miércoles, 14 de septiembre de 2022

EL MUNDIAL SE HARÁ EN QATAR

Sí, lo sabemos desde hace varios años, pero sigue pareciendo raro que el mundial se haga en Qatar. Un país un poco más chico que el conurbano bonaerense y, si no tenemos en cuenta lo que era Uruguay en 1930, el de menor población en organizar una copa del mundo. Un país en el que la tradicional realización en junio-julio tendrá que postergarse hacia el final del año para mitigar un poco los efectos del abrasador calor arábico. Un país que, a pesar de afirmar que el fútbol es su deporte nacional, no ha tenido prácticamente ningún éxito en él y, cuando así ha sido, esas victorias estuvieron teñidas de controversias y sospechas de corrupción.

Aparentemente la única actividad en la que Qatar se destaca verdaderamente, además de la producción y distribución de gas natural, es la realización de eventos. En los últimos años fue la sede del Mundial sub-20 de 1995, de los Juegos Asiáticos de 2006, de los mundiales de clubes de 2019 y 2020, torneos de primer nivel de tenis masculino y femenino, la fórmula 1, y muchos más. La única actividad deportiva que sería razonable que sucediera en Qatar sería el Rally Dakar,(1) en la que desde hace muchos años uno de los corredores más exitosos es el qatarí Nasser Al-Attiyah. Pero claro, luego de los nefastos 10 años de realización en suelo sudamericano, el Dakar se corre desde 2020 en Arabia Saudita, quien es desde hace una década, pero más particularmente desde 2017, uno de los varios Estados árabes que cortaron vínculos diplomáticos y que libra una silenciosa guerra con Qatar.

En los últimos años se ha popularizado el término sporstwashing: la práctica que realizan principalmente Estados, aunque también empresas e instituciones, en la que se asocian económicamente a entidades deportivas, organizando eventos, invirtiendo en publicidad, o directamente comprando y gestionando estas entidades. Todo esto con el simple propósito de lavar su imagen de Estados dictatoriales, con un historial de políticas represivas y de falta de adecuación a los estándares en derechos civiles de las potencias occidentales. Junto a Rusia, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Azerbaiyán, Qatar es una de las naciones que más ha refinado esta práctica, y en la actualidad es sponsor de equipos de fútbol como el Barcelona, la Roma, el Bayern Múnich, Boca Juniors, y dueño a través de una corporación privada del Paris Saint Germain.

La lista de controversias y corruptelas asociadas a los mundiales de fútbol y a otros megaeventos deportivos es muy extensa. Podríamos detenernos en algunas irregularidades menores ligadas a esta copa del mundo: la incertidumbre de trabajadores respecto a la calidad de sus alojamientos en hoteles improvisados en containers, la preocupación de los periodistas respecto a la saturación de las líneas de fibra óptica, o a la gran posibilidad de que colapse la infraestructura de transporte. El consumo del alcohol se verá restringido para los turistas de lujo que asistan al mundial, dado que en el país rige la sharía.

Por este mismo motivo, y en otro orden de cuestiones, están prohibidas las manifestaciones afectivas por parte de miembros del colectivo LGBTQ+ así como la utilización de simbologías representativas. Si bien el régimen islámico de Qatar es más flexible de cara al turismo y quienes asistan al mundial, no deja de ser altamente represivo hacia las disidencias sexuales y las mujeres. De hecho, voceros del emirato han insistido con la cuestión a modo de advertencia. Después de todo, el sportswashing coexiste con la imposición de las normas locales a sus visitantes de occidente, en un contexto donde las “batallas culturales” están cada vez más presentes en las disputas comerciales y los conflictos bélicos que estas puedan requerir. Un caso ejemplar es el de Paola Schietekat, una mujer mexicana de 28 años que trabajaba en la entidad organizadora del mundial, quien luego de sufrir y denunciar una violación en suelo qatarí en junio de 2021, fue acusada de haber mantenido una “relación extramatrimonial”, pasando inmediatamente de víctima a acusada. Logró salir del país a la brevedad gracias a la intervención de organismos internacionales de derechos humanos. Fue condenada a 100 latigazos y 7 años en prisión, pena de la que fue absuelta, intervención diplomática mediante.

El progresismo occidental, tan acostumbrado a condenar los excesos y lo “atrasado”, hace la vista gorda cuando están en juego las pasiones populares y sus negocios derivados. Con distintos órdenes de gravedad, no hay que dejar de remarcar que las cuestiones mencionadas afectan principalmente a los hinchas que viajan voluntariamente y a un reducido sector de trabajadores que participan oficialmente del evento. Luego tenemos todo aquello que la burguesía se permite al margen de las leyes de Dios y los Estados.

