años de democracia se realizaron en total coherencia con dicho sistema político y económico. Con artistas progres cantando «que la muerte no me sea indifierente», la presidenta bailando, el oficialismo espectador con sus banderas y afuera la fiesta de la gendarmería tomando las calles.
Asimismo, los saqueos vuelven a mostrar la debilidad de la ideología de la propiedad privada. Lo que se necesita o se desea a fuerza de publicidad sólo esta ahí para ser contemplado porque las fuerzas represivas y las leyes lo impiden… o lo intentan impedir. Los ciudadanos obedientes se escandalizan, piensan y ladran que «hay que meterlos a todos presos», que «es robo, es delito, que hay que trabajar», los más blandos justifican el saqueo sólo en caso de «extrema necesidad», «si es para comer está bien, pero vino y sidra no». No han aprendido nada de los verdugos que votan cada algunos años, quienes no han logrado su fortuna con esfuerzo y trabajo, pero de los que sin embargo sí se tragan todo su discurso ideológico. La mentira de la propiedad privada y las leyes se vislumbra en la infinidad de delitos que ocurren a diario, y se evidencia aún más con la consistente complicidad policial. Pero no alcanza con denunciar el sinsentido del orden. La importancia de los saqueos radica en que contienen la potencialidad de atacar realmente la propiedad privada para su destrucción. Su generalización, su efectividad, la total autonomía respecto de partidos, sindicatos, mafias narco–policiales, pueden convertir un simple delito en un ataque contra el Capital. Es entendible que el conformismo se indigne con los saqueos, pero si se quiere cambiar esta realidad no se puede querer menos que los saqueos sino más.
Por aquellos días en la prensa «Aseguran que en los cuatro días de crisis policial hubo menos delitos en las calles» (La Capital 15/12/2013) y agregan que «Durante las 96 horas que Gendarmería custodió la ciudad, los taxistas no sufrieron robos, en Tribunales las jornadas no fueron tan agitadas y en las guardias ingresaron menos heridos». A pesar de tanto palabrerío e indignación progresista cuando algún ciudadano políticamente incorrecto se excede pidiendo la vuelta de los milicos, recordando aquellos años de “seguridad en las calles”, hoy se refuerzan nuevamente las bondades de la militarización, que gana consenso a la vez que la policía consigue el aumento exigido. Y a pesar del descrédito de ésta con su corrupción, casi nadie cuestiona su existencia y hasta se justifican sus “abusos” por los bajos salarios. Desde el gobierno nacional, poniéndose a tono con las ilusiones progresistas de la izquierda del Capital, se llega incluso a hablar de democratización de las fuerzas policiales. Cuando la ideología flaquea y reaparece la amenaza de los saqueos, gendarmería sale a las calles y se agudiza la represión; mientras que una vez pasado el temblor, nos hablan de reformar el aparato represivo. En estos 30 años, si algo hemos aprendido, es como la enfermedad de ayer puede tranquilamente, tras un poco de maquillaje, ser la cura de hoy.
El incremento de la militarización de la región ha comenzado desde hace tiempo. En la conmemoración del 203° aniversario de la Revolución de Mayo, la presidenta señaló que «en medio de una tragedia y una desgracia como la que ocurrió en los primeros días de abril en mi querida ciudad de La Plata, estaba en el Colegio Nacional entregándole fondos al Hospital Español, una vieja institución por más de 70 años, privada, comunitaria, porque había sido arrasada por la inundación. Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles y miles de jóvenes de la política, de las iglesias, junto a los hombres de las Fuerzas Armadas, porque ¿saben qué? Yo estoy segura que quienes pergeñaron ese golpe terrible del 24 de marzo de 1976, quisieron tender un río de sangre que separara al pueblo de las Fuerzas Armadas. Tenemos que cerrar ese río con memoria, con verdad, con justicia, con trabajo y con convicciones de que tenemos que unirnos porque la patria es el otro, sea quién sea».
