Este 12 de octubre se cumplen 522 años del día en el que Don Cristóbal Colón y los suyos avistaron el continente que luego sería denominado América. Dedicarle un artículo, rememorar este acontecimiento, no implica de ningún modo la intención de reivindicar la “diversidad cultural” o el aclamado latinoamericanismo por los izquierdistas de todos los colores, que oponen países del norte y países del sur, pueblos originarios y europeos, y que de este modo ocultan el verdadero antagonismo entre proletariado y Capital que se da a lo largo y a lo ancho del planeta. Por el contrario, si nos detenemos en este fecha, es porque creemos necesario volver sobre nuestra historia, como herederos de todas las clases explotadas del pasado, para combatir las falsificaciones que han hecho de ellas los ideólogos del capitalismo y reforzar la lucha contra la realidad que hoy nos oprime.
El 12 de octubre no representa el “encuentro de dos mundos”: ese fue el día en que comenzó una de las más atroces guerras. En términos generales se produjo en América una destrucción poblacional de un 90 por ciento, es decir, la pérdida de aproximadamente 70 millones de seres humanos (y esto sin contar los esclavos extirpados de África). Todo tipo de comparación entre atrocidades puede ser una atrocidad, pero dada la propaganda que se le da a algunas y el ocultamiento sistemático que se mantiene en torno a otras, no podemos dejar de señalar que ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con la hecatombe desencadenada en suelo americano a partir de 1492.
Tampoco es cierto que el mal llamado “descubrimiento” (el hombre de hecho llegó a este continente hace, por lo menos, 15 mil años) haya sido un acontecimiento casual. Fue más bien la culminación de un proceso acumulativo de experiencias de exploración y conquista y de perfeccionamientos tecnológicos que se dieron en los años previos a la colonización, en algunos países de Europa, especialmente en Portugal y España. En el siglo XV las experiencias de Portugal en la exploración atlántica hacia el sur respondieron a las necesidades tanto de la nobleza debilitada como a las de los mercaderes por extender las rutas comerciales. Luego de varias expediciones infructuosas, recién a mediados del siglo XV se beneficiaron con tierras con recursos como marfil, pimienta y oro, pero sobre todo con el tráfico de esclavos negros. Esto llevó a nuevas inversiones en innovaciones y técnicas de navegación, que los españoles aprovecharon para su propias expediciones hacia oriente.
En esos momentos, las distintas regiones europeas comenzaban ya a especializarse en la producción para el comercio a larga distancia, los mercaderes se constituían en la figura clave del período en que la producción para el intercambio comenzaba a generalizarse, cada vez más desligada de las necesidades directas. Florecían ciudades puertos como Brujas, Amberes y Amsterdam, a la vez que se introducían múltiples innovaciones en los diversos tipos de financiación, tales como letras de cambio, créditos, etc.
Fue en este escenario de acumulación primitiva u originaria del Capital, que se desplegó en todo el mundo conocido en el este del globo, que Colón concretó su expedición con el objetivo de llegar a China por el camino occidental “directo”.
Tal como advierte Marx, «El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria.» (Marx, El Capital).
Pero las necesidades del mercado mundial de expandirse no sólo empujaron a la colonización y búsqueda de nuevos territorios para explotar. En Europa se implementó, por distintos medios, la privatización de la tierra, expulsión de inquilinos, aumento de las rentas e incremento de los impuestos por parte del Estado, lo que produjo el endeudamiento y la venta de tierras que se fueron acumulando en pocas manos. Los precios de los alimentos, que durante dos siglos habían permanecido estancados, comenzaron a aumentar. A este fenómeno “inflacionario” se le llamó La Revolución de los Precios, debido a sus devastadoras consecuencias sociales, y fue atribuido a la llegada del oro y la plata de América.
