En el mes de octubre se realizan nuevamente elecciones. Sobrepasando lo superficial y coyuntural, nos proponemos realizar una reflexión que nos permita ver más allá de los límites impuestos por la democracia. Una reflexión que no quede atada a la lógica del mal menor, comprendiendo la diferencia vital entre especulaciones como la “resistencia al avance de la derecha” o “la conquista de libertades”, con la oposición en bloque a toda expresión burguesa, a toda defensa del orden dominante, de izquierda o derecha, se llame como se llame.
La historia dominante nos presenta siempre a una democracia idealizada como el objetivo perseguido y a perseguir, siendo la mejor forma que ha encontrado la sociedad para organizarse y que solo debe ser mejorada, perfeccionada. En este sentido, la disputa entre las distintas fracciones del Capital en materia política se transforma en una disputa en torno a quién busca y comprende mejor a la democracia, la “verdadera” democracia.
Los mitos democráticos de libertad e igualdad, en sus diferentes acepciones, serán de utilidad para agregar o quitar tanto derechos como obligaciones, para liberar o intervenir mercados, para reprimir como dar ayudas sociales, para iniciar guerras, etc.; y de acuerdo al momento y la región, dichas medidas se combinarán de insólitas maneras, se traspasarán las supuestas fronteras ideológicas, y de alguna forma u otra, siempre la libertad y la igualdad figurarán en los discursos justificativos de cualquier política.
Si denunciamos estas importantes diferencias es para evitar confusiones fatales y precisar sobre las similitudes que ocultan liberales, conservadores, ”comunistas”, la derecha, la izquierda. Todas estas etiquetas no son más que expresiones políticas que responden a diferentes necesidades del Capital en su desarrollo.
Mientras las facciones del Capital debaten el ideal democrático, ocultan o tergiversan sistemáticamente las críticas a la democracia y las elecciones que ha hecho el proletariado en la historia. Para algunos pseudorevolucionarios, las críticas simplemente son consideradas como etapas “inmaduras”, donde «aún no se había comprendido la necesidad de la separación entre la lucha económica y política, donde aún no se había comprendido la necesidad de luchar por reformas».
Por este motivo, preferimos dar la voz a los compañeros de «El Productor», un periódico editado en Cuba entre los años 1887 y 1890, constatando el trayecto histórico y permanente de la crítica revolucionaria a la democracia:
«(…) admitiremos por un momento que, una vez alcanzado el sufragio universal, los hombres han de usarlo en toda su pureza. Henos, pues, en posesión de la preciosa panacea, y en días de elecciones.
Estamos en un país cualquiera, y todos sus habitantes, sin excepción de uno solo, depositan espontáneamente su candidatura en favor de un determinado individuo que deberá representarlos.
Supongamos que el elegido del pueblo es el hombre más honrado y de más talento que han concebido los humanos, y supongamos también que sus gestiones en favor del pueblo que representa habrán de ejercitarse ante un gobierno cuyos miembros, demócratas, son tan honrados y talentosos como él.
¿Qué sucederá?
Que el gobierno, gracias a los principios que profesa, concederá al pueblo los deseos que, por boca de su representante, le demuestra.
Sois, dirá dictando leyes, libres, iguales y hermanos...
Y todo seguirá punto menos que como estaba. El trabajador, el asalariado, seguirá siendo el asalariado, es decir, el esclavo del capitalista. Tanto valdría que a un paralítico se le concediera la libertad de andar...
Somos iguales, le dirá el proletario al encopetado señor, gracias a la Democracia tengo el derecho de decírtelo frente a frente: somos iguales. Y el burgués, mirándolo con desdén seguirá en su coche y murmurando entre dientes: ¡Imbécil!, ¡Eres mi esclavo!»
Con semejantes afirmaciones, en pleno auge y desarrollo de las repúblicas democráticas en América y el mundo resulta asombroso la claridad que estos militantes tenían respecto de la democracia y sus mitos.
Estas posiciones tan tempranas en los movimientos revolucionarios, hoy ninguneadas, evidencian a la vez un mecanismo fundamental para el sostenimiento del orden capitalista: lo que continuamente es presentado como una herramienta de transformación puede fácilmente ser convertido en una herramienta de dominación, si no es que ya lo es desde un principio. Lo que nos dicen es necesario defender y desarrollar, en realidad, es menester su más profunda crítica y destrucción.
