sábado, 2 de mayo de 2015

¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL!

Hablar de REVOLUCIÓN fuerte y claro para poner en común la necesidad de enfrentar a la burguesía con otros deseos, otras necesidades. Más allá del gusto por la pronunciación de una bonita palabra, nuestros compañeros siempre lo han hecho y lo siguen haciendo.
Hoy, como ayer, no se trata de defender una misma idea de sociedad a la cual cada clase gestionaría de una manera distinta pero al fin y al cabo manteniéndola configurada tal como está.  Hoy, como ayer, no se trata de dos ideologías enfrentadas en las que los seres humanos elegirían formar parte o no. Hoy, como ayer, hay dos proyectos sociales antagónicos: el de aumentar las ganancias a cualquier precio y el que aspira a una comunidad humana sin Estados y sin precios.

Este antagonismo se expresó con mayor fortaleza en las luchas del pasado, y es debido a las grandes limitaciones del presente que tenemos que retomar con más fuerza que nunca la perspectiva revolucionaria: llamar a las cosas por su nombre en tiempos donde reina la mentira y la confusión.

Pronunciarnos hoy por la destrucción de la propiedad privada, del Estado, del valor, del Capital y del trabajo asalariado sigue siendo considerado por muchos como un acto de inmadurez, cuando no directamente un acto de locura. Los reformistas de ayer prometían esa revolución a futuro, intentando conducir las luchas hacia objetivos más moderados. ¡Y si lo habrán logrado, que hoy ya no queda ni un poco de claridad respecto al significado de esa palabra, o directamente ya no necesitan ni pronunciarla!

A pesar de todo, con consignas más o menos claras o incluso sin ellas, los enfrentamientos al Estado y a la propiedad privada se desarrollan por doquier. Y cuando parece que se han terminado, reaparecen de inmediato en otra parte del mundo. Así se desarrollan gran parte de las expresiones de lucha que se vienen dando en las últimas décadas, las cuales no necesariamente expresan a través de las palabras la necesidad y la búsqueda de una ruptura revolucionaria.

Entonces nuestra tarea es doble: reapropiarnos de las luchas revolucionarias del pasado así como defender e impulsar las expresiones de ruptura revolucionaria del presente, contra todas las canalizaciones burguesas y contra todos aquellos que las critican por no estar su contenido radical expresado en textos y consignas.

Las diferentes posiciones revolucionarias que se expresan tanto en este como en otros textos surgen de la lucha, y si son puestas en palabras es por necesidad de combatir al enemigo, para luchar contra la ideología burguesa, empezando por la socialdemocracia que históricamente quiere hacernos creer que somos estúpidos para así imponernos su estúpida idea de revolución. Según ellos, el proletariado solo podría luchar por reformas, siendo ellos los encargados de aportar la conciencia “revolucionaria”. Así, nos invitan desde hace siglos a reformar este mundo, no sólo posponiendo la revolución, sino directamente negando su verdadero contenido. Los socialdemócratas de todo color nos intentan borrar el horizonte de la revolución social para conducirnos al callejón sin salida de las reformas. Lo decimos una vez más: las reformas no conducen a la revolución, y la revolución no puede comprenderse nunca como una infinita suma de reformas. No se trata de despojar al capitalismo de todos sus aspectos nocivos, no queremos
un capitalismo inclusivo. ¡Necesitamos destruir todas las separaciones que el Capital ha impuesto sobre nosotros! ¡Necesitamos terminar con el capitalismo!

Mientras no exista el nivel de desarrollo de la lucha necesario para ir a por todo, existirá el riesgo de la separación de la revolución del resto de las necesidades. La perspectiva revolucionaria ha dejado su lugar al inmediatismo, al localismo y al conformismo hasta en los compañeros más decididos.

Mientras tanto, debemos poder diferenciar el contenido de nuestras luchas, defender las rupturas revolucionarias que se expresan en ellas.

Toda lucha parte de una necesidad, y toda necesidad contiene su reivindicación y su reforma. Podemos atacar directamente los intereses burgueses, reapropiándonos de mercancías o imponiendo subas salariales que ataquen realmente la tasa de ganancia, podemos destruir sus máquinas y propiedades u ocuparlas y desviar totalmente su uso. Pero podemos también exigirle migajas al Estado, dejarnos cagar por el sindicato, o meternos hasta el cuello en un plan de vivienda en infinitas cuotas.

La revolución es justamente la generalización de todas las reivindicaciones buscando la raíz de nuestros problemas sin dejarnos seducir por los cantos de sirena del Capital.

«Entendemos que no se pueden separar las necesidades humanas inmediatas de la necesidad humana de revolución, o sea, si se separa lo que se necesita ahora (pan, techo) de lo que también se necesitaría ahora (destruir a los opresores y el estado) es porque los políticos y los sindicalistas transforman nuestras reivindicaciones en reformas. En resumen, la Revolución Social por la que bregamos es la generalización de todas las luchas y reivindicaciones que llevamos a cabo los proletarios.» (A modo de presentación. Boletín El Forista nro.1).

Por eso, cuando discutimos acerca de la organización y de la lucha del proletariado no podemos limitarnos nunca a una cuestión de forma organizativa, sino por sobre todo al contenido de las luchas. Para empezar, las formas clásicas de la socialdemocracia para encuadrar a los trabajadores no son reformistas por errores de sus miembros, es su propia naturaleza, es su razón de ser. Por eso estamos contra ellas.

A quien se sienta satisfecho con este sistema de opresión, explotación y muerte lo combatiremos. Y quien quiera reformar la democracia, “humanizar” el capitalismo, conformarse con el “mal menor” o mantener todo igual porque «las cosas son así», la pregunta que nos hacemos —al menos por ahora— no será de ningún interés: ¿Qué sentido tiene usar las formas organizativas del enemigo cuando no se quiere lo mismo que él? Entendemos que ninguno, porque esas formas organizativas emanan justamente del mundo del Estado y el Capital. Y por otra parte avisamos que no se trata tanto de querer o no querer, sino de lo que estamos determinados a hacer por lo que somos, porque como proletarios no es simplemente nuestra conciencia lo que nos opone al Capital, sino nuestra misma existencia. Porque mayor ganancia para la burguesía significa una peor vida para nosotros, más allá de la conciencia o no que tengamos de ello. Nuestra existencia es contradictoria, somos quienes producimos y reproducimos este sistema día a día, pero también somos los únicos que podemos acabar con él, aboliendo así también nuestra condición de proletarios.

LOS SINDICATOS en su devastadora victoria contra los trabajadores quieren hacernos creer que sindicato y organización de los trabajadores son sinónimos, que no existe nada fuera del sindicato donde los explotados podamos agruparnos y luchar. Pero los sindicatos son una forma específica de (des)organización de los trabajadores, no sólo porque aspiran a representarnos, no sólo porque son máquinas burocráticas, sino también porque quieren seguir manteniendo una sociedad donde haya patrones y trabajadores, Estado y sindicatos. Pueden o no defender a los trabajadores particulares, pero lo que defienden violentamente es el rol que tenemos los trabajadores en esta sociedad, ellos van a luchar hasta el final para que sigamos siendo explotados hasta la muerte, para poder seguir negociando con nuestras vidas ante el político de turno, el empresario o el patrón. Para que sigamos generando ganancias para la burguesía mientras perdemos nuestras vidas tratando de “ganárnosla”.

Mientras exista el trabajo jamás habrá suficiente para todos, mientras exista salario jamás será suficiente para todos, mientras exista Estado habrá opresión y mientras exista el dinero habrá explotación. Y el sindicato no es una forma organizativa para destruir todo esto sino para mantenerlo intacto, calmando los odios, canalizando en reforma lo que podría comenzar a convertirse en una lucha revolucionaria.

