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De la desaparición y asesinato del
compañero Santiago Maldonado aún quedan marcas en las calles de muchas
ciudades. Afiches a medio arrancar, pintadas, esténciles y, aunque ya
pasaron dos años, se nos sigue queriendo convencer de que “lo de
Maldonado ya pasó”. Pero no, ahí están presentes sus más cercanos con el
recuerdo de su sonrisa intacto. También siguen las luchas por su
memoria –aunque con menos intensidad–, así como el conflicto mapuche
donde cayó en combate y la lucha por la justicia que emprende su familia
y organismos de derechos humanos.
Si bien en la masividad y en lo mediático
ha quedado relegado, no sucede así para muchos compañeros y compañeras
que hemos continuado realizando una acción constante por la memoria de
Santiago y de todo lo ocurrido, con infinidad de actividades y
materiales de difusión.
La solidaridad en torno al conflicto
mapuche en Cushamen, el encarcelamiento de Facundo Jones Huala y el
asesinato de Santiago Maldonado. La posterior recuperación en Lago
Mascardi y el asesinato de Rafael Nahuel, pusieron sobre la mesa varios
aspectos de la lucha que, aunque nada nuevos, parecían haber quedado en
el olvido por esta región: la acción directa, la autonomía, la capucha, el piquete, la crítica del Estado, la democracia y la propiedad privada.
Para muchos de los que defendemos y no
hemos abandonado esa perspectiva de lucha, significó un punto de
encuentro, una actividad común en muchas ciudades. Es decir, una lucha
en común con una perspectiva común. Esto fue posible, incluso en la
distancia geográfica, por un lado, por la persistencia y permanencia de
grupos y personas que no se dejaron llevar por la avalancha ciudadanista
y reformista que barrió con la gran mayoría de los que se han
denominado movimientos sociales. Por el otro, gracias a las expresiones
de ruptura que reaparecen constantemente en el seno de nuestra clase,
sobre todo en los momentos de lucha donde todo se tensiona.
Estos álgidos momentos nos dan una
bocanada de aire fresco frente a la sofocante normalidad. Nos permiten
poner en práctica las reflexiones de luchas pasadas, así como obtener
otras nuevas. Nos permite encontrarnos, conocernos y reconocernos.
Consideramos necesario hacer una reflexión
crítica sobre las luchas, coordinaciones y comunicaciones que se dieron
en estos dos años. Evidentemente la dificultad de ello radica en la
extensión y diversidad de este proceso. Por eso, si bien abordamos lo
que conocemos más de cerca por haberlo realizado, también creemos
necesario referirnos a esa acción común que, aunque descentralizada geográficamente, comparte una sensibilidad y una proyectualidad. Trataremos
de asumir un compromiso profundo, intentando no ser voceros de nadie,
pero hablando desde un “nosotros” más amplio, ya que nos asumimos parte
de la lucha de otros tantos compañeros en distintos lugares del
territorio.
Reflexionar sobre la lucha es inseparable de la misma. No son dos momentos, se trata de una acción conjunta, un movimiento común y continuo.
¿Qué características tiene la lucha por la
memoria y la verdad que no pide justicia al Estado? ¿Cómo continúa la
lucha antirrepresiva? ¿Qué lecciones sacamos tras dos años de
coordinaciones más amplias? ¿Cómo sigue la lucha en las comunidades
mapuche? ¿Qué proyectualidad tiene la lucha por y más allá de Santiago?
MEMORIA
La tortura y la
desaparición ha sido y sigue siendo un método común del Estado en
cualquier rincón del planeta. En esta región, la noción de
“desaparecido” tiene su sensibilidad particular debido al plan
sistemático de desaparición, torturas y apropiación de bebés que llevó
adelante el Estado argentino, entre otros países, en los 70.
La desaparición de Santiago movilizó miles
de personas en todo el país. Luego están los usos políticos de aquello,
pero incluso en esos usos no se puede negar la sensibilidad que el
accionar de la burguesía y su Estado causó.
Nos preguntábamos por qué salió tanta
gente si como decíamos una desaparición no es algo extraordinario, mucho
menos en el sur del país y de un hombre en ese rango de edad.(¹)
Pensábamos que puede ser porque esta vez le tocó a un chico blanco de
Buenos Aires… quizás, pero tampoco hay que olvidar que desde un comienzo
las amistades, afinidades y complicidades, incluso a nivel
internacional, que fue creando el Lechu a lo largo de sus viajes no son
poca cosa, y tampoco es poca cosa la visibilización que le dio su
familia, más precisamente sus hermanos, desde un comienzo.