Hace días encontramos el guiño de Hebe de Bonafini a Milani, el jefe del ejército que afirma que nunca torturó ni mató, en la entrevista que Bonafini le realizó para la revista ¡Ni un paso atrás! de Madres de Plaza de Mayo. Las ironías entre el nombre de la revista y la entrevista sobran… Bonafini vuelve a insistir con que el Ejército «tiene que ir a las villas», Milani respode: «No depende de mí. Si me dijeran “te damos una villa, cualquiera, y tenés ahí para trabajar y urbanizarla”, yo creo que sería espectacular». No debemos olvidar que fue la misma Bonafini quien en la catástrofe de las últimas inundaciones, cuando sus pobladores no dejaban entrar a los milicos, advirtió que éstas son otras fuerzas armadas, es decir, que las personas debían dejar entrar a los milicos buenos a sus casas, a sus barrios.«Hebe, con ayuda de ustedes, el Ejército está dispuesto a ir por todos los cambios y yo quiero ser el más trasgresor», decía el capo de los milicos. Los explotados y oprimidos sabemos que el problema no es tal o cual milico, sino todo el ejército, que como se dice con los otros verdugos «para muestra sobra un botón, no es un policía, es toda la institución».
Por aquellos días en la prensa «Aseguran que en los cuatro días de crisis policial hubo menos delitos en las calles» (La Capital 15/12/2013) y agregan que «Durante las 96 horas que Gendarmería custodió la ciudad, los taxistas no sufrieron robos, en Tribunales las jornadas no fueron tan agitadas y en las guardias ingresaron menos heridos». A pesar de tanto palabrerío e indignación progresista cuando algún ciudadano políticamente incorrecto se excede pidiendo la vuelta de los milicos, recordando aquellos años de “seguridad en las calles”, hoy se refuerzan nuevamente las bondades de la militarización, que gana consenso a la vez que la policía consigue el aumento exigido. Y a pesar del descrédito de ésta con su corrupción, casi nadie cuestiona su existencia y hasta se justifican sus “abusos” por los bajos salarios. Desde el gobierno nacional, poniéndose a tono con las ilusiones progresistas de la izquierda del Capital, se llega incluso a hablar de democratización de las fuerzas policiales. Cuando la ideología flaquea y reaparece la amenaza de los saqueos, gendarmería sale a las calles y se agudiza la represión; mientras que una vez pasado el temblor, nos hablan de reformar el aparato represivo. En estos 30 años, si algo hemos aprendido, es como la enfermedad de ayer puede tranquilamente, tras un poco de maquillaje, ser la cura de hoy.
El incremento de la militarización de la región ha comenzado desde hace tiempo. En la conmemoración del 203° aniversario de la Revolución de Mayo, la presidenta señaló que «en medio de una tragedia y una desgracia como la que ocurrió en los primeros días de abril en mi querida ciudad de La Plata, estaba en el Colegio Nacional entregándole fondos al Hospital Español, una vieja institución por más de 70 años, privada, comunitaria, porque había sido arrasada por la inundación. Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles y miles de jóvenes de la política, de las iglesias, junto a los hombres de las Fuerzas Armadas, porque ¿saben qué? Yo estoy segura que quienes pergeñaron ese golpe terrible del 24 de marzo de 1976, quisieron tender un río de sangre que separara al pueblo de las Fuerzas Armadas. Tenemos que cerrar ese río con memoria, con verdad, con justicia, con trabajo y con convicciones de que tenemos que unirnos porque la patria es el otro, sea quién sea».
Hace días encontramos el guiño de Hebe de Bonafini a Milani, el jefe del ejército que afirma que nunca torturó ni mató, en la entrevista que Bonafini le realizó para la revista ¡Ni un paso atrás! de Madres de Plaza de Mayo. Las ironías entre el nombre de la revista y la entrevista sobran… Bonafini vuelve a insistir con que el Ejército «tiene que ir a las villas», Milani respode: «No depende de mí. Si me dijeran “te damos una villa, cualquiera, y tenés ahí para trabajar y urbanizarla”, yo creo que sería espectacular». No debemos olvidar que fue la misma Bonafini quien en la catástrofe de las últimas inundaciones, cuando sus pobladores no dejaban entrar a los milicos, advirtió que éstas son otras fuerzas armadas, es decir, que las personas debían dejar entrar a los milicos buenos a sus casas, a sus barrios.«Hebe, con ayuda de ustedes, el Ejército está dispuesto a ir por todos los cambios y yo quiero ser el más trasgresor», decía el capo de los milicos. Los explotados y oprimidos sabemos que el problema no es tal o cual milico, sino todo el ejército, que como se dice con los otros verdugos «para muestra sobra un botón, no es un policía, es toda la institución».
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