sábado, 23 de octubre de 2021

Folleto del Ciclo de Cine Anticapitalista

Disponible en formato digital el texto compartido en el Ciclo de Cine Anticapitalista realizado en octubre de 2021 en la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo.

Leer y descargar como folleto AQUÍ.

 

 

El Estado de la República Argentina es, como cualquier Estado, una institución genocida. Una maquinaria basada en el asesinato, el terror y la coacción masiva. Desde sus inicios hasta el día de hoy, y hasta el día que muera junto a todos los Estados.

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Argentina anexó la Patagonia y el Gran Chaco después de sucesivas masacres a los habitantes de dichas regiones. En 1879 empezó la estocada final a los pobladores patagónicos con la llamada Campaña del Desierto, que terminó simbólicamente el 25 de mayo del año siguiente izando la bandera argentina a orillas del Río Negro, en las proximidades de la actual Bariloche.

En 1880 comenzó la matanza en el Norte con la Conquista del Chaco contra qom, wichis y mocovíes, guerra que durará hasta entrada la segunda década del siglo XX. Esta permitió el mejor control estatal del norte de Santa Fe, este de Santiago del Estero y las actuales provincias Chaco y Formosa.

En todas estas regiones, la brutalidad impuesta por la dominación del Estado argentino por medio de la violencia persiste al día de hoy con un mismo objetivo: la coacción a través del trabajo asalariado y la privatización de la tierra.

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Las regiones del Chaco, la Pampa y la Patagonia tienen, con sus matices, una historia similar. Los montes del Norte y los glaciares del Sur son los puntos extremos de un país que, antes de ser anexados militarmente, era solamente una cuarta parte de lo que es hoy. Muchos años después de haberse declarado libre del Imperio Español su flamante ejército se movilizó para que dichos territorios queden integrados en la República. Considerados heredados del antiguo Virreinato, nunca habían sido realmente ocupados por las fuerzas coloniales. Una férrea y hábil resistencia de sus habitantes hacia el conquistador, las mantuvo a raya durante más de 300 años.

En el caso del Chaco, además, como plantea David Viñas en Indios, Ejército y Fronteras, no hubo mayor interés de la Corona española en insistir en penetrar en la región. La ciudad de Concepción del Bermejo fue fundada en 1585 y abandonada en 1632, y las misiones religiosas no tuvieron mayor éxito, a excepción de las del norte santafesino. En cambio, en la Pampa y hacia el Sur, viendo su potencial ganadero, las fuerzas coloniales intentaron penetrar una y otra vez siendo casi siempre abatidas por las comunidades.

Ya en 1536 la incipiente aldea llamada Buenos Aires fue arrasada por las flechas incendiarias durante el Solsticio de Invierno de ese año. Al iniciarse la Independencia en 1816, la frontera solo había avanzado hasta el río Salado.

En la región del lago Nahuel Huapi, la misión religiosa dirigida por Nicolás Mascardi en 1670 fracasó cuatro años más tarde cuando este jesuita fue muerto a boleadoras y flechas por los mapuche. Recién en 1779 la Corona logra fundar Carmen de Patagones sobre la desembocadura del río Negro.

Hacia la zona más austral y la Isla de Tierra del Fuego, el contacto con los europeos o criollos era muy esporádico.

La enorme resistencia de casi 400 años en los inmensos montes del Chaco, en la Pampa y el norte patagónico, teniendo su análogo del otro lado de la Cordillera con la Guerra de Arauco, encontró su derrota, no en la Corona Española sino en los nacientes Estados modernos.

La violencia

En Campañas militares y clase obrera, Chaco 1870-1930 (1984), su autor Nicolás Iñigo Carrera afirma en el prólogo algo fundamental:

«Las distintas campañas militares al Chaco, la Pampa y la Patagonia, desarrolladas entonces forman parte del proceso de creación de condiciones para el dominio del capital industrial y del proceso de delimitación del dominio de la burguesía argentina. (…) El proceso que engendra el capital es, pues, el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su trabajo, proceso que por una parte convierte en capital los medios de vida y producción mientras que por otra convierte a los productores directos en obreros asalariados. Este proceso de disociación solo puede ser logrado mediante la aplicación de una coacción directa física (el subrayado es nuestro) que prive a los productores directos de la propiedad sobre sus condiciones materiales de existencia.»

En efecto, quitar la tierra a las comunidades para hacerla productiva dentro de los cánones capitalistas, y reducir a las personas a meros obreros para que trabajen en esa tierra ahora convertida en recurso natural. A los rebeldes, directamente asesinarlos en masa.

La primera campaña a la Pampa la realizó el prusiano Friedrich Rauch por órdenes de Rivadavia en 1826, la segunda la lideró el mismo Rosas entre 1833 y 1834. Al mismo tiempo, otro miembro del partido federal, Estanislao López saldrá desde Santa Fe hacia el Chaco austral.

