![]() |
DESCARGAR EN PDF |
• Los hogares con hijos menores ya no son mayoría: en 2022, el 57% no tenía niños o adolescentes.
• Hay cada vez más hogares monoparentales, un 80% de los cuales están liderados por mujeres.
• Los mayores de 85 años pasaron de representar el 1,5% de la población en 1991 al 11,8% en 2022.
• La tasa de natalidad cayó un 40% desde 2014 y el promedio de hijos por mujer es de 1,4 a nivel nacional. En la ciudad de Buenos Aires el número baja a 0,9.
Cabe recordar que para que la población de un país se mantenga estable (sin considerar la migración) el índice de fecundidad o promedio de hijos por mujer debe situarse en torno a los 2,1. Un índice menor sostenido en el tiempo supone una disminución de la población. El aumento de la esperanza de vida vuelve este proceso más lento, a la par que crece el promedio de edad. Todavía falta para llegar al punto de inflexión poblacional en Argentina, aunque ya se ha producido en varios países. ¿Esto debería preocuparnos? En el mundo somos una población de 8.000 millones que crece cada vez más lentamente y puede empezar a decrecer hacia fines de este siglo. Únicamente si estuviésemos camino a desaparecer como especie cabría la preocupación. Dado que no es el caso, se evidencia la dimensión moral detrás de los temores.
Estos son promovidos al difundir que se vende más alimento de mascotas que pañales, para la semana siguiente cambiar de tema y olvidar la baja de la natalidad. Al abordar el tema, las justificaciones son puestas delante de los hechos: la “ideología de género”, las dificultades económicas, el mascotismo, la adolescencia extendida, la misantropía, o el mero rechazo a la maternidad y paternidad serían entonces los causantes de la baja de natalidad y los cambios en las formas de trabajo. No es tan simple, la reproducción de la población se encuentra determinada por el Capital. Por mucho que racionalicemos los motivos de maternar, paternar, o no hacerlo, a nivel social estos motivos son determinados por potencias sociales que exceden nuestra vida individual.
Consideramos que la cuestión de la población es fundamental para comprender esta sociedad y sus transformaciones. Reflexionar en torno a la población implica preguntarnos cómo se reproduce la especie humana al interior del modo de producción capitalista, es decir, la relación entre explotación asalariada, reproducción biológica y división sexual del trabajo.
“Poblar la Argentina”
Argentina desde los comienzos de su historia tiene el estigma de ser un “país vacío”, es decir, un extenso territorio poco poblado. Para la conformación del Estado argentino fue fundamental el exterminio indígena, masacrando hacia el sur y despojando hacia el norte. La ilusión de los padres de la Patria era traer migrantes obedientes, pero se les llenó el territorio de anarquistas y revolucionarios.
«Gobernar es poblar» fue la máxima planteada por Alberdi en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República de Argentina de 1852. Allí resaltaba la necesidad de aumentar la cantidad, así como la calidad de la población a través de la inmigración. Posteriormente advirtió que los resultados de la apertura a lo que llamaba «inmigración espontánea» no fueron los esperados.
A las preocupaciones por poblar y gobernar se sumaron, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, las inquietudes en torno a la reproducción biológica de la población, de la procreación, de la maternidad, de la calidad de la fuerza de trabajo de mano de la eugenesia… lo que hoy podríamos llamar políticas de género.
De “somos muchos” a “somos pocos”
Si bien Argentina, al igual que otros países del llamado “tercer mundo”, mantuvo su prédica poblacionista hasta hace algunas décadas, las políticas demográficas dominantes impulsadas por los países centrales comenzaban a tomar otro rumbo. Desde la década de 1960 se extendió la idea de que la “superpoblación” absorbería los recursos existentes a nivel mundial y generaría un deterioro del medioambiente que pondría en riesgo la vida en la Tierra, aunque la preocupación en verdad giraba en torno a la estabilidad y desarrollo de la sociedad capitalista. Así, de acuerdo a necesidades burguesas, en 1972 el Club de Roma encargó al MIT el informe titulado «Los límites al crecimiento», uno de los exponentes ideológicos más relevantes del neomalthusianismo moderno. Las alarmas se habían encendido en un particular contexto de crecimiento poblacional: 1964 había sido el año con la mayor tasa en la historia de la humanidad.
