«La patria nace del exterminio de más de 40 pueblos indígenas y el robo de sus territorios. La patria se consolida en la historia con cientos de genocidios militares y policiales. La patria es la división arbitraria que hicieron los Estados sobre el planeta. Parcelándolo para su explotación y sometimiento.
Las Fuerzas Armadas de la patria son quienes nos están disparando, violando y torturando. Para la patria tu vida vale menos que la mercancía que cobran en el supermercado, que el mobiliario urbano, que el retraso en las cuentas, que el torniquete que valientemente decidiste saltar. A la patria solo le sirves si agachas la cabeza, si obedeces, si produces, si consumes.
Deja tu bandera en la casa. Ráyala, inviértela, quémala. Es su símbolo no el nuestro.» (Panfleto anónimo. Chile, octubre 2019)
El Estado chileno, al igual que el ecuatoriano o el argentino son, como cualquier Estado, una institución genocida. Una maquinaria basada en el asesinato, la coacción masiva y el terror. Desde sus inicios hasta el día de hoy, y hasta el día que muera junto a todos los Estados.
El Estado no es entonces nuestro enemigo porque quienes detentan el poder sean simplemente malas personas o estén motivados por ciegas ambiciones. Es nuestro enemigo porque organiza y ordena el sometimiento de nuestras vidas en consonancia con el Capital, porque es en definitiva el gobierno del Capital.
Los proletarios rebeldes no se disponen a luchar gracias a su patriotismo, sino a pesar de su patriotismo. Con la bandera de Chile en sus manos, que no es más que el símbolo del exterminio en la región, cientos de proletarios apoyan a los hermanos mapuche que han sido masacrados bajo la misma, atacan la propiedad privada e incluso luchan por fuera de las vías represivas de la democracia que esta simboliza. Sus propios actos aplastan esos símbolos de mierda impuestos por los poderosos para hacernos creer que dentro de unas fronteras delimitadas artificialmente coincidimos en nuestros intereses, que todos somos “el pueblo” más allá de las diferencias de clase. Sin embargo, pese a las acciones antipatrióticas, ese patriotismo persiste y es un peligro para la extensión y profundización de la revuelta.
Así como hay que dejar esas banderas de lado, y con ellas todo nacionalismo, hay que comprender que no es Chile o Ecuador que han despertado, son las personas explotadas y oprimidas de aquellas regiones.
Las Fuerzas Armadas de la patria son quienes nos están disparando, violando y torturando. Para la patria tu vida vale menos que la mercancía que cobran en el supermercado, que el mobiliario urbano, que el retraso en las cuentas, que el torniquete que valientemente decidiste saltar. A la patria solo le sirves si agachas la cabeza, si obedeces, si produces, si consumes.
Deja tu bandera en la casa. Ráyala, inviértela, quémala. Es su símbolo no el nuestro.» (Panfleto anónimo. Chile, octubre 2019)
El Estado chileno, al igual que el ecuatoriano o el argentino son, como cualquier Estado, una institución genocida. Una maquinaria basada en el asesinato, la coacción masiva y el terror. Desde sus inicios hasta el día de hoy, y hasta el día que muera junto a todos los Estados.
El Estado no es entonces nuestro enemigo porque quienes detentan el poder sean simplemente malas personas o estén motivados por ciegas ambiciones. Es nuestro enemigo porque organiza y ordena el sometimiento de nuestras vidas en consonancia con el Capital, porque es en definitiva el gobierno del Capital.
Los proletarios rebeldes no se disponen a luchar gracias a su patriotismo, sino a pesar de su patriotismo. Con la bandera de Chile en sus manos, que no es más que el símbolo del exterminio en la región, cientos de proletarios apoyan a los hermanos mapuche que han sido masacrados bajo la misma, atacan la propiedad privada e incluso luchan por fuera de las vías represivas de la democracia que esta simboliza. Sus propios actos aplastan esos símbolos de mierda impuestos por los poderosos para hacernos creer que dentro de unas fronteras delimitadas artificialmente coincidimos en nuestros intereses, que todos somos “el pueblo” más allá de las diferencias de clase. Sin embargo, pese a las acciones antipatrióticas, ese patriotismo persiste y es un peligro para la extensión y profundización de la revuelta.
Así como hay que dejar esas banderas de lado, y con ellas todo nacionalismo, hay que comprender que no es Chile o Ecuador que han despertado, son las personas explotadas y oprimidas de aquellas regiones.
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