El sufragio universal y obligatorio nos es presentado como una victoria, cuando en realidad vino a encausar en vías democráticas y reformistas, movimientos con perspectivas verdaderamente revolucionarias. Para esto, el voto obligatorio fue y sigue siendo presentado como una defensa del trabajador para que nadie sufra represalias por querer ejercer su voto. Hoy, por ejemplo, con las medidas implementadas por el gobierno para reforzar la obligatoriedad del voto, con amenazas de multas a los ciudadanos en general y sanciones a empleados públicos, se hace evidente la continua necesidad de seguir fortaleciendo el sistema electoral. Esto, desgraciadamente, ni siquiera se trata de una medida contra una creciente descredibilidad de las instituciones, sino todo lo contrario, un avance ascendente en su refuerzo, que venimos viviendo desde el 2001.
En este sentido, gran parte de la herencia de dicho momento, a pesar de una estética y discursos radicales, a pesar del «que se vayan todos», hoy ha sido integrada por completo al Estado y al Capital. Las críticas a la representatividad, a la delegación en políticos y sindicalistas, se tradujo en una apología de la “organización”, la participación y la “verdadera democracia”, en definitiva, de las formas organizativas sin contemplar su contenido social. La falta de discusión de contenido, hizo que se siguieran reproduciendo las mismas ideologías del Capital y el Estado pero bajo nuevas formas. Y años más tarde, no es de extrañar cómo los límites se han ido borrando, integrándose muchos movimientos no solo en contenido sino también en forma, participando de elecciones, de sindicatos y demás organismos del Estado. Mientras movimientos sociales hacen listas de candidatos, las asambleas de vecinos generalmente no piden más que policía. ¡Claro que debemos hacer las cosas por nosotros mismos! Pero es fundamental reflexionar en profundidad acerca de cuáles son esas cosas. La crítica a la democracia y sus mitos es una de ellas.
Por último, si bien es necesario tener presente que las transformaciones sociales no pueden ser nunca una mera suma de actos individuales como predica el vacío abstencionismo que cae nuevamente en la trampa política y democrática al llamar solamente a no votar, es bueno recordar la cuota de responsabilidad de cada ciudadano al momento de votar. Porque no se trata de echarle siempre la culpa al empresario o al político de nuestros problemas sino de asumir la propia. Aquí dejamos otra joya de principios del siglo pasado, extractos del texto “El criminal es el elector”, aparecido en 1906 en el periódico «L’anarchie»:
«Tú eres el criminal, oh Pueblo, puesto que tú eres el Soberano. Eres, bien es cierto, el criminal inconsciente e ingenuo. Votas y no ves que eres tu propia víctima.
Sin embargo, ¿no has experimentado lo suficiente que los diputados, que prometen defenderte, como todos los gobiernos del mundo presente y pasado, son mentirosos e impotentes?
¡Lo sabes y te quejas! ¡Lo sabes y los eliges! Los gobernantes, sean quienes sean, trabajaron, trabajan y trabajarán por sus intereses, por los de su casta y por los de sus camarillas. (...) Te quejas, pero quieres que se mantenga el sistema en el que vegetas. A veces te rebelas, pero para volver a empezar. ¡Eres tú quien produce todo, quien siembra y labora, quien forja y teje, quien amasa y transforma, quien construye y fabrica, quien alimenta y fecunda!
¿Por qué no sacias entonces tu hambre? ¿Por qué eres tú el mal vestido, el mal nutrido, el mal alojado? Sí, ¿por qué el sin pan, el sin zapatos, el sin hogar? ¿Por qué no eres tú tu señor? ¿Por qué te inclinas, obedeces, sirves? ¿Por qué eres tú el inferior, el humillado, el ofendido, el servidor, el esclavo? ¿Elaboras todo y no posees nada? Todo es gracias a ti y tú no eres nada.
Me equivoco. Eres el elector, el votante, el que acepta lo que es; aquel que, mediante la papeleta de voto, sanciona todas sus miserias; aquel que, al votar, consagra todas sus servidumbres. (…)
Eres un peligro igual que los tiranos, que los amos a los que te entregas, que eliges, a los que apoyas, a los que alimentas, que proteges con tus bayonetas, que defiendes con la fuerza bruta, que exaltas con tu ignorancia, que legalizas con tus papeletas de voto y que nos impones por tu imbecilidad. (...)
¡Vamos, vota! Ten confianza en tus mandatarios, cree en tus elegidos. Pero deja de quejarte. Los yugos que soportas, eres tú quien te los impones. Los crímenes por los que sufres, eres tú quien los cometes. Tú eres el amo, tú el criminal e, ironía, eres tú también el esclavo y la víctima.
Nosotros, cansados de la opresión de los amos que nos das, cansados de soportar su arrogancia, cansados de soportar tu pasividad, venimos a llamarte a la reflexión, a la acción.
