sábado, 17 de septiembre de 2016

UN PATRÓN ES UN PATRÓN

¿Qué podríamos decir de un empresario que explota a sus trabajadores y que en un momento dado decide dejar de pagar los salarios?

Digamos que esencialmente no debiese sorprendernos, tal el desarrollo de la economía, el negocio del burgués particular; pero que aún así no deja de provocarnos indignación y rabia. Nuestro desprecio debiese ser tan o más organizado que los planes para rearticular el funcionamiento de la producción de esa empresa.

¿Qué decir si este mismo empresario u empresaria maneja una cartera de licitaciones otorgadas por el Estado haciendo uso de dichos fondos para —además de acrecentar sus ganancias— ejercer el control social, forzando a responder a sus intereses particulares a quienes se vean “beneficiados” y velando por la represión de quien rechace tal chantaje?

Más indignación, algo de rabia. Tal vez no mucho más que desencanto ciudadano, pues tal es la dinámica que se denuncia en la “corrupción” de las instituciones. Pero hemos de tenerlo claro: el problema no es la corrupción, es el sistema todo.

Aun así, el péndulo del descontento del militante de izquierda o centroizquierda (si es que estas categorías tienen algún sentido) pareciera encontrar un magnetismo que escapa a las normas convencionales de la indignación cuando la acumulación capitalista es asegurada por alguno de sus pares. El patrón es visto con otros ojos y su participación en los negocios del Estado (cuando logra acunarse en su regazo) pareciera transmutarse de movimiento financiero a “movimiento social”, quedando todo cubierto por un fino manto de “promoción” e “integración social”. Toda indignación, toda rabia, toda expresión crítica que intente denunciar y luchar contra las fuerzas ciegas de la economía y del poder son borradas en nombre del progresismo, de la democracia, de la trayectoria de tal o cual militante.

Así las cosas, las condiciones materiales determinadas por el antagonismo de clases son ocultadas tras el velo de la ideología, pues para eso sirve la ideología. Es una fragmentación de la realidad en nombre de una idea, una falsa conciencia que parte de una doctrina y no de los hechos. Frente a la ideología política, la realidad es contundente: ¡no hay nada más parecido a un patrón de derecha que uno de izquierda!

En su necesidad, los proletarios se enfrentan al empresario–dirigente–militante que los explota, cara a cara con el patrón como lo que es. Los obreros empleados por Sueños Compartidos, a mediados del 2011, realizaron diferentes acciones de protesta en los complejos de viviendas en construcción en los que trabajaban en Capital Federal, Gran Buenos Aires, Rosario, Santiago del Estero y Salta. Esa lucha, huérfana de la solidaridad de los militantes de izquierda, fue una medida desesperada ante una realidad de sueldos e indemnizaciones por despidos impagos. Los patrones siempre buscan justificarse, más aún los de izquierda, y la Fundación Madres de Plaza de Mayo con Hebe de Bonafini a la cabeza se presenta como víctima del desvío de fondos llevado a cabo por su apoderado Sergio Schoklender. De lo único que se habla masivamente es de la corrupción y sus responsables, y de la utilización política del gobierno actual para avanzar sobre la oposición. Se habla del desvío de fondos, del exponencial crecimiento patrimonial de la Fundación y sus dirigentes, pero no de la explotación y el sometimiento que hace posible todo esto. De lo que se trata aquí es que Sueños Compartidos era una empresa constructora con más de 5000 empleados, con contratos millonarios con el Estado, donde se apremiaba a los trabajadores que buscaban organizarse por fuera de la UOCRA para luchar por sus necesidades, y en la que se los forzaba a trabajar en condiciones insanas y con jornadas excesivas en nombre de la noción de que «Madres no es una empresa», construyendo casas de Telgopor para otros pobres. Del mismo modo, correspondería referirse al rol de la organización Tupac Amaru o de los sindicatos y sus diferentes negociados a través de obras sociales, centros de capacitación, etc. Cuando el escándalo se desató en 2011, Hebe afirmó: «Los Schoklender son estafadores y traidores. Pero una cosa son ellos y otra son las Madres, que pusimos el cuerpo 34 años para reivindicar a nuestros hijos». La lucha de una organización, por más importante que haya sido, no puede llevarnos a seguir respetando a quienes se convirtieron en una empresa, una entidad apéndice del Estado, que llegó incluso a defender la intervención de gendarmería en los barrios.

