martes, 26 de septiembre de 2017

LOS MAPUCHE NO SON CHILENOS NI ARGENTINOS, NOSOTROS TAMPOCO...

Frente a los numerosos ataques racistas y xenófobos que afirman que «los mapuche son chilenos» e incluso que «mataron a los tehuelche que, esos sí, son argentinos», basta recordar no solo que ambos pueblos se encuentran a ambos lados de la cordillera, ¡sino que son preexistentes a la conformación de los Estados chileno y argentino! Y que ambos Estados intentaron aniquilarlos, de eso se trató la denominada Conquista del desierto realizada por la República Argentina entre 1878 y 1885 y la anterior Pacificación de la Araucanía del otro lado de la cordillera (1861–1883).

Afín a los tiempos actuales, donde las peores aberraciones deben hacerse con un lindo discurso, desde hace años se insiste en usar la categoría de "pueblos originarios" para referirse a los grupos humanos que habitan este continente desde antes de la llegada de los españoles. Creen los especialistas que es mejor que llamarles salvajes, indios, aborígenes, indígenas... aunque el genocidio siga existiendo.(1)

Nosotros que no somos mapuche, sino nietos de inmigrantes de cualquier rincón del planeta, mestizos, mezcla de inmigrantes e indios, nos preguntamos qué somos. La nacionalidad escrita en nuestras identificaciones es una imposición entre tantas otras. Tristemente hemos naturalizado tanto el modo de vida que llevamos como asalariados que nos olvidamos que también somos desposeídos, que nuestros ancestros fueron separados de sus tierras, de sus formas de vida y de producir, que fueron llevados a ciudades y barrios marginales para cubrir las necesidades de la vida mercantil. No encontramos una raíz étnica y una cosmovisión común que nos una con nuestros antepasados y con nuestro mundo natural, como la encuentran nuestros hermanos mapuche. Lo que sí nos une, sin embargo, es ese pasado de desposes ión y la certeza de que la humanidad precedió al Estado y al dinero, a la propiedad privada y la avaricia. Esas son nuestras raíces y es la razón que nos empuja a luchar por algo distinto.

En Estados Unidos, en Cuba, en Argentina, en Suecia, en Venezuela o en Irak, hay explotadores y hay explotados, hay opresores y hay oprimidos. Nuestra clase, la de los desposeídos, resiste y se enfrenta en todas partes contra el mismo enemigo, el Capital, el Estado, que ha logrado expandirse y dominar todos los territorios. Lo único que nos queda, si queremos destruir las condiciones de su existencia, es aunar nuestras luchas como proletarios y proletarias en todo el mundo, ser una clase mundial en lucha. O sea, asumir estas luchas particulares como una lucha internacionalista, no tan solo solidarizándonos con los oprimidos de otras regiones sino asumiendo que su lucha es la nuestra, luchando desde donde estamos, en “nuestras” ciudades, en “nuestro” país, contra “nuestro” Estado, contra “nuestra” burguesía.(2)

Ya lo han dicho antes que nosotros: «El proletariado no tiene patria» y nunca la tuvo.» La patria es la organización que se dieron ricos y opresores en sus competencias, ellos crearon Naciones y Estados a costa de miles y miles de vidas proletarias que sucumbieron en trincheras, campos de trabajo, defendiendo fronteras que no eran las suyas. La patria no es más que la excusa para separarnos y oponernos como oprimidos, para que trabajemos para ellos y no logremos una comunidad de intereses, de deseos, de lucha. ¿Por qué? Porque eso nos hace peligrosos, porque nosotros fuimos, somos y seremos muchos más, y los defensores del Capital hacen todo lo posible para que no nos enteremos.

A TODOS NOS ROBARON LAS TIERRAS, A LOS MAPUCHE TAMBIÉN

Podemos ir más atrás en el tiempo y corroborar cómo desde hace más de 500 años muchos pueblos vienen combatiendo y sobreviviendo a la desposesión.

El 12 de octubre no representa el “encuentro de dos mundos”: ese fue el día en que comenzó una de las más atroces guerras. En términos generales se produjo en América una destrucción poblacional de un 90 por ciento, es decir, la pérdida de aproximadamente 70 millones de seres humanos (y esto sin contar los esclavos extirpados de África)

Tampoco es cierto que el mal llamado “descubrimiento” (el ser humano de hecho llegó a este continente hace, por lo menos, 15 mil años) haya sido un acontecimiento casual. Fue más bien la culminación de un proceso acumulativo de experiencias de exploración y conquista y de perfeccionamientos tecnológicos que se dieron en los años previos a la colonización, en algunos países de Europa, especialmente en Portugal y España.

En esos momentos, las distintas regiones europeas comenzaban ya a especializarse en la producción para el comercio a larga distancia, los mercaderes se constituían en la figura clave del período en que la producción para el intercambio comenzaba a generalizarse, cada vez más desligada de las necesidades directas.

Fue en este escenario de acumulación primitiva u originaria del Capital, que Colón concretó su expedición con el objetivo de llegar a China por el camino occidental “directo”.

Pero las necesidades del mercado mundial de expandirse no sólo empujaron a la colonización y búsqueda de nuevos territorios para explotar. En Europa se implementó, por distintos medios, la privatización de la tierra, expulsión de inquilinos, aumento de las rentas e incremento de los impuestos por parte del Estado, lo que produjo el endeudamiento y la venta de tierras que se fueron acumulando en pocas manos. Los precios de los alimentos, que durante dos siglos habían permanecido estancados, comenzaron a aumentar. A este fenómeno “inflacionario” se le llamó La Revolución de los Precios, debido a sus devastadoras consecuencias sociales, y fue atribuido a la llegada del oro y la plata de América.

A su vez, es revelador saber que la mayor parte del oro acabó en templos en la India, y la abrumadora mayoría de la plata fue enviada a China. De hecho, Europa había exportado oro y plata a oriente desde tiempos de Roma. Los primeros años de expansión europea fueron en gran medida producto de la necesidad de nuevas fuentes de oro y plata con qué pagar los lujos orientales.

La historia del Capital y de las luchas contra su surgimiento y desarrollo nos demuestra su carácter mundial y destructivo desde sus inicios. Lejos está de ser un desarrollo natural de la especie; este sistema sólo pudo llegar a ser lo que es hoy gracias a la aniquilación y utilización de todas las diversas formas de vida y de vinculación con el mundo y entre humanos que existían en la Tierra y que se le opusieron como pudieron.

Otra vez, hacer memoria, nos recuerda que «el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».(3)


Notas:
1. ¿Pueblos originarios?, La Oveja Negra nro.21, octubre de 2014
2. ¿Por qué internacionalistas?, La Oveja Negra nro.8, abril de 2013
3. La conquista de América y el desarrollo del mercado mundial, La Oveja Negra nro.21, octubre de 2014

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