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La primera manifestación con la consigna «Ni una menos» se realizó por primera vez el 3 de junio de 2015 en ochenta ciudades de Argentina, luego del asesinato de Chiara Páez, una adolescente de 14 años asesinada a golpes acá cerca, en Rufino. Su cadáver fue encontrado en el patio de la casa de su novio. Tiempo después, en octubre de 2016, luego del brutal asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, se desataron masivas manifestaciones en las calles de todo el país.
Estas manifestaciones fueron y son la cara visible de todo un proceso de cuestionamiento al machismo, de visibilización de los asesinatos de mujeres tipificados como femicidios, de la violencia doméstica y de la cuestión de género en general. Una lucha que no se da solo en las calles, sino que intenta suceder en todos los ámbitos de la vida social.
En 2016 lanzábamos un panfleto titulado «Nos están matando», que lamentablemente nunca perdió vigencia y que actualizamos y volvemos a poner común. Esta vez a la cuestión de clase y género, a la precariedad, al oportunismo político, es preciso sumarle la cuestión narco en un país que se hunde en la miseria, la exclusión y nuevas formas de supervivencia.
«Nos están matando»
Nos están matando. En nuestras casas, en el trabajo, en las escuelas, en las comisarías, en la calle. Nos matan a los golpes, linchados, violadas, empaladas, desangradas, torturadas, envenenados, empastillados, encerradas, enfermos, depresivos. Nos matan porque es fácil, porque se puede, por portación de cara, por mujeres, por pobres, por putas, por salir a la calle, por querer tener sexo, por negarnos. Nos matan porque sobramos, en un mundo donde la ganancia es más importante que la vida. Donde aprendimos a vendernos como mercancías y tratarnos y a tratar a los demás como objetos, como medios para alcanzar un fin, como si fuésemos cifras cuantificables.
Ayer, el asesinato brutal de Lucía en Mar del Plata fue una chispa que desató la rabia, la frustración, el asco, el odio y la necesidad de terminar con esta masacre despiadada. Hoy, la tortura y asesinato en Florencio Varela de 3 mujeres jóvenes que fue transmitido en redes sociales. Brenda (20 años), Morena (20) y Lara (15) fueron asesinadas por una banda narco. Según el ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, en la macabra transmisión el capo del grupo advirtió: “Esto le pasa al que me roba droga”.
Algunos señalan la decencia o no de las asesinadas, otros señalan la prostitución, se machaca la nacionalidad extranjera del capo narco. A su vez, en una Argentina de campaña electoral permanente hay quienes aprovechan para usar el dolor como plataforma política.
Se responde con indignación y con una rabia masiva, aun en un necesario clima de catarsis, de la conversación al grito, del aislamiento a juntarse masivamente en marchas autoconvocadas. Los dedos señalan al Estado en su supuesta ausencia, al gobierno de turno, a los medios de comunicación, a las políticas educativas. Algunos piden justicia y más intervención estatal, más policía, que se cumplan las leyes, que la democracia “funcione”. La democracia funciona. El Estado y su policía garantizan la trata a nivel nacional, así como garantizan el narcotráfico.
Además de dejar salir nuestra bronca también tenemos que pensar qué estructura todas estas violencias individuales, pensar en la violencia general, en las condiciones que la permiten, por qué se produce y cómo destruirla. Hace falta ir a la raíz: se trata de destruir las condiciones materiales que reducen nuestra vida a un producto aprovechable o prescindible según las circunstancias, la instrumentalización de nuestros cuerpos y su sometimiento.
«No le pasa a cualquiera»
Frente a los asesinatos y en las manifestaciones es probable ver género y no clase. Bien, nuestra propuesta es comprender la implicación entre género y clase.
No es preciso que “me pueda pasar a mí” para movilizarnos, que le pase a una persona semejante debería ser suficiente. Como quedó claro, esto no le puede pasar a cualquiera, le pasa a los pobres y más precisamente de cierta franja etaria, como a los cientos de asesinados vinculados al narcotráfico que son en su abrumadora mayoría masculinos. En esta ocasión no se trata de un simple femicidio, sin embargo, es un error desplazar la cuestión de género.
De los 4 sospechosos detenidos 2 son mujeres. El móvil del crimen se supone fue un ajuste de cuentas, no por “ser mujeres”. Pero las tres torturadas y asesinadas son mujeres, los cuerpos filmados y exhibidos son de mujeres, el disciplinamiento de unos a otros hombres es a través de cuerpos de mujeres, el escarnio público moralista es sobre la vida de ellas, incluso sobre la supuesta responsabilidad de sus madres. No se trata de un simple “ajuste de cuentas”.
Quieren decirnos que hay pobres buenos y pobres malos, mujeres putas y mujeres decentes, víctimas culpables y víctimas inocentes. Incluso que hay empresarios honestos y empresarios criminales.
No se pone en duda el ideal burgués de felicidad o de ascenso social, de éxito individual sin importar el prójimo, solamente se cuestiona con tono moralista cómo alcanzarlo. Los pobres son señalados como culpables por desear la vida que llevan los ricos. Cargan el pecado de querer imitar la vida que les promocionan y no les brindan.
