Se pueden abordar las luchas en curso explicando las revueltas mediante lo que dicen los auto proclamados representantes de las mismas o lo que dicen los analistas políticos y periodistas. Incluso se pueden abordar mirando las banderas nacionales (cuando las hay) o las consignas que, no casualmente, son mayormente difundidas por la opinión pública. Del mismo modo, se puede abordar el conflicto escuchando a cada individuo aislado, es decir privado del movimiento del que forma parte. Pero tenemos que saber que un movimiento en lucha no es una agregación de individuos cada uno con sus problemas y sus soluciones individuales. Y que la ideología dominante será la de la clase dominante mientras exista el Capital.
A las ya tradicionales banderas nacionales, en cada manifestación, vemos también cada vez más manifestantes con sus propios carteles. A primera vista, y naturalmente, estos son más simpáticos que los trapos de colores, sin embargo, muestran también el grado de atomización social en el cual vivimos. Cada cartel busca ser original, inteligente, mostrando los problemas propios, en una lógica de sacar las redes sociales a la calle, incluso no ha faltado quien ha impreso sus “memes”. Esto tiene dos características, por un lado, saca a la calle los problemas del ámbito privado, y muestra que los problemas individuales son algo común, por el otro, esa búsqueda de originalidad se conecta con el movimiento desde el problema personal. Esos son nuestros tiempos, ni mejores ni peores.
Es necesario, entonces, poder ir más allá de los discursos y los individuos, para comprender el contenido expresado por la propia actividad colectiva del proletariado en revuelta, por las necesidades que se expresan en la misma lucha, por el claro mensaje de sus acciones, sin poner todo el énfasis en lo que el movimiento dice, ni mucho menos lo que dicen del movimiento.
Una cosa es reivindicar el movimiento proletario comprendiendo sus alcances y sus limitaciones, y otra muy distinta es reivindicar la alternativa burguesa para los proletarios, o mejor dicho la fórmula que encontró la burguesía para canalizar el antagonismo de clases: el electoralismo, el gestionismo económico, el populismo, el legalismo (y sus derechos), el nacionalismo. Es decir, según la burguesía, el proletariado jamás saldría a la calle para luchar directamente por sus necesidades, y en última instancia por la necesidad de revolución, sino que lo harían siempre para cambiar la careta de la dominación. La burguesía muestra como triunfo lo que es en realidad nuestra derrota: haber logrado convencer a los oprimidos que lo mejor que podían hacer era abandonar la lucha, para preparar la próxima campaña electoral, trabajar, endeudarse, obedecer, consumir, rezar y dialogar con el Estado.
Para los representantes de la normalidad nada se parece a nada. Así cada pueblo tendría sus problemas, sus ideas y su solución, cada pueblo debería auto determinarse de acuerdo a sus particularidades, cada condición sexual, cada sector de trabajadores dividido por oficio, cada franja etárea, incluso cada grupo humano definido por gustos particulares. Esa es la mejor manera de impedir que el proletariado asuma su organicidad. Por el contrario, el capitalismo –¡y no nosotros!– ha dividido el mundo en dos grandes campos enemigos: el proletario y el burgués, y en estas ocasiones de agudización social nos obliga a reunirnos y actuar en común.
Es en la acción directa cotidiana contra el Capital, y no en una concentración o multisectorial, que nos unificamos en base al conjunto de intereses revolucionarios, independientemente de las ilusiones y clarificaciones teóricas que tenga cada proletario. Para tender a centralizar nuestra fuerza y organizar esa acción, nos unificamos en diversas formas de coordinación. Luchando en todas partes contra el mismo enemigo y con una proyectualidad común. Es decir, actuando con una misma perspectiva y descentralizados geográficamente, yendo de este modo en contra de unos de los mayores triunfos de la burguesía: las fronteras nacionales.
Es importante mantener la premisa de enfrentar en cada región a la propia burguesía y al propio Estado, no como un mandato voluntarista de extensión de la revuelta a como dé lugar, sino como una perspectiva común en la actividad cotidiana en cada lugar.
