A fuerza de repetírselo una y otra vez,
la ciudadanía argentina acaba creyéndose que no es el peso el que se
devalúa sino el dólar el que sube. «Dios es argentino», y el sol giraría
alrededor de la República Argentina. Macri sería el responsable del
ajuste, la presión sería ejercida desde fuera del país por buitres
extranjeros, una política nacional acorde podría frenar estos embates de
la economía, y para qué mirar más allá del ombligo de la patria.
El Capital, representado por Macri, el
Fondo Monetario Internacional, los empresarios, pero también por cada
uno de sus gestores, es ante todo una relación social que se da en todo
el planeta. Por tanto, ni Macri, ni Dujovne, ni tampoco Lagarde del FMI
pueden controlar la economía mundial. A lo sumo pueden definir tal o
cual medida económica, pero es la ganancia la que se impone. Es
el peso muerto de la economía que oprime lo vivo, deforestando bosques e
imaginaciones, envenenando ríos y relaciones humanas, destruyendo la
tierra e hipotecando el futuro. En territorio controlado por el Estado
argentino como por cualquier otro Estado. Para el Capital, las
fronteras que nos impone son inexistentes, su única patria es la
ganancia, su búsqueda de crecimiento ilimitado.
La opresión que sentimos por no llegar a
fin de mes, eso que conocemos como “ajuste”, efectivamente es un ajuste
en nuestras condiciones de vida. Nuestros salarios reales bajan porque
cada día aumenta el costo de todas las mercancías que consumimos para
reproducirnos mientras que, en comparación, el salario sube en un
porcentaje ínfimo. Esta pauperización de la vida de los desposeídos no
es un invento del actual gobierno argentino, porque es neoliberal,
porque el macrismo es malo o porque sus ministros son gerentes, estos
procesos son históricos en la sociedad capitalista y responden a sus
necesidades más profundas. A lo que apunta el ajuste no es a otra cosa
que a la recomposición de la tasa de ganancia de los burgueses. Se
quitan las retenciones a los empresarios agrícolas, se devalúa el peso,
aumentan los costos de los servicios e impuestos, se imponen techos
salariales, se entablan unas mejores relaciones con las potencias
centrales para generar un clima de negocios confiables que incentive la
inversión y estimule un nuevo ciclo de acumulación capitalista.
Quien
impondrá las medidas de austeridad brutales que se nos están viniendo
encima no será el FMI, sino la burguesía como clase internacional. Esos
mismos que nos saquean día a día, que nos ajustan, vienen de afuera pero
también están aquí dentro. ¿Por qué diferenciarlos? ¿Por qué debería
importarnos la nacionalidad de quienes nos oprimen y explotan?
El ajuste es una realidad. Aunque algún
paliativo se vote en el congreso o se vete por el ejecutivo, la
devaluación baja los salarios a la fuerza y eso no se modifica, aunque
se debata o se haga barullo fuera del congreso.
Basta con comparar en dólares nuestro
salario de hace un año con el de hoy. Nuestras desgracias son la
contracara de lo que la burguesía persigue. Es inevitable que la
integridad de nuestra clase se oponga al Capital, porque a mayor
ganancia del capitalista mayor nuestro sufrimiento.
Pero también es preciso no perderse en
estériles oposiciones al gobierno de turno y a tal o cual medida;
cualquier gobierno y todos los Estados son parte elemental de la
organización capitalista de la sociedad, y existen para garantizar
mejores condiciones a los capitalistas.
La patria es el peligro
En el mes de la patria,
el Estado argentino sacó a relucir nuevamente su poder de fuego. Sea en
el rubro de los frigoríficos, del transporte, la especulación
inmobiliaria o la impunidad de los milicos, sus represiones con
distintos grados de violencia nos muestran que, por idiotas que puedan
ser sus planes de gobierno, mantienen por completo el control armado del
proceso de reestructuración capitalista.
Ya sea que «la patria está en peligro»,
que «la patria es el otro» o en vísperas de un nuevo mundial de futbol,
el ya clásico «somos todos argentinos», es la comunidad del dinero la
que continúa siendo la base sobre la cual se articula no solo la
conciliación de clase, sino también el brutal despliegue de las fuerzas
armadas para detener la conflictividad social y la lucha en las calles.
La lucha por
nuestras necesidades no puede votarse ni vetarse, pero puede ser
detenida con violencia, asimilada por la política y mistificada por la
religión.
La función básica del Estado y sus
representantes se refleja expresamente en las reformas laborales y en la
represión a cualquier protesta. Y frente a una situación de crisis
mundial no está en manos de uno u otro presidente, de uno u otro
partido, detener nada.