Son los jóvenes pobres que encarnan la violencia de las zonas marginales y precarias, la carne de cañón del narcotráfico, como sabemos de sobra en Rosario. Tanto aquí como en otras partes del país, ciertos barrios tienen una tasa de homicidios 3 veces mayor a otros, cada quien en su ciudad sabrá ubicarlos en un país donde 6 de cada 10 jóvenes vive en la pobreza.
En el panfleto mencionábamos que sobramos y decíamos en números anteriores de este boletín que somos “población excedente”. Una población excedente con relación a las necesidades del Capital. No fuimos o somos muchos: somos muchos viviendo de este modo, donde se tira la comida producida, donde nos concentramos en ciudades, donde producimos para la ganancia y no simplemente para vestirnos, alimentarnos, disfrutar y habitar un espacio. Aquello que se percibe y se nombra como exceso demográfico o población sobrante es una expresión concreta de la propia dinámica del modo de producción capitalista.
Narcotráfico y Capital
A diferencia de otros delincuentes, el narcotraficante es un empresario: no se limita a tomar una parte de la riqueza, sino que participa en su producción. Sobre la base de la ilegalidad, existe un mayor control del mercado y los precios, posibilitando una enorme rentabilidad, sumado a las deplorables condiciones de explotación en que se suelen realizar la producción y distribución de estas mercancías. Estas características hacen que la violencia sea un factor principal en la competencia, en comparación con otros sectores donde la productividad del trabajo y la innovación tecnológica son determinantes.
Con el narcotráfico, la competencia “desleal” y la violencia extraeconómica (coacción, patotas, secuestros, asesinatos, torturas), aplicada tanto entre mafias como hacia las poblaciones que explotan, someten, o sus consumidores, se ven a plena luz en su faceta más extrema. Pero esto no quiere decir que la competencia capitalista habitual esté exenta de los procedimientos extraeconómicos. De igual modo, la explotación de una clase por otra es fundamental en ambas expresiones burguesas.
El narcocapitalismo no puede hallarse separado del capitalismo tradicional, es su engendro y no puede dejar de establecer una innegable y permanente interinfluencia. Esto queda de manifiesto en la ineludible necesidad de lavar las cuantiosas sumas de dinero sucio producidas por el narcotráfico para contribuir a la reproducción del Capital en su conjunto.
El desarrollo del narcotráfico en las últimas décadas es inseparable de las dificultades para la obtención de grandes ganancias en diferentes ramas de la producción, así como de la desocupación que arrastra tanto al consumo como al trabajo en esta creciente industria. Se encuentra completamente arraigado en la reproducción del Capital, así como en la reproducción de la fuerza de trabajo.
En este sentido, el Estado y sus fuerzas del orden, no pueden erradicar el narcotráfico sino ponerle límites, administrarlo y participar en sus cuantiosas ganancias.
El auge de las mafias es ciertamente un signo de crisis, y de las crisis no se sale con ilusiones, como las de querer “volver” a un capitalismo decente: virtuoso, pacificado o saneado; un capitalismo sin narcotraficantes, sin asesinatos brutales transmitidos por Instagram, sin barrios precarios y miserables. La imagen del monstruo alimenta la esperanza de la posibilidad de un mal menor, de una salida mercantil y democrática.
Elecciones y acusaciones
De izquierda a derecha lo importante es hacer campaña para las elecciones de octubre, o las que vienen: «El gobierno de Milei es el responsable ideológico de este triple femicidio» o «Plantear si es o no un tema sobre el Ministerio de la Mujer es de una bajeza y de una poca seriedad total y absoluta (…) Es al narcotráfico donde se tiene que apuntar y no a esto que se ha empezado a decir en las marchas sobre el Ni Una Menos», como señaló la ministra de Seguridad.
Para el gobierno nacional y sus seguidores la responsabilidad es del gobierno de la provincia de Buenos Aires, para la oposición es del gobierno nacional. Se echan la culpa para que el chivo expiatorio sea el otro. Sin embargo, todos participan en la administración de esta sociedad, solo que les molestan sus “excesos”, sus inseparables excesos.
El Capital es una mafia, una organización a veces criminal, a veces legal. La explotación capitalista sirve a la guerra y a la paz, al trabajo registrado y al semiesclavo. Algunos burgueses son mafiosos, otro no, pero todos participan de unas estructuras mafiosas que exceden la buena o mala voluntad de los explotadores, incluso los “honestos”… Si podemos llamar honestidad a la omisión y el mirar para el otro lado en medio de una institución estatal o de una empresa que vive de la explotación de nuestra fuerza de trabajo.
La sociedad capitalista y su consecuente “guerra de todos contra todos” crea un suelo fértil para las mafias. Lo que las frena del exterminio mutuo es su consciencia de que la cohesión asegura su supervivencia. Y para eso está el Estado, para negociar y tolerarse. Para, como mucho, denunciar la corrupción para cambiar de jugadores pero jamás cuestionar el juego.
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Para ampliar:
• «Mujeres y trabajo» (Cuadernos de Negación nro. 14) [Clase y género]
• «Población y género en Argentina» y «Población sobrante y género» (Cuadernos de Negación nro. 16)
• «Narcotráfico y Capital» (La Oveja Negra nro. 79)
