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No hay originalidad en sugerir que, entre otros aspectos, esta sociedad es “orwelliana”, achacándole injustamente al autor semejante situación: donde los alimentos y la calidad de vida son cada vez peores, reina el individualismo, unos trabajan para sobrevivir mientras otros son convertidos en población completamente sobrante (los “proles” de la novela), se manipula la información, la guerra está a la orden del día, así como la coerción, la vigilancia y la represión.
En 1984 lo perturbador es que a la coerción violenta y externa se agrega la interiorización de esa coerción. Sociedad de control y sociedad disciplinaria. Seres humanos autorregulados, reprimidos por sí mismos en nombre de leyes que no controlan y se vuelven contra sus vidas. Ser productivos, eficientes, obedientes. Todos contra todos, y todos para el Partido en el caso de la novela, para el Capital en el nuestro. Hoy la “policía del pensamiento” es la interiorización de la disciplina que surge de las relaciones democráticas y mercantiles, que funcionan más eficazmente que todos los milicos, espías y corporaciones mediáticas juntas. Hoy el régimen totalitario es el modo de producción capitalista.
El Capital convierte a cada uno de sus servidores en un funcionario de la mentira generalizada para beneficio del Partido del orden. Es decir, de la burguesía actuando como clase frente al proletariado, pese a su propia y despiadada competencia interna que no es más que el combustible que la hace funcionar.
Los lemas del Partido en 1984 son: «la Guerra es la Paz, la Libertad es la Esclavitud, la Ignorancia es la Fuerza» explica O'Brien, miembro fanático del Partido, al protagonista Winston Smith. Ambos trabajan en el Ministerio de la Verdad donde se dedican a manipular o destruir documentos históricos de todo tipo (fotografías, libros y periódicos) para que las nuevas “evidencias” del pasado coincidan con la versión oficial de la historia mantenida por el Estado. Del mismo modo son nombrados el resto de los Ministerios. El Ministerio del Amor se encarga de administrar los castigos, la tortura y la reeducación de los desobedientes. El de la Paz de los asuntos relacionados con la guerra. El de la Abundancia de la economía planificada en un duro racionamiento. Recientemente se estrenó en Argentina el Ministerio de Capital Humano, con el sinceramiento apologético que caracteriza este liberalismo extremo. Aunque en verdad la mayoría de la humanidad está desprovista de cualquier capital y solo somos poseedores de la mercancía fuerza de trabajo. Al descaro burgués se han opuesto eufemismos paradójicos más “orwellianos”, como el memorable viceministerio venezolano para la Suprema Felicidad Social del Pueblo.
La guerra es la paz
«Israel es el único Estado judío del mundo y la única democracia en la región, un faro de valores humanos universales y libertades civiles en un vecindario violento. Israel lucha por la paz con todos sus vecinos y ha logrado una coexistencia pacífica y asociaciones prósperas con algunos países árabes y musulmanes.» (Embajador de Israel en Colombia, noviembre de 2023)
En la novela de Orwell los tres grandes Estados existentes están en guerra. Indistintamente, siempre hay dos naciones que se alían contra la otra. Cuando Oceanía cambia de aliado, el Gobierno cambia los registros del pasado para hacer creer que su aliado actual ha sido siempre el mismo. Ninguna nación busca la victoria y no quieren que la guerra acabe, ya que el objetivo de la guerra es mantener al pueblo pobre, ignorante y dirigiendo su odio contra países extranjeros. Otro objetivo de la guerra es mantener la abundante producción armamentística entre la producción de sustitutos de alimento y ocio alienante.
En nuestro mundo no es mentira que la guerra es la paz y la paz es la guerra. Que una no existe sin la otra. Como reza la famosa cita de Clausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios».
Si la guerra es el uso de la fuerza para imponer violentamente objetivos políticos y económicos, la guerra es también la economía “por otros medios”. Hoy las guerras puntuales son profundizaciones de la guerra permanente que llamamos paz. Es tan simple y tan triste como mirar el número de muertos en el mundo en guerra y en épocas de paz social: cientos de miles de muertes por bombardeos, hambre, enfermedad y suicidio.
Y si la guerra es el conflicto de intereses entre un sector y otro, en el cual unos pocos ponen a morir a su gente para recibir las ganancias, entonces el modo de producción capitalista es la guerra. Es a esto a lo que le llamamos paz.
Volviendo a 1984, un personaje llamado Syme dice «Los proles no son seres humanos», así como hoy dicen los defensores del Estado israelí contra la población palestina.