A su vez, es revelador saber que la mayor parte del oro acabó en templos en la India, y la abrumadora mayoría de la plata fue enviada a China. De hecho, Europa había exportado oro y plata a oriente desde tiempos de Roma. Los primeros años de expansión europea fueron en gran medida producto de la necesidad de nuevas fuentes de oro y plata con qué pagar los lujos orientales.
Fue durante esta temprana época que Cristóbal Colón arribó a América y los imperios español y portugués se hicieron de vastas fuentes de metales preciosos, que se explotaron de manera sistemática y despiadada. Nada de todo esto habría sido posible de no ser por la demanda asiática de metales preciosos, prácticamente ilimitada.
Todo este proceso acelerado de acumulación, intercambio mercantil y trastocamiento profundo de la forma de vida y las relaciones de producción hubiera sido imposible sin una violencia mortal y despiadada. Y no sólo en ultramar, sino también en gran parte de Europa, donde la primera reacción a esta revolución de los precios y a los subsiguientes cercados de campos comunitarios no fue muy diferente de la que se había dado poco tiempo atrás en China: miles de ex campesinos forzados a huir de sus aldeas para convertirse en vagabundos protagonizaron intensas y repetidas insurrecciones populares.
Las resistencias y luchas contra la barbarie de la civilización capitalista también estallaron y cubrieron el continente americano, sucediéndose, de los quilombos de negros —oasis de libertad de fugitivos tierra adentro— a los mapuches haciéndole tragar oro líquido a Valdivia por su sanguinaria ambición; de la revuelta de las mujeres guaraníes en 1539 al grito de “matemos a nuestros maridos”, refiriéndose a los conquistadores, quienes hacían de su pene otra arma de conquista, al dramático cuadro de los Tainos y Arawakos en el Caribe, matando a sus propios hijos y haciendo del suicidio un acto de resistencia para no perder la vida trabajando para otro, para no entregarla a la ambición y la avaricia.
La historia del Capital y de las luchas contra su surgimiento y desarrollo, nos demuestra su carácter mundial y destructivo desde sus inicios. Lejos está de ser un desarrollo natural de la especie; este sistema sólo pudo llegar a ser lo que es hoy gracias a la aniquilación y utilización de todas las diversas formas de vida y de vinculación con el mundo y entre humanos que existían en la Tierra y que se le opusieron como pudieron.
Otra vez, hacer memoria, nos recuerda que «el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».
El 12 de octubre no representa el “encuentro de dos mundos”: ese fue el día en que comenzó una de las más atroces guerras. En términos generales se produjo en América una destrucción poblacional de un 90 por ciento, es decir, la pérdida de aproximadamente 70 millones de seres humanos (y esto sin contar los esclavos extirpados de África). Todo tipo de comparación entre atrocidades puede ser una atrocidad, pero dada la propaganda que se le da a algunas y el ocultamiento sistemático que se mantiene en torno a otras, no podemos dejar de señalar que ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con la hecatombe desencadenada en suelo americano a partir de 1492.
Tampoco es cierto que el mal llamado “descubrimiento” (el hombre de hecho llegó a este continente hace, por lo menos, 15 mil años) haya sido un acontecimiento casual. Fue más bien la culminación de un proceso acumulativo de experiencias de exploración y conquista y de perfeccionamientos tecnológicos que se dieron en los años previos a la colonización, en algunos países de Europa, especialmente en Portugal y España. En el siglo XV las experiencias de Portugal en la exploración atlántica hacia el sur respondieron a las necesidades tanto de la nobleza debilitada como a las de los mercaderes por extender las rutas comerciales. Luego de varias expediciones infructuosas, recién a mediados del siglo XV se beneficiaron con tierras con recursos como marfil, pimienta y oro, pero sobre todo con el tráfico de esclavos negros. Esto llevó a nuevas inversiones en innovaciones y técnicas de navegación, que los españoles aprovecharon para su propias expediciones hacia oriente.
