Compartimos un artículo en colaboración con Erupción nro.1 (Boletín Anarquista de Análisis desde América Latina). El artículo fue escrito en diciembre de 2019 pero sale publicado a fines de marzo de 2020, de todos modos queremos compartirlo.
En la región argentina, las revueltas proletarias no aparecen, no se masifican. Sorprendente, puesto que motivos internos y coyunturales sobran. Pero el silencio se inscribe en el actual desarrollo de una nueva transacción democrática, el inicio de un nuevo ciclo, el renacimiento del espectáculo.
Poco antes de la reciente elección presidencial se anunció una brusca devaluación del peso respecto al dólar, con el consecuente aumento del costo de vida. Los mismos ciudadanos que habían votado contra el ajuste llamaron a no movilizar contra el ajuste, acusando de “funcionales al gobierno saliente” a quienes sufrimos la explotación. Se sufre el ajuste en carne propia pero no se quiere ensuciar la transición; un respeto por el Estado y sus instituciones, vital para la gobernabilidad. También la alternancia política es fundamental para los sucesivos ajustes y medidas de crisis. La pauperización de la vida la aplica un gobierno y la ratifica el siguiente, aunque jueguen el juego de la disputa. Las urnas en lugar de las calles, la pelea interburguesa en lugar de la lucha abierta de clases, los discursos en lugar de la realidad.
Los últimos 25 años significaron un particular y profundo avance del desarrollo capitalista. La imposición del modelo agro-biotecnológico permitió extender la frontera explotable por el Capital, desatando la deforestación y el envenenamiento masivos, con la soja, el maíz y el algodón como cultivos transgénicos principales. La minería a cielo abierto, la extracción de hidrocarburos no-convencionales (como Vaca Muerta en la cuenca neuquina) y otros proyectos productivos inscriptos en el plan de infraestructura para el transporte (IIRSA), no se han quedado atrás. Estos desarrollos acarrearon violentas migraciones, internas y externas, desde zonas rurales hacia conglomerados urbanos (cerca del 92% de la población se acumula en las ciudades). Como principal motor de los modelos de consumo al interior de una américa latina devastada, la era de las commodities orientó la producción al abastecimiento de mercancías estratégicas para el mercado asiático y europeo, mientras el hambre y la desnutrición han crecido notablemente, situando a la Argentina entre los países más afectados del continente.
La precarización de las condiciones materiales para el desarrollo de la vida constituye un eje en continuo progreso. En particular, desde los años 1970, las sucesivas etapas no han hecho más que acrecentar la población sobrante. Sin embargo, la burguesía ha encontrado nuevas formas de subsumir la revuelta popular, haciendo del aumento del gasto social su principal herramienta de domesticación. Desde aquel “que se vayan todos” de 2001, las políticas de estado han intensificado la represión silenciosa mediante la cooptación de los movimientos sociales con la complicidad del aparato sindical, señalando a la protesta como amenaza a la democracia conseguida; una suerte de autocontrol popular (disciplinamiento ideológico al orden democrático) que se complementa y ajusta con el accionar de las fuerzas represivas.
El fantasma de la última dictadura ubicó a la democracia en un lugar intocable, un vórtice que despedaza los imaginarios de una vida comunitaria. Los movimientos de trabajadores desocupados, los espacios de discusión y organización en ámbitos de sociabilidad proletaria, el desprecio por las instituciones y la propiedad privada, conforman un pasado de lucha recordado como etapa de miseria e inmadurez política, un mal necesario frente a la incompetencia de los gobernantes. La clase dominante supo cómo usar la democracia para reconducir la furia proletaria, que ya no interviene en forma autónoma, sino encuadrada en políticas estatales. Una región amansada e institucionalizada en cuanto a conflictividad social se condice con una fuerza de trabajo brutalmente abaratada.
La renta extraordinaria por exportación de commodities posibilitó a Duhalde en 2002 calmar la demanda popular con asistencialismo, y a los Kirchner continuar esa política hasta sus últimos estertores en 2015. Macri transitó el final de este ciclo, y decidió enfriar la bomba tomando deuda. Alberto Fernández asume en un contexto de agotamiento de las condiciones materiales para que el populismo -como dispositivo de control- pueda contener el alzamiento del proletariado. Jugando con nuestro margen para soportar lo insoportable, intentarán evitar que la indignación se renueve. Por eso la erupción social no será solo una cuestión de tiempo sino también de involucramiento y agitación a la revuelta contra el recurrente espectáculo de la miseria.