Venga, un buen movimiento: quítate el estrecho traje de la legislación, lava rudamente tu cuerpo para que mueran los parásitos y la miseria que te devoran. Sólo entonces podrás vivir plenamente.»
La historia dominante nos presenta siempre a una democracia idealizada como el objetivo perseguido y a perseguir, siendo la mejor forma que ha encontrado la sociedad para organizarse y que solo debe ser mejorada, perfeccionada. En este sentido, la disputa entre las distintas fracciones del Capital en materia política se transforma en una disputa en torno a quién busca y comprende mejor a la democracia, la “verdadera” democracia.
Los mitos democráticos de libertad e igualdad, en sus diferentes acepciones, serán de utilidad para agregar o quitar tanto derechos como obligaciones, para liberar o intervenir mercados, para reprimir como dar ayudas sociales, para iniciar guerras, etc.; y de acuerdo al momento y la región, dichas medidas se combinarán de insólitas maneras, se traspasarán las supuestas fronteras ideológicas, y de alguna forma u otra, siempre la libertad y la igualdad figurarán en los discursos justificativos de cualquier política.
Si denunciamos estas importantes diferencias es para evitar confusiones fatales y precisar sobre las similitudes que ocultan liberales, conservadores, ”comunistas”, la derecha, la izquierda. Todas estas etiquetas no son más que expresiones políticas que responden a diferentes necesidades del Capital en su desarrollo.
Mientras las facciones del Capital debaten el ideal democrático, ocultan o tergiversan sistemáticamente las críticas a la democracia y las elecciones que ha hecho el proletariado en la historia. Para algunos pseudorevolucionarios, las críticas simplemente son consideradas como etapas “inmaduras”, donde «aún no se había comprendido la necesidad de la separación entre la lucha económica y política, donde aún no se había comprendido la necesidad de luchar por reformas».
Por este motivo, preferimos dar la voz a los compañeros de «El Productor», un periódico editado en Cuba entre los años 1887 y 1890, constatando el trayecto histórico y permanente de la crítica revolucionaria a la democracia:
«(…) admitiremos por un momento que, una vez alcanzado el sufragio universal, los hombres han de usarlo en toda su pureza. Henos, pues, en posesión de la preciosa panacea, y en días de elecciones.
Estamos en un país cualquiera, y todos sus habitantes, sin excepción de uno solo, depositan espontáneamente su candidatura en favor de un determinado individuo que deberá representarlos.
Supongamos que el elegido del pueblo es el hombre más honrado y de más talento que han concebido los humanos, y supongamos también que sus gestiones en favor del pueblo que representa habrán de ejercitarse ante un gobierno cuyos miembros, demócratas, son tan honrados y talentosos como él.
¿Qué sucederá?
Que el gobierno, gracias a los principios que profesa, concederá al pueblo los deseos que, por boca de su representante, le demuestra.
Sois, dirá dictando leyes, libres, iguales y hermanos...
Y todo seguirá punto menos que como estaba. El trabajador, el asalariado, seguirá siendo el asalariado, es decir, el esclavo del capitalista. Tanto valdría que a un paralítico se le concediera la libertad de andar...
Somos iguales, le dirá el proletario al encopetado señor, gracias a la Democracia tengo el derecho de decírtelo frente a frente: somos iguales. Y el burgués, mirándolo con desdén seguirá en su coche y murmurando entre dientes: ¡Imbécil!, ¡Eres mi esclavo!»
Con semejantes afirmaciones, en pleno auge y desarrollo de las repúblicas democráticas en América y el mundo resulta asombroso la claridad que estos militantes tenían respecto de la democracia y sus mitos.
Estas posiciones tan tempranas en los movimientos revolucionarios, hoy ninguneadas, evidencian a la vez un mecanismo fundamental para el sostenimiento del orden capitalista: lo que continuamente es presentado como una herramienta de transformación puede fácilmente ser convertido en una herramienta de dominación, si no es que ya lo es desde un principio. Lo que nos dicen es necesario defender y desarrollar, en realidad, es menester su más profunda crítica y destrucción.
El sufragio universal y obligatorio nos es presentado como una victoria, cuando en realidad vino a encausar en vías democráticas y reformistas, movimientos con perspectivas verdaderamente revolucionarias. Para esto, el voto obligatorio fue y sigue siendo presentado como una defensa del trabajador para que nadie sufra represalias por querer ejercer su voto. Hoy, por ejemplo, con las medidas implementadas por el gobierno para reforzar la obligatoriedad del voto, con amenazas de multas a los ciudadanos en general y sanciones a empleados públicos, se hace evidente la continua necesidad de seguir fortaleciendo el sistema electoral. Esto, desgraciadamente, ni siquiera se trata de una medida contra una creciente descredibilidad de las instituciones, sino todo lo contrario, un avance ascendente en su refuerzo, que venimos viviendo desde el 2001.
