El Estado Capitalista, además de las guerras, la policía, y la rutinaria y asfixiante vida en las ciudades tiene otro arma para destruirnos: la historia oficial, difundida por sus museos, bibliotecas, escuelas y universidades, sus manuales y enciclopedias, su televisión y su «sentido común».
El Estado posee un discurso histórico que legitima su opresión sobre nuestras vidas. Un discurso que proyecta hacia el pasado sus necesidades de poder actuales y sus ya conocidas miserias. Entonces, la vida y la muerte de miles de personas, sus luchas, sus lágrimas y sus deseos se convierten en patrimonio de la nación, a la vez que inertes y sin importancia. La apropiación de la historia suele ser más tolerante e inclusiva en gobiernos progresistas que la culturalizan para mostrar una cara amable del enemigo. En Rosario los socialistas pueden abrir en sus museos salas con «el pasado libertario de la ciudad», mientras mandan gendarmería para desalojar a palazos y gas lacrimógeno barrios enteros para darlos a empresarios que construyan casinos y hoteles; así como los peronistas pueden hacer un documental sobre el movimiento obrero anarquista del siglo pasado y agudizar la opresión a la vez que afinan los aparatos de punteros para canalizar toda necesidad impostergable.
Colocando las luchas proletarias del pasado en un museo, el Estado las vacía de contenido para llenarlas con un discurso que no moleste en el presente. Así, las luchas revolucionarias que se dieron en esta región a fines del siglo XIX y en las tres primeras décadas del siglo XX hoy son consideradas «precursoras» del conformismo obrerista que vino después: nacionalista y reaccionario, al que llamar reformista sería sobreestimarlo. A esos trabajadores y trabajadoras revolucionarios se los tilda de románticos, idealistas, cuando no «infantiles» y aún incluso se los elogia con un dejo de sorna por la «utopía» que perseguían dando todo por la libertad (?). Los museos son depósitos de trofeos de guerra de la burguesía, donde buscan sepultar los intentos del proletariado de destruir la sociedad de clases, de arrasar vivamente las cadenas del trabajo y la alienación para elevarse a nuevos caminos, fraternos, comunitarios, humanos.
En este 1º de mayo, una vez más es necesario recordar a los que en 1890 conmemoraron por primera vez a sus hermanos de Chicago aquí en Rosario. Para quitar el polvo y la mugre con que el Poder cubre las luchas que nos preceden y hacerlas nuestras.
El acto se congregó a las 11hs en la Plaza López, entre las columnas no se encontraba el trapo celeste y blanco, sino banderas negras y rojas, donde se recordará una con el lema «1º de mayo – Fraternidad Obrera Universal». Son unas 1000 personas que marchan desde la Plaza López tomando por la calle Comercio (hoy Laprida) hasta Mendoza, luego por Buenos Aires hasta la plaza frente de la Municipalidad para rodearla y finalmente volver a reunirse en las esquinas de Entre Ríos y Urquiza.
Simultáneamente hubo marchas y actos en Buenos Aires, Chivilcoy y Bahia Blanca.
El 1º de mayo constituía un día de ataque a la normalidad del Capital. Los patrones y políticos optaban por no salir a la calle enviando a las fuerzas del orden a reprimir de manera extrema los actos conmemorativos.
Recordemos el 1º de mayo en la Plaza Lorea en Buenos Aires en 1909, donde la carga del comisario Ramón Falcón contra las 1500 personas que habían concurrido derivó en un enfrentamiento a tiro limpio donde murieron 11 trabajadores y 80 quedaron heridos. No contentos con esto, al otro día son atacados locales gremiales y se encarcela a militantes. La respuesta no se hizo esperar y la FORA convoca a una huelga general y a una manifestación frente a la Casa Rosada. El 4 de mayo alrededor de 60.000 personas acompañan el sepelio de sus compañeros. Estos días se conocerán como «La Semana Roja». El 4 de noviembre de ese mismo año Falcón muere por la noble venganza del joven Simón Radowitzky, al arrojar una bomba a su carruaje.
También traigamos del olvido el 1° de mayo de 1921 en Gualeguaychú (Entre Ríos) donde la sangre volvió a correr. Dos actos había esa vez, el de los proletarios en la plaza de la localidad honrando la lucha de sus compañeros de Chicago y por las 8 horas, y el otro, el de la Liga Patriótica Argentina, conmemorando un levantamiento de Urquiza en un predio cercano. Ahí se ven los niños bien, regalando asado y alcohol a sus peones, y disfrazándose de gauchos, esperando el momento de reprimir. Pasado el mediodía empieza a correr el rumor de que los trabajadores reemplazaran la bandera argentina por la bandera roja. Y allá van, alcoholizados y a caballo hacia la plaza. El primer tiro, sin embargo, saldrá desde el campanario de la Iglesia. 17 obreros mueren ese 1º de mayo en Gualeguaychú.
Las luchas del 1° de mayo en esta región no pertenecen a la historia argentina ni a las gestiones culturales del político de turno, esas luchas del pasado son del proletariado insumiso de todo el mundo, son la energía que nos impulsan a seguir luchando hoy. Algunas cosas han cambiado, obviamente, pero la miseria y la alienación del Capital continúan y así, muchos continuaremos luchando.
