Evidentemente se trata de una situación crítica que, impuesta de arriba hacia abajo, nos encuentra hiperatomizados. Por tanto, antes de agitar consignas o establecer proyectos de lucha social recordemos que esta situación no fue desatada por luchas grandes o pequeñas sino por el tratamiento que un puñado de Estados le dieron a una enfermedad que comenzaba a propagarse.
Seguramente haya quienes vean la verdadera cara de esta sociedad cuando sucede un sacudón de estas características: relativamente brusco y por sobre todo cercano. Otros ya veníamos percibiendo y enunciando las características de la sociedad capitalista en su conjunto. Bien, es momento de encontrarnos y reflexionar en común. No es un momento para suspender la reflexión ni la acción porque simplemente hay que aislarse, higienizarse y encerrarse. Por otra parte, pensar confinadamente conduce a conclusiones del propio confinamiento. Si bien siempre hay un momento de reflexión personal, no es suficiente. Incluso el llamado autoconocimiento también es con otros.
La burguesía reconoce en muchos artículos de su prensa que “el mundo que conocemos no volverá” y evidentemente será para beneficio del Capital. El panorama no es halagüeño. (ver cuadro)
Este brutal golpe mundial al proletariado ha incrementado el aislamiento, el individualismo, la desconfianza mutua, así como ha barrido de un plumazo con empleos y puede que modifique las formas de trabajo como ha hecho varias veces el Capital desde sus inicios. Finalmente, el encierro y el contacto reducido a lo virtual se han extendido por largas semanas, donde millones de personas no pudieron encontrarse, ni tocarse, ni olerse, pero se mantuvieron conectadas. Volvemos a subrayar que en esta cuarentena mundial se han criminalizado las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales.
Por su parte, miles de patrones finalmente pudieron reducir gastos enviando a sus empleados a trabajar desde la casa. A otros tantos los enviaron a su casa ya sea sin trabajo o sin sueldo. Los Estados van intensificando sus técnicas y tecnologías de control. Mayores controles de desplazamiento, aplicaciones en smartphones, monitoreo de comportamientos y pruebas sanitarias obligatorias. No sería extraño que China comience también a exportar, y en estas cuestiones lleva la delantera, su sistema meritocrático estatal desarrollado con tecnología para medir el “valor social” de cada ciudadano.
El ya implementado sistema de crédito de China es posible gracias a la combinación e integración de varias tecnologías como el big data, el reconocimiento facial y la monitorización de internet, ayudados además por más de 600.000 cámaras de vigilancia con inteligencia artificial. A eso es a lo que descaradamente llaman “comunismo”.
La mayoría de los gobiernos nacionales han salido fortalecidos en una situación sanitaria adversa a la que solo han podido responder con represión y confinamiento. Y la noción de Estado ha salido más fortalecida aún, porque bien ha hecho lo que debía o porque debe venir alguien que sí lo haga.
Hasta ahora la principal reacción ciudadana, de izquierda a derecha, ha sido solicitar al Estado efectividad en sus medidas sanitarias (pidiendo que se refuerce el aislamiento, la cuarentena y, de ser necesario, también la represión). Además, aunque en menor medida, se solicita agua potable y alimentos, parar los despidos, que se paguen los sueldos, mejores condiciones para quienes deben trabajar en estas cuarentenas y hasta reclamos por el cese del pago de alquileres e impuestos. Pero solicitar aislados y/o encerrados no es el mejor escenario para imponer nuestras necesidades. Más aún que en otras ocasiones, no hay lucha, sino demandas que fortalecen la legitimidad del Estado.
Pero no todo es paz y silencio. En esta situación comienzan las huelgas en la industria del automóvil en España, Italia y Canadá. Protestas por parte de los trabajadores de Amazon en Francia, España y Estados Unidos a causa de las condiciones de explotación. Huelgas de alquiler y ocupaciones en algunas ciudades de Estados Unidos.
También ha habido saqueos en diferentes países, y motines en cárceles y centros de detención en Italia, Francia, España, Alemania, Líbano, Argentina y Brasil, entre otros.
Y esto no parece que vaya a desaparecer sino a incrementarse. Pese al miedo, la desconfianza y el control, la solidaridad no se hace esperar, así como tampoco la autoorganización para dar pelea a las consecuencias sociales de una pandemia en un mundo capitalista. Pero aún son minoritarias las redes públicas o discretas entre vecinos, amigos y cercanos, así como ollas populares. La cuestión es cómo podemos evitar que estas luchas no acaben estranguladas por la desesperación o que sean meros gestos limitados en el tiempo y el espacio.
Desde un punto de vista radical, para ir a la raíz del problema, no se trata de proponer medidas que el Estado y el resto de la burguesía deban realizar para simplemente cumplir con su función, sino de imponer las necesidades, a pesar del Estado, que no está aquí más que para hacer prevalecer la ganancia frente a la vida.