«No hay que olvidar que también es fundamental asumir toda una serie de tareas en los lugares donde la paz social no se acaba de romper. Claro que las mismas no tienen nada que ver con limitarse a la cuestión antirrepresiva o/y movilizaciones en embajadas y consulados que son terreno abonado para discursos reformistas y de derechos, con quejas y condenas contra los “excesos del Estado”. Ni por supuesto con defender la revuelta en tanto “pueblo que no aguanta más” y que es “reprimido brutalmente”. Estas prácticas permiten precisamente a fracciones progresistas liquidar la verdadera solidaridad de clase, hacer de la revuelta y su necesidad algo de otros lugares, ajeno, lo que justifica negarla en su propio territorio defendiendo la paz democrática y los llamados a votar al mal menor. Por el contrario, la solidaridad de clase defiende la revuelta como expresión de nuestra comunidad de lucha contra el capital, como una misma lucha contra un mismo enemigo mundial. Claro que, las necesidades y tareas que se pueden asumir en los diversos lugares viene condicionada, no por la voluntad o determinación de grupos militantes, sino por la correlación de fuerzas locales. Desde luego es necesario crear instancias y comités de solidaridad, para centralizar y difundir las distintas informaciones de la lucha, así como lo que se realiza al interior de la revuelta (la sociabilidad, los saqueos, la organización comunitaria, la autodefensa, los comunicados compañeros etc.); para contraponernos a las mentiras de los medios de comunicación, a las canalizaciones socialdemócratas; para crear redes de ayuda con los refugiados, etc. En definitiva, hay que impulsar la estructuración de nuestra comunidad de lucha internacional, buscar formas de satisfacer las necesidades que se nos plantean en la lucha y saltar los obstáculos que nos encontramos.» (Proletarios Internacionalistas, Revuelta internacional contra el capitalismo mundial. Noviembre 2019)
Debemos señalar también las debilidades y limitaciones de las luchas en curso, no para apartarlas y sumarse cuando todo sea perfecto (según el gusto de cada quien) sino para mejorarlas, intensificarlas, para contribuir a esta acción común. Quienes no critican las posiciones burguesas de los proletarios combativos, populismo obliga, son totalmente incapaces de contribuir a hacer un balance y morirán repitiendo la perorata de lo que es y era evidente: "los enemigos nos trataron mal" y/o "los traidores nos traicionaron". Y la lucha de clases continuará su curso con sus llantos como telón de fondo.
Dejemos que los economistas lloren sus millones perdidos, los urbanistas sus paisajes inhabitables destruidos, dejemos que los sociólogos se quejen del absurdo de la revuelta, los curas y pastores sufran por sus iglesias y templos que ahora sí iluminan, y los aspirantes a representarnos perdidos en su desorientación. El papel de una publicación que aspira a ser y hacer la revolución es no sólo darles la razón a los rebeldes, sino también contribuir a darles sus razones, que son las nuestras, que son las de todos. Explicar con palabras la verdad cuya búsqueda expresa esa acción práctica. Porque la crítica teórica y la crítica práctica se explican una a la otra, incluso cuando se hallan relativamente separadas.
A las ya tradicionales banderas nacionales, en cada manifestación, vemos también cada vez más manifestantes con sus propios carteles. A primera vista, y naturalmente, estos son más simpáticos que los trapos de colores, sin embargo, muestran también el grado de atomización social en el cual vivimos. Cada cartel busca ser original, inteligente, mostrando los problemas propios, en una lógica de sacar las redes sociales a la calle, incluso no ha faltado quien ha impreso sus “memes”. Esto tiene dos características, por un lado, saca a la calle los problemas del ámbito privado, y muestra que los problemas individuales son algo común, por el otro, esa búsqueda de originalidad se conecta con el movimiento desde el problema personal. Esos son nuestros tiempos, ni mejores ni peores.
Es necesario, entonces, poder ir más allá de los discursos y los individuos, para comprender el contenido expresado por la propia actividad colectiva del proletariado en revuelta, por las necesidades que se expresan en la misma lucha, por el claro mensaje de sus acciones, sin poner todo el énfasis en lo que el movimiento dice, ni mucho menos lo que dicen del movimiento.
Una cosa es reivindicar el movimiento proletario comprendiendo sus alcances y sus limitaciones, y otra muy distinta es reivindicar la alternativa burguesa para los proletarios, o mejor dicho la fórmula que encontró la burguesía para canalizar el antagonismo de clases: el electoralismo, el gestionismo económico, el populismo, el legalismo (y sus derechos), el nacionalismo. Es decir, según la burguesía, el proletariado jamás saldría a la calle para luchar directamente por sus necesidades, y en última instancia por la necesidad de revolución, sino que lo harían siempre para cambiar la careta de la dominación. La burguesía muestra como triunfo lo que es en realidad nuestra derrota: haber logrado convencer a los oprimidos que lo mejor que podían hacer era abandonar la lucha, para preparar la próxima campaña electoral, trabajar, endeudarse, obedecer, consumir, rezar y dialogar con el Estado.
