miércoles, 14 de noviembre de 2018

BRASIL: PROGRESO Y ORDEN

El 28 de octubre, Jair Messias Bolsonaro fue electo presidente de Brasil. Es importante retener este dato para luego no excederse con acusaciones de golpista y antidemocrático. Mucho menos necesario es acusar a los votantes de masa anestesiada o similares cuando los resultados electorales no son los deseados. El representante del Partido Social Liberal ganó con casi 58 millones de votos y su adversario Fernando Haddad (Partido de los Trabajadores) obtuvo algo más de 47 millones. Otra fiesta de la democracia. Cabe recordar también, ahora que suele invisibilizarse, que aproximadamente un tercio de quienes están inscriptos en el padrón no votaron, votaron en blanco o anularon.

Podríamos detenernos en sus nauseabundas declaraciones, hay citas de sobra para demostrar su capitalismo fervoroso, misoginia, homofobia, anticomunismo, apología del terrorismo de Estado... pero no vamos a hacerlo por razones de estómago y espacio. Tampoco queremos hacer prevalecer los discursos sobre la realidad. Cuando ganó Trump en EE.UU. señalábamos que Obama había deportado más inmigrantes que ningún otro presidente, sin embargo, se tenía miedo a Trump por lo que podía hacer con ellos. Los progresistas llamaban a continuar la política del Partido Demócrata y muchas personas crédulas eran enceguecidas por quién–dice–qué en vez de ir a los datos de la realidad. Así, decíamos que el discurso sobre los inmigrantes se vuelve más importante que los inmigrantes mismos.

De la misma manera, ahora surge un cúmulo de sorprendidos de que las corporaciones evangélicas intervengan en la política brasilera. Ya habían apoyado a Lula da Silva y posteriormente a Dilma Rousseff, pero poco se dijo de ello. Habrá que pensar si los pastores saben dónde apostar su dinero o si realmente definen los resultados electorales.

«Ele Não» fue la consigna de los perdedores de la contienda. Los parecidos con la política argentina son sorprendentes. Con la campaña «Macri No» el kirchnerismo intentó alzarse con el botín completo del “campo popular”, aglutinando a quienes no estuviesen de acuerdo con el burgués que actualmente gobierna. El representante de ese frentepopulismo que, a fin de cuentas era el Frente Para la Victoria, fue, tal como Haddad, un candidato poco carismático y poco querido; los millones de votos recibidos eran más por espanto que por convicción.

Evidentemente Haddad y Bolsonaro no son lo mismo. Seguro es que el gobierno de Bolsonaro ejercerá su poder con una mano más dura y que garantizará actuar con mayor libertad contra el proletariado en general, y particularmente contra los rebeldes y disidentes políticos y sexuales, o quienes simplemente quieran salir a protestar. Instigando, claro, a la guerra entre explotados. Si personajes como Haddad y Bolsonaro fuesen lo mismo no podrían alternarse en el poder de acuerdo a las necesidades del Capital.

En Brasil, así como en Argentina, durante estos últimos años de gobiernos progresistas, la movilización social ha sido reprimida o asimilada e institucionalizada, en fin, democratizada
. Las expresiones de organización por fuera de partidos y sindicatos han sido disueltas, o más bien se han dejado disolver, y cada vez que urge una necesidad parece que hay que esperar a las próximas elecciones o despuntar el vicio yendo a pedir a la puerta de algún ministerio o sesión de gobernantes. «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado», decía Benito Mussolini.

Lula garantizó el pago de la deuda pública, asegurando al resto de los capitalistas un piso mínimo de estabilidad fiscal que les permitiese invertir con seguridad. Ninguno de los gobiernos del PT alteró en nada las condiciones de la explotación social y la acumulación capitalista en Brasil. ¿Por qué deberían de hacerlo? Tales gobiernos fueron el soporte de una “amplia negociación nacional” destinada a garantizar que la explotación capitalista pudiese proseguir sin contratiempos.

Para cumplir su cometido, a lo largo de sus tres períodos de gobierno, el PT cooptó y puso bajo su control lo susceptible de ser cooptable: a la mayoría de las dirigencias sindicales y sociales, transformando a los líderes populares en ministros, asesores de mercado, administradores de fondos de pensión e inversionistas. Se las arregló para calmar el descontento social con una calculada combinación de programas sociales y terror represivo. Cuando Lula aceptó dirigir la Misión de ocupación de Haití en 2004, no solo le demostró a EE.UU. que era un aliado confiable para aplastar democráticamente la protesta social en el continente. Al llevar al ejército brasileño a los barrios pobres de Haití, le proporcionó a las tropas un laboratorio para intervenir en las favelas de Río de Janeiro, tal como ocurrió durante las masivas agitaciones populares en contra del Mundial de fútbol del 2014.

Fue el gobierno de Dilma Rousseff el que recalificó los cortes de carreteras y las tomas de tierras como delitos terroristas. Fue bajo gobiernos socialdemócratas, y no de derecha, que las cárceles de Brasil batieron los récords mundiales de hacinamiento y degradación de las condiciones de “vida” de los reclusos.

Durante los gobiernos del PT la producción de alimentos en Brasil disminuyó en más de 35%, con el consiguiente aumento de los precios cobrados a la clase trabajadora, debido a las facilidades dadas a las multinacionales agrarias para introducir monocultivos. Miles de campesinos fueron desplazados gracias a las políticas de gobierno y las grandes empresas agropecuarias.

Fue bajo los gobiernos del PT, y no bajo gobiernos fascistas, que la deforestación de la Amazonía alcanzó el “punto de no retorno”. Bolsonaro ha llegado a poner orden luego de que la socialdemocracia progresista trabajó duramente justamente para el progreso ¡del Capital!

Que la próxima vez no nos sorprenda tanto. No se trata de sabérselas todas ni de extremismos, sino de la posibilidad de hacer algo a tiempo y no lamentarse cuando ya es demasiado tarde. Es más difícil entrar en pánico cuando la cara amable de la burguesía está preparando el terreno para la catástrofe, a menos que seamos los asesinados por sus fuerzas de seguridad, sus muertos de hambre, sus encarcelados, sus suicidados por las condiciones impuestas o los expulsados de sus territorios por sus negociados, por las “inversiones extranjeras” por las que ruegan los progresistas. A quienes padecen la cara feroz de la opresión y explotación en Brasil quizás esta victoria no les sorprenda tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario