domingo, 24 de marzo de 2013

CAPITALISMO DEL SIGLO XXI

Cuando Chávez asumió el gobierno en el año 1999, en Venezuela, no hubo una ruptura en cuanto a lo que es el sistema capitalista y por lo tanto no existió un cambio profundo en las relaciones sociales de aquella región. Esta continuación capitalista, con sus distintivo patriotero, caudillista, demagógico y milico, bajo la denominación «socialista», fue lo suficientemente eficaz para desarrollar el negocio petrolero en aquel país, por lo cual todo asomo de crítica acerca de los efectos –tanto sociales como ambientales– de la explotación de hidrocarburos y minerales se han convertido en «contra-revolucionarios».
 
En este sentido, dos días antes del anuncio de la muerte del líder espiritual del proceso capitalista-bolivariano fue asesinado Sabino Romero, referente de las luchas del pueblo yukpa, que al último atropello que debieron responder fue al anuncio, realizado por Chávez, de la triplicación de la explotación del carbón a 36 millones de toneladas métricas anuales en territorios habitados por diferentes comunidades. Sabino Romero fue parte de las comunidades indígenas que se movilizaron para rechazar las consecuencias de la expansión de la megaminería en la región que habitan. Su lucha se enfocó en lograr la demarcación y titularidad de los territorios indígenas, para lo cual realizaron distintas movilizaciones tanto en el estado de Zulia como en Caracas, utilizando diferentes métodos de lucha, tales como la acción directa y la ocupación de tierras indígenas en manos de ganaderos (1). Como es costumbre, los burgueses se tiran la pelota: que «fue la derecha», que «fue culpa de políticos corruptos aún existentes entre las filas de la revolución bolivariana». Es que los sicarios que lo asesinaron, como el dinero y el petróleo, no son de derecha ni de izquierda. Es el aparato estatal capitalista, como una totalidad, el que garantiza y perpetua estos asesinatos. Un asesinato que muestra la continuidad de estas prácticas desde antes de la revolución bolivariana. Ya en el año 1995 la Guardia Nacional asesina a los yukpa Felipe Romero, Carmen Romero y José Vicente Romero, acusados de robo de ganado en un hecho conocido como la Masacre de Kasmera. Y podemos contar, desde aquel hecho hasta este, sucesivos asesinatos a manos de sicarios y ganaderos, además de palizas y campañas de difamación por parte de Venezuela como de Colombia. En cuanto a comercio y represión el Capital tampoco tiene patria.
 
A diferencia del funeral de Sabino Romero –donde las pocas fotos que circularon debieron ser sacadas a escondidas de las fuerzas de seguridad–, cuando muere un opresor los medios masivos de comunicación entran en sintonía para intentar machacarnos con lo mismo durante horas. Y la «opinión pública», en tanto que ideología dominante, se hizo eco en las redes sociales, en la calle, entre los conocidos. Lamentos y llantos desde el peronismo patotero y patriotero hasta autoproclamados grupos autónomos y muchas feministas llorando por quien representa a carta cabal «el Padre de la nación»: patriarca, cristiano, estatista, omnipresente. Sollozos de tantos y tantas que se posicionan contra el golpe del ‘76, pero como se confirmó una vez más, sus ídolos son generales, comandantes y coroneles.
 
El fondo de la cuestión, más allá de minuciosidades como la representatividad, es qué persiguen este tipo de procesos. Si el Socialismo del Siglo XXI solo quiere afianzar la democracia, el mercado y el nacionalismo, habría que preguntarse por qué pensarlo como revolución, si solo está afirmando aquellos nauseabundos valores en que nos movemos todos los días. Tanto Correa y su revolución ciudadana como Chávez y la revolución bolivariana (en un país donde el año pasado la desintegración social dejó alrededor de 21.000 muertes por homicidio) no hacen más que mostrar que el capitalismo cambia a una imagen bondadosa y popular pero no por ello abandona su esencia de muerte.
 
Lejos de querer dar un manual sobre revoluciones, ponemos en cuestión estos procesos al ver que no hacen más que ser aceites y remaches de la Normalidad. ¿Qué tienen de revolucionario las dádivas del Estado en un buen momento de la economía nacional o la espera de la palabra del Líder para saber qué hacer? ¿A quién asusta aprender a cantar más fuerte el himno nacional? ¿En qué nos diferencia eso de los burgueses?
 
La categoría Socialismo del Siglo XXI busca plantearse como novedad mientras mantiene las mismas falsificaciones que hizo la Socialdemocracia durante siglos anteriores. A su vez, el chavismo supo astutamente usar el tan en boga Poder Popular llegando a crear un Ministerio con ese nombre y así disfrazar mejor su caricatura revolucionaria, apoyado en la idea de quienes sostienen que este concepto vendría a ser combativo.
 
Se insiste en que Chávez o algún otro líder es quien va a devolvernos la dignidad como latinoamericanos, pues bien, no necesitamos ni líderes ni esa dignidad de ciudadano, de trabajador, de explotados y oprimidos, necesitamos dejar de serlo, a nivel mundial lejos de cualquier provincianismo. Más a la izquierda se insiste en que estos caudillos son solo el emergente de un movimiento social más grande, la cara visible, pero estos movimientos solo sirven de colchón para amortiguar y sostener las imposiciones del Capital administradas por tal o cual gobernante.
 
Seguir dando la mano a este tipo de procesos es continuar subestimándonos como explotados, subestimar nuestra capacidad de transformación, encerrar la imaginación revolucionaria en los moldes burgueses, lo que significa perpetuar estas relaciones sociales miserables, miseria que no hace referencia solo al aspecto económico.
 
Ningún explotado en el mundo debiese llorar la muerte de sus gobernantes. Si esto ocurre, no es más que por la racionalidad invertida que mantiene este sistema en funcionamiento. Y es que quienes están en la administración de cualquier Estado, no están sino en contra de nuestros propios intereses, digan lo que digan sus credos ideológicos. En los procesos sociales que van construyendo al proletariado en sujeto revolucionario, la identificación del mismo con caudillos de fraseología socialista no es sino un signo de debilidad, un límite que debemos contribuir a superar. Y es que, por lo demás, no se puede construir un movimiento revolucionario con posibilidades reales de victoria sino es a partir de un cuestionamiento y combate radical a toda mistificación, a toda idolatría (2)
 
El cambio por un mundo nuevo será obra de nosotros mismos y no el resultado de la claridad o beneficencia de algún militar, presidente, cura u otro representante del mundo burgués. A pesar de la mentira, a pesar de los líderes.

 
Notas:
(1)  “Capitalismo energético: Autor material e intelectual del asesinato de Sabino”, Periódico El Libertario (Venezuela). [leer texto]
(2) Extraído del blog El Radical Libre (Chile) [leer texto]

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