De todos modos, la economía burguesa es una timba y la casa siempre gana.
El 25 de mayo, día histórico de represión a
la protesta social y de imposición de los explotadores sobre los
explotados, se pudo ver una masiva reacción espectacular de la oposición
frente al nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
La respuesta, blanda como la mierda que la propuso, tuvo lugar bajo la consigna «La patria está en peligro».
Y esta nueva procesión no hizo más que
destilar incapacidad y obediencia, bajo una fórmula recurrente, de la
que puede participar desde un actor hasta una vecina. Hablar el lenguaje
de los amos, movilizarse, pero solo como modo de validar la dominación y
la imposición de la lógica democrática sobre el ser colectivo.
Nuevamente,
bajo el signo de la cruz y la patria, se ejerce una represión, limpia,
si se quiere, y bajo el signo de la prepotencia armada, otra represión,
tanto más sucia e indignante.
La voz de los papistas interviniendo en el
acto nos recuerda que en las distintas intervenciones de la Iglesia en
los conflictos sociales, ambientales o laborales, la religión está
siempre aliada con la tiranía. Y más aún, fijémonos cuando los
adoradores de lo divino, que pueden llegar a maldecir a los poderosos,
continúan impulsando una doctrina de sangre, divulgando a cada palabra
su disciplina inmunda, en la que la humanidad tiene que sacrificarse.
Las acciones del aparato represivo y del
aparato judicial del Estado, tanto en las jornadas del primero de
septiembre como en los enfrentamientos de diciembre del año pasado,
están a punto de ser ampliadas y legitimadas a través de la reforma del
Código Procesal Penal tratada a fines de abril, que de ser aprobada
implicará, entre otras cosas, la vigilancia acústica de las
comunicaciones, lo que permite realizar grabaciones de conversaciones
privadas de imputados por fuera de sus domicilios; vigilancia de equipos
informáticos; y acceso a toda la información que las personas poseen en
sus dispositivos electrónicos. Esto posibilita el uso de rastreadores
para conocer la ubicación de la persona, el acceso a sus contactos,
perfiles de redes sociales, fotos, y también la activación de los
micrófonos de las computadoras para grabar conversaciones.
Se prevé la exención de responsabilidad
para los policías y miembros de las fuerzas de seguridad que actúan en
cumplimiento del deber y con su arma reglamentaria.
En el mismo capítulo, aparecen reguladas
con detalle las figuras de “infiltrado” (agente encubierto),
“provocador” (agente revelador), “buchón” (agente informante) y
“traidor” (arrepentido). Si miramos apenas algunos casos contra
anarquistas o el pueblo mapuche del lado “chileno”, podemos ver
inmediatamente que la utilización de estas figuras abre un campo enorme
para la fabricación de evidencias y falsas incriminaciones.
También, en torno a las manifestaciones,
se pena con hasta 3 años a los que detengan o entorpezcan la marcha de
un medio de transporte mediante piquetes y a quienes tiren “proyectiles”
contra las fuerzas armadas. Lo que, sumado a la exención de
responsabilidad de los perros del Estado, deja la puerta abierta a la
represión sin asco.
Al cierre de esta edición se cumplen diez
meses de la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado por parte de
la Gendarmería. El presidente anunció que se va a modificar la normativa
vigente para involucrar a las Fuerzas Armadas en el “apoyo logístico” a
tareas de “seguridad interior”. Como primer paso, esto implica enviar
militares a las fronteras para así liberar más gendarmes asesinos a fin
de utilizarlos en la represión interna y el control social.
Bajo la vieja excusa de “narcotráfico” y
“terrorismo internacional”, lo que antes se pudo realizar bajo un
“estado de excepción”, se convierte ahora en la norma general.
El triunfo de
la humanidad frente al capitalismo es incompatible con la supervivencia
de la religión, de la patria y de la política. Solo la
revolución social puede destruir la dominación existente. Solo los
explotados tenemos una verdad distinta por la que luchar.
La salida de la iglesia, el gobierno,
partidos, sindicatos y movimientos “sociales” preponderantes es la de
siempre, al no poder proclamar abiertamente que su programa de gobierno
consiste en el mantenimiento por todos los medios de la esclavitud cada
vez más vergonzosa de los explotados. Pero en vista de ganar aliados
burgueses, realizan su programa, cada cual según sus capacidades,
reprimiendo, calumniando y manteniendo las luchas en su parcela:
boicoteando todo reclamo emergente.
Reconocer y nombrar a todos nuestros
enemigos es la condición previa para poderlos combatir victoriosamente.
En situaciones como estas, saber lo que no hay que hacer, es tan
importante como saber lo que efectivamente hay que hacer.