lunes, 5 de enero de 2015

BASTA DE LUCHAR POR MIGAJAS

En muchas ocasiones, las decisiones y posiciones antagonistas se malinterpretan, se prejuzgan, se leen a través del lente de la ideología dominante. Por eso, muchas veces nos vemos obligados a explicar lo que debería ser evidente…

La voluntad de no formar parte de un partido político o de un sindicato no es una elección ideológica, de puro gusto, no se trata de un capricho o una afirmación estética. Muchos de los que no nos alineamos en esas formas organizativas no escogimos rechazarlas para luego buscar los fundamentos. No se trata de aceptar un dogma para luego obedecer mandatos divinos, sino de posicionarse a partir de las experiencias personales y colectivas, locales e internacionales, históricas e inmediatas.

Cuando rechazamos la intromisión de partidos y sindicatos en las luchas que se dan de una manera más o menos espontánea es porque rechazamos sus prácticas. Porque nos repulsan sus formas de canalizar la rabia, el amor y la creatividad en consignas jurídicas y económicas, la codificación de los incipientes deseos de transformar la realidad en una forma institucional. Hablamos de esa mentalidad política a la que hacíamos alusión en números anteriores, aquella que busca hacer los reclamos “menos excesivos”, “más razonables” para poder dialogar con el Estado, en el lenguaje del Estado, en el lenguaje de la política. Pero hablar de igual a igual con el Estado es imposible, se puede hablar en su mismo lenguaje, pero nunca de igual a igual.

Se puede entrar en su lógica, donde las necesidades son convertidas en derechos y deberes, las decisiones en consenso y votaciones, renunciando a nuestras capacidades como seres humanos para entregarlas a las instituciones democráticas y renunciando, sobre todo, a destruir lo que nos oprime, nos explota, nos destruye.

Sin embargo, con el tiempo vamos aprendiendo que esas mismas actitudes mediocres y reformistas pueden también venir desde otras formas organizativas que no se presentan a sí mismas como partidos o sindicatos, y que incluso hasta pueden llegar a decir que las rechazan.

Es decir, se puede pedir al Estado que cumpla la ley que él mismo dicta y modifica a gusto, que se condene a sí mismo o que, siguiendo la vieja táctica de “el chivo expiatorio”, sacrifique algunos de sus miembros para dejar contento a un sector de la población. Aquello se puede convocar tanto desde rígidos mandatos partidistas como desde manifestaciones relativamente espontáneas, cantando solemnemente antiguos himnos (nacionalistas, peronistas, stalinistas) o bailando jovialmente, alegres y a puro color.

También se puede pedir a los capitalistas que sean más justos, que repartan un poquito de lo que tienen, sea inocentemente, desde la falta de posicionamiento o aparateados por unos “jefecitos”, sea organizados verticalmente o desde la ronda de la asamblea.

Podríamos dar cien ejemplos más, pero para ser breves queremos decir que lo importante es a qué queremos llegar y cómo queremos hacerlo. El fin no justifica los medios ¡medios y finalidad están íntimamente ligados! Debemos conversar, discutir, aprender, tomar posición en la lucha. No podemos dejar que reflexionen por nosotros, que hablen por nosotros y, por sobre todo, que decidan qué rumbo debemos tomar como clase en lucha.

El pensamiento más a mano es siempre el dominante, no por nada «la ideología dominante es la ideología de la clase dominante». Sabemos que es difícil, que es doloroso, que no engendra simpatía desde las mayorías y hasta debemos ser sinceros y conscientes de que no hay resultados inmediatos en estas luchas, “resultados” tal como los plantea la política dominante. Sin embargo, es importante saber que las supuestas victorias que nos suelen presentar como tales son en realidad profundos fracasos. No se puede festejar que se sacó por la puerta lo que volverá a entrar por la ventana.

Es cierto que ir a por todo no mete preso al policía, al político o al patrón de turno, pero luchar democráticamente tampoco, a menos que se piense que encarcelando a uno u a otro se acaba con el problema. En “el mejor de los casos” la lucha democrática logra su cometido, y se trata ni más ni menos que de un paliativo, una solución que no soluciona nada, porque no ataca al rol de estas instituciones sino al individuo particular. Por cada uno que metan en cana, hagan renunciar u obliguen a pagar, ya hay miles esperando agazapados para reemplazarlos. La propuesta reformista es un fracaso tras fracaso hasta la derrota final. Pero esos fracasos pueden ser pequeñas victorias si aprendemos a sacar lecciones de ello: que los políticos no sirven y por eso no hay que pedirles nada, que no se trata de un botón sino de toda las institución, que el trabajo ¡todo trabajo! es explotación, que los burgueses sólo persiguen la ganancia despreciando toda vida, que la propiedad es el robo, que la religión es opresiva más allá de si colaboró o no con la última dictadura, que los curas son opresores aunque no sean violadores, que si no cambia todo no cambia nada. Y lo más importante, que si no cambian las condiciones materiales existentes todas estas supuestas injusticias se sucederán una y otra vez, porque no son anomalías del sistema, ¡es cómo el sistema funciona!

No se trata —¡y esto es fundamental!— de escoger uno de los dos polos que nos ofrecen
: riqueza o pobreza, empleo o desempleo, izquierda o derecha, urnas o milicos, etc. Principalmente porque, aunque se quiera, es imposible elegir entre un polo y otro, sólo se puede mirar con cariño a uno o al otro, pero uno existe porque existe el otro. Se trata de reventar esa polaridad.
 
“Nuestra” propuesta no es ninguna novedad, es la lucha revolucionaria histórica y mundial contra el capitalismo y su Estado, contra sus sostenedores y sus falsos críticos, que se empeñan en que esto jamás termine. No es la lucha de un grupito u otro, de un individuo aspirante a héroe o de un humilde líder de masas. Es la lucha del proletariado que, si bien precisa de grupos, de individuos, de organizaciones y coordinaciones para avanzar, no se limita a estos episodios de su vida.

Puede gozar de no muy buena reputación, ser impopular según las mediciones estadísticas, ir a contramano de todas las modas y lo políticamente correcto, pero es una manera —sino la única— de cambiar las condiciones existentes para que dejen de existir estas aberraciones por las cuales, como clase social, vamos a seguir protestando, saliendo a la calle, reflexionando, atacando o defendiendo. Claro que esto no se hará de la noche a la mañana, sino paso a paso, poco a poco, con o sin prisa, pero sin pausa. Comenzando hoy para modificar la desfavorable relación de fuerzas, destruyendo, construyendo, luchando.

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