domingo, 10 de junio de 2018

EL PESO MUERTO DE LA ECONOMÍA

A fuerza de repetírselo una y otra vez, la ciudadanía argentina acaba creyéndose que no es el peso el que se devalúa sino el dólar el que sube. «Dios es argentino», y el sol giraría alrededor de la República Argentina. Macri sería el responsable del ajuste, la presión sería ejercida desde fuera del país por buitres extranjeros, una política nacional acorde podría frenar estos embates de la economía, y para qué mirar más allá del ombligo de la patria.

El Capital, representado por Macri, el Fondo Monetario Internacional, los empresarios, pero también por cada uno de sus gestores, es ante todo una relación social que se da en todo el planeta. Por tanto, ni Macri, ni Dujovne, ni tampoco Lagarde del FMI pueden controlar la economía mundial. A lo sumo pueden definir tal o cual medida económica, pero es la ganancia la que se impone. Es el peso muerto de la economía que oprime lo vivo, deforestando bosques e imaginaciones, envenenando ríos y relaciones humanas, destruyendo la tierra e hipotecando el futuro. En territorio controlado por el Estado argentino como por cualquier otro Estado. Para el Capital, las fronteras que nos impone son inexistentes, su única patria es la ganancia, su búsqueda de crecimiento ilimitado.

La opresión que sentimos por no llegar a fin de mes, eso que conocemos como “ajuste”, efectivamente es un ajuste en nuestras condiciones de vida. Nuestros salarios reales bajan porque cada día aumenta el costo de todas las mercancías que consumimos para reproducirnos mientras que, en comparación, el salario sube en un porcentaje ínfimo. Esta pauperización de la vida de los desposeídos no es un invento del actual gobierno argentino, porque es neoliberal, porque el macrismo es malo o porque sus ministros son gerentes, estos procesos son históricos en la sociedad capitalista y responden a sus necesidades más profundas. A lo que apunta el ajuste no es a otra cosa que a la recomposición de la tasa de ganancia de los burgueses. Se quitan las retenciones a los empresarios agrícolas, se devalúa el peso, aumentan los costos de los servicios e impuestos, se imponen techos salariales, se entablan unas mejores relaciones con las potencias centrales para generar un clima de negocios confiables que incentive la inversión y estimule un nuevo ciclo de acumulación capitalista.

Quien impondrá las medidas de austeridad brutales que se nos están viniendo encima no será el FMI, sino la burguesía como clase internacional. Esos mismos que nos saquean día a día, que nos ajustan, vienen de afuera pero también están aquí dentro. ¿Por qué diferenciarlos? ¿Por qué debería importarnos la nacionalidad de quienes nos oprimen y explotan?

El ajuste es una realidad. Aunque algún paliativo se vote en el congreso o se vete por el ejecutivo, la devaluación baja los salarios a la fuerza y eso no se modifica, aunque se debata o se haga barullo fuera del congreso.

Basta con comparar en dólares nuestro salario de hace un año con el de hoy. Nuestras desgracias son la contracara de lo que la burguesía persigue. Es inevitable que la integridad de nuestra clase se oponga al Capital, porque a mayor ganancia del capitalista mayor nuestro sufrimiento.

Pero también es preciso no perderse en estériles oposiciones al gobierno de turno y a tal o cual medida; cualquier gobierno y todos los Estados son parte elemental de la organización capitalista de la sociedad, y existen para garantizar mejores condiciones a los capitalistas.

La patria es el peligro

En el mes de la patria, el Estado argentino sacó a relucir nuevamente su poder de fuego. Sea en el rubro de los frigoríficos, del transporte, la especulación inmobiliaria o la impunidad de los milicos, sus represiones con distintos grados de violencia nos muestran que, por idiotas que puedan ser sus planes de gobierno, mantienen por completo el control armado del proceso de reestructuración capitalista.

Ya sea que «la patria está en peligro», que «la patria es el otro» o en vísperas de un nuevo mundial de futbol, el ya clásico «somos todos argentinos», es la comunidad del dinero la que continúa siendo la base sobre la cual se articula no solo la conciliación de clase, sino también el brutal despliegue de las fuerzas armadas para detener la conflictividad social y la lucha en las calles.

La lucha por nuestras necesidades no puede votarse ni vetarse, pero puede ser detenida con violencia, asimilada por la política y mistificada por la religión.

La función básica del Estado y sus representantes se refleja expresamente en las reformas laborales y en la represión a cualquier protesta. Y frente a una situación de crisis mundial no está en manos de uno u otro presidente, de uno u otro partido, detener nada.