El Estado posee un discurso histórico que legitima su opresión sobre nuestras vidas. Un discurso que proyecta hacia el pasado sus necesidades de poder actuales y sus ya conocidas miserias. Entonces, la vida y la muerte de miles de personas, sus luchas, sus lágrimas y sus deseos se convierten en patrimonio de la nación, a la vez que inertes y sin importancia. La apropiación de la historia suele ser más tolerante e inclusiva en gobiernos progresistas que la culturalizan para mostrar una cara amable del enemigo. En Rosario los socialistas pueden abrir en sus museos salas con «el pasado libertario de la ciudad», mientras mandan gendarmería para desalojar a palazos y gas lacrimógeno barrios enteros para darlos a empresarios que construyan casinos y hoteles; así como los peronistas pueden hacer un documental sobre el movimiento obrero anarquista del siglo pasado y agudizar la opresión a la vez que afinan los aparatos de punteros para canalizar toda necesidad impostergable.
Colocando las luchas proletarias del pasado en un museo, el Estado las vacía de contenido para llenarlas con un discurso que no moleste en el presente. Así, las luchas revolucionarias que se dieron en esta región a fines del siglo XIX y en las tres primeras décadas del siglo XX hoy son consideradas «precursoras» del conformismo obrerista que vino después: nacionalista y reaccionario, al que llamar reformista sería sobreestimarlo. A esos trabajadores y trabajadoras revolucionarios se los tilda de románticos, idealistas, cuando no «infantiles» y aún incluso se los elogia con un dejo de sorna por la «utopía» que perseguían dando todo por la libertad (?). Los museos son depósitos de trofeos de guerra de la burguesía, donde buscan sepultar los intentos del proletariado de destruir la sociedad de clases, de arrasar vivamente las cadenas del trabajo y la alienación para elevarse a nuevos caminos, fraternos, comunitarios, humanos.
En este 1º de mayo, una vez más es necesario recordar a los que en 1890 conmemoraron por primera vez a sus hermanos de Chicago aquí en Rosario. Para quitar el polvo y la mugre con que el Poder cubre las luchas que nos preceden y hacerlas nuestras.
El acto se congregó a las 11hs en la Plaza López, entre las columnas no se encontraba el trapo celeste y blanco, sino banderas negras y rojas, donde se recordará una con el lema «1º de mayo – Fraternidad Obrera Universal». Son unas 1000 personas que marchan desde la Plaza López tomando por la calle Comercio (hoy Laprida) hasta Mendoza, luego por Buenos Aires hasta la plaza frente de la Municipalidad para rodearla y finalmente volver a reunirse en las esquinas de Entre Ríos y Urquiza.
Simultáneamente hubo marchas y actos en Buenos Aires, Chivilcoy y Bahia Blanca.
El 1º de mayo constituía un día de ataque a la normalidad del Capital. Los patrones y políticos optaban por no salir a la calle enviando a las fuerzas del orden a reprimir de manera extrema los actos conmemorativos.
Recordemos el 1º de mayo en la Plaza Lorea en Buenos Aires en 1909, donde la carga del comisario Ramón Falcón contra las 1500 personas que habían concurrido derivó en un enfrentamiento a tiro limpio donde murieron 11 trabajadores y 80 quedaron heridos. No contentos con esto, al otro día son atacados locales gremiales y se encarcela a militantes. La respuesta no se hizo esperar y la FORA convoca a una huelga general y a una manifestación frente a la Casa Rosada. El 4 de mayo alrededor de 60.000 personas acompañan el sepelio de sus compañeros. Estos días se conocerán como «La Semana Roja». El 4 de noviembre de ese mismo año Falcón muere por la noble venganza del joven Simón Radowitzky, al arrojar una bomba a su carruaje.
También traigamos del olvido el 1° de mayo de 1921 en Gualeguaychú (Entre Ríos) donde la sangre volvió a correr. Dos actos había esa vez, el de los proletarios en la plaza de la localidad honrando la lucha de sus compañeros de Chicago y por las 8 horas, y el otro, el de la Liga Patriótica Argentina, conmemorando un levantamiento de Urquiza en un predio cercano. Ahí se ven los niños bien, regalando asado y alcohol a sus peones, y disfrazándose de gauchos, esperando el momento de reprimir. Pasado el mediodía empieza a correr el rumor de que los trabajadores reemplazaran la bandera argentina por la bandera roja. Y allá van, alcoholizados y a caballo hacia la plaza. El primer tiro, sin embargo, saldrá desde el campanario de la Iglesia. 17 obreros mueren ese 1º de mayo en Gualeguaychú.
Las luchas del 1° de mayo en esta región no pertenecen a la historia argentina ni a las gestiones culturales del político de turno, esas luchas del pasado son del proletariado insumiso de todo el mundo, son la energía que nos impulsan a seguir luchando hoy. Algunas cosas han cambiado, obviamente, pero la miseria y la alienación del Capital continúan y así, muchos continuaremos luchando.
¡Salud, Pasión y Revolución Social!
¡Viva el 1º de Mayo!
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