Por otra parte, cabe subrayar que esa “superpoblación” es relativa, es decir, una población excedente con relación a las necesidades del Capital. No fuimos o somos muchos: somos muchos viviendo de este modo, donde se tira la comida producida, donde nos concentramos en ciudades, donde producimos para la ganancia y no simplemente para vestirnos, alimentarnos, disfrutar y habitar un espacio. Aquello que se percibe y se nombra como exceso demográfico o población sobrante es una expresión concreta de la propia dinámica del modo de producción capitalista.
Si bien el ritmo del crecimiento poblacional se ha desacelerado notoriamente en las últimas décadas, la población sigue estando muy por encima de la necesidad de fuerza de trabajo del Capital. De este modo, los “asentamientos irregulares” (villas, favelas, chabolas, campos de refugiados) de muchas regiones del mundo crecen a un ritmo más acelerado que el de las urbanizaciones.
La opinión desesperada pasó en pocas décadas de señalar el peligro de la “superpoblación” a suponer que “están reduciendo la población”. Desesperación, ignorancia, ecologismo catastrofista, conspiracionismo, mil y una maneras para no analizar el modo de producción capitalista y para no pensar colectivamente posibles maneras de superarlo.
Cuando se cuestiona la baja de natalidad, lo primero que suele aparecer sobre la mesa no es el futuro de la especie sino el propio, es decir, la vejez. Con cada vez menos jóvenes, surge la pregunta sobre quiénes se harán cargo de los viejos, ya sea directamente o aportando a las cajas jubilatorias. Pero, una vez más, no se trata simplemente de la cantidad de personas, sino de lo que las personas hacemos. En las condiciones laborales actuales con salarios de pobreza y la mitad del mercado laboral en negro, se degradan las jubilaciones y se dificulta la posibilidad de ayudar a los mayores. Evidentemente no es un problema de la cantidad de trabajadores, sino de las condiciones de su explotación.
La explicación moralista
Desde las nuevas y viejas derechas, y en particular desde el gobierno de turno, vinculan la caída de la natalidad con el feminismo, el globalismo, el wokismo y su “ideología de género”. Apuntan a la legalización del aborto y al feminismo por la caída de la natalidad en Argentina. El presidente Milei dijo en un discurso reciente: «Ahora se están dando cuenta que se les pasó la mano en atacar a la familia, atacar a las dos vidas y ahora lo estamos pagando con caídas en la tasa de natalidad. Ahora el miedo es que el mundo se quede sin gente.» (Discurso en la Cumbre 2025 de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina).
Pero revertir las tendencias en la natalidad no es verdaderamente su objetivo, así como tampoco representa una necesidad del Capital al que le sobra cada vez más población. Es tan solo una oposición discursiva con fines electorales. Milei insiste en que la demografía juega un rol determinante en el crecimiento económico con ejemplos absurdos como que «resulta más probable encontrar un Mozart en una población de un millón de personas que en una de mil». También lo hace con referencias a Adam Smith, quien vinculaba el desarrollo de la división del trabajo con crecimiento del mercado, suponiendo que un mercado más grande implica necesariamente más personas y, sobre todo, suponiendo que más personas hacen crecer un mercado, cuando a las claras el problema demográfico bajo el capitalismo surge porque faltan medios de producción para que las personas puedan vender su fuerza de trabajo de manera tal que puedan acceder al consumo.