Eso sí, si los trabajadores renunciamos a luchar, a la revolución, y sólo pretendemos “salvarnos” individualmente despreciando lo colectivo, unas cortas vacaciones en la playa, las cuotas para un auto nuevo o mayor “poder adquisitivo” para comprar las idioteces que nos venden, es en el sindicato donde tenemos un lugar para participar (o la ilusión de ello), así como unos representantes fieles a toda la mentalidad burguesa que pretende que los explotados piensen como sus explotadores, cuando en realidad viven de una manera completamente opuesta a la de ellos.

LOS PARTIDOS tiemblan ante la palabra revolución, han hecho de la reforma un orgullo. Ante la mentira generalizada de que, aún con sus penurias, este es el mejor de los mundos posibles y sólo queda mejorarlo, los partidos políticos se erigen en los posibles mejoradores y sólo bastaría con elegir la mejor opción en cada circo electoral. Desde la socialdemocracia más o menos verborrágica hasta los partidos más reaccionarios coinciden en que la revolución no es necesaria, o quizás solo allí donde aún faltan las tareas democrático–burguesas o la imposición civilizatoria para así finalmente implantar su paraíso capitalista y democrático.

Para los revolucionarios, la cuestión del antiparlamentarismo no ha sido jamás una cuestión ideológica, de principios, sino una conclusión extraída de las experiencias concretas de la realidad. El parlamento, tal como los sindicatos, nunca fue otra cosa que un instrumento de dominación burguesa para mantener al proletariado a raya, atado a la lucha por migajas. No por casualidad son organizaciones que aunque se digan “de los trabajadores” conviven en ellas burgueses y proletarios, y ya sabemos siempre quienes son los que mandan e imponen su línea. Incluso aunque un grupo de explotados forme un partido político está usando las herramientas del enemigo de clase, hablando en su lenguaje y yendo hacia la derrota de nuestra clase; separando entre político y económico, entre lo particular y lo total. La revolución no es un acontecimiento político ¡es social! Destruyendo los encorsetamientos y las mutilaciones que separan nuestras vidas según las categorías de quienes nos dominan.

«El método parlamentario burgués de comportarse en política está estrechamente relacionado con el método burgués de comportarse en economía. El método es: comerciar y negociar. Así como el burgués comercia y negocia mercancías y valores en su vida y oficio, en el mercado y en la feria, en el banco y en la bolsa de valores, también en el parlamento comercia y negocia las sanciones legislativas y medios legales para el dinero y los valores materiales negociados. En el parlamento, los representantes de cada partido intentan extraer tanto como sea posible de la legislatura para sus clientes, su grupo de interés, su "firma". (…) El trabajo principal del parlamento, entonces, no es realizado ni siquiera en las grandes negociaciones parlamentarias, que son sólo una especie de espectáculo, sino en los comités que se reúnen privadamente y sin la máscara de la mentira convenida.» (Otto Rühle, De la Revolución burguesa a la Revolución proletaria. 1924)

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«Sin embargo, con el tiempo vamos aprendiendo que esas mismas actitudes mediocres y reformistas pueden también venir desde otras formas organizativas que no se presentan a sí mismas como partidos o sindicatos, y que incluso hasta pueden llegar a decir que las rechazan.
Es decir, se puede pedir al Estado que cumpla la ley que él mismo dicta y modifica a gusto, que se condene a sí mismo o que, siguiendo la vieja táctica de “el chivo expiatorio”, sacrifique algunos de sus miembros para dejar contento a un sector de la población. Aquello se puede convocar tanto desde rígidos mandatos partidistas como desde manifestaciones relativamente espontáneas, cantando solemnemente antiguos himnos (nacionalistas, peronistas, stalinistas) o bailando jovialmente, alegres y a puro color.
También se puede pedir a los capitalistas que sean más justos, que repartan un poquito de lo que tienen, sea inocentemente, desde la falta de posicionamiento o aparateados por unos “jefecitos”, sea organizados verticalmente o desde la ronda de la asamblea.»
(Basta de luchar por migajas. Boletín La Oveja Negra nro.24)

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Hoy generalmente se habla de revolución cuando se habla de la historia en tiempo pasado, en los anuncios publicitarios de una nueva mercancía o en un nuevo descubrimiento científico. Toda la izquierda y los reformistas en general hablan de “cambio”, “transformación”, etc, etc… Hablar de revolución social según la ideología dominante es anticuado, extremista, ridículo. Porque es “anticuada” cualquier manera de pensarnos a través del hilo combativo de la historia, es “ridículo” salirse de sus dogmas de comportamiento y es “extremista” cualquiera que no sea un oportunista, quien tenga posiciones firmes e invariantes ante el monstruo capitalista.