De todos modos, la economía burguesa es una timba y la casa siempre gana.

El 25 de mayo, día histórico de represión a la protesta social y de imposición de los explotadores sobre los explotados, se pudo ver una masiva reacción espectacular de la oposición frente al nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

La respuesta, blanda como la mierda que la propuso, tuvo lugar bajo la consigna «La patria está en peligro».

Y esta nueva procesión no hizo más que destilar incapacidad y obediencia, bajo una fórmula recurrente, de la que puede participar desde un actor hasta una vecina. Hablar el lenguaje de los amos, movilizarse, pero solo como modo de validar la dominación y la imposición de la lógica democrática sobre el ser colectivo.

Nuevamente, bajo el signo de la cruz y la patria, se ejerce una represión, limpia, si se quiere, y bajo el signo de la prepotencia armada, otra represión, tanto más sucia e indignante.

La voz de los papistas interviniendo en el acto nos recuerda que en las distintas intervenciones de la Iglesia en los conflictos sociales, ambientales o laborales, la religión está siempre aliada con la tiranía. Y más aún, fijémonos cuando los adoradores de lo divino, que pueden llegar a maldecir a los poderosos, continúan impulsando una doctrina de sangre, divulgando a cada palabra su disciplina inmunda, en la que la humanidad tiene que sacrificarse.

Las acciones del aparato represivo y del aparato judicial del Estado, tanto en las jornadas del primero de septiembre como en los enfrentamientos de diciembre del año pasado, están a punto de ser ampliadas y legitimadas a través de la reforma del Código Procesal Penal tratada a fines de abril, que de ser aprobada implicará, entre otras cosas, la vigilancia acústica de las comunicaciones, lo que permite realizar grabaciones de conversaciones privadas de imputados por fuera de sus domicilios; vigilancia de equipos informáticos; y acceso a toda la información que las personas poseen en sus dispositivos electrónicos. Esto posibilita el uso de rastreadores para conocer la ubicación de la persona, el acceso a sus contactos, perfiles de redes sociales, fotos, y también la activación de los micrófonos de las computadoras para grabar conversaciones.

Se prevé la exención de responsabilidad para los policías y miembros de las fuerzas de seguridad que actúan en cumplimiento del deber y con su arma reglamentaria.

En el mismo capítulo, aparecen reguladas con detalle las figuras de “infiltrado” (agente encubierto), “provocador” (agente revelador), “buchón” (agente informante) y “traidor” (arrepentido). Si miramos apenas algunos casos contra anarquistas o el pueblo mapuche del lado “chileno”, podemos ver inmediatamente que la utilización de estas figuras abre un campo enorme para la fabricación de evidencias y falsas incriminaciones.

También, en torno a las manifestaciones, se pena con hasta 3 años a los que detengan o entorpezcan la marcha de un medio de transporte mediante piquetes y a quienes tiren “proyectiles” contra las fuerzas armadas. Lo que, sumado a la exención de responsabilidad de los perros del Estado, deja la puerta abierta a la represión sin asco.

Al cierre de esta edición se cumplen diez meses de la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado por parte de la Gendarmería. El presidente anunció que se va a modificar la normativa vigente para involucrar a las Fuerzas Armadas en el “apoyo logístico” a tareas de “seguridad interior”. Como primer paso, esto implica enviar militares a las fronteras para así liberar más gendarmes asesinos a fin de utilizarlos en la represión interna y el control social.

Bajo la vieja excusa de “narcotráfico” y “terrorismo internacional”, lo que antes se pudo realizar bajo un “estado de excepción”, se convierte ahora en la norma general.

El triunfo de la humanidad frente al capitalismo es incompatible con la supervivencia de la religión, de la patria y de la política. Solo la revolución social puede destruir la dominación existente. Solo los explotados tenemos una verdad distinta por la que luchar.

La salida de la iglesia, el gobierno, partidos, sindicatos y movimientos “sociales” preponderantes es la de siempre, al no poder proclamar abiertamente que su programa de gobierno consiste en el mantenimiento por todos los medios de la esclavitud cada vez más vergonzosa de los explotados. Pero en vista de ganar aliados burgueses, realizan su programa, cada cual según sus capacidades, reprimiendo, calumniando y manteniendo las luchas en su parcela: boicoteando todo reclamo emergente.

Reconocer y nombrar a todos nuestros enemigos es la condición previa para poderlos combatir victoriosamente. En situaciones como estas, saber lo que no hay que hacer, es tan importante como saber lo que efectivamente hay que hacer.

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