El objetivo recurrente, en verdad, es oponerse al progresismo: «Dado el destrozo que han causado las políticas verdes sobre la natalidad y el nivel de población futura (al límite estúpido de exterminar a la especie humana por cuidar el planeta) se deberían replantear las políticas en materia demográfica más allá de la atrocidad de estar asesinando seres humanos en evolución en el vientre de la madre.» («Tiempo para el crecimiento», Infobae, 30 de mayo de 2025).
Los reaccionarios que hasta ayer decían que los pobres “tienen hijos para cobrar planes” son los mismos que se horrorizan porque “Argentina va a quedar despoblada”. No piensan, opinan. Es tan absurdo afirmar que la legalización del aborto hace reducir la población, como lo es decir que las ayudas sociales la hacen crecer.
Veamos el primer caso. La baja de natalidad es un proceso que comienza mucho antes de la legalización del aborto. La cantidad de embarazos disminuye y más aún disminuyen los que terminan en aborto. Es el control de la natalidad el que crece y el aborto es una de las formas de llevarlo a cabo. La legalización del aborto es más un efecto que una causa de la baja de la natalidad.
En segundo lugar, los pobres no “tienen hijos para cobrar la asignación” y esto puede comprobarse rápidamente al repasar los datos. En septiembre de 2024 en Argentina eran alrededor de 4,1 millones los beneficiarios de la AUH, representando aproximadamente un tercio del total de niños. Los titulares a cargo que perciben esta ayuda son 2,33 millones (95,6% son mujeres), de los cuales un 52,5% tienen un solo hijo de hasta 17 años, un 28,5% tienen dos, un 12,7% tres hijos, un 4,3% cuatro, y solo un 2% tiene 5 o más hijos. (Datos extraídos del último «Informe de estadísticas de la seguridad social» de la ANSES, publicado en enero de 2025).
Cuando las argumentaciones se desmoronan cabe responsabilizar a individuos. Entonces aparecen las “teorías” de la conspiración como un desafío al orden dominante contra la “elite”. El hecho de que haya empresas que apoyen o promuevan el control de la natalidad, el aborto, así como el matrimonio entre personas del mismo sexo, no es suficiente para afirmar que hay una conspiración, ni mundial, ni de familias, ni extraterrestre. El que los capitalistas hagan de cada necesidad un negocio, que lucren y planifiquen, eso no constituye una conspiración. El que los empresarios se reúnan con los gobernantes, tampoco lo es. Son los negocios, es la corrupción, es el Capital, es el Estado. Los “complotistas” no ven nada malo en el lucro salvo cuando contradice su moral occidental y cristiana.
La explicación “multicausal”
Desde el progresismo se analiza el fenómeno de la caída de la natalidad como un fenómeno multicausal. Se señalan las dificultades económicas, mayores posibilidades de las mujeres para insertarse al mercado laboral y la educación sexual como las causas principales. Pero inmediatamente cabe preguntarse el porqué de dichos porqués, los motivos detrás de cada una de las “multicausas”.
Cabe preguntarse, por ejemplo, por qué existieron elevadas tasas de natalidad en condiciones deplorables de vida durante el siglo XIX y comienzos del XX, o por qué la inserción de las mujeres al mercado de fuerza de trabajo en los albores de la industria a mediados del siglo XIX no estuvo acompañada de una pronunciada baja de la natalidad.
La esperanza de vida al nacer ha estado en constante crecimiento, aunque con claras diferencias entre regiones, en todo el mundo. De este modo, no se necesita una natalidad elevada para contrarrestar la mortalidad infantil. A su vez, la cantidad de años en que una persona puede vender su fuerza de trabajo también ha aumentado y las edades jubilatorias se van retrasando. Todo esto es importante, pero la causa fundamental detrás de la baja de la natalidad es el crecimiento de la población sobrante para el Capital a la que referíamos anteriormente. Sobran cada vez más vendedores de fuerza de trabajo, por lo que nos vemos empujados a reducir nuestro número.
