Una notable particularidad de la región en la que vivimos es, sin lugar a dudas, la notoria identidad de “clase media” que hace más de medio siglo se ha impuesto en diversos sectores sociales.
Si nos guiamos por las herramientas de la estadística y la sociología, desde mediados de la década del 40 ya se puede observar un importante fenómeno identitario entre pequeños y medianos productores rurales, empleados bancarios y estatales, profesionales, dueños de comercios. Esta temprana asociación con una masa intermedia entre pobres y ricos, proletarios y burgueses, obreros y pudientes (o como se la quiera llamar) es relativamente temprana en relación a otras áreas de lo que se denomina América Latina.
Otra anomalía particular de la Argentina es que, si bien siempre tuvo (nuevamente, si sólo nos guiamos por análisis cuantitativos centrados en el poder de compra) una “clase media” mayor en proporción a su población que otros países, lo que es verdaderamente peculiar aquí es la cantidad de gente que, “perteneciendo” a otra clase, decide afirmar (tanto en encuestas como en su cotidianidad) su adscripción a la clase media. A principios de la década del 60 algunos estudios reconocieron que si bien se tenía una clase media estricta en torno a un 45% de la población, la identificación con ese sector llegaba a un 80%. Eran prácticamente inexistentes los que, “siendo” de clase media, afirmaban pertenecer a su inferior o superior, mientras que el caso contrario era extremadamente común. Sea por culpa de clase o por no poder terminar de ingresar en los círculos sociales más pudientes, muchos burgueses con una cómoda posición económica afirmaban ser de clase media, mientras que la integración a la vida ciudadana y el r
elajo relativo del extremo racismo que caracterizó a esta región desde siempre, hicieron que muchos trabajadores se identificaran con la misma.
¿Por qué la clase media es y no es una clase?
Desde esta publicación siempre consideramos fundamental el clarificar respecto del antagonismo social, y afirmar que existen dos polos, dos clases, dos proyectos de vida que sólo pueden coexistir en una situación de conflicto y beligerancia permanente. La existencia de la burguesía, representante social del Capital y el proyecto del valor y el dinero, y la del proletariado, aquel que vive una no–vida explotado por aquella y que se realiza en la afirmación de la comunidad humana, del comunismo y la anarquía, es una realidad material.
Según la sociología, la división de la sociedad en dos campos antagónicos sería la “comprensión” marxista (desconociendo sistemáticamente todas las expresiones históricas no marxistas que plantearon el antagonismo de clases) de la sectorización social, y tal como existe esta, existen muchas otras que tienen en diversos grados utilidades específicas a la hora de analizar ciertos problemas. Así, la sociología clásica distinguía 3 sectores, mientras que un analista de marketing usa un esquema de 8 clases sociales según sus parámetros de consumo, y un estadista distinguirá 6 grupos, ya que esto le permite dividir eficientemente recursos a la hora de brindar asignaciones sociales o de gestionar una política de vivienda.
Rastreando históricamente el origen del concepto de clase media, nos encontramos con que ésta es efectivamente una clase social, y no es otra que la mismísima burguesía. Durante el período conocido como revolución francesa, esta es la clase que desarrolla un proyecto centralizado de oposición al clero, los terratenientes y la burocracia monárquica, que logra arrebatar el dominio del poder político expandiendo así su capacidad económica y que establece una normativa mucho más propicia para sus tareas de afirmación de la propiedad privada y la explotación del proletariado.
El concepto durante el siglo XIX queda en un olvido relativo hasta que es planteado nuevamente por una disciplina científica naciente, la sociología, y hasta asume cierta forma orgánica en Europa, impulsado principalmente por católicos estimulados por la Rerum Novarum de 1891, que instaba a formar organizaciones de trabajadores bajo los preceptos católicos. Algunas de estas instituciones de la contrarrevolución encarnadas en organizaciones de comerciantes, profesionales y productores rurales inclusive llegaron a realizar un Congreso Internacional de la Clase Media hacia mediados de la primera década del siglo XX.
