lunes, 7 de marzo de 2016

8 DE MARZO CONTRA EL CAPITAL

En los últimos años aconteció una importante reconfiguración de las luchas, muchas de ellas consideradas “de mujeres”. Discursos que durante la década de los noventa se circunscribían prácticamente al feminismo y se hacían presentes en el movimiento anarquista y en unos pocos ámbitos de izquierda, sufrieron en la década pasada una expansión, hasta llegar a popularizarse, acarreando la vulgarización y debilidad de un discurso que aún no es una práctica masiva. A su vez, la problemática “de la mujer” se hizo ineludible y comenzó a tomar cada vez mayor protagonismo en programas de radio, televisión y en ámbitos cotidianos. Las masivas manifestaciones del “ni una menos” durante el año pasado son un hito importante en esta expansión.

El tono y el contenido de los discursos y debates sobre el tema, así como las consignas débiles, interclasistas y ciudadanas, son las características principales de esta contestación difusa. Características propias del Encuentro Nacional de Mujeres, cuyo rasgo principal no es ni la radicalidad ni la precisión al momento de criticar la instrumentalización y determinación del género que realiza el Capital. Que, dadas las condiciones, puede ser la voz cantante de estas críticas a medias que van ganando las calles.

Pero no se trata de argumentos contra argumentos, de ganar el debate, se trata de condiciones materiales de existencia. El objetivo de la acumulación capitalista no es el machismo es la ganancia, sin embargo el machismo colabora en esta empresa y es permitido y sostenido por las condiciones capitalistas. El capitalismo no es un entramado discursivo que podríamos destruir con sólo cambiar nuestras formas de pensar o ciertos hábitos de nuestra vida cotidiana. ¿Significa esto que no encontramos su opresiva ideología dominante operando en cada espacio de nuestro ser y de nuestras relaciones? Pues no. Significa que estamos al tanto de que esta sociedad no está aquí desde siempre y de que posee una historia material que indagar, no para deleitarnos con hermosas conclusiones intelectuales, sino para destruir cada ápice de ella.

Las fuerzas productivas y las relaciones de producción que se han desarrollado y que fueron modificándose a lo largo de la historia, han moldeado la explotación y opresión de los seres humanos, hombres y mujeres. De distintas formas, claro está, pero siempre en función del objetivo que el Capital persigue: explotarnos, extraernos el máximo de plusvalor y valorizarse constantemente. El Capital es él mismo una relación social, en tanto implica la escisión entre propietarios de los medios de producción y desapropiados. En este sentido, el capitalismo ha modificado sustancialmente no sólo las formas de producción sino también las relaciones sociales determinantes, permitiendo que incluso aquellas actividades que aparecen fuera de su órbita estén al servicio de su reproducción y del mantenimiento del orden vigente.

Nos han enseñado que la esfera privada no posee vínculo alguno con el orden social, así las cuestiones íntimas o personales no serían posibles de pensar más que individualmente, cuando, sin embargo, se encuentran en relación dialéctica con la esfera denominada pública o social. Entonces, al analizar la reproducción material de esta sociedad no podemos dejar a un lado la construcción de sujetos a los cuales se les otorgan determinados atributos y cualidades, es decir, roles. Las relaciones entre hombres y mujeres se han desplegado históricamente de la mano de estas relaciones de producción, levantándose las expresiones ideológicas que las sostienen, para ocultarlas bajo el manto de la naturalidad de los roles que nos han asignado.

Roles que nos dicen que los hombres deben ser los proveedores del sustento de las mujeres y la familia, activos y fuertes, ajenos a sus sentimientos y emociones, y otorgando a las mujeres la sensibilidad, la pasividad, la aptitud para el amor, el cuidado y la comprensión. Bajo el reino del Capital lo femenino está ligado a lo irracional, lo afectivo, mientras que lo masculino lo está a lo racional, al trabajo. Si bien existen cambios en los roles y la familia nuclear ha ido transformándose a lo largo de la historia, éstos no se determinan en relación a las necesidades humanas sino a las del Capital. Entonces, si hoy no encontramos como generalidad la familia tradicional en la que sólo el hombre es asalariado y la mujer se dedica exclusivamente al ámbito doméstico, no significa una victoria para nosotros, proletarias y proletarios.

Es decir, en términos de integración capitalista, la liberación de las mujeres se ha profundizado y es el presupuesto de su mayor participación en la sociedad. Las mujeres proletarias han salido en gran número de sus casas y tienen la posibilidad (o mas bien la desgracia), de estar generando plusvalor por derecho propio pero, muchas veces, continúan teniendo que asumir el trabajo doméstico, quizás con alguna “ayuda” de los hombres o, al menos, gestionando su traspaso a otras mujeres más jóvenes o más pobres, instituciones educativas, lavaderos y guarderías. Es la otra cara de la moneda de la liberación de las mujeres.

El nuevo ideal femenino ya no corresponde unívocamente a aquel de mujer irracional y amorosa, sino que convive con otros. Existe también un tipo ideal de mujer asalariada y exitosa, que construye una familia al mismo tiempo que hace deporte y se mantiene bella, según los dictados de la moda; así como existe además el modelo de mujer que se coloca por encima de la necesidad de vincularse con hombres, soltera e independiente. Todas ellas adquiriendo, para liberarse de su rol femenino, rudeza y competitividad, características del rol masculino, amalgamándose a la lógica imperante: cada uno por su lado y contra otros.

En todo este proceso las ciegas leyes de la economía capitalista fueron auxiliadas por una perspectiva integracionista, en cuyo desarrollo fueron partícipes necesarias teóricas, académicas, líderes sindicales e izquierdistas. Y sin duda no fueron sólo mujeres, sino que detrás de esta nueva fase de vinculación entre sexos mediada y determinada por el Capital, dijeron presente jefes de las fuerzas armadas, empresarios ávidos de mano de obra barata, filósofos posmodernos y cuadros medios de todos los Estados.

No esperamos absolutamente ninguna perspectiva emancipadora del devenir de la economía capitalista. Y sabemos que las luchas sociales no comienzan en la mesa del patrón, del gobernante de turno, ni en las mesas de debates con los portadores de la retórica feminista. Creemos que esta nueva conmemoración del 8 de marzo puede ser un puntapié para hacer un balance de las luchas del pasado, para ver dónde estamos parados y paradas, para plantearnos una vez más qué hay o puede haber de subversivo en nuestros vínculos entre proletarias y proletarios.

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