Esto impacta directamente sobre la división sexual del trabajo, ya que aumenta la cantidad de años de vida que las mujeres pueden dedicarse de lleno al trabajo asalariado. Su inserción masiva en el mercado laboral y el definitivo cuestionamiento de la maternidad como destino se dan en este contexto de crecimiento de la población sobrante, que implica un creciente deterioro en las condiciones de venta y reproducción de la fuerza de trabajo. [En el nro. 16 de Cuadernos de Negación analizamos la relación entre población sobrante y género en profundidad].
Desde el feminismo liberal se celebra la baja de natalidad en cuanto ampliación de la libertad de las mujeres y cuestionamiento de los roles de género tradicionales. En el «Informe sobre el Estado de la Población Mundial 2023» titulado «8.000 millones de vidas, infinitas posibilidades. Argumentos a favor de los derechos y libertades» la ONU es clara respecto de las necesidades del Capital: «a la hora de sostener la economía de una sociedad en proceso de envejecimiento y con tasas de fecundidad bajas, impulsar la paridad de género en la fuerza de trabajo resultaría mucho más útil que aumentar de nuevo la fecundidad».
Desde otros sectores del feminismo, en cambio, se asocia la baja de la natalidad con las dificultades económicas, y hasta con el “borrado de la mujer”. De este modo, muchas mujeres (y hombres) deciden no tener hijos, aunque desearían lo contrario, y tenerlos puede incluso ser considerado un acto de resistencia a las condiciones impuestas. Entonces critican a quienes celebran la baja de la natalidad y proponen luchar por mejorar las condiciones en que se tienen y crían los hijos. Esta lucha es necesaria al igual que toda lucha por mejorar la reproducción de los vendedores de fuerza de trabajo, tengan o no hijos, pero suele suponer arbitraria y moralmente que la natalidad debería crecer. [Dos números atrás en este boletín, en un artículo titulado «El género en crisis», ahondamos en las transformaciones de la división sexual del trabajo de las últimas décadas y las encendidas discusiones al respecto].
Desnaturalizar la población
Hay un mito que dice que las estadísticas son objetivas, que “los números no tienen ideología”. Sin embargo, cualquier observación de un fenómeno evidentemente omite otros, la cuestión es cuáles y cómo se relaciona con lo observado. La honestidad es elemental cuando los datos encontrados chocan con nuestras intuiciones, al igual que la pregunta incansable por las determinaciones más fundamentales de la realidad que reproducimos todos los días.
Dado que no queremos hacer economía ni política, coincidimos con Marx en su apreciación sobre la población publicada en Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (“Grundrisse”, 1857). Cuando consideramos un país desde el punto de vista económico-político comenzamos por su población y lo reducible a estadísticas. Parece justo comenzar por lo real y lo concreto. Sin embargo, la población es una abstracción si dejamos de lado las clases que la componen. Estas clases son, a su vez, una palabra vacía si desconocemos los elementos sobre los cuales reposan: el trabajo asalariado o el Capital. Estos suponen intercambio, división del trabajo, precios, etc. Si comenzáramos, pues, por la población, tendríamos una representación caótica del conjunto y, precisando cada vez más, llegaríamos analíticamente a conceptos cada vez más simples: de lo concreto representado llegaríamos a abstracciones cada vez más sutiles hasta alcanzar las determinaciones más simples. En este punto, habría que emprender el viaje de retorno hasta dar de nuevo con la población; pero esta vez no tendríamos una representación caótica de un conjunto, sino una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones.
La población no es un simple amontonamiento de seres humanos, no es un hecho natural. Su producción y reproducción son producto histórico de las relaciones de clase, incluyendo la división sexual. Cada modo de producción supone un desarrollo particular de su población tanto en su cantidad como en sus características. Buscamos comprender cómo se reproduce la población al interior del modo de producción capitalista, desnaturalizando aquello que nos viene dado, sin nostalgia ni haciendo apología de sus transformaciones. Cuando la sociedad comienza a hacerse determinadas preguntas es porque puede responderlas. Solo se trata de atreverse a enfrentarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario