domingo, 26 de abril de 2020

EL TRABAJO ES LA PESTE

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El trabajo mata. El trabajo enferma. «Me matan si no trabajo y si trabajo me matan.» La existencia del trabajo mata, tengamos o no un empleo. Matan e invalidan los automóviles que transportan o van y vienen del trabajo. Matan, invalidan y enferman las máquinas del taller y la fábrica. Mata, golpea y humilla la división sexual del trabajo. Mata y envenena la producción de alimentos y materias primas. Mata y hambrea y la falta de trabajo. Mata mediante suicidio y enferma la falta de trabajo.

En un mundo con trabajo jamás habrá suficiente para todos. El desempleo es una condición del mundo del trabajo. El desempleo es un rasgo permanente y estructural de la sociedad capitalista, que precisa de una masa de desocupados para garantizar bajos costos salariales y condiciones laborales siempre deficientes. En otras palabras, si todos estuviésemos empleados o tuviésemos la posibilidad de cambiar de un empleo a otro podríamos exigir siempre mejores sueldos o mejores condiciones laborales sin el fantasma del desempleo pisándonos los talones.

Sin embargo, nuestra realidad es que quienes somos privados de nuestros medios de producción generalmente debemos vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Aunque existen otras posibilidades como sobrevivir a costa de ayudas estatales o del robo o la estafa, lo cual se asemeja bastante a un laburo.

El término proletariado es relativamente antiguo, tiene más de 2000 años y se rastrean sus orígenes en el Imperio romano. Los proletarii (los que crían hijos) eran quienes conformaban la clase social más baja (la sexta clase), los pobres sin tierra. Exentos del servicio militar y de impuestos, carecían de propiedades y solamente podían aportar prole (hijos) para engrosar los ejércitos del imperio. El término fue rescatado por Karl Marx, seguramente en sus estudios de Derecho romano, para identificar en el capitalismo a la clase sin propiedades ni recursos más que su fuerza de trabajo y sus hijos. Los proletarios modernos que, privados de medios de producción propios, nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para poder existir.

En unos viejos manuscritos de Marx, de 1844, señalaba que: «en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. (…) Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro.»

Por tanto, es evidente que cuando insistimos otro 1° de mayo con la consigna «¡Abajo el trabajo!» no estamos proponiendo abandonar el empleo mientras existe el mundo del trabajo, sino que proponemos la lucha por abolir la sociedad del trabajo, y por tanto de la propiedad y de su administrador: el Estado. No proponemos dejarnos morir de frío y hambre sino luchar por un mundo sin dinero: el comunismo. Para que nuestra especie pueda satisfacer en común sus necesidades de alimento y techo, así como de goce y creatividad sin convertirlas en una coartada para generar ganancias y jerarquías sociales.

Índice de mortalidad

De acuerdo al Informe Anual de Asesinatos Laborales en Argentina ha muerto más de un trabajador por día en su puesto de trabajo en el año 2019: «Considerando los días laborables, es decir quitando domingos y feriados, la recurrencia se traduce en una trabajadora o trabajador cada 14 horas.»

El espacio Basta de Asesinatos Laborales (BAL), desde el año 2018 y mediante un observatorio propio, realiza un relevamiento de los asesinatos laborales en Argentina, recopilando todas las noticias publicadas por medios de comunicación y relevando las cifras oficiales que publica la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT). Desde el espacio señalan a su vez que en el último informe han logrado incluir buena parte de aquellos perpetrados sobre trabajadores no formales, a la vez que comenzaron a analizar los casos de enfermedades laborales que no concluyen en muertes.(1)

Estiman que aproximadamente 200 de los 534 casos relevados en el presente informe no fueron reconocidos por ninguna patronal ni cubiertos por ninguna Aseguradora de Riegos de Trabajo (ART).

Es importante recordar que en este informe sólo se incluyen las muertes en el lugar de trabajo, excluyéndose los asesinatos llamados in itinere (en el desplazamiento de la casa al trabajo y del trabajo a la casa). Históricamente, sabemos, esos asesinatos, que tampoco accidentes, son de una magnitud semejante a los ocurridos en el trabajo.

