DESCARGAR PDF |
Evidentemente, la miseria, la marginación, el desempleo y el deterioro de los lazos sociales influyen tanto en el crecimiento de la violencia, como del narcotráfico y del delito en general, retroalimentándose. La corrupción de las fuerzas de seguridad y del sistema judicial, así como de los políticos y empresarios “legales” con su participación directa o indirecta en la industria del delito es notable, y el narcotráfico en particular ha adquirido una dimensión tal que el problema ya se plantea como inabordable por los funcionarios a cargo. Tampoco debe olvidarse el desastre que significa la justicia penal en la Argentina, donde la mayoría de las personas privadas de su libertad no tienen condena y pertenecen prácticamente en su totalidad a los sectores más marginados de la sociedad.
Cuando desde diferentes sectores nos oponemos a pedir más mano dura, somos acusados de defender a los delincuentes, no solo por la burguesía sino también por otros explotados y oprimidos. Si bien como clase somos los que principalmente padecemos los asaltos o la preocupación por zafarlos, esto no puede justificar la brutalidad estatal. Cuando los explotados no pelean contra los explotadores, pelean entre ellos mismos. Y la publicidad del “trabajador honrado” que pide mano dura es la coartada que precisan ciertos sectores de la burguesía para poder implementarla. (Ver: Venganza por mano propia en nro.43 de este boletín)
En la ciudad de Rosario, entre enero y marzo de este año se registró un promedio de 2,3 personas baleadas por día, cifra que incluye los asesinatos y heridos por armas de fuego. Así comenzó el año y así continúa. Entre el lunes 6 y el martes 7 de septiembre, se llegó al récord de 6 muertes por homicidios en 24 horas, 5 de las cuales sucedieron en el plazo de 10 horas. Según un informe del Observatorio de Seguridad Pública, dependiente del Ministerio de Seguridad de Santa Fe, cerca del 80% de los 212 homicidios que este organismo registró el año pasado fueron con un arma de fuego y cerca del 50% tuvieron por motivo «tramas asociadas a organizaciones criminales y/o economías ilegales», relacionados principalmente con lo que se denomina como narcomenudeo. Un 7,5% sucedieron en situación de robo, un 30% por conflictos interpersonales y un 13% están aún en investigación. El 90% de las víctimas fueron hombres y 2 de cada 3 muertos tenían entre 15 y 34 años.
La violencia armada acontece casi en su totalidad fuera del centro y se acrecienta en los barrios de la periferia urbana. Incluso durante el aislamiento social y obligatorio continuó aumentando el número de asesinatos y heridos de bala. Esta situación empezó a evidenciarse hace ya una década, llegando en 2013 a duplicarse las tasas de homicidio que se habían dado hasta 2010. En 2014 se llegó a la cifra de 254 muertes por homicidio, que no ha variado sustancialmente en los últimos años. Entre 2014 y 2020 la tasa de homicidios promedio en Rosario fue de 16 cada 100.000 habitantes, una de las más altas del país junto con la ciudad de Santa Fe, que llega a 19. Recordemos el Triple crimen de Villa Moreno sucedido el 1° de enero de 2012, donde fueron asesinados Mono, Jere y Patom, militantes del Frente Popular Darío Santillán (ver nro.1 de este boletín). Este caso puso de relieve cómo la violencia narco impacta sobre el común de los habitantes de los diferentes barrios de Rosario, completamente al margen de las bandas en conflicto.
Como veíamos, la mayoría de los homicidios están relacionados con disputas territoriales dentro del mapa de la venta de drogas, donde las fronteras de cada grupo narco se establecen y desplazan de acuerdo a su nivel de violencia. Pero no solo son los personajes ligados al narcotráfico quienes asesinan y balean: hay desde barrabravas por el control de la tribuna y sus negocios, hasta empresarios farmacéuticos que contratan sicarios para eliminar a la competencia. No todo es competencia leal en el capitalismo, así como el gatillo fácil existe entre derechos y garantías.
Quienes viven fuera de Rosario sabrán que las balaceras sobre casas, autos y locales comerciales se han vuelto una práctica diaria. Ajustes de cuentas, aprietes para desalojar casas donde instalar “búnkers”, cobro de deudas y hasta infidelidades son algunos de los motivos, aunque muchos de los atacados no encuentran explicación alguna. Ese es el nivel de violencia en la resolución de conflictos interpersonales. Así como aumenta el trabajo precario, con las apps de delivery a la cabeza, otra “salida laboral” en Rosario es el sicariato: también en moto, sin cobertura médica y pago por trabajo hecho.