Más a tono con esta época es hablar de “REVOLUCIÓN INTERIOR”. Se lo hace desde la auto–ayuda, desde los delirios místicos consumistas que se adquieren en el mercado para reprimir o al menos calmar el dolor que causa esta sociedad antisocial, e incluso en ciertos ámbitos rebeldes. Se habla de “revolución interior” en sintonía con los mandatos de la ideología dominante, es decir: ya no habría revolución social y lo único que queda es hacer pequeñas transformaciones personales para que no cambie nada, ya no habría comunidad por lo cual sólo quedaría abocarse a lo individual. No vamos a ser nosotros quienes desprecien la importancia de los pequeños cuestionamientos entre las personas que generan grandes acontecimientos, pero estos cuestionamientos, estas “tomas de conciencia”  surgen de las condiciones materiales de existencia, del sentimiento común y comunitario con los demás, y no desde el repliegue individualista que ve en cada semejante un competidor si no directamente un enemigo. Nos oponemos, y vamos a denunciar cada vez que podamos que no existen soluciones individuales a problemas sociales, que no existen soluciones particulares a problemas totales. Y además remarcamos que en momentos de lucha, de insurrección, de organización proletaria, esos cambios personales se dan con más frecuencia, más intensos, más profundos… lo que hace evidente cómo las condiciones materiales de existencia modifican la conciencia, y no al revés. Es decir, no podemos pretender que todas las personas se “revolucionen” interiormente para, ahí sí, revolucionar el mundo; éstos son dos hechos indisociables, complementarios y simultáneos.

En nuestra época también existe otra manera de rechazar la noción de revolución y de ponerla además en un lugar completamente estúpido. Se trata de ese discurso moderno o posmoderno (ya ni sabemos) que dice que es una cosa ya pasada de moda, que se acabaron los grandes discursos, las grandes transformaciones, que ya no hay proletariado ni burguesía sino un sinfín de sujetos sociales, etc, etc, etc… Es un síntoma de estos tiempos y su justificación victoriosa. La única verdad sería que «ya no hay verdades» y su brutal certeza sería que «todo es relativo». Así nos proponen contemplar el mundo sin revolucionarlo, adaptarnos a él aunque tengamos algunas críticas y disgustos. En fin, otra vez nos proponen escoger una opción dentro de los asquerosos límites del sistema capitalista. Pero de lo que se trata es de hacer saltar por los aires el modo de producción capitalista para destruir toda opresión, toda explotación, toda competencia y todo condicionamiento económico.

Desde los discursos políticos, la publicidad, la televisión o las conversaciones entre esclavos que sólo representan la voz del amo, nos muestran esta realidad como algo ajeno a nosotros mismos y por lo tanto inalterable. Así nos sentimos desdichados pero impotentes, enojados pero resignados, deprimidos y enfermos por el dinero, el trabajo, en fin… por el Capital. ¿Por qué condenarnos a esto? ¿Por qué condenar a toda la humanidad a esto?

La desobediencia a lo establecido, el cuestionamiento de la normalidad capitalista y sobre todo la lucha cuando es social y revolucionaria, nos recuerdan que hay otras posibilidades, que esta mierda que nos imponen no es la única forma de vivir. 

1° de mayo internacionalista, anticapitalista y revolucionario.
Rosario, región argentina, 2015.



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«Alguno pensará que “suena muy bien pero es irrealizable”, ¡lo que es irrealizable es modificar timidamente un poquito del sistema! ¡lo que es irrealizable es una revolución parcial, meramente política, económica o cultural, que deje intactos los pilares donde se asienta todo este sistema capitalista!» (Cuando los males llegan…)
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