No nos interesa deliberar respecto de los delitos económicos en juego, cuando la Justicia persigue y castiga a un burgués particular no se pone en peligro la burguesía en tanto que clase, y mucho menos la ideología que representa el acusado.

La Constitución Nacional está para defender la libertad de explotar y la privación de propiedad para la mayoría de los habitantes del territorio argentino. Los patrones no serán juzgados, naturalmente, por el robo permanente de tiempo, salud y energía a sus empleados, ni siquiera por la represión física que utilizan cuando los trabajadores demandan lo que la ley de los ricos les promete. Los patrones serán juzgados por evasión de impuestos, por corrupción, es decir, por lo que la Ley tipifica como delito: quitarle ilegalmente la propiedad a algún otro capitalista, no aportar lo debido a las arcas del Estado, etc. La Ley, incluso cuando se pronuncia contra algún burgués, existe para proteger la vida… de la burguesía, de sus instituciones y de esta paz de los cementerios.

Pero el “militante” sobreinformado de televisión y redes sociales, cargado de ideología por la universidad, el partido político o tal vez la tradición familiar, prefiere ignorar la lucha de clases, prefiere, en cambio, reproducir el gusto por lo que formalmente se le ha dicho que debe luchar, eligiendo las causas que más le provoquen identificación entre la multiplicidad de ofertas existentes, sin mediar ninguna contemplación de la realidad.

No vamos a extendernos en hacer la necesaria crítica a la dependencia ideológica que genera el mandato de líderes. A lo que estamos apuntando es más bien a la falacia de creer que la realidad de la dominación del Estado y el Capital se torna flexible según la conveniencia o incluso el gusto personal del militante.

Nuestro esfuerzo no intenta machacar con el dedo acusador a una Hebe de Bonafini o a una Milagro Sala, queremos hacer presente la miseria del militantismo, aquel que participa del funcionamiento del orden social al mismo tiempo que lo condena o simula hacerlo sin hacerse cargo de la realidad social en la que vive.

Es evidente que hay intereses burgueses en la condena pública y el procesamiento jurídico a estos patrones de izquierda, no somos incautos, sabemos que entre jefes hay competencia, incluso sabemos que la competencia es el motor de su movimiento, basta leer las portadas de los diarios y las intrigas palaciegas que alimentan la política. Pero no podemos olvidar tratarlos como lo que son: patrones. Y no son patrones porque aquí lo escribimos, lo son pues se han erigido en ello.

La relación salarial no sirve para explicarlo todo, pero cuando no tenemos en cuenta nuestra posición en el antagonismo social terminamos defendiendo al empresario local frente al extranjero, al que sonríe frente al que no, al que antes no era burgués frente al que siempre lo fue. Si bien generalmente los burgueses vienen tras generaciones de dominadores, hay nuevos ricos que proceden de familia obrera y pobre. Claro, serán vistos con desprecio por esos burgueses de familia de renombre, pero el mercado mundial no discrimina raigambre a la hora de hacer circular y multiplicar dinero.

Desde nuestra perspectiva, la de los trabajadores que se las han visto con su explotación, estos individuos no merecen otra contemplación que la que se tiene con cualquier burgués.

1 comentario:

  1. Creo que tendrían que definir primero qué dicen cuando dicen izquierda... pensar que M. Salas es de izquierda revela que utilizan un concepto muy amplio e imposible que no devenga en equivocos

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