La causa más numerosa de muertes laborales es el choque de vehículos. Esto se da especialmente en transporte de cargas pero afecta también a otros trabajadores que desarrollan sus tareas en la vía pública. Y nos es imposible separar esto de la peste urbanística. Los denominados accidentes de tránsito son una de las principales causas de muerte en el mundo entero. La experiencia nos demuestra que mientras existan ciudades y automóviles no se podrán evitar, por más campañas de concientización que se realicen. El automóvil se apropia de las calles de la ciudad con una agresividad comparable a los tanques de guerra en territorio enemigo. No solo las rutas y autopistas, la ciudad está diseñada para el transporte, por tanto es más bien excluyente de los seres vivos o los incluye en tanto que transporte de la mercancía fuerza de trabajo.

Debemos señalar la falta de descanso, el apremio por los tiempos, la falta de personal, el no respeto por el descanso entre jornadas, así como la falta de mantenimiento de los vehículos. Pero tampoco podemos plantear aisladamente el problema del transporte, debemos ligarlo siempre al problema de la ciudad, de la división social del trabajo y la división del espacio capitalista: un lugar para trabajar, otro lugar para alojarse, otro para aprovisionarse, otro para instruirse y otro para divertirse.

En segundo lugar se encuentra la construcción, donde son altamente frecuentes los “accidentes” de todo tipo. Y aquí se deben hacer algunas precisiones. En esta rama, el trabajo no registrado es mucho mayor que en la mayoría de las actividades (abarca más del 40% de los trabajadores asalariados), y además hay un alto porcentaje de falsos cuentapropistas que en realidad trabajan para empresas constructoras. Las principales causas de muerte suelen ser el derrumbe o desplome de edificios y las caídas de altura. Ambas formas son indicadores claros de trabajo en condiciones precarias, sin equipamiento ni instalaciones seguras.

En tercer lugar, nos encontramos con la actividad agropecuaria, donde el trabajo precario es moneda corriente. Aquí debemos tener en cuenta que, al igual que en la construcción, el trabajo no registrado es muy elevado (llegando a casi al 50%), de modo que el subregistro de las muertes también es muy pronunciado en este sector.

También cabe señalar la importante, e inesperada, cantidad de muertes detectadas en la rama de la administración pública y la educación. Demostrando que los asesinatos laborales no se dan sólo en el ámbito privado sino también entre los trabajadores del Estado, y que no es necesario estar en zonas o trabajos de riesgo para morir por las ganancias de un burgués y por el mantenimiento del orden capitalista.

En base al relevamiento del Informe de BAL cerca de la mitad de los trabajadores muertos eran personas jóvenes, menores a los 40 años. La edad promedio es de 42 años. Pero también resaltan aquellos casos de personas de edad avanzada, que deberían estar jubiladas y murieron trabajando para, contradictoriamente, ganarse la vida. Además, como se señaló en el anuario 2019, se conocen casos de personas jóvenes, en su primer empleo o sus primeros días de trabajo, que fueron enviadas por las jefaturas a realizar tareas muy peligrosas, sin la capacitación adecuada y los elementos de seguridad necesarios.

En este marco, quienes confeccionaron el Informe comparten una inquietud respecto de los datos de su observatorio: la baja proporción de mujeres que hay en la totalidad de los asesinatos laborales relevados, los cuales constituyen el 10% de los casos. Señalan también que, al ser mayormente elaborados a partir de las noticias publicadas en distintos medios de comunicación, lamentablemente los datos reproducen la carencia de información sobre otras identidades de género que pueden ser invisibilizadas en la construcción de las noticias.

Podemos agregar que, en Argentina, según datos del 2015, el porcentaje de las mujeres que trabajan o buscan hacerlo se ubicó en 66,6% si se considera a la población de entre 25 y 54 años. Entre los hombres, en cambio, en ese rango de edades el índice llega a 94,3%.

Las cifras en Argentina son muy ilustrativas: en cuanto a las denominadas actividades primarias (agricultura, ganadería, pesca, caza, forestal, minería) la participación de mujeres es mucho menor, al igual que en la industria, el sector de electricidad, agua y gas, así como en la construcción. En el comercio la relación no es tan drástica, y aún más equilibrada en lo que refiere a servicios. En salud y educación la proporción de mujeres es mayor, y alcanza el 99% en el trabajo doméstico. Del mismo modo en la prostituciín la amplia mayoría de quienes la ejercen no son hombres.