Si recordamos infames mundiales como el del ‘78 en Argentina, realizado mientras se torturaba, asesinaba y desaparecía personas en campos de concentración, el de este año en Qatar está entre los campeones de la infamia: se ha denunciado la muerte de más de 10.000 trabajadores de la construcción, provenientes en general de países como India, Pakistán, Bangladesh, y otros del sudeste asiático. La cifra es incierta, ya que desde la denuncia de Amnistía Internacional y del periódico The Guardian en febrero de 2021 (que confirmaban, según investigaciones hechas en torno a las embajadas de los países de origen de los trabajadores, 6500 muertes), Qatar y la FIFA se encargaron de encubrir estos hechos y de dar absurdas declaraciones, como que no todas las muertes son atribuibles a la construcción de infraestructuras para el mundial. Si tenemos en cuenta el atraso que llevaban las obras y la necesidad para los organizadores de aumentar el ritmo, en los 17 meses que pasaron desde aquella denuncia esta trágica cifra habrá aumentado considerablemente. No obstante, a pesar de estar cada vez más cerca de la realización del evento, no se han realizado nuevas investigaciones.

Esta situación no es excepcional, sino que forma parte de una práctica ampliamente extendida en todo el golfo arábico, conocida como sistema kafala: una siniestra forma de superexplotación en la cual a los trabajadores migrantes se les paga un salario de subsistencia, que finalmente no les permite enviar dinero a sus lugares de origen, y donde al mismo tiempo se les retienen sus pasaportes y papeles. En Qatar este sistema toma una escala demencial, ya que de los 2,6 millones de habitantes solo el 20% es ciudadano, o sea qatarí; el resto son trabajadores migrantes.

Este sistema kafala o “de patrocinio” es considerado de semiesclavitud por sus condiciones, aunque desarrolla el Capital. Dicho sistema requiere que los trabajadores no calificados tengan un patrocinador (de allí su nombre), generalmente su empleador, quien es responsable de su visa y estado legal. Esto requiere el permiso del empleador para cambiar de trabajo, dejar el país, obtener una licencia de conducir, alquilar una vivienda o abrir una cuenta bancaria. Por otro lado, la explotación sexual es moneda corriente en cada uno de estos megaeventos. En este caso, las redes de trata harán llegar a una gran cantidad de mujeres pobres del sudeste asiático.

Pese a todo esto, el mundial seguirá siendo un evento observado y ansiado por miles de millones. Seguirá alimentando la competencia, la idolatría de los millonarios y el nacionalismo. Justamente en estas últimas semanas observamos el fervor en grandes y chicos por las figuritas del mundial. No sorprende, aunque entristece, ver cómo en esta región donde la vinculación entre deporte y genocidio alcanzó uno de sus hitos históricos en el ‘78 y donde parecería que ese hecho sigue siendo parte de nuestra memoria colectiva, hacemos oídos sordos a los genocidios “distantes”.

Sin embargo, podemos adelantarnos a decir que no es que el deporte sea utilizado en beneficio de los poderosos, este es el espíritu mismo del deporte. Lo hemos señalado con relación al anterior mundial en Brasil, a partir de las protestas masivas que se daban en aquella región.(2) No es la profesionalización del deporte el problema, como si se tratase de la perversión económica y la utilización política de una práctica “sana”, sino que se trata del deporte mismo en tanto sometimiento y trastocamiento del juego, de ciertas prácticas lúdicas, a las necesidades y la propia lógica de valorización del Capital.

El deporte es un fiel reflejo de la competencia capitalista y ha tomado progresivamente un importante papel en la misma. Por eso consideramos que su crítica no es una cuestión menor o marginal.

«El deporte no solo es una válvula de escape y un mecanismo de control social sino también una ideología de la competición, de la selección biogenética, del éxito social y de la participación virtual. Lejos de limitarse a reproducir en formato espectáculo las principales características de la organización industrial moderna (reglamentación, especialización, competitividad y maximización del rendimiento), cumple además una misión ideológica de trascendencia universal: encauzar y contener las tensiones sociales engendradas por la modernidad capitalista.» (Federico Corriente y Jorge Montero, Citius, altius, ortius. El libro negro del deporte. Lazo Ediciones, 2013) 

Notas:
(1) Ver Dakar, nocividad y progreso, La Oveja Negra nro. 11 (diciembre de 2013)
(2) Ver Não vai ter copa!, La Oveja Negra nro. 17 (junio 2014)

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