Poco antes de la reciente elección presidencial se anunció una brusca devaluación del peso respecto al dólar, con el consecuente aumento del costo de vida. Los mismos ciudadanos que habían votado contra el ajuste llamaron a no movilizar contra el ajuste, acusando de “funcionales al gobierno saliente” a quienes sufrimos la explotación. Se sufre el ajuste en carne propia pero no se quiere ensuciar la transición; un respeto por el Estado y sus instituciones, vital para la gobernabilidad. También la alternancia política es fundamental para los sucesivos ajustes y medidas de crisis. La pauperización de la vida la aplica un gobierno y la ratifica el siguiente, aunque jueguen el juego de la disputa. Las urnas en lugar de las calles, la pelea interburguesa en lugar de la lucha abierta de clases, los discursos en lugar de la realidad.
Los últimos 25 años significaron un particular y profundo avance del desarrollo capitalista. La imposición del modelo agro-biotecnológico permitió extender la frontera explotable por el Capital, desatando la deforestación y el envenenamiento masivos, con la soja, el maíz y el algodón como cultivos transgénicos principales. La minería a cielo abierto, la extracción de hidrocarburos no-convencionales (como Vaca Muerta en la cuenca neuquina) y otros proyectos productivos inscriptos en el plan de infraestructura para el transporte (IIRSA), no se han quedado atrás. Estos desarrollos acarrearon violentas migraciones, internas y externas, desde zonas rurales hacia conglomerados urbanos (cerca del 92% de la población se acumula en las ciudades). Como principal motor de los modelos de consumo al interior de una américa latina devastada, la era de las commodities orientó la producción al abastecimiento de mercancías estratégicas para el mercado asiático y europeo, mientras el hambre y la desnutrición han crecido notablemente, situando a la Argentina entre los países más afectados del continente.
La precarización de las condiciones materiales para el desarrollo de la vida constituye un eje en continuo progreso. En particular, desde los años 1970, las sucesivas etapas no han hecho más que acrecentar la población sobrante. Sin embargo, la burguesía ha encontrado nuevas formas de subsumir la revuelta popular, haciendo del aumento del gasto social su principal herramienta de domesticación. Desde aquel “que se vayan todos” de 2001, las políticas de estado han intensificado la represión silenciosa mediante la cooptación de los movimientos sociales con la complicidad del aparato sindical, señalando a la protesta como amenaza a la democracia conseguida; una suerte de autocontrol popular (disciplinamiento ideológico al orden democrático) que se complementa y ajusta con el accionar de las fuerzas represivas.
El fantasma de la última dictadura ubicó a la democracia en un lugar intocable, un vórtice que despedaza los imaginarios de una vida comunitaria. Los movimientos de trabajadores desocupados, los espacios de discusión y organización en ámbitos de sociabilidad proletaria, el desprecio por las instituciones y la propiedad privada, conforman un pasado de lucha recordado como etapa de miseria e inmadurez política, un mal necesario frente a la incompetencia de los gobernantes. La clase dominante supo cómo usar la democracia para reconducir la furia proletaria, que ya no interviene en forma autónoma, sino encuadrada en políticas estatales. Una región amansada e institucionalizada en cuanto a conflictividad social se condice con una fuerza de trabajo brutalmente abaratada.
La renta extraordinaria por exportación de commodities posibilitó a Duhalde en 2002 calmar la demanda popular con asistencialismo, y a los Kirchner continuar esa política hasta sus últimos estertores en 2015. Macri transitó el final de este ciclo, y decidió enfriar la bomba tomando deuda. Alberto Fernández asume en un contexto de agotamiento de las condiciones materiales para que el populismo -como dispositivo de control- pueda contener el alzamiento del proletariado. Jugando con nuestro margen para soportar lo insoportable, intentarán evitar que la indignación se renueve. Por eso la erupción social no será solo una cuestión de tiempo sino también de involucramiento y agitación a la revuelta contra el recurrente espectáculo de la miseria.