Pero serán las campañas de Roca en el sur y las de Uriburu, Fontana y Obligado en el norte a fines del siglo XIX las que triunfarán totalmente, porque esa coacción directa física ahora encontraba un Estado totalmente organizado y unificado para ejercerla. El desarrollo capitalista había dado un nuevo salto industrial y tecnológico a nivel mundial: trenes, telégrafos, armas de retrocarga. Su necesidad de nuevos “recursos” se imponía y las fuerzas indígenas, si antes podían enfrentar y resistir a los terratenientes criollos, eran finalmente abatidas.

A veces la historia del progreso (y no hay otro progreso que no sea el capitalista), se cuenta como una sucesión de innovaciones asépticas, producto de mentes brillantes y de funcionarios iluminados. Los sablazos, los balazos de Remington, las separaciones de las familias, los litros de alcohol, el cepo, las estaqueadas y el látigo, las migraciones forzadas, los abusos sexuales, la humillación de ser convertido en sirviente de alguna casa burguesa, todo hace a la explotación capitalista y a la creación del Estado. Toda esta violencia es memoria común de todos los explotados de la Tierra.

La carne y el azúcar

Donde la región chaqueña se mezcla con las selvas húmedas de las Yungas, en las actuales fronteras de Argentina y Bolivia, habita el pueblo chiriguano. Comparten con los mapuche del sur la fama de haber sido guerreros indomables, contra el Tawantinsuyu del Inca primero, contra el Imperio Español después.

Ambos pueblos son los protagonistas de los documentales a proyectar, donde se cuenta la historia de cómo fueron vencidos por el Estado Argentino y sobre las formas que encuentra su resistencia en la actualidad.

Las selvas fueron diezmadas para la caña de azúcar y las pampas alambradas para las vacas y las ovejas. Los mapuche, cuyos guerreros se cansaron de humillar a los soldados del Imperio Español y las primeras avanzadas criollas, así como los chiriguanos, que vestían pieles de yaguareté cuando iban a la guerra, terminaron por engrosar las filas del proletariado argentino junto a criollos e inmigrantes.

Peones rurales en el sur, obreros de la caña en el noroeste, mujeres y niños como sirvientes en lujosas mansiones. Cuando no, migrando a las grandes ciudades para vivir en los cordones de miseria.

El terror

Hay dentro de las creencias chiriguanas un mito especial, surgido como consecuencia de la brutal transformación en su modo de existencia. El mito dice que dentro del ingenio azucarero habita un ser demoníaco, que llaman “El Familiar” que puede tener forma de perro, de víbora, y a veces… de policía. Necesita la sangre de los peones para sobrevivir y el patrón es quien debe proveérsela.
Y aunque merodea en los surcos de caña, vive entre las máquinas, en los sótanos de las fábricas de azúcar. Cuando un trabajador era cazado por El Familiar se cortaba la luz, todo quedaba a oscuras.
Este mito, muy conocido en esa región, ha sido utilizado muchas veces por la propia burguesía para meter miedo a los trabajadores. Pero a su vez, como suele pasar con los mitos, revela sucesos y sensaciones muy reales de la vida colectiva. Asociar el trabajo, el tiempo fabril, las máquinas, a fuerzas demoníacas que chupan vidas humanas, resulta bastante razonable.

Uno de los puntos más altos del terror burgués en el noroeste, fue el Apagón de Ledesma, en Jujuy entre el 20 y 27 de julio de 1976. En toda la zona controlada por el Ingenio Ledesma, entre Libertador Gral. San Martín, Calilegua y El Talar, se vivieron 7 noches de oscuridad, donde fueron secuestradas 400 personas, de las cuales 55 aún continúan desaparecidas.

Rosario, octubre de 2021

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La sistematización de la persecución, la tortura y el asesinato es solamente uno de los modos de funcionamiento de la megamáquina, una estructura racional, polivalente y flexible, que adopta formas operativas de coacción explícita o implícita según las necesidades del Capital y la especificidad del contexto. Es precisamente esta maquinaria masiva la que alimenta la idea de un «nunca más» consustanciado únicamente con el modo implacable del terror de los setenta: una suerte de nunca más selectivo.

Existe una continuidad del terrorismo estatal que no olvidamos ni perdonamos. El Estado argentino no es una institución idéntica a sí misma desde sus inicios. No son lo mismo las masacres del Chaco paraguayo del siglo pasado y la masacre silenciosa de jóvenes proletarios por “gatillo fácil”; para las fuerzas estatales es preciso enfrentar sus obstáculos de acuerdo a las posibilidades y necesidades del momento. Y si decimos obstáculos es porque a eso nos reducen las fuerzas del orden cuando el fin justifica los medios. Y el fin siempre es el desarrollo del Capital.

El Estado no es entonces nuestro enemigo porque quienes detentan el poder sean simplemente malas personas o estén motivados por ciegas ambiciones. Es nuestro enemigo porque organiza y ordena el sometimiento de nuestras vidas en consonancia con el Capital, porque es en definitiva el gobierno del Capital.

(extracto de ¿Nunca más qué? publicado en el boletín La Oveja Negra nro.61)

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