Estuvimos en las calles, en las plazas, en
las rutas, en las casas, en los espacios compañeros, agitando,
llorando, organizándonos. Hoy a dos años queremos profundizar y ver
algunas particularidades.
Parece una diferencia sutil, pero hay una divergencia sustantiva entre la consigna de “Aparición con vida” (y
las posteriores que hacían referencia a hacer memoria y continuar la
lucha), y aquella que preguntaba “¿Dónde está Santiago?”, así como
posteriormente la de “Justicia por Santiago”.
Para quienes vamos por lo primero no es fácil. No es fácil convocar a manifestaciones donde no se pide nada a nadie. Pero eso no significa que no sirvan para nada. El
lenguaje político quiere hacer creer que si no hay diálogo con el
Estado no hay nada, que fuera de las lógicas estatales no hay nada. Pero
hay, y mucho, y no solo mucho sino rico y diverso. Nos embroncamos,
sufrimos y reímos juntos y no aislados, fuera del espacio privado donde
está legitimado mostrar los sentimientos, irrumpimos en la normalidad de
las ciudades, nos organizamos fuera (y si es posible contra) partidos y
sindicatos, en nuestra propia práctica proponemos una manera diferente a
la establecida de llevar adelante una lucha.
Podía parecer raro convocar
movilizaciones, jornadas y escraches, donde nos cuidábamos entre todas
las personas presentes, coordinando en situaciones de urgencia, sin
siglas, sin aparatos detrás, sin venderle nada a nadie. En
fin, se trata de organizarse de forma diferente porque se busca algo
diferente. No tendría sentido un cambio en los modos organizativos para
tener la misma finalidad que una organización política, sindicalista o
de derechos humanos.
¿Qué puede responder la democracia frente a
quienes siguen gritando hace décadas “Ni olvido ni perdón”? ¿Qué pueden
aportar los defensores de lo existente a “Terrorista es el Estado”?
Nada. Como no podían responder frente a quienes clamaban hace décadas
“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Como desde los despachos
estatales no podían dar respuesta a “Aparición con vida de Santiago
Maldonado”.
¿Qué puede proponer la democracia con
respecto a los desaparecidos, a los rebeldes que ella misma ha decidido
eliminar? Si la movilización social aprieta, sus representantes pueden
salir a hacerse los acongojados por las pantallas o constituir una
comisión investigadora que en nombre del pueblo constate que ya se los
asesinó; anunciarle a la nación que ya no vale la pena seguir peleando
pues ya nada se puede hacer; transformar la incertidumbre general acerca
del destino dado a los luchadores sociales en certidumbre oficial de
que fueron asesinados, es decir, oficializar la muerte que el propio
brazo armado de la democracia ha ejecutado.
En algunos casos se reprimió y se reprime
abiertamente a quienes pelean por sus presos, por sus desaparecidos; en
otros se los reprime de una manera más sofisticada, o menos violenta,
pero la finalidad es la misma: evitar la verdad.(²)
Se logra entretener a quienes luchan, se movilizan en las calles o
simplemente son movilizados emocional y activamente, con la esperanza en
juicios, con consignas reaccionarias, como todas las que le piden al
Estado, es decir al enemigo mismo, que juzgue a los culpables. Es como
pedirle peras al olmo, ¡es exacta y literalmente pedirle al asesino que
se declare responsable de asesinato y se autopenalice por el mismo!
Claro que la correlación de fuerzas es
desfavorable para quienes estamos fuera y contra el Estado, así como
para todas las personas que saben que el Estado es terrorista pero
piensan que “ahora no se puede hacer nada”… ¿Y cuándo se podrá hacer
algo? ¿Cuándo tendremos la correlación de
fuerzas a favor para imponer la violencia proletaria frente a los
asesinos y torturadores si seguimos canalizando nuestras fuerzas en las
vías legales y en la esperanza estatista?
Toda la historia de la lucha de nuestra
clase muestra que somos fuertes cuando actuamos por nuestra cuenta,
cuando el proletariado rompe con todas las instituciones democráticas,
cuando coordina, se centraliza e impone su insurrección.