La libertad es la esclavitud
«Viva la libertad, carajo.» (Javier Milei)
Milei expresó que existe la «libertad de morirse de hambre», porque todos somos libres de hacer lo que queramos. En primer lugar la posibilidad de trabajar asalariadamente no existe para todos, o muchas veces se presenta bajo condiciones de explotación deplorables, por lo cual no hay mucho para elegir. Pero lo interesante aquí es que Milei expone con brutal claridad el significado de la libertad en el modo de producción capitalista.
Más allá del pesimismo que suscita Orwell nos interesa señalar la noción de libertad de esta sociedad capitalista. Y pensar también que dicha palabra, en un acto de crimental, ha sido históricamente apropiada por revolucionarios para romper el estatus quo a través de los últimos siglos. Para eso vamos a volver sobre el libro que redactamos y publicamos recientemente, Contra el liberalismo y sus falsos críticos (Lazo Ediciones, 2023):
Libertad de empresa, librecambio, libertad de mercado, libertad de prensa, libertad de culto, libertad sindical. «Libertad, libertad, libertad» reza el himno nacional argentino, de ese Estado erigido sobre la masacre y la desposesión.
Los apóstoles de la libertad pretenden, en su mayoría, mantener en su lugar el mundo capitalista de la economía y las cadenas del asalariado. Los explotadores anónimos del mundo de Orwell hacen gritar a sus esclavos: «La libertad es la esclavitud», cuando la realidad ha rebasado, desde hace mucho tiempo, esta ficción ambigua. «El trabajo libera» estaba escrito en las puertas de los campos nazis de trabajo forzado.
La ignorancia es la fuerza
«Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto resultaba mucho más horrible que la tortura y la muerte. (…) Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad.» (George Orwell, 1984)
La palabra de Oxford Dictionaries del año 2016 fue post-truth, es decir, posverdad. Este neologismo describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. No se trata de la tradicional falsificación de los hechos, sino de darles una importancia secundaria.
Aún en esta desgracia nos dicen que vivimos en el mejor de los mundos, o al menos en el único posible: «La alteración del pasado es necesaria (…) el miembro del Partido, lo mismo que el proletario, tolera las condiciones de vida actuales, en gran parte porque no tiene con qué compararlas.»
Milei señaló recientemente «esta es la herencia que dejan: una inflación plantada del 15.000% anual, que vamos a luchar con uñas y dientes para erradicarla» y agregó que «por más que este número parece un disparate, implica una inflación del 52% mensual». Así es que una inflación de 30% mensual como la de enero parece menos brutal en comparación con los números del Ministerio de la Verdad. Hoy juegan a la confusión, anteriormente el INDEC inventaba cifras.
«Lo más curioso era —pensó Winston mientras arreglaba las cifras del Ministerio de la Abundancia— que ni siquiera se trataba de una falsificación. Era, sencillamente, la sustitución de un tipo de tonterías por otro. (…) Las estadísticas eran tan fantásticas en su versión original como en la rectificada. (…) Por ejemplo, las predicciones del Ministerio de la Abundancia calculaban la producción de botas para el trimestre venidero en ciento cuarenta y cinco millones de pares. Pues bien, la cantidad efectiva fue de sesenta y dos millones de pares. Es decir, la cantidad declarada oficialmente. Sin embargo, Winston, al modificar ahora la “predicción”, rebajó la cantidad a cincuenta y siete millones, para que resultara posible la habitual declaración de que se había superado la producción. En todo caso, sesenta y dos millones no se acercaban a la verdad más que los cincuenta y siete millones o los ciento cuarenta y cinco. Lo más probable es que no se hubieran producido botas en absoluto. Nadie sabía en definitiva cuánto se había producido ni le importaba. Lo único de que se estaba seguro era de que cada trimestre se producían sobre el papel cantidades astronómicas de botas mientras que media población de Oceanía iba descalza. Y lo mismo ocurría con los demás datos, importantes o minúsculos, que se registraban. Todo se disolvía en un mundo de sombras en el cual incluso la fecha del año era insegura.»
La fuerza de la ignorancia no es solo la delegación y desaparición de los conocimientos indispensables para la vida, sino el declive constante de la inteligencia crítica. Es decir la aptitud para comprender el tiempo que nos toca vivir y cuales son las condiciones actuales para su transformación. Orwell escribió en su Diario de guerra: «Si gente como nosotros comprende la situación mejor que los supuestos expertos, no es porque tenga poder alguno para predecir acontecimientos concretos, sino porque puede percibir la clase de mundo en que vivimos».
De nosotros depende no acabar afirmando que “2+2=5” cuando el Partido lo requiera. Que la lucha no termine, no vencernos a nosotros mismos. No amar al Gran Hermano.