Asumiendo que la vida bajo el Capital es una vida de muerte, de pandemias, de enfermedades productos de este modo de producción, tenemos que comenzar a actuar y pensar en cómo luchar contra estas condiciones de vida en este nuevo escenario. Tenemos que reflexionar por qué la burguesía, con los Estados a la cabeza, se lanzó a este tipo de medidas en este caso concreto. Y por supuesto discutir qué hacer, cómo combatir la idiotización mediática y, por sobre todo, cómo contraponernos a la mayor austeridad y control que se vienen.
A su vez, este parate generalizado de la producción y la circulación trajo aparejados drásticos cambios que, aunque no vayan a durar demasiado pueden darnos algunas pistas. Se ha sucedido una drástica reducción de la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de las personas que habitan las regiones afectadas, incluso bajando la cantidad de afecciones respiratorias por dicho motivo. Han disminuido notablemente, por ejemplo, los accidentes de tránsito y los mal llamados “accidentes laborales”, cuyas cifras “normales” de muertes no tienen nada que envidiar a una pandemia. Esta inesperada situación debería llevarnos a reflexionar acerca del correlato que alimentar al monstruo de la economía tiene en la destrucción del hábitat donde vivimos, o al menos lo intentamos. Mientras la cuarentena pasa, el aire se limpia y el agua se vuelve cristalina. No somos obtusos, somos conscientes de lo limitado y excepcional de estos fenómenos que se suceden al mismo tiempo que el monocultivo, la megaminería, la tala y tantas otras nocividades, que no se han detenido. Simplemente vemos y hacemos notar cómo el mundo se puede ir transformando en lapsos tan breves de tiempo.
Lamentablemente como fue decisión estatal paralizar la economía en determinadas regiones, la potestad de reiniciarla también corresponderá al Estado, y por esto, los momentáneos beneficios de dicha suspensión se verán revertidos en cuestión de días también. Sin embargo, estos ejemplos dejan una enseñanza al respecto de las prioridades de un sistema en la cual la producción de valor reina notablemente sobre la salud tanto de personas como del ecosistema terrestre mismo. Y nos impulsa a afirmar que el sistema productivo actual debe ser desmantelado para la supervivencia de la especie.
La realidad es tan perversa que confinados y temerosos deseamos volver a la normalidad, pero como gritan desde todas las regiones en revuelta a las que estas medidas han pausado momentáneamente: ¡La normalidad es el problema!
Seguramente haya quienes vean la verdadera cara de esta sociedad cuando sucede un sacudón de estas características: relativamente brusco y por sobre todo cercano. Otros ya veníamos percibiendo y enunciando las características de la sociedad capitalista en su conjunto. Bien, es momento de encontrarnos y reflexionar en común. No es un momento para suspender la reflexión ni la acción porque simplemente hay que aislarse, higienizarse y encerrarse. Por otra parte, pensar confinadamente conduce a conclusiones del propio confinamiento. Si bien siempre hay un momento de reflexión personal, no es suficiente. Incluso el llamado autoconocimiento también es con otros.
La burguesía reconoce en muchos artículos de su prensa que “el mundo que conocemos no volverá” y evidentemente será para beneficio del Capital. El panorama no es halagüeño. (ver cuadro)
Este brutal golpe mundial al proletariado ha incrementado el aislamiento, el individualismo, la desconfianza mutua, así como ha barrido de un plumazo con empleos y puede que modifique las formas de trabajo como ha hecho varias veces el Capital desde sus inicios. Finalmente, el encierro y el contacto reducido a lo virtual se han extendido por largas semanas, donde millones de personas no pudieron encontrarse, ni tocarse, ni olerse, pero se mantuvieron conectadas. Volvemos a subrayar que en esta cuarentena mundial se han criminalizado las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales.
Por su parte, miles de patrones finalmente pudieron reducir gastos enviando a sus empleados a trabajar desde la casa. A otros tantos los enviaron a su casa ya sea sin trabajo o sin sueldo. Los Estados van intensificando sus técnicas y tecnologías de control. Mayores controles de desplazamiento, aplicaciones en smartphones, monitoreo de comportamientos y pruebas sanitarias obligatorias. No sería extraño que China comience también a exportar, y en estas cuestiones lleva la delantera, su sistema meritocrático estatal desarrollado con tecnología para medir el “valor social” de cada ciudadano.
El ya implementado sistema de crédito de China es posible gracias a la combinación e integración de varias tecnologías como el big data, el reconocimiento facial y la monitorización de internet, ayudados además por más de 600.000 cámaras de vigilancia con inteligencia artificial. A eso es a lo que descaradamente llaman “comunismo”.