Donde sea que miremos podemos observar que los trabajos llevados a cabo por mujeres son generalmente aquellos considerados “femeninos”. Por otra parte, ya que algunas mujeres tienen bebés en algún momento de sus vidas, el mercado considera que todas las mujeres pueden tener bebés y van al mercado de trabajo con una desventaja potencial. En la sociedad capitalista la exaltación de la maternidad convive con su consideración como un obstáculo.(2)

Enfermedad laboral

Así como el trabajo fulmina en minutos o segundos, hay muertes que se producen lentamente. La explotación nos daña física y psíquicamente, si es que vale la pena hacer tal diferencia.

En dicho Informe señalan que el patrón de desgaste, o sea el modo y la velocidad con que las patronales nos enferman, nos accidentan e incluso nos matan, depende del lugar y la forma en que participamos en la producción.

En Argentina la mayoría de las denuncias de enfermedades laborales hechas a las ART son negadas, dadas por preexistentes o se culpabiliza a los mismos trabajadores de sus enfermedades. Del mismo modo que se culpa a los trabajadores en los “accidentes”. Las empresas de salud así como los sindicatos también tienen como prioridad la ganancia ante la vida, esto no hay que olvidarlo jamás. Y cuando se hacen cargo monetarizan las muertes, las mutilaciones, las enfermedades, nada escapa de la lógica capitalista, de la cual son aguerridos defensores.

Y la moral del trabajo naturaliza nuestras molestias y lesiones: “son gajes del oficio”, “no te quejes que este es un trabajo de hombres”, “se queja porque es una histérica”, “el trabajo no es pesado, son vagos”, “le pasó porque se descuidó”, “ya vino loco de antes”.

Y cuando se atienden las enfermedades o lesiones la medicina lo hace, cómo no, desde la ideología dominante. La forma de atender y entender las enfermedades por parte de este modelo es fundamentalmente biologicista, individualista y ahistórica. Y esta concepción no es inocente ni está aislada del resto de explicaciones de la realidad que el capitalismo pretende imponer. No puede más que fundamentar técnicamente la idea de que la enfermedad está causada por agentes externos que causan daños sobre un huésped en un ambiente dado. Es decir, los fenómenos se consideran aislables y de carácter individual lo cual permite identificar los agentes presentes en un ambiente para buscar la corrección de su incidencia. Pero son las condiciones laborales las que nos enferman, su exigencia, su inestabilidad, su rutina, su esfuerzo desmedido, su violencia institucional, sus movimientos repetitivos, sus acosos sexuales, las largas jornadas, el salario que nunca alcanza, la mierda que generalmente producimos.

¡Abajo el trabajo!

Desde el comienzo dijimos que no se trata de accidentes. Porque hay desidia y desprecio de los patrones, sea este un particular o el mismísimo Estado. Estos “accidentes” son responsabilidad absoluta de quienes mantienen y se benefician de este orden capitalista: patrones, empresarios, sindicalistas y gobernantes. Ellos son quienes calculan las pérdidas en dinero, se rompa una maquinaria, se pierda una licitación, pierdan un juicio o se muera un trabajador.

No fueron hechos aislados, son el resultado del ahorro patronal, de la falta de control estatal en connivencia con los sindicatos. Podemos afirmar que si pudieron evitarse no son accidentes, son asesinatos. Pero ¿pueden evitarse completamente? La triste realidad es que no, porque como señalábamos al comienzo de eso se trata el mundo del trabajo: de generar ganancias y no de crear lo necesario para vivir y cuidar a quienes trabajamos. Esto queda demostrado en las denominadas “huelgas a reglamento” (o “huelgas de celo”), la cual consiste en que los trabajadores cumplan estrictamente la normativa laboral de salud e higiene, y con rigurosa aplicación de las disposiciones de los convenios laborales. Esto causa una paralización de la actividad, dejando en evidencia que el trabajo precisa hacerse mal, rápido y a lo bruto para que funcione y genere las ganancias necesarias.

Hay, entonces, una necesidad que nos lleva más allá del trabajo, y es la de generar una profunda transformación social.