Más allá del sensacionalismo de los medios de comunicación en torno a estos temas, y de las comparaciones con México o Colombia que poco explican, remarcamos la gravedad de esta situación que dificulta aún más las condiciones de vida de nuestra clase. Qué decir de quienes pierden a seres queridos en robos o disputas, o a sus hijos reclutados como “soldaditos” de los “búnkers”, arriesgando la vida por robar un teléfono o sumergidos en adicciones.
Usos de la inseguridad e industria del delito
Se trata de un secreto a voces que la delincuencia es de utilidad para la sociedad capitalista: como señala Foucault, cuantos más delincuentes y más crímenes existan, más miedo tendrá la población; y cuanto más miedo en la población, más aceptables y deseables se vuelven el control y la protección estatal. Incluso, agregamos, a sabiendas de que esta no protege ni protegerá.
La delincuencia posee también una utilidad para la producción y la circulación, se trata de una empresa provechosa y en continuo crecimiento indispensable para el lucro capitalista: tráfico de armas, de drogas, venta de personas. Toda una serie de negocios que, por una u otra razón, no pueden ser legales.
Por otra parte, ciertas organizaciones criminales contribuyen también a combatir manifestaciones, ocupaciones y piquetes, desaparecer a opositores y luchadores sociales, y proveer de seguridad y guardaespaldas a políticos, sindicalistas y empresarios.
En un artículo titulado sugestivamente Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones, Karl Marx dice que, así como el filósofo produce ideas, el poeta poemas o el cura sermones, el delincuente produce delitos. De este modo, produce también la policía, los manuales de derecho y códigos penales, los funcionarios que se ocupan de los delitos y sus castigos, así como también arte y literatura. Marx dice que podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo en que el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Que los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores de moneda. En este sentido, agregamos el desarrollo tecnológico en materia de seguridad, así como el crecimiento de este sector en particular, que aparece como alternativa frente a la ineficacia o participación estatal en el delito.
Los negocios legales se supone son lo contrario a los negocios ilegales, de modo que la conciencia ciudadana pueda dormir tranquila. Pero unos no existen sin los otros. El turismo se retroalimenta con el tráfico de drogas y personas para esclavizar sexualmente, así como ciertos minerales que son utilizados por empresas altamente tecnologizadas para la producción de teléfonos son extraídos mediante la esclavitud y la guerra en el Congo. En el caso del narcotráfico en Rosario se han demostrado vínculos claros con el desarrollo inmobiliario, las concesionarias de autos o la representación de jugadores de fútbol.
Mientras exista dinero habrá robo
En realidad, el robo es una constante para los explotados, aunque no se perciba como tal: el desempleo, la precariedad del sector “informal”, el aumento de la inflación y los sobreprecios, no parecen indignar tanto como la denominada inseguridad de las calles. Desde el patrón al gobierno, desde el sindicato al empresario, nuestra vida es consumida día a día. Será que la sociedad ha naturalizado la miseria, pero no todavía que un desconocido nos asalte. Costumbre o no, la denominada inseguridad empeora las condiciones de vida de nuestra clase. Reduce la capacidad de movimiento, achica el salario o como sea que nos ganemos la vida en gastos relativos a la seguridad (rejas, taxis, reposición de objetos robados, alarmas comunitarias, cámaras de seguridad, seguros), por no hablar del estrés generado, las consecuencias físicas, o hasta las pérdidas humanas.
“Nos robamos entre pobres” se suele señalar de modo crítico. Eso no importa a las fuerzas ciegas del dinero. La ambición, el lucro y la competencia anteponen la ganancia a cualquier precio. Sí, a cualquier precio. Nosotros también tenemos precio, y no porque el asaltante nos haya puesto uno: ya lo teníamos desde antes. La generalización de la sociedad mercantil y su “guerra de todos contra todos” crea un suelo fértil para estos robos y asaltos, así como el desarrollo del crimen organizado. Mientras exista propiedad, Estado, policía y un culto al progreso individual, habrá enfrentamientos entre explotados. Mientras exista dinero, no habrá suficiente para todos.