La mayoría de los gobiernos nacionales han salido fortalecidos en una situación sanitaria adversa a la que solo han podido responder con represión y confinamiento. Y la noción de Estado ha salido más fortalecida aún, porque bien ha hecho lo que debía o porque debe venir alguien que sí lo haga.
Hasta ahora la principal reacción ciudadana, de izquierda a derecha, ha sido solicitar al Estado efectividad en sus medidas sanitarias (pidiendo que se refuerce el aislamiento, la cuarentena y, de ser necesario, también la represión). Además, aunque en menor medida, se solicita agua potable y alimentos, parar los despidos, que se paguen los sueldos, mejores condiciones para quienes deben trabajar en estas cuarentenas y hasta reclamos por el cese del pago de alquileres e impuestos. Pero solicitar aislados y/o encerrados no es el mejor escenario para imponer nuestras necesidades. Más aún que en otras ocasiones, no hay lucha, sino demandas que fortalecen la legitimidad del Estado.
Pero no todo es paz y silencio. En esta situación comienzan las huelgas en la industria del automóvil en España, Italia y Canadá. Protestas por parte de los trabajadores de Amazon en Francia, España y Estados Unidos a causa de las condiciones de explotación. Huelgas de alquiler y ocupaciones en algunas ciudades de Estados Unidos.
También ha habido saqueos en diferentes países, y motines en cárceles y centros de detención en Italia, Francia, España, Alemania, Líbano, Argentina y Brasil, entre otros.
Y esto no parece que vaya a desaparecer sino a incrementarse. Pese al miedo, la desconfianza y el control, la solidaridad no se hace esperar, así como tampoco la autoorganización para dar pelea a las consecuencias sociales de una pandemia en un mundo capitalista. Pero aún son minoritarias las redes públicas o discretas entre vecinos, amigos y cercanos, así como ollas populares. La cuestión es cómo podemos evitar que estas luchas no acaben estranguladas por la desesperación o que sean meros gestos limitados en el tiempo y el espacio.
Desde un punto de vista radical, para ir a la raíz del problema, no se trata de proponer medidas que el Estado y el resto de la burguesía deban realizar para simplemente cumplir con su función, sino de imponer las necesidades, a pesar del Estado, que no está aquí más que para hacer prevalecer la ganancia frente a la vida.
Asumiendo que la vida bajo el Capital es una vida de muerte, de pandemias, de enfermedades productos de este modo de producción, tenemos que comenzar a actuar y pensar en cómo luchar contra estas condiciones de vida en este nuevo escenario. Tenemos que reflexionar por qué la burguesía, con los Estados a la cabeza, se lanzó a este tipo de medidas en este caso concreto. Y por supuesto discutir qué hacer, cómo combatir la idiotización mediática y, por sobre todo, cómo contraponernos a la mayor austeridad y control que se vienen.
A su vez, este parate generalizado de la producción y la circulación trajo aparejados drásticos cambios que, aunque no vayan a durar demasiado pueden darnos algunas pistas. Se ha sucedido una drástica reducción de la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de las personas que habitan las regiones afectadas, incluso bajando la cantidad de afecciones respiratorias por dicho motivo. Han disminuido notablemente, por ejemplo, los accidentes de tránsito y los mal llamados “accidentes laborales”, cuyas cifras “normales” de muertes no tienen nada que envidiar a una pandemia. Esta inesperada situación debería llevarnos a reflexionar acerca del correlato que alimentar al monstruo de la economía tiene en la destrucción del hábitat donde vivimos, o al menos lo intentamos. Mientras la cuarentena pasa, el aire se limpia y el agua se vuelve cristalina. No somos obtusos, somos conscientes de lo limitado y excepcional de estos fenómenos que se suceden al mismo tiempo que el monocultivo, la megaminería, la tala y tantas otras nocividades, que no se han detenido. Simplemente vemos y hacemos notar cómo el mundo se puede ir transformando en lapsos tan breves de tiempo.
Lamentablemente como fue decisión estatal paralizar la economía en determinadas regiones, la potestad de reiniciarla también corresponderá al Estado, y por esto, los momentáneos beneficios de dicha suspensión se verán revertidos en cuestión de días también. Sin embargo, estos ejemplos dejan una enseñanza al respecto de las prioridades de un sistema en la cual la producción de valor reina notablemente sobre la salud tanto de personas como del ecosistema terrestre mismo. Y nos impulsa a afirmar que el sistema productivo actual debe ser desmantelado para la supervivencia de la especie.
La realidad es tan perversa que confinados y temerosos deseamos volver a la normalidad, pero como gritan desde todas las regiones en revuelta a las que estas medidas han pausado momentáneamente: ¡La normalidad es el problema!
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