Es a partir de nuestras condiciones de existencia que sacamos las lecciones para “hacer teoría” y no tenemos “principios” previos a los hechos. El malestar y la necesidad que padecemos quienes trabajamos, las situaciones de precariedad y peligro a las que nos vemos sometidos, nos fuerzan a tomar conciencia de la sociedad en la que estamos y a la cual contribuimos día a día a mantener. De nosotros depende ampararnos en personajes que nos quieren dirigir y nos llevan a diversos callejones sin salida o comenzar a pensar y explorar otras posibilidades. Para esto es importante que no confundamos la defensa de la fuerza de trabajo con la defensa de la fuente de trabajo. Ni defendamos la ganancia de los explotadores. Ni confiemos en quienes viven de nuestro esfuerzo. No sirve atacar individuos sin atacar su rol social. Es cierto que la injusticia no es anónima, tiene nombre y dirección, pero cambiarle el rostro y mudarla no acaba con la injusticia.

En 1886, los proletarios revolucionarios recordados como “los mártires de Chicago” luchaban en lo inmediato por las 8 horas, es decir, por trabajar menos. Y luchaban también por la revolución social, por el comunismo y la anarquía. La revolución social no es algo diferente de nuestras necesidades urgentes, aunque tampoco es simplemente la suma de nuestras reivindicaciones inmediatas. Las reivindicaciones por menos horas de trabajo o para no exponernos a determinados riesgos en nuestros lugares de trabajo, manteniendo el mismo salario, son un ataque directo a nuestros explotadores, a su ganancia. Asumamos esa lucha hasta el final.

Y eso significa reapropiarnos de los medios para la satisfacción de las necesidades de alimento, techo, vestimenta, placer, comunicación y transporte, con el objetivo de atacar al Capital y abolir las clases sociales y el Estado. El salto entre las revueltas y la revolución no se resuelve con una unificación política o sindical del proletariado sino por las rupturas necesarias con el orden existente.

¡Viva el 1° de mayo! ¡Viva la revolución social!


Notas:
1. Sin embargo también señalan que, según datos del INDEC del tercer trimestre de 2019, el 35% del total de los asalariados del país tiene empleos no registrados (sin aportes jubilatorios). A eso hay que sumarle un 9,7% de “cuentapropistas” en la población activa que en muchos casos no son más que asalariados no blanqueados por sus patrones. Estas cifras nos permiten aproximarnos a la dimensión del problema, ya que no existe ningún organismo estatal que se ocupe de las muertes y enfermedades de esta enorme masa de trabajadores. Estas personas no sólo se ven expuestas a una gran pérdida de derechos laborales básicos (como los aportes sociales) sino que además sus vidas se encuentran en riesgo constante sin que “cuenten” en ninguna estadística oficial.
2. Respecto a la división sexual del trabajo y el trabajo doméstico, recomendamos la lectura de los nro. 13 y 14 de la revista Cuadernos de Negación: Notas sobre el patriarcado y Notas sobre trabajo doméstico.

CORONAVIRUS Y TRABAJO

Las medidas tomadas en torno al coronavirus(1) por los Estados y las empresas han agudizado la precariedad y la miseria a las que diariamente nos somete el trabajo. Todos los pronósticos indican terribles tiempos para la clase proletaria: desempleo en aumento, reestructuración y flexibilización laboral. El tóxico y contradictorio mundo del trabajo nos expulsa pero a la vez nos necesita. Y por eso nos chantajea, empobreciendo constantemente nuestras condiciones de vida.

Durante la cuarentena, diversas modalidades de trabajo a distancia se han impuesto sin remuneración adicional alguna, y con escasa o nula capacitación. La adaptación forzada al trabajo vía internet es una realidad para millones de trabajadores empleados por empresas privadas e instituciones del Estado. Sumado a la separación de los compañeros de trabajo, esta situación desdibuja aún más los límites entre la actividad laboral asalariada y el resto de la vida.

La burguesía mundial lo expresa mediante sus voceros y gerentes. Hablan de comercio electrónico, de logística. Pronostican y perfilan una vida más sedentaria, con educación a distancia y con las “bondades” del teletrabajo. Señalan el “ahorro” en transporte para quienes trabajan desde sus casas, pero no el de las patronales en particular y el del sistema capitalista en su conjunto.(2)

En el ámbito doméstico experimentamos una mayor presión, sea por una intensificación de las tareas domésticas —por ejemplo la educación y cuidado de los niños, o los problemas de salud frente a la reducción de la atención en los distintos sectores—, o bien a nivel laboral, trabajando desde casa, absorbiendo los efectos del desempleo, o las enormes dificultades para el trabajo informal en una situación de confinamiento.

