El apoyo oficial del Estado argentino al israelí no es un secreto. En eso están de acuerdo las principales fuerzas políticas. En el acto organizado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) asistieron dirigentes de La Libertad Avanza, Bullrich y Massa.
Por estos días en Argentina hay quienes se llenan la boca hablando de ascenso del fascismo, de la defensa de la vida, pero a fin de cuentas pareciera que solo están haciendo campaña por un candidato. Queda en evidencia cómo para estos defensores de la democracia local, la lucha contra el terror de la guerra a miles de kilómetros es un detalle. Es decir, hay miles de vidas que no significarían nada, solo una cuestión de discursos. Así estamos.
El apoyo no es solo simbólico, están los negociados. La compra de armas y seguridad al Estado israelí. Ahora se suma el acuerdo con Mekorot («fuente» en hebreo), compañía nacional del agua de Israel, que ha sido denunciada incluso por la ONU, Amnistía Internacional y distintos organismos de derechos humanos por restringir el suministro de agua a la población palestina, en lo que se ha dado en llamar “apartheid del agua”.
Mekorot no tiene un acuerdo directo con el gobierno nacional de Argentina, sino a través del Consejo Federal de Inversiones y convenios con distintas provincias, donde Santa Fe es una de ellas. El objetivo es la implementación de un Plan Maestro del Sector Hídrico que supone el control del agua por parte de esta empresa. De momento no sabemos qué harán en esta región.
No estamos denunciando que “se llevan nuestros recursos”. Primeramente, porque el agua es una necesidad vital reducida a un mero recurso en esta sociedad mercantil. Y, en segundo lugar, porque en tanto recurso no puede ser nuestra, sino de “nuestra” burguesía. En Argentina, Palestina o en cualquier lugar del planeta el agua es una necesidad humana básica.
Mientras tanto, en Gaza, entre el 90% y el 95% del suministro de agua está contaminado y no es apto para el consumo humano. Israel no permite el traslado de agua de Cisjordania a Gaza y la única fuente de agua dulce, el acuífero costero, es insuficiente para satisfacer las necesidades de la población. Este se está agotando gradualmente debido a la extracción excesiva y está contaminado por aguas residuales y por la infiltración de agua del mar.
Si aquí señalamos el caso de Mekorot no es para sumarlo a una lista de empresas a boicotear (se trataría de una lista imposiblemente larga como para enfrentar empresa por empresa), sino porque constituye un buen ejemplo de los múltiples aspectos del asedio israelí.
Según denuncias de organismos internacionales, Israel controla incluso la acumulación de agua de lluvia en la mayor parte de Cisjordania, y es frecuente que el ejército israelí destruya las cisternas que para este fin poseen allí los habitantes palestinos. Asimismo, Mekorot vende parte del agua a Palestina pero el gobierno israelí decide las cantidades. La compra de agua puede significar la mitad de los ingresos mensuales de una familia. Por su parte, los colonos israelíes, que viven junto a los palestinos, en algunos casos separados por unos cientos de metros, no sufren estas restricciones, ni la escasez de agua.
Así funciona el modo de producción capitalista, ni más ni menos. Los argumentos de estos capitalistas particulares son étnicos, pero es solo un discurso para justificar su sed de ganancia.
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