Apenas asumido Rodolfo
Suárez como gobernador de la provincia de Mendoza, ingresó el primer
proyecto del Ejecutivo a la Cámara de Senadores: la Reforma de la Ley
Provincial 7722, que flexibiliza el uso de productos químicos como
cianuro y ácido sulfúrico en la explotación minera. Tal reforma buscaba
fundamentalmente permitir que se activaran 19 proyectos mineros que sin
ésta no podían desarrollarse, debido a las sustancias químicas
utilizadas. Y, entre otros puntos, hacer que la Declaración de Impacto
Ambiental (DIA) de cualquier emprendimiento minero no necesite pasar por
la Legislatura. El 20 de diciembre pasado, y solo restando su
reglamentación, la reforma fue aprobada en ambas cámaras con acuerdo
entre la nueva oposición y el nuevo gobierno: en lo importante no hay
diferencias partidarias.
El Capital siempre es extractivista. La maquinaria capitalista depreda la naturaleza, también la humana. El
capitalismo no es solo una relación de clase de explotación y
dominación, sino también una relación de alienación de la sociedad con
la naturaleza, en la cual tanto el proletariado como la naturaleza no
humana (comprendida como fuerza productiva) se transforman en objetos
dominados y saqueados. La razón capitalista ve “recursos” donde hay
naturaleza y desde sus inicios se ha desarrollado en base a la
extracción de “recursos naturales” del planeta. La economía mundial está
basada en este conjunto de extracciones.
El nuevo presidente Alberto Fernández,
almorzando el pasado 18 de diciembre en la Asociación Empresaria
Argentina con los gobernadores, advirtió cómo se van a explotar minas de
oro y plata en Chubut, y dio por sentada la modificación de la ley 7722
que se daría horas después. Que a diez días del cambio de gobierno
suceda todo esto no es una señal, sino el comienzo de lo que viene.
Lino Barañao, ministro de Ciencia,
Tecnología e Innovación Productiva de la Nación del gobierno del Frente
para la Victoria, desempeñó tan bien su trabajo que luego continuó en el
gobierno de Cambiemos. Es aquel que dijo que «hay gente que se ha
tomado un vaso de glifosato, para suicidarse, y no le ha pasado nada».
El nuevo ministro Roberto Salvarezza junto al anterior impulsaron el
modelo de ciencia que quedó plasmado en el documento oficial llamado
Plan Argentina Innovadora 2020, presentado en 2013 en Casa de Gobierno, y
basado principalmente, en la biotecnología, la megaminería (oro, plata,
litio) y el fracking.
Otra designación escandalosa es la de
Alberto Hensel como Secretario de Minería de la Nación, quien ya ocupaba
el mismo cargo pero en la provincia de San Juan entre 2015 y 2016,
cuando la Barrick Gold derramó tres veces toneladas de agua con cianuro
en el río Jáchal mientras el gobernador José Luis Gioja decía que “son
cosas que pasan”.(1)
Pero no
seamos ilusos. No son estos funcionarios quienes explican el
extractivismo en esta región, es justamente al revés. Debido a la
necesidad de este extractivismo para la economía nacional e
internacional, se designa a los destructores más idóneos y fieles.
Si no, vamos a terminar pensando que cambiando las figuritas se puede
mejorar nuestra forma de vida, cuando en realidad es un problema
estructural. No es la maldad de quien está en tal o cual Ministerio la
que explica el desprecio por la vida. Esos ministerios, con sus
funcionarios, sus presidentes, inversionistas, partidos políticos y
fuerzas represivas, son los que responden al Capital nacional e
internacional.
Cuando la izquierda trotskista aspira a
gobernarnos dice que gobierno y oposición son lo mismo, para presentarse
así como la opción diferente. La cuestión
no es que sean o no lo mismo, sino a las funciones a las cuales aspiran:
gobernar y gestionar la sociedad capitalista. ¿Qué es el Estado sino el
gobierno del Capital?
De izquierda a derecha llaman al progreso,
al desarrollo. Que no pueden ser más que el progreso capitalista y el
desarrollo de la nación. Y es aún más desde el denominado progresismo,
hoy encarnado en el Gobierno Nacional y sus simpatizantes, que se exige
terminar con toda mentalidad “conservadora” y “arcaica”. Pareciera que
esto hace simplemente referencia a lo político, pero veremos que hace
referencia a la totalidad de la cuestión social. Por eso para el
desarrollo y el progreso es necesario no conservar la Amazonía, los
ríos, los montes, los bosques, los animales de dos y cuatro patas.
El
progresismo latinoamericano ha sostenido todas sus políticas en la
depredación y el extractivismo, justamente en el progreso. “Conservar” es una mala palabra para todo demócrata bienpensante.