El servicio de entregas a domicilio, con su precariedad distintiva, y las empresas de comercialización vía internet, se expanden notablemente a raíz del aislamiento social. La presente situación nos recuerda el profundo significado del fetichismo mercantil, a través del cual las relaciones sociales son en verdad relaciones entre cosas a través de las personas: sólo las mercancías siguen circulando, y a las personas únicamente se les permite circular en carácter de mercancía fuerza de trabajo. Algunas por imposición, como trabajadores que realizan “actividades esenciales”, otras porque no les queda opción, como aquellos trabajadores informales que salen por necesidad y quedan expuestos a ser sancionados. Del trabajo se escapa como de la peste, y más aún si existe un riesgo adicional. Pero para la gran mayoría de proletarios en todo el mundo no hay alternativa por más subsidios miserables o discursos acalorados sobre rentas universales e impuestos a la riqueza.

Los numerosos conflictos laborales frente a los despidos, suspensiones, recortes, licencias y condiciones de trabajo, se enfrentan a una economía de guerra, donde los sindicatos y “movimientos sociales” repiten al unísono el discurso sacrificial del Estado y de la patria. El miedo se ha hecho carne y es un terrible impedimento para la reflexión y la acción colectivas. Los pronósticos hablan de cientos de millones de desempleados a nivel mundial a causa de las medidas tomadas en relación al coronavirus, y del aumento brutal de la pobreza sobre la miseria ya existente. Se insiste, sin embargo, en que todo es en defensa de la salud y la vida.

El aislamiento masivo nos somete a una de las mayores situaciones de impotencia proletaria a nivel mundial de la historia. No se trata solo de discursos de guerra y llamados ciudadanistas por el bien común. La lucha misma se vuelve una actividad ilegal. Traslados, reuniones, movilizaciones, y hasta las expresiones vía internet son censuradas y reprimidas.

Este primero de mayo, jornada histórica de lucha proletaria a nivel mundial, debe recordarnos incluso en los tiempos más adversos, que solo la lucha puede cambiar nuestras condiciones de existencia. Que la lucha por emanciparnos del trabajo es tan urgente como lo es un plato de comida o el cuidarnos de una enfermedad. Es necesario romper el aislamiento, preservar nuestra sociabilidad, los espacios de organización y retomar las calles. Para enfrentar al Capital y todas sus pestes. Toda lucha tiene riesgos y responsabilidades, que a diario asumimos colectivamente. Quedarnos a merced del Estado será siempre nuestra peor opción.


Notas:
1. Para profundizar en torno a diversos aspectos de la situación actual ver La Oveja Negra nro. 69: Coronavirus y cuestión social.
2. Estas fueron afirmaciones realizadas por el presidente Alberto Fernandez, en una entrevista para Perfil y Net TV publicada el 12 de abril, a las que agregó que el peronismo será «el partido de los trabajadores y de los teletrabajadores».

1° DE MAYO INTERNACIONALISTA, ANTICAPITALISTA Y REVOLUCIONARIO

Compañeras y compañeros este 1º de Mayo la memoria y la lucha no se apagan. Invitamos a la transmisión en vivo donde compartiremos reflexiones, lecturas y música. 

Viernes a las  17:00 hs.
Transmisión en vivo por Youtube: Temperamento Radio

miércoles, 15 de abril de 2020

CORONAVIRUS AND SOCIAL ISSUE

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We find ourselves in a state of exception although it is within capitalist normality. State reason knows not of exceptions but of rules. It is not the end of the world. And it is not necessary to suspend reflection or action due to force majeure.

Capitalism is an everyday catastrophe. However, it only presents as a serious problem that which it seeks to solve immediately. What has already naturalized as being inevitable becomes part of its normality. Hence, all proposals that do not aim to fight capitalism only aim to manage its catastrophe.

Among the accepted facts of this society is the “statistic “ that 8,500 children in the world die every day from malnutrition as estimated by UNICEF, the World Bank and the World Health Organization. It is written quickly, four digits… but it is an unspeakable horror. Isn’t this enough to fall into desperation? To consider this society dysfunctional? Doesn’t that mean that everything must be changed? Doesn’t it finally make evident what kind of world we live in? Or perhaps a pandemic must arrive to the cities where those of us who have the voice and the means to act and complain about this live?