En esos momentos, las distintas regiones europeas comenzaban ya a especializarse en la producción para el comercio a larga distancia, los mercaderes se constituían en la figura clave del período en que la producción para el intercambio comenzaba a generalizarse, cada vez más desligada de las necesidades directas. Florecían ciudades puertos como Brujas, Amberes y Amsterdam, a la vez que se introducían múltiples innovaciones en los diversos tipos de financiación, tales como letras de cambio, créditos, etc.
Fue en este escenario de acumulación primitiva u originaria del Capital, que se desplegó en todo el mundo conocido en el este del globo, que Colón concretó su expedición con el objetivo de llegar a China por el camino occidental “directo”.
Tal como advierte Marx, «El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria.» (Marx, El Capital).
Pero las necesidades del mercado mundial de expandirse no sólo empujaron a la colonización y búsqueda de nuevos territorios para explotar. En Europa se implementó, por distintos medios, la privatización de la tierra, expulsión de inquilinos, aumento de las rentas e incremento de los impuestos por parte del Estado, lo que produjo el endeudamiento y la venta de tierras que se fueron acumulando en pocas manos. Los precios de los alimentos, que durante dos siglos habían permanecido estancados, comenzaron a aumentar. A este fenómeno “inflacionario” se le llamó La Revolución de los Precios, debido a sus devastadoras consecuencias sociales, y fue atribuido a la llegada del oro y la plata de América.
A su vez, es revelador saber que la mayor parte del oro acabó en templos en la India, y la abrumadora mayoría de la plata fue enviada a China. De hecho, Europa había exportado oro y plata a oriente desde tiempos de Roma. Los primeros años de expansión europea fueron en gran medida producto de la necesidad de nuevas fuentes de oro y plata con qué pagar los lujos orientales.
Fue durante esta temprana época que Cristóbal Colón arribó a América y los imperios español y portugués se hicieron de vastas fuentes de metales preciosos, que se explotaron de manera sistemática y despiadada. Nada de todo esto habría sido posible de no ser por la demanda asiática de metales preciosos, prácticamente ilimitada.
Todo este proceso acelerado de acumulación, intercambio mercantil y trastocamiento profundo de la forma de vida y las relaciones de producción hubiera sido imposible sin una violencia mortal y despiadada. Y no sólo en ultramar, sino también en gran parte de Europa, donde la primera reacción a esta revolución de los precios y a los subsiguientes cercados de campos comunitarios no fue muy diferente de la que se había dado poco tiempo atrás en China: miles de ex campesinos forzados a huir de sus aldeas para convertirse en vagabundos protagonizaron intensas y repetidas insurrecciones populares.
Las resistencias y luchas contra la barbarie de la civilización capitalista también estallaron y cubrieron el continente americano, sucediéndose, de los quilombos de negros —oasis de libertad de fugitivos tierra adentro— a los mapuches haciéndole tragar oro líquido a Valdivia por su sanguinaria ambición; de la revuelta de las mujeres guaraníes en 1539 al grito de “matemos a nuestros maridos”, refiriéndose a los conquistadores, quienes hacían de su pene otra arma de conquista, al dramático cuadro de los Tainos y Arawakos en el Caribe, matando a sus propios hijos y haciendo del suicidio un acto de resistencia para no perder la vida trabajando para otro, para no entregarla a la ambición y la avaricia.
La historia del Capital y de las luchas contra su surgimiento y desarrollo, nos demuestra su carácter mundial y destructivo desde sus inicios. Lejos está de ser un desarrollo natural de la especie; este sistema sólo pudo llegar a ser lo que es hoy gracias a la aniquilación y utilización de todas las diversas formas de vida y de vinculación con el mundo y entre humanos que existían en la Tierra y que se le opusieron como pudieron.
Otra vez, hacer memoria, nos recuerda que «el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».
https://inter-rev.foroactivo.com/t10540-la-conquista-de-america-y-el-desarollo-del-mercado-mundial#84505
ResponderEliminarhttps://inter-rev.foroactivo.com/t10496-lavando-la-cara-con-coartadas-al-colonialismo-y-el-imperialismo-espanol