En nuestra región aparece accidentalmente en algunas obras desde los albores del siglo, pero es recién en la década del 20 que comienza a ser un tema discutido y al que se le presta especial atención. Durante los años 1919 y 1920 se percibe entre los sectores dominantes una particular sensación de inseguridad y miedo. Los hechos insurrectos de enero del 19 y las posteriores huelgas de trabajadores de “cuello blanco” habían acercado como nunca a trabajadores manuales e intelectuales. Los principales difusores del concepto en estos años pretendían instrumentalizar a un sector de la sociedad, para que al identificarse con este nuevo concepto abandonaran sus lazos de solidaridad que los ligaban a sectores con posiciones más claramente revolucionarias. Los tres más notorios fueron el infame Miguel Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina; Joaquín V. González, político conservador; y Monseñor Gustavo Franceschi, formador de Círculos Católicos de Obreros, de la Acción Católica Argentina y posteriormente del
Partido Demócrata Cristiano. Otros sectores que empezaron a pensar y cautivar también a este sector de la sociedad fueron la UCR y el Partido Socialista.
Años después, el concepto entraría de lleno en el imaginario publicitario y sería un concepto de uso corriente. La primera época del Perón político lo encuentra organizando “Asambleas de la Clase Media” en barrios estratégicos de Capital Federal para difundir su labor como Secretario de Trabajo y Previsión, y para lograr el apoyo estratégico de estos sectores. Posteriormente, el breve romance del Peronismo con la clase media se extinguiría y daría lugar a un recelo mutuo, sobre todo con las organizaciones de comerciantes y de profesionales. La clase media se convertiría en el caballito de batalla de los sectores antiperonistas y sólo en las presidencias de Frondizi e Illia volvería a sentirse parte del imaginario político. Pese a la ligazón natural de Perón con sectores autodefinidos como “medios” de la sociedad, desde muy temprano tuvo que asimilar que muy a su pesar, su base de votantes eran los “cabecitas negras” del campo, aunque siempre que su maquinaria de propaganda retratara a un peronista éste fuera
un hombre joven, deportista, rubio y con su esposa y sus dos hijos.
Al margen de la particular historia de nuestra región, si afirmamos que la clase media no es una clase es porque no existió jamás un proyecto social asociado a ese sector de la sociedad. Si ese sector se siente en ciertos momentos y regiones una clase es simplemente por puro designio de la burguesía, que juega un perverso juego con su marioneta preferida. La incertidumbre natural de esos sectores, ni tan ricos ni tan pobres, ni tan rebeldes pero ni tan desalmados, los hizo ser partidarios de la UCR que reprimía trabajadores por doquier, simpatizantes del peronismo y luego críticos, fuerza de choque de militares en incontables ocasiones, desarrollistas en algunos momentos, liberales en otros, y neoliberales en el resto.
El Capital no admite más proyecto que no sea el suyo, cualquier disidencia tiene dos destinos: o se integra al proyecto capitalista, o asume y potencia su radicalidad contra él. No existe lugar para una tercera clase en el reino del Capital.
¿Ruptura del tejido social? ¿Conciencia?
La situación actual es triste, y muchos lo sabemos. La manifiesta insolidaridad y desentendimiento de la situación con los petroleros de Las Heras es una clara evidencia de esto. La parcialización infinitesimal de cada lucha social de la actualidad es otra.
Las nuevas miserias que generó la implantación de la conciencia “clasemediista” resultan más destructivas que nunca. Cuando un pibe mata a un trabajador para robarle la moto que se compró en mil cuotas afirma esa disgregación social, ese no reconocerse en el otro, ese sentir que el trabajador es “un careta”. Cuando nuestro vecino mira lo que hacemos con desconfianza, se muere de envidia con el vecino de al lado que cambió el auto y se queja de que los “negros” tienen hijos para recibir subsidios, expresa nuevamente esa incertidumbre permanente que aqueja a los que se perciben de clase media, y a todos ellos como conjunto.
Lo que pasa es grave y es profundo, pero no es reciente. Intentar resolverlo con llamadas abstractas a “tener conciencia de clase” no va a resolver nada. Tampoco vamos a luchar con más fuerza por definir formalmente dos clases sociales bajo nuevas premisas, como el 1% y el 99% tan de moda en Europa y Norteamérica, o las viejas demarcaciones entre el campo popular y los oligarcas.
El actual gobierno, con su impronta y origen peronista se encuentra, como en aquella época, en una difícil situación con la clase media. El modelo de acumulación planteado no tiene un visto bueno en gran parte de los sectores medios, que acuden a engrosar las filas de la oposición y que en las urnas se están demostrando en contra de la gestión kirchnerista. El gobierno, en concordancia, asume una retórica hostil a la clase media y la trata de golpista, derechista y antipopular. Sin embargo, esto no es más que un jueguecillo discursivo, ya que como todos sabemos el kirchnerismo se nutre de los sectores medios, y si no converge totalmente con éstos, es porque son demasiado impacientes con la racionalidad económica que promueve este gobierno (cosa que ya sucedió en el segundo gobierno de Perón).
¡Por el fin de todas las clases! (reales o ficticias)
Asumir una posición revolucionaria y de clase nada tiene que ver con separar sociológicamente a los seres humanos para luego establecer planes táctico–políticos. Eso dejémoslo a los partidarios de la democracia, del Estado, del mercado. Tampoco tiene que ver con dirimir acertijos sobre la pertenencia o no de un individuo a una clase. No se trata de resolver la incertidumbre de un joven rebelde que tiene como padres a un médico y una docente, ni de concluir si el almacenero de la esquina puede o no ser un compañero. Tampoco se trata de ser “clasista”, de afirmar la situación actual cultural, espiritual y material del obrero sin criticar la sociedad qué genera la división de clases.
Asumir una posición revolucionaria y de clase es asumir el antagonismo, la demarcación material y evidente entre explotadores y explotados. Significa abolir las clases sociales aboliendo la infame sociedad que las genera, aboliendo el Capital.
Si nos guiamos por las herramientas de la estadística y la sociología, desde mediados de la década del 40 ya se puede observar un importante fenómeno identitario entre pequeños y medianos productores rurales, empleados bancarios y estatales, profesionales, dueños de comercios. Esta temprana asociación con una masa intermedia entre pobres y ricos, proletarios y burgueses, obreros y pudientes (o como se la quiera llamar) es relativamente temprana en relación a otras áreas de lo que se denomina América Latina.
Otra anomalía particular de la Argentina es que, si bien siempre tuvo (nuevamente, si sólo nos guiamos por análisis cuantitativos centrados en el poder de compra) una “clase media” mayor en proporción a su población que otros países, lo que es verdaderamente peculiar aquí es la cantidad de gente que, “perteneciendo” a otra clase, decide afirmar (tanto en encuestas como en su cotidianidad) su adscripción a la clase media. A principios de la década del 60 algunos estudios reconocieron que si bien se tenía una clase media estricta en torno a un 45% de la población, la identificación con ese sector llegaba a un 80%. Eran prácticamente inexistentes los que, “siendo” de clase media, afirmaban pertenecer a su inferior o superior, mientras que el caso contrario era extremadamente común. Sea por culpa de clase o por no poder terminar de ingresar en los círculos sociales más pudientes, muchos burgueses con una cómoda posición económica afirmaban ser de clase media, mientras que la integración a la vida ciudadana y el r
elajo relativo del extremo racismo que caracterizó a esta región desde siempre, hicieron que muchos trabajadores se identificaran con la misma.
¿Por qué la clase media es y no es una clase?
Desde esta publicación siempre consideramos fundamental el clarificar respecto del antagonismo social, y afirmar que existen dos polos, dos clases, dos proyectos de vida que sólo pueden coexistir en una situación de conflicto y beligerancia permanente. La existencia de la burguesía, representante social del Capital y el proyecto del valor y el dinero, y la del proletariado, aquel que vive una no–vida explotado por aquella y que se realiza en la afirmación de la comunidad humana, del comunismo y la anarquía, es una realidad material.
Según la sociología, la división de la sociedad en dos campos antagónicos sería la “comprensión” marxista (desconociendo sistemáticamente todas las expresiones históricas no marxistas que plantearon el antagonismo de clases) de la sectorización social, y tal como existe esta, existen muchas otras que tienen en diversos grados utilidades específicas a la hora de analizar ciertos problemas. Así, la sociología clásica distinguía 3 sectores, mientras que un analista de marketing usa un esquema de 8 clases sociales según sus parámetros de consumo, y un estadista distinguirá 6 grupos, ya que esto le permite dividir eficientemente recursos a la hora de brindar asignaciones sociales o de gestionar una política de vivienda.
Rastreando históricamente el origen del concepto de clase media, nos encontramos con que ésta es efectivamente una clase social, y no es otra que la mismísima burguesía. Durante el período conocido como revolución francesa, esta es la clase que desarrolla un proyecto centralizado de oposición al clero, los terratenientes y la burocracia monárquica, que logra arrebatar el dominio del poder político expandiendo así su capacidad económica y que establece una normativa mucho más propicia para sus tareas de afirmación de la propiedad privada y la explotación del proletariado.
El concepto durante el siglo XIX queda en un olvido relativo hasta que es planteado nuevamente por una disciplina científica naciente, la sociología, y hasta asume cierta forma orgánica en Europa, impulsado principalmente por católicos estimulados por la Rerum Novarum de 1891, que instaba a formar organizaciones de trabajadores bajo los preceptos católicos. Algunas de estas instituciones de la contrarrevolución encarnadas en organizaciones de comerciantes, profesionales y productores rurales inclusive llegaron a realizar un Congreso Internacional de la Clase Media hacia mediados de la primera década del siglo XX.
En nuestra región aparece accidentalmente en algunas obras desde los albores del siglo, pero es recién en la década del 20 que comienza a ser un tema discutido y al que se le presta especial atención. Durante los años 1919 y 1920 se percibe entre los sectores dominantes una particular sensación de inseguridad y miedo. Los hechos insurrectos de enero del 19 y las posteriores huelgas de trabajadores de “cuello blanco” habían acercado como nunca a trabajadores manuales e intelectuales. Los principales difusores del concepto en estos años pretendían instrumentalizar a un sector de la sociedad, para que al identificarse con este nuevo concepto abandonaran sus lazos de solidaridad que los ligaban a sectores con posiciones más claramente revolucionarias. Los tres más notorios fueron el infame Miguel Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina; Joaquín V. González, político conservador; y Monseñor Gustavo Franceschi, formador de Círculos Católicos de Obreros, de la Acción Católica Argentina y posteriormente del
Partido Demócrata Cristiano. Otros sectores que empezaron a pensar y cautivar también a este sector de la sociedad fueron la UCR y el Partido Socialista.
Años después, el concepto entraría de lleno en el imaginario publicitario y sería un concepto de uso corriente. La primera época del Perón político lo encuentra organizando “Asambleas de la Clase Media” en barrios estratégicos de Capital Federal para difundir su labor como Secretario de Trabajo y Previsión, y para lograr el apoyo estratégico de estos sectores. Posteriormente, el breve romance del Peronismo con la clase media se extinguiría y daría lugar a un recelo mutuo, sobre todo con las organizaciones de comerciantes y de profesionales. La clase media se convertiría en el caballito de batalla de los sectores antiperonistas y sólo en las presidencias de Frondizi e Illia volvería a sentirse parte del imaginario político. Pese a la ligazón natural de Perón con sectores autodefinidos como “medios” de la sociedad, desde muy temprano tuvo que asimilar que muy a su pesar, su base de votantes eran los “cabecitas negras” del campo, aunque siempre que su maquinaria de propaganda retratara a un peronista éste fuera
un hombre joven, deportista, rubio y con su esposa y sus dos hijos.
Al margen de la particular historia de nuestra región, si afirmamos que la clase media no es una clase es porque no existió jamás un proyecto social asociado a ese sector de la sociedad. Si ese sector se siente en ciertos momentos y regiones una clase es simplemente por puro designio de la burguesía, que juega un perverso juego con su marioneta preferida. La incertidumbre natural de esos sectores, ni tan ricos ni tan pobres, ni tan rebeldes pero ni tan desalmados, los hizo ser partidarios de la UCR que reprimía trabajadores por doquier, simpatizantes del peronismo y luego críticos, fuerza de choque de militares en incontables ocasiones, desarrollistas en algunos momentos, liberales en otros, y neoliberales en el resto.
El Capital no admite más proyecto que no sea el suyo, cualquier disidencia tiene dos destinos: o se integra al proyecto capitalista, o asume y potencia su radicalidad contra él. No existe lugar para una tercera clase en el reino del Capital.
¿Ruptura del tejido social? ¿Conciencia?
La situación actual es triste, y muchos lo sabemos. La manifiesta insolidaridad y desentendimiento de la situación con los petroleros de Las Heras es una clara evidencia de esto. La parcialización infinitesimal de cada lucha social de la actualidad es otra.
Las nuevas miserias que generó la implantación de la conciencia “clasemediista” resultan más destructivas que nunca. Cuando un pibe mata a un trabajador para robarle la moto que se compró en mil cuotas afirma esa disgregación social, ese no reconocerse en el otro, ese sentir que el trabajador es “un careta”. Cuando nuestro vecino mira lo que hacemos con desconfianza, se muere de envidia con el vecino de al lado que cambió el auto y se queja de que los “negros” tienen hijos para recibir subsidios, expresa nuevamente esa incertidumbre permanente que aqueja a los que se perciben de clase media, y a todos ellos como conjunto.
Lo que pasa es grave y es profundo, pero no es reciente. Intentar resolverlo con llamadas abstractas a “tener conciencia de clase” no va a resolver nada. Tampoco vamos a luchar con más fuerza por definir formalmente dos clases sociales bajo nuevas premisas, como el 1% y el 99% tan de moda en Europa y Norteamérica, o las viejas demarcaciones entre el campo popular y los oligarcas.
El actual gobierno, con su impronta y origen peronista se encuentra, como en aquella época, en una difícil situación con la clase media. El modelo de acumulación planteado no tiene un visto bueno en gran parte de los sectores medios, que acuden a engrosar las filas de la oposición y que en las urnas se están demostrando en contra de la gestión kirchnerista. El gobierno, en concordancia, asume una retórica hostil a la clase media y la trata de golpista, derechista y antipopular. Sin embargo, esto no es más que un jueguecillo discursivo, ya que como todos sabemos el kirchnerismo se nutre de los sectores medios, y si no converge totalmente con éstos, es porque son demasiado impacientes con la racionalidad económica que promueve este gobierno (cosa que ya sucedió en el segundo gobierno de Perón).
¡Por el fin de todas las clases! (reales o ficticias)
Asumir una posición revolucionaria y de clase nada tiene que ver con separar sociológicamente a los seres humanos para luego establecer planes táctico–políticos. Eso dejémoslo a los partidarios de la democracia, del Estado, del mercado. Tampoco tiene que ver con dirimir acertijos sobre la pertenencia o no de un individuo a una clase. No se trata de resolver la incertidumbre de un joven rebelde que tiene como padres a un médico y una docente, ni de concluir si el almacenero de la esquina puede o no ser un compañero. Tampoco se trata de ser “clasista”, de afirmar la situación actual cultural, espiritual y material del obrero sin criticar la sociedad qué genera la división de clases.
Asumir una posición revolucionaria y de clase es asumir el antagonismo, la demarcación material y evidente entre explotadores y explotados. Significa abolir las clases sociales aboliendo la infame sociedad que las genera, aboliendo el Capital.