Clearly, and unfortunately, for a long time now, these deaths from hunger are not an exception. Those figures seem even more abstract because of the distance, geographical and of all other types, that we have with the African continent, the undisputed centre of global hunger. There, capitalism exploits not only through wages, as it usually does here, but particularly through semi–slave labour, while at the same time dispossessing and destroying in a brutal way.

The pandemic first began to affect countries that are important centers of capitalist production: China, Italy, Spain, and the United States, threatening to paralyze the production and circulation of commodities in its global spread, and to cause the collapse of the health system.

It is precisely because it has reached such regions, with a productive population that has access to medical and hospital systems, that it became so alarming. However, most of us are outside of that circuit, and barely linked to formal jobs.

It is worth remembering that capitalist society is the society of wage labour and domestic work which is not directly paid, as well as slave labour in the Democratic Republic of Congo or in northern Argentina. There is not a good side and a bad side, they are necessary aspects for the functioning of capitalist normality.

On the other hand, we should ask ourselves: how it is possible, with such a stop in productive economic activity, for the banks to keep getting richer? In the absence of a vaccine for COVID–19, the United States Federal Reserve, for example, injected billions of dollars to calm markets and prevent the pandemic from threatening growth. The United States has lowered its annual interest rates to 0%.

Today capitalism is sustained on the basis of the continuous production of fictitious capital, of debts and through all kinds of financial injections that allow it to continue. The bourgeoisie is beginning to be aware of this fiction, and therefore this dominant widespread fear is nothing more than the fear which the dominant class has.

To return to our most tangible and macabre global reality, we make it clear, if need be, that we are not belittling this pandemic that scourges us. One situation does not remove or obscure the other, even worse, they reinforce each other. There is no such thing as the “privilege” of having coronavirus in Italy as opposed to the possibility of dying of hunger in Burundi. But we do see that some dead are worth more than others, which should not be overlooked when analysing a problem that is supposed to be global.

As we write these words, the pandemic is beginning to prey upon India. There, compulsory confinement will have its own characteristics since it is the second most populated country in the world, and because according to the International Labour Organization (ILO) at least 90% of the labour force in India works in the informal sector.

The coronavirus pandemic, the panic that has taken hold of the population and its corresponding quarantine are a living experience shared by millions of people. The Chuang collective, in their article Social contagion. Microbiological Class War in China, points out that “quarantine is like a strike hollowed of its communal features but nonetheless capable of delivering a deep shock to both psyche and economy. This fact alone makes it worthy of reflection”. With this special issue of La Oveja Negra we want to contribute to the necessary reflection on the situation we are going through.

6th of April, 2020. Rosario, Argentina.

CORONAVIRUS AND SOCIAL ISSUE
• The virus is capitalism?
• Faith in Science
• The State’s reaction
• State of isolation
• Public health and workforce
• “We are at war”
• Coronavirus did not cause the economic crisis
• Work, work, work!
• A return to normalcy?
• Box/ No need for a conspiracy
• Box/ There are no “posh people”, there are social classes
• Box/ «Let’s face it, the lifestyle we used to know is never going to return»
• New title: Social Contagion. Microbiological class war in China (Chuang)

lunes, 6 de abril de 2020

CORONAVIRUS Y CUESTIÓN SOCIAL

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Nos encontramos en un estado de excepción, aunque dentro de la normalidad capitalista. La razón estatal no sabe de excepciones sino de reglas. No es el fin del mundo. Y no es necesario entrar en una suspensión de la reflexión o de la acción por causas de fuerza mayor.

El capitalismo es una catástrofe cotidiana. Sin embargo, presenta como un grave problema únicamente aquello a lo cual pretende dar solución de manera inmediata. Lo que ya ha naturalizado como inevitable pasa a formar parte de su normalidad. Por eso, todas las propuestas que no se propongan luchar contra el capitalismo no aspiran más que a gestionar su catástrofe.

Entre los hechos asumidos de esta sociedad está el “dato” que 8.500 niños mueren en el mundo cada día de desnutrición según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. Se escribe rápido, cuatro dígitos… pero es un espanto indescriptible. ¿No es suficiente para desesperarse? ¿Para pensar que esta sociedad no va más? ¿No significa eso que hay que cambiarlo todo? ¿No deja finalmente en evidencia el mundo en que vivimos? ¿O acaso tiene que llegar una pandemia a las ciudades donde habitamos quienes tenemos la voz para quejarnos y los medios para asombrarnos y reclamar?

