Los inconformes hacen hablar a las paredes para reflexionar, para agitar, para sorprender al transeúnte distraído. Nosotros queremos hablar con las paredes para profundizar lo que gritan.
Nos encontramos con una frase que, como un reto, mezcla de ira y nostalgia, recita: «Somos las nietas de las brujas que no pudiste matar».
Nos encontramos con una frase que, como un reto, mezcla de ira y nostalgia, recita: «Somos las nietas de las brujas que no pudiste matar».
¿Por qué nos identificaríamos con aquellas brujas? ¿Cuál es el sentido de sentirnos parte de su misma resistencia? No es casualidad que la «caza de brujas» haya sido fundamental en el proceso de acumulación originaria del Capital. Este proceso de separación entre producción y reproducción, entre productores y medios de producción, supuso la creación de una clase proletaria desposeída, en cuyo seno las mujeres, a diferencia de los hombres, fueron puestas al margen de los salarios y forzadas así, en una sociedad cada vez más monetarizada, a una pobreza crónica, a la dependencia económica y a la invisibilidad como trabajadoras.
Esta nueva profundización de la división sexual del trabajo confinó a las mujeres a la esfera del trabajo reproductivo. La caza de brujas, como explica exhaustivamente Silvia Federici en El Calibán y la bruja, intentó destruir todo un mundo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habían sido la base del poder de las mujeres en la Europa precapitalista, así como la condición necesaria para su resistencia en la lucha contra el feudalismo.
Se trató además de destruir el control que las mujeres ejercían sobre su función reproductiva. Es por esto y no casualmente que fueron parteras y ancianas las primeras sospechadas de brujas, dejando para la posteridad un nuevo modelo de femeneidad, un nuevo lugar para la mujer en la sociedad y la ciencia médica y sus mutilaciones.
Aún hoy la lucha en el terreno de la reproducción sigue siendo fundamental para las mujeres, así como un nexo de unión con la historia de las brujas. Sus luchas contra la separación de sus conocimientos de sus cuerpos y prácticas, son también nuestras luchas, no sólo en tanto mujeres, sino y sobre todo, en tanto proletarias. Son parte de la lucha histórica de nuestra clase contra la enajenación y la mercantilización de nuestras vidas y nuestros cuerpos. Porque también somos los nietos de las obreras y «de los obreros que nunca pudisteis matar». Es la lucha de hombres y mujeres por la destrucción de este sistema.
Esta nueva profundización de la división sexual del trabajo confinó a las mujeres a la esfera del trabajo reproductivo. La caza de brujas, como explica exhaustivamente Silvia Federici en El Calibán y la bruja, intentó destruir todo un mundo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habían sido la base del poder de las mujeres en la Europa precapitalista, así como la condición necesaria para su resistencia en la lucha contra el feudalismo.
Se trató además de destruir el control que las mujeres ejercían sobre su función reproductiva. Es por esto y no casualmente que fueron parteras y ancianas las primeras sospechadas de brujas, dejando para la posteridad un nuevo modelo de femeneidad, un nuevo lugar para la mujer en la sociedad y la ciencia médica y sus mutilaciones.
Aún hoy la lucha en el terreno de la reproducción sigue siendo fundamental para las mujeres, así como un nexo de unión con la historia de las brujas. Sus luchas contra la separación de sus conocimientos de sus cuerpos y prácticas, son también nuestras luchas, no sólo en tanto mujeres, sino y sobre todo, en tanto proletarias. Son parte de la lucha histórica de nuestra clase contra la enajenación y la mercantilización de nuestras vidas y nuestros cuerpos. Porque también somos los nietos de las obreras y «de los obreros que nunca pudisteis matar». Es la lucha de hombres y mujeres por la destrucción de este sistema.
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