Cuando existe una enorme energía
proletaria contra los torturadores y asesinos, el Estado de cualquier
país hábilmente busca canalizarla hacia adentro del marco institucional,
es decir, hacia el propio Estado, hacia los dirigentes de la oposición,
de la izquierda. Busca hacerlo con compañeros, con familiares e incluso
con los sobrevivientes de su propia represión.
En épocas como esta, el gobierno argentino
de turno frente a la debilidad del proletariado en lucha y frente al
silencio y la complicidad del resto del proletariado, no necesita ni
siquiera encarcelar al último eslabón de la cadena de dominación: el
asesino que aprieta el gatillo. Inclusive se da el gusto de felicitarlo,
como en el caso de Chocobar, o de celebrar este nuevo 1° de agosto con
la apertura de inscripciones al Servicio Cívico Voluntario para jóvenes
de 16 a 20 años que impartirá, justamente, la Gendarmería Nacional.
Se nos dirá que es gracias a la lucha que
se avanza en la investigación, que algunos milicos asesinos se
encuentran en prisión, sean los asesinos de Santiago o de Rafael. Y
estamos totalmente de acuerdo, pero si los
meten en cana no es precisamente para que la lucha siga y sea cada vez
más potente sino, por el contrario, para que la lucha cese. La
razón por la que algunos obedientes asesinos van presos, esos soldaditos
reemplazables que no son individualmente esenciales para el buen
funcionamiento del Capital, es para que no vayan presos los
administradores y gestores de la muerte y la miseria. Mejor dicho, para
que nosotros no vayamos directamente contra ellos.
Notas:
1. Según el archivo de Correpi (Coordinadora
Contra la Represión Policial e Institucional) del año 2018, el Estado
argentino asesina a una persona, en promedio, cada 21 horas. Siendo la
amplia mayoría hombres de entre 15 y 35 años de edad.
2. A dos semanas de la
desaparición de Santiago ya era evidente que la represión no vendría
solamente de las fuerzas del Estado. «Otro tipo de represión y censura
más sutil ha sido la ejercida por los medios masivos de comunicación que
responden al oficialismo y a la oposición misma. La década ganada del
kirchnerismo se erige sobre la derrota de los movimientos sociales.
Estos últimos años la movilización social ha sido reprimida abiertamente
o reprimida asimilándola e institucionalizándola; en fin, ha sido
democratizada. (…) Y todo aquel que se salga de las urnas y los
petitorios, que tome la lucha directamente por sus propios medios será
motivo de burla, cuando no, acusado de infiltrado o desestabilizador a
sueldo para alguna fracción burguesa.» (La otra represión en La Oveja Negra nro.49, agosto de 2017)
Aparición sin vida...No hay lucha sin pasión, no hay lucha sin identificación de lo que consideramos el enemigo. Desear la muerte no es, obviamente, sinónimo de emancipación. Sin embargo, rehusarse a la violencia, y rechazar de antemano la violencia incluso verbal o nuestros deseos más agresivos, es renunciar a la lucha. La cual no puede reducirse a una simple venganza.Es cierto que nuestro enemigo es un sistema social y no simplemente los jefes, ejecutivos, expertos o la policía que ponen a su servicio. Un punto fuerte de los movimientos sociales reformistas, incluso los que se presentan como más autónomos o revolucionarios, es reducir el capitalismo a la policía o a un puñado de ricos, a sus abusos y su mala gestión.Al igual que en el caso del fetichismo de la mercancía, la relación social se presenta entonces como una cosa, encarnada a veces por una persona gorda con galera y fumando un puro, vieja caricatura del burgués de hace más de un siglo. El mantenimiento de la agresividad en contra de estos personajes ayuda a desviar las críticas hacia una vía muerta: atacar a la burguesía en cuanto individuos y no por su función.Si bien nuestro objetivo es el Capital y no el capitalista, no es menos cierto que las relaciones sociales capitalistas no existen en el plano de las ideas sino en el terreno humano. No ver en un gendarme sino un gendarme es una ilusión óptica. Al igual que no ver en una ministra de seguridad del Estado sino una ministra de seguridad del Estado. No señalar a los responsables directos de la represión con el pretexto (exacto por cierto) de que los mismos no son sino un engranaje en un conjunto que los supera, equivaldría a ver la sociedad como un todo sin poder abordar una parte de esta totalidad. Despersonalizar la historia, es renunciar a actuar. No detestar a los que nos explotan y reprimen lleva a la peor de las resignaciones, en el mejor de los casos a la reforma. Quien no conoce o no se atreve a experimentar un rechazo hacia aquellos que le oprimen, no va a cambiar nunca muchas cosas. Sin embargo, quienes se quedan simplemente en las figuras, en los “responsables políticos” (especialmente cuando no son del gobierno de su agrado) tampoco.Decir que “a Santiago lo mató el Estado y el Capital” no tiene nada que ver con los intentos de desresponsabilizar a los asesinos tal como cuando Clarín publicó en su tapa «La crisis causó dos nuevas muertes» ante la ejecución policial que terminó con las vidas de Maxi Kosteki y Darío Santillán en junio del 2002. Expresiones como la primera buscan criticar la forma de sociedad que permite a los asesinos actuar, mientras que el recordado titular no fue más que un intento por encubrirlos para, por el contrario, salvaguardar el orden existente.
SOLIDARIDAD
Durante todo el tiempo que el Lechu
estuvo desaparecido, mientras se señalaba el carácter terrorista del
Estado y del Capital, había que escuchar las mierdas más reaccionarias,
las mentiras de Clarín, Infobae o La Nación.
En esta sociedad en lo que todo debería hacerse por dinero no se
concibe nada fuera de ello. En aquellos momentos se escuchaba sin cesar
que los manifestantes eran pagos y que ¡hasta la familia de Santiago
recibía dinero a cambio de la búsqueda! Al mismo tiempo, había que
combatir la recuperación y el uso político que “por izquierda” se estaba
haciendo del compañero.
Cuando su cuerpo fue plantado en el Río Chubut y “apareció”, esto último quedó bien claro, al menos para nosotros en Rosario. En plena noche, los oportunistas de los partidos políticos que emplearon la figura de Santiago, aprovecharon para sacar sus banderas a la calle en plena veda electoral, para seguir haciendo campaña electorera pese a la ley que ellos mismos defienden. No se veía nada reivindicando al compañero, ni carteles ni consignas, solo banderas partidarias. Quisieron incluso hacer una conferencia de prensa en plena plaza para seguir con su miserable campaña.
El “apoyo” de partidos y sindicatos no tiene nada que ver con la solidaridad que buscamos practicar. No se trata de adhesión, sino de cohesión. No se trata de apoyar, sino de ser parte. Santiago era de esos solidarios, y por eso estaba con los compañeros mapuche.
Solidaridad significa también comprender, respetar, defender, confiar. Eso fue lo que nos tocó hacer desde nuestras ciudades a muchísimos compañeros y compañeras. Desde el primer momento defendimos la versión de los mapuche rebeldes, y comprendimos su punto de vista respecto de la intervención de la Justicia en el territorio recuperado con sus allanamientos disfrazados de rastrillajes. También nos tocó defender al Brujo anarquista y luchador frente a las versiones de la opinión pública.
En el acto masivo del 11 de agosto su hermano Sergio leyó el texto «Hola querida población» escrito por Santiago. Para las personas que desconocían fue quizás la primera oportunidad para tomar noción de quién era él. Así y todo, incluso algunos bienpensantes sostuvieron hasta el hartazgo que las canciones de Santa Blasfemia (su proyecto de rap) que circularon posteriormente, donde insultaba y se burlaba de autoridades políticas y eclesiásticas, eran toda una operación mediática para “desprestigiar al inocente artesano”. Por varios rincones muchos seguimos (y seguiremos) ampliando su voz. Pero la voz de un compañero, no la voz de un mártir, ni de un ídolo. Por las oscuras circunstancias es difícil, pero a la vez necesario, tomar conciencia de esto, que la solidaridad no significa una relación acrítica con quien uno se solidariza.
Podríamos señalar lo mismo sobre la solidaridad con las comunidades mapuche en lucha. La solidaridad a la que hacemos referencia, como decíamos, no tiene que ver con la pasividad, con ayudar a los que luchan, sino luchar con quienes luchan. No tiene que ver con la caridad, ni con la lástima, la solidaridad tiene que ver con reconocernos en los compañeros como desposeídos y proletarios en lucha, reconocernos como parte de una misma clase, y aportar en base a las condiciones y posibilidades concretas, que también se fueron desarrollando en la lucha y que difieren de las que tienen los compañeros mapuche. Mucho menos tiene que ver con un ideal exotista, que nos lleva a solidarizarnos con lo que se nos presenta como raro y alejado. No es esa distancia geográfica y cultural lo que nos acerca sino su lucha contra la propiedad privada y su resistencia ante la represión estatal.
A lo largo de estos años fue muy recurrente la cuestión de la identidad originaria o “lo mapuche” como una especificidad incómoda de abordar. Cuando expresábamos la solidaridad desde una perspectiva común de lucha radical, se escucharon ridiculeces como que “influenciar” a los mapuche sería neocolonialista, como si estos fuesen algo puro y como si los no mapuche estuviésemos infectados de algo. Esa mentalidad democrática no busca respetar a los mapuche en lucha, sino respetar a todas las expresiones por igual, en tanto “pueblo oprimido”. En realidad, es una justificación para no luchar junto a los rebeldes y para no reconocer la existencia de dos clases antagónicas.
También escuchamos de manera recurrente lamentos porque “no se hizo lo mismo por Rafael que por Santiago”. Recordemos que no fue lo mismo agosto que noviembre de 2017, así como recuperar tierras a Benetton no es lo mismo, socialmente, que a Parques Nacionales, ni un asesinato lo mismo que un desaparecido. Por otra parte, si las luchas de recuperación de tierras por parte de los compañeros mapuche fueron ampliamente ninguneadas durante los reclamos por la aparición de Santiago ¿por qué eso de un momento a otro cambiaría? Tenemos que exigir al movimiento social, por más difuso que sea, de acuerdo a lo que efectivamente hace y no a lo que suponemos que, moralmente, debería hacer.
A su vez, solidarizarnos con un conflicto latente, defendiendo ciertas prácticas y acciones, no significa tener que replicarlas en lo inmediato. No puede significar una imitación descontextualizada. En esta zona plagada de soja y veneno, por ejemplo, la recuperación de tierras deberá tomar, evidentemente, otras formas. Tampoco es necesario un éxodo urbano hacia zonas en conflicto o una identificación con lo originario como única forma posible de radicalidad.
Quienes no somos mapuche, sino nietos de inmigrantes de cualquier rincón del planeta, mestizos, mezcla de inmigrantes e indios, no debemos olvidar que también somos desposeídos, que nuestros ancestros fueron separados de sus tierras, de sus formas de vida y de producir, que fueron llevados a ciudades y barrios marginales por el desarrollo capitalista.
Nos une ese pasado de desposesión y la certeza de que la humanidad precedió al Estado y al dinero, a la propiedad privada y la avaricia. Esas son nuestras raíces comunes y por lo cual nos sentimos parte de una misma clase sin patria. Comprendemos y gozamos nuestras diferencias sin por ello suponer que una identidad particular sea una premisa necesaria para luchar. Si no podemos volver a nuestras raíces originarias, sí podemos atacar la raíz de la dominación actual.
Por algún tiempo, situamos la solidaridad con Santiago y la lucha mapuche en el centro de nuestra práctica, aunque comprendiéndola siempre como un aspecto inseparable de una lucha total. Es por esto que queremos ahondar también en las probables derivas que socialmente pueden traer luchas específicas donde prima lo inmediato frente a lo global.
Por ejemplo, seguir los mismos procedimientos campañistas del marketing electoral, de la “movilización social” parcial, dependientes de la política o del clientelismo, pero separados de sus motivaciones iniciales. ¡A tal punto que en algunas ciudades los “organizadores oficiales” les negaron la palabra a voceros mapuche pero sin dejar de intentar sacar su tajada a costa de ellos!
Reproducir simplemente por herencia política o imitación pasiva los gestos y consignas, los modos de organizarse y reflexionar porque “es lo que hay” es lo que justamente queremos combatir. Claro que no podemos esperar que de un día para el otro se rompa con la pasividad social que nos ha traído hasta acá. Pero sí podemos desenmascarar una serie de rituales y procedimientos rutinarios que sirven principalmente para constituir una identidad colectiva supuestamente rebelde, más aparente que real. Que sirven más para hacer política partidaria, legalista y por tanto defender lo existente, que para superarlo. Nos referimos concretamente a las multisectoriales, a los actos masivos con pliegos vacíos, a las marchas infinitas y con una impronta pacifista, a la “militancia” en las redes sociales, así como a las campañas de difusión donde prima lo cuantitativo (“llegar a más gente”) frente al contenido.
La represión y desaparición de las que hablamos surgen en condiciones específicas que las hacen posibles: la legitimidad de las fuerzas armadas, la capacidad del poder económico de afirmar sus intereses por sobre todo lo imaginable, un montaje jurídico y mediático inédito, es decir, el modo capitalista de producción.
Entonces, aunque se hubiese cumplido nuestro anhelo de ver a Santiago con vida, sentimiento que perdura en muchos corazones, esas condiciones seguirían intactas. De aquí la necesidad de luchar contra todas esas condiciones sin poner en el centro una sola razón, injusticia o persona. Lo que a su vez sin movilización y, sobre todo, sin reflexión es algo imposible de conseguir.
Se hizo muy poco por desafiar a las leyes y tribunales, y mucho por demostrar las operaciones estatales asesinas y los montajes criminalizantes sobre lo ocurrido. Esto fortalece el concepto de víctima, o peor aún, la idea de que el problema es un gobierno y no los gobiernos.
En términos generales debemos reflexionar críticamente: ¿Por qué existe semejante confianza ciega en las instituciones estatales? ¿No es acaso el común denominador de las dos luchas más masivas de los últimos años (por Santiago Maldonado y por el aborto legal) el reclamo al Estado, el reclamo de leyes, de fortalecer el aparato jurídico y a la vez representativo de la democracia?
REBELDÍA
En los momentos decisivos es preciso
hablar sin pelos en la lengua sobre la necesidad de una crítica radical
en hechos y en palabras, sobre la relación con la totalidad que esconde
cada “injusticia” particular. En los tristes días de septiembre, cuando
su foto estaba recorriendo tímidamente el mundo decíamos: «La
desaparición de Santiago, la cárcel de Facundo y la represión al
movimiento mapuche son parte de una totalidad, de un conflicto violento,
histórico y social que excede a los mapuche, un conflicto entre la vida
y el capitalismo, imposible de ser resuelto al corto o mediano plazo.»
Son las debilidades, las dudas y las insuficiencias de aquellos momentos de lucha colectiva, las que nos incitan a continuar regenerando los esfuerzos rebeldes y seguir levantándonos contra la opresión. Claro, no es posible sugerir en cada contexto diferente cómo responder a la agresión, que se tome tal o cual forma de acción práctica.
Aprendimos que parte de la lucha es siempre intentar que la voz de nuestros compañeros y la lucha revolucionaria sean colocadas en el centro. No banderío, no política, no personalismo sino, por respeto y por necesidad, que su palabra se escuche.
También comprendimos que es en el desarrollo del conflicto donde es posible descubrir o ampliar nuestros medios de acción, intentando superar el lenguaje de la conciliación y las peticiones respetuosas para con los explotadores y opresores.
Esto nos empuja a pensar también en un futuro no muy lejano. ¿Es posible coordinar a mayor amplitud tales acciones? Que dichas acciones converjan en un mismo objetivo específico, como ocurrió por ejemplo en la lucha de estos dos años, proclamando sus fines revolucionarios en todo momento y multiplicándose con el tiempo ¿es esto suficiente?
Independientemente de si un objetivo
preciso se haya alcanzado o no, ¿se verá que una lucha revolucionaria
activa ha reaparecido, y se reconocerá y se conocerá a sí misma? ¿De qué
modo, se iniciará un movimiento general, que podrá coordinarse mejor y
alcanzar una gama de objetivos cada vez mayor?
Consideramos, por lo pronto, que es necesario seguir apostando a la necesidad de revolución, que es posible accionar sobre un tema particular sin perder de vista lo global. Pero es necesario criticar cuando esto no sucede, como los rasgos masivos de la lucha por Santiago. Recordemos una vez más cuando de la exigencia “Aparición con vida…” se pasó a la pregunta “¿Dónde está…?” No son procesos del todo conscientes para quienes participan de las movilizaciones muchas veces de manera genuina y desinteresada, pero sí dejan en evidencia la conciencia ciudadana y la ideología dominante que los determinan. La primera consigna clama por un compañero con vida, la otra por un dato. Una quiere arrancarle al Estado una persona secuestrada, la otra plantea una conversación, quiere información. Como decíamos antes, una vez aparecido el cuerpo, pareciera que solo queda bregar por justicia. Pero para nosotros se trata de otra cosa completamente diferente.