Para los representantes de la normalidad nada se parece a nada. Así cada pueblo tendría sus problemas, sus ideas y su solución, cada pueblo debería auto determinarse de acuerdo a sus particularidades, cada condición sexual, cada sector de trabajadores dividido por oficio, cada franja etárea, incluso cada grupo humano definido por gustos particulares. Esa es la mejor manera de impedir que el proletariado asuma su organicidad. Por el contrario, el capitalismo –¡y no nosotros!– ha dividido el mundo en dos grandes campos enemigos: el proletario y el burgués, y en estas ocasiones de agudización social nos obliga a reunirnos y actuar en común.
Es en la acción directa cotidiana contra el Capital, y no en una concentración o multisectorial, que nos unificamos en base al conjunto de intereses revolucionarios, independientemente de las ilusiones y clarificaciones teóricas que tenga cada proletario. Para tender a centralizar nuestra fuerza y organizar esa acción, nos unificamos en diversas formas de coordinación. Luchando en todas partes contra el mismo enemigo y con una proyectualidad común. Es decir, actuando con una misma perspectiva y descentralizados geográficamente, yendo de este modo en contra de unos de los mayores triunfos de la burguesía: las fronteras nacionales.
Es importante mantener la premisa de enfrentar en cada región a la propia burguesía y al propio Estado, no como un mandato voluntarista de extensión de la revuelta a como dé lugar, sino como una perspectiva común en la actividad cotidiana en cada lugar.
«No hay que olvidar que también es fundamental asumir toda una serie de tareas en los lugares donde la paz social no se acaba de romper. Claro que las mismas no tienen nada que ver con limitarse a la cuestión antirrepresiva o/y movilizaciones en embajadas y consulados que son terreno abonado para discursos reformistas y de derechos, con quejas y condenas contra los “excesos del Estado”. Ni por supuesto con defender la revuelta en tanto “pueblo que no aguanta más” y que es “reprimido brutalmente”. Estas prácticas permiten precisamente a fracciones progresistas liquidar la verdadera solidaridad de clase, hacer de la revuelta y su necesidad algo de otros lugares, ajeno, lo que justifica negarla en su propio territorio defendiendo la paz democrática y los llamados a votar al mal menor. Por el contrario, la solidaridad de clase defiende la revuelta como expresión de nuestra comunidad de lucha contra el capital, como una misma lucha contra un mismo enemigo mundial. Claro que, las necesidades y tareas que se pueden asumir en los diversos lugares viene condicionada, no por la voluntad o determinación de grupos militantes, sino por la correlación de fuerzas locales. Desde luego es necesario crear instancias y comités de solidaridad, para centralizar y difundir las distintas informaciones de la lucha, así como lo que se realiza al interior de la revuelta (la sociabilidad, los saqueos, la organización comunitaria, la autodefensa, los comunicados compañeros etc.); para contraponernos a las mentiras de los medios de comunicación, a las canalizaciones socialdemócratas; para crear redes de ayuda con los refugiados, etc. En definitiva, hay que impulsar la estructuración de nuestra comunidad de lucha internacional, buscar formas de satisfacer las necesidades que se nos plantean en la lucha y saltar los obstáculos que nos encontramos.» (Proletarios Internacionalistas, Revuelta internacional contra el capitalismo mundial. Noviembre 2019)
Debemos señalar también las debilidades y limitaciones de las luchas en curso, no para apartarlas y sumarse cuando todo sea perfecto (según el gusto de cada quien) sino para mejorarlas, intensificarlas, para contribuir a esta acción común. Quienes no critican las posiciones burguesas de los proletarios combativos, populismo obliga, son totalmente incapaces de contribuir a hacer un balance y morirán repitiendo la perorata de lo que es y era evidente: "los enemigos nos trataron mal" y/o "los traidores nos traicionaron". Y la lucha de clases continuará su curso con sus llantos como telón de fondo.
Dejemos que los economistas lloren sus millones perdidos, los urbanistas sus paisajes inhabitables destruidos, dejemos que los sociólogos se quejen del absurdo de la revuelta, los curas y pastores sufran por sus iglesias y templos que ahora sí iluminan, y los aspirantes a representarnos perdidos en su desorientación. El papel de una publicación que aspira a ser y hacer la revolución es no sólo darles la razón a los rebeldes, sino también contribuir a darles sus razones, que son las nuestras, que son las de todos. Explicar con palabras la verdad cuya búsqueda expresa esa acción práctica. Porque la crítica teórica y la crítica práctica se explican una a la otra, incluso cuando se hallan relativamente separadas.
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