«La violencia masiva nunca será la misma después de Gaza. Occidente normalizó y trivializó los horrores más gráficos, y solo una civilización diferente, o una revolución, podría sanar esta herida psicológica profunda. No se puede arreglar esto utilizando el conjunto de herramientas del sistema. Está roto.» (Alon Mizrah en X, 20/12/2024)
Con o sin “alto al fuego” el Estado de Israel arrasa democráticamente Gaza. Porque no matan solo mediante bombas, fuego y munición, sino también privando de agua, alimento y medicina a toda la población. Mientras tanto, el nuevo-viejo presidente estadounidense libremente elegido amenaza con administrar las ruinas y expulsar a quienes las habitan. El plan “Gaza 2035”, publicado en mayo del año pasado desde la oficina del primer ministro israelí, propone limpiar toda la Franja y ofrecer un destino paradisíaco con playas, rascacielos, campos solares y de cultivos, plantas desalinizadoras de agua, un corredor ferroviario, plataformas petrolíferas, barcos mercantes y más.
Nosotros, fuera de Palestina y desde hace más de un año, nos convertimos en espectadores de una masacre cotidiana transmitida en directo. Lo que ocurre en Palestina y alrededores no es más importante que lo sucedido ahora mismo, por ejemplo, en el Congo. Porque no se trata de jerarquizar entre masacres, genocidios, o atropellos, de simpatizar con unas víctimas y no con otras, tal como hace la indignación selectiva de la empatía ideológica.
A la magnitud de lo sucedido y a que Israel sea la primera causa de muerte infantil directa del mundo (la ONU denuncia que son casi 17 mil menores quienes han sido víctimas fatales solo en 2024), hay que agregar que todo esto ocurre con el silencio cómplice como cortina de fondo mientras vemos las imágenes minuto a minuto y nos mienten en la cara sobre cómo se trataría de una lucha contra el terrorismo. Mientras el mundo calla, somos testigos de una de las masacres más terribles de esta civilización.
A largo plazo, para acabar con estas matanzas no queda otra opción que acabar con el modo de producción capitalista. En lo inmediato, para el proletariado mundial no queda más opción que luchar contra nuestra propia burguesía en nuestro propio país. Sin embargo, contra esta masacre en curso es fundamental la solidaridad del proletariado que habita Israel, es lo único que puede detener esto. Una oposición bélica contra uno de los Estados más armados del mundo es inútil y Hamas no ha cesado de sacrificar palestinos.
“Palestina libre” es la consigna solidaria que generalmente visibiliza esta situación que las burguesías intentan tapar o desfigurar por todos los medios posibles. Sin embargo, como consigna revolucionaria –consideramos que solo de manera revolucionaria tiene salida todo este horror– propone al proletariado palestino la “liberación nacional” para ser explotado por su propia burguesía, una burguesía que ha demostrado siquiera ser eficiente en términos capitalistas. Y que como cualquier burguesía nacional no tiene problema en mantener a su población en la miseria y ofrecerla como carne de cañón.
Visto y considerando que reflexiones como esta no tienen llegada al territorio palestino y mucho menos incidencia en los acontecimientos, la cuestión es qué hacemos nosotros desde acá, qué pensamos nosotros, y qué sentimos. Qué lecciones podemos sacar de todo este brutal acontecimiento, si por un momento podemos agregar a las emociones un atisbo de reflexión.
A partir de esta situación histórica, ¿esta masacre marca un antes y un después? ¿Es preciso pensar después de Gaza, tal como se dijo hace casi ya cien años “pensar después de Auschwitz”?
Visibilizar esta masacre, movilizarnos para exigir no sólo el alto el fuego sino el fin de la nakba que lleva décadas, es lo menos que podemos hacer frente a esto. Comprender que el flujo constante de dinero y armas excede una región, y que de manera indirecta todos somos partícipes en el financiamiento de esta masacre, así como también somos sus potenciales víctimas. Gaza nos recuerda de lo que es capaz un Estado para conseguir sus fines, nos recuerda que para este modo de producción un territorio y su población pueden ser, de un momento a otro, simplemente un obstáculo para la acumulación y las ganancias.
Por otra parte, cabe subrayar que, a pesar de las similitudes como la simultaneidad entre el arrasamiento de un territorio y la lucha contra el terrorismo, no estamos apelando al miedo de “el próximo país puede ser Argentina” o “el próximo podés ser vos”. No es necesario apelar al dolor propio para poder comprender el ajeno. Lo que sucede a nuestros semejantes es motivo suficiente.
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