Desde el boletín La Oveja Negra insistimos con una frase de un rap de Santiago: «Aquí y ahora la lucha continúa». Una manera de afirmar la vida y la lucha contra la muerte, contra su muerte. Una manera de afirmar que era además un luchador. Sin embargo, ese «aquí y ahora» también remite a cierto “inmediatismo” que evidentemente es muy propio de nuestra época, no reprochable ya que la realidad es a menudo desesperante. Pero esa inmediatez, si se vuelve permanente y excluyente de otros tiempos para actuar, hace que las posibilidades de intervención reales sean prácticamente nulas, o que remitan simplemente a un desahogo individual o grupal, lo cual no es poco pero no es suficiente para transformar la realidad. Y así, a fuerza de voluntarismo, se llega voluntariamente a la frustración, la desesperanza o la imposibilidad de un cambio social.
Porque el activismo sin perspectivas es pasividad, y la pasividad es la normalidad del Capital. No nos autoengañemos reduciendo la lucha a un solo aspecto del capitalismo: mostremos a cada instante nuestra relación viva con la totalidad del antagonismo de clases y con su historia. Limitar nuestra acción únicamente a un momento del todo social, sin plantear claramente nuestro objetivo que es el fin de la sociedad de clases, sería cavar nuestra propia tumba.
Quien haya participado en las presentaciones del libro Wenüy o haya oído algún audio de Temperamento, o leído algunos números del boletín, sabe que nuestro punto de partida es la necesidad de revolución, aunque esté pasado de moda. La lucha revolucionaria por destruir aquello que impide una vida radicalmente distinta.
Sin entrar en un estado de fascinación por cualquier lucha o cualquier cosa que se le asemeje, es importante advertir por qué se lucha, para qué se lucha y cuáles pueden ser las consecuencias de luchar. Son preguntas que en la exaltación competitiva y guerrera tan en sintonía con la razón dominante de estos tiempos capitalistas quedan sin formular, pues lo importante parece ser “dar pelea”, “salir a la calle”, aunque esto signifique solicitar el mantenimiento del actual estado de cosas.
Sea en el caso de la valentía mapuche, del solidario Santiago o del luchador anónimo de cualquier parte, la exaltación de la lucha sin preocupaciones por el cómo o el porqué, a veces se nos pinta como una virtud frente a la aparente quietud del momento, como algo rebosante frente al aparente vacío de la vida cotidiana.
Si hoy estamos hablando de esto es porque no estamos proponiendo esperar, “tomar conciencia” y recién así entrar en acción. En los hechos nada sucede así. El contenido social de una lucha puede radicalizarse en la misma práctica, con aciertos y con errores, con experiencias cercanas y lejanas (en tiempo y espacio), con los balances necesarios. También se puede hacer una apología de la conflictividad o de la valentía evitando dirigirse hacia los objetivos necesarios. No es nuestra intención, lo urgente no es lo que los oportunistas nos presentan como “lo posible”, lo urgente es ir más allá de lo existente, comprender el conflicto y la valentía en una lucha global contra el estado de cosas.
La lucha contra el capitalismo es comenzar a romper con la lógica que nos impone a los oprimidos. Más allá de cuestiones necesarias como el uso de la violencia y los gestos simbólicos, la visibilidad y lo fácilmente reconocible, debemos prestar atención a que la posibilidad de terminar con esta sociedad mercantil generalizada incluye también momentos menos fotografiables, ceremoniales o catalogables que son imprescindibles. Muchas veces lo que está en movimiento no sale en la foto o no llega a comprenderse.
No llamamos a hacer abstracción de nuestras debilidades, sino justamente a visibilizarlas para superarlas colectivamente. Este, como tantos textos y reflexiones revolucionarias, no fue escrito para ser enseñado de manera pedagógica según los dictados escolares o expuesto de manera utilitaria, funcional y eficientista según las leyes del mercado. Esto no es una mercancía ni un objeto de estudio, solo es accesible a través de la puesta en común, de la implicación que no se reduce al grupúsculo o al culto a lo identitario sino al todo social.
Esperamos haber brindado elementos para la reflexión y el debate.