Esta palabra es inmediatamente asociada con “conservadurismo”, por
tanto encarnaría un estrecho vínculo con “la derecha”, “los fachos”,
“los golpistas”. Esto tiene un sentido muy claro. La burguesía, en el transcurso de la historia, es y ha sido la clase de los cambios. Tal
como se expresa en el manifiesto comunista de 1848, «Dondequiera que se
instauró, echó por tierra todas las instituciones anteriores».
Pero el cambio sólo se aprecia en relación
a lo conservado, a lo inmutable. Conservadores y promotores del
progreso tienen entre sí mucho más en común que lo que sus discursos
enuncian. Todos son conservadores en el sentido de la obsesión por preservar un orden social, una estructura que asegure el dominio. El
orden conservador es un orden estático, tradicional, que se pretende
eterno. El orden moderno es (en cambio) un orden activo, dinámico,
novedoso. La modernidad entendió que en un mundo dinámico la mejor forma de conservarse es cambiar. A
la estructura de dominación rígida del conservadurismo se le opone la
estructura flexible de la modernidad capitalista. El rótulo de
“dinosaurio”, de “medieval”, para el conservador tradicional lo impone
ese espíritu moderno que condena lo pasado, porque para la ideología del
progreso “mañana es mejor”. Ambos eligen un compartimento temporal
diferente para ubicar su promesa ante los desposeídos y explotados: los
tradicionales en el pasado, los burgueses en el futuro, mientras se
disputan el dominio del presente.
El capitalismo es una relación social que
consiste en la expansión y el crecimiento ilimitados. La izquierda del
Capital se enorgullece entonces de ser la representante del progreso y
el “Partido del cambio’’ (o de los cambios, hoy gusta más el plural).
Así pues, abrazan lo nuevo solo porque es nuevo y rechazan lo viejo solo
por ser viejo, sin importar el contenido social de nada. «Cuando “ser
absolutamente moderno” se ha convertido en una ley especial proclamada
por el tirano, lo que el esclavo honrado más teme es que se pueda
sospechar de él que está anclado en el pasado», escribía Guy Debord en
su Panegírico.
El domingo 22 de diciembre se realizó una
movilización masiva en Mendoza, luego de la aprobación exprés (en ambas
cámaras) de la reforma a la Ley 7722. En asambleas se decidió que la
movilización arrancaría desde Eugenio Busto e iría sumando manifestantes
en cada pueblo hasta llegar al otro día a la capital mendocina y rodear
la Casa de Gobierno. Una semana antes, en Chubut se realizó otra gran
movilización en Gan Gan en contra de la megaminería. Rechazaron frente a
la Pan American Silver el ataque estatal-capitalista que intenta
imponer la explotación de la mayor mina de plata del mundo.
Luego de las marchas y protestas, Suárez
anunció en conferencia que no reglamentaría la nueva ley de minería
hasta tanto consiga consenso de todos los sectores sociales, aclarando
que «infundir el miedo no está haciendo bien al debate». Además se quejó
de una campaña contra la minería con mala información y resaltó que su
interés es generar puestos de trabajo de calidad, cuidando el ambiente.
«No queremos que los violentos ganen este debate por lo que vamos a
convocar al diálogo. Vamos a convocar al arzobispado, a las
universidades, a los sindicatos y a los partidos políticos». Es decir,
no van a hablar con nosotros sino entre quienes dicen representarnos y
participan de nuestra opresión. El gobierno nacional por boca del
ministro de Ambiente de la Nación, Juan Cabandié, consideró que Mendoza
se tenía que ocupar del tema, reforzando la idea de que este es un
“problema provincial”. Finalmente antes de terminado el año se derogó la ley. Pero la lucha no termina.
Así de “conservador” y anticuado se
expresa el proletariado de esas regiones. Sin duda hay mucho camino por
recorrer, mucho político y legalidad por descreer. Hace falta mucha más
confianza en nosotros mismos que en los gobernantes y sus legislaciones e
intenciones desmovilizadoras. Hace falta comenzar a vislumbrar un mundo
donde no tengamos que comparar el precio del oro con el del agua,
porque el agua no vale más que el oro ¡el agua no debería tener precio!
“El agua vale más que el oro” es una
consigna que nos ahoga en el mundo del intercambio de valores, donde las
decisiones son la consecuencia de un cálculo. Pero el agua no se
defiende por su valor frente a otros valores, sino porque su falta
significa la desaparición de la vida.
Con la lucha colectiva frenamos estos
atropellos. Sigamos alertas y movilizados. No a la megaminería. No al
fracking. No a los agrotóxicos. No a la energía nuclear. No es no.