En este sentido, gran parte de la herencia de dicho momento, a pesar de una estética y discursos radicales, a pesar del «que se vayan todos», hoy ha sido integrada por completo al Estado y al Capital. Las críticas a la representatividad, a la delegación en políticos y sindicalistas, se tradujo en una apología de la “organización”, la participación y la “verdadera democracia”, en definitiva, de las formas organizativas sin contemplar su contenido social. La falta de discusión de contenido, hizo que se siguieran reproduciendo las mismas ideologías del Capital y el Estado pero bajo nuevas formas. Y años más tarde, no es de extrañar cómo los límites se han ido borrando, integrándose muchos movimientos no solo en contenido sino también en forma, participando de elecciones, de sindicatos y demás organismos del Estado. Mientras movimientos sociales hacen listas de candidatos, las asambleas de vecinos generalmente no piden más que policía. ¡Claro que debemos hacer las cosas por nosotros mismos! Pero es fundamental reflexionar en profundidad acerca de cuáles son esas cosas. La crítica a la democracia y sus mitos es una de ellas.
Por último, si bien es necesario tener presente que las transformaciones sociales no pueden ser nunca una mera suma de actos individuales como predica el vacío abstencionismo que cae nuevamente en la trampa política y democrática al llamar solamente a no votar, es bueno recordar la cuota de responsabilidad de cada ciudadano al momento de votar. Porque no se trata de echarle siempre la culpa al empresario o al político de nuestros problemas sino de asumir la propia. Aquí dejamos otra joya de principios del siglo pasado, extractos del texto “El criminal es el elector”, aparecido en 1906 en el periódico «L’anarchie»:
«Tú eres el criminal, oh Pueblo, puesto que tú eres el Soberano. Eres, bien es cierto, el criminal inconsciente e ingenuo. Votas y no ves que eres tu propia víctima.
Sin embargo, ¿no has experimentado lo suficiente que los diputados, que prometen defenderte, como todos los gobiernos del mundo presente y pasado, son mentirosos e impotentes?
¡Lo sabes y te quejas! ¡Lo sabes y los eliges! Los gobernantes, sean quienes sean, trabajaron, trabajan y trabajarán por sus intereses, por los de su casta y por los de sus camarillas. (...) Te quejas, pero quieres que se mantenga el sistema en el que vegetas. A veces te rebelas, pero para volver a empezar. ¡Eres tú quien produce todo, quien siembra y labora, quien forja y teje, quien amasa y transforma, quien construye y fabrica, quien alimenta y fecunda!
¿Por qué no sacias entonces tu hambre? ¿Por qué eres tú el mal vestido, el mal nutrido, el mal alojado? Sí, ¿por qué el sin pan, el sin zapatos, el sin hogar? ¿Por qué no eres tú tu señor? ¿Por qué te inclinas, obedeces, sirves? ¿Por qué eres tú el inferior, el humillado, el ofendido, el servidor, el esclavo? ¿Elaboras todo y no posees nada? Todo es gracias a ti y tú no eres nada.
Me equivoco. Eres el elector, el votante, el que acepta lo que es; aquel que, mediante la papeleta de voto, sanciona todas sus miserias; aquel que, al votar, consagra todas sus servidumbres. (…)
Eres un peligro igual que los tiranos, que los amos a los que te entregas, que eliges, a los que apoyas, a los que alimentas, que proteges con tus bayonetas, que defiendes con la fuerza bruta, que exaltas con tu ignorancia, que legalizas con tus papeletas de voto y que nos impones por tu imbecilidad. (...)
¡Vamos, vota! Ten confianza en tus mandatarios, cree en tus elegidos. Pero deja de quejarte. Los yugos que soportas, eres tú quien te los impones. Los crímenes por los que sufres, eres tú quien los cometes. Tú eres el amo, tú el criminal e, ironía, eres tú también el esclavo y la víctima.
Nosotros, cansados de la opresión de los amos que nos das, cansados de soportar su arrogancia, cansados de soportar tu pasividad, venimos a llamarte a la reflexión, a la acción.
Venga, un buen movimiento: quítate el estrecho traje de la legislación, lava rudamente tu cuerpo para que mueran los parásitos y la miseria que te devoran. Sólo entonces podrás vivir plenamente.»