Evidente y lamentablemente, desde hace ya mucho tiempo, esas muertes por hambre ya no son una excepción. Esas cifras parecen aún más abstractas por la distancia geográfica, y de todo tipo, que tenemos con el continente africano, sede indiscutible del hambre mundial. Allí el capitalismo explota no solo mediante el salario como suele ser acá, sino particularmente con trabajo semiesclavo, a la vez que despojando y destruyendo de manera brutal.

La pandemia comenzó afectando principalmente países que son importantes centros de la producción capitalista: China, Italia, España, Estados Unidos, amenazando con paralizar la producción y circulación de mercancías al extenderse mundialmente, y provocar además el colapso del sistema sanitario.

Es precisamente por haber alcanzado tales regiones, con población productiva que accede a sistemas médicos y hospitalarios, por lo que se volvió tan alarmante. Sin embargo, la mayoría de las personas nos hallamos fuera de ese circuito, y ligadas escasamente a trabajos formales.

Cabe recordar que la sociedad capitalista es la sociedad del trabajo asalariado y el trabajo doméstico no directamente remunerado, así como el trabajo esclavo en la República Democrática del Congo o en el norte de Argentina. No hay un lado bueno y un lado malo, son aspectos necesarios para el funcionamiento de la normalidad capitalista.

Por otra parte, cabe preguntarnos cómo es posible que con semejante parate de la actividad económica productiva los bancos se siguen enriqueciendo. A falta de vacuna para el COVID-19 la Reserva Federal de los Estados Unidos, por ejemplo, inyectó miles de millones de dólares para calmar los mercados y evitar que la pandemia amenace el crecimiento. Estados Unidos ha bajado sus tipos de interés hasta el 0% anual.

Hoy el capitalismo se sostiene en base a la producción incesante de capital ficticio, de deudas y todo tipo de inyecciones financieras que le permiten continuar. La burguesía comienza a ser consciente de la ficción y por tanto este miedo generalizado dominante no es más que el miedo de la clase dominante.

Volviendo a nuestra más palpable y macabra realidad global aclaramos, de ser necesario, que no estamos menospreciando esta pandemia que nos azota. Una situación no quita ni opaca la otra, para peor, se potencian. No existe el “privilegio” de tener coronavirus en Italia frente a la posibilidad de morir de hambre en Burundi. Pero sí vemos que algunos muertos valen más que otros, lo que no debe perderse de vista al analizar un problema que se supone global.

Mientras escribimos esto, la pandemia comienza a acechar a la India. Allí el confinamiento obligatorio tendrá sus propias características por tratarse del segundo país más poblado del mundo, y porque según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al menos el 90% de la fuerza laboral en India trabaja en el sector informal.

La pandemia del coronavirus, el pánico que se ha apoderado de la población y su tocante cuarentena son una experiencia viva compartida por millones de personas. El colectivo Chuang, en su artículo Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China, señala que «la cuarentena es como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión». Con este número especial de La Oveja Negra queremos contribuir a la necesaria reflexión sobre la situación que estamos atravesando.

6 de abril de 2020

CORONAVIRUS Y CUESTIÓN SOCIAL (número especial de 16 páginas)


Traducciones:
CORONAVIRUS AND SOCIAL ISSUE (en)
CORONAVIRUS ET QUESTION SOCIALE (fr)
CORONAVIRUS UND SOZIALE FRAGEN (de)

¿El virus es el capitalismo?

Los virus son agentes infecciosos que no podemos ver a simple vista, de hecho, son microscópicos. Puesto que son acelulares solo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Infectan animales, hongos, plantas y bacterias. Por su aparente actividad “parasitaria” hay quienes metafóricamente los vinculan con el capitalismo. Pero el capitalismo no es un agente externo que vive gracias a nosotros, ni siquiera los burgueses son simplemente parásitos. Insistir sobre la inocencia de la víctima y el carácter exterior del “virus capitalista” no hace más que incurrir en esquemas inútiles para comprender la naturaleza del capitalismo y para afirmar la pasividad de una “clase trabajadora” que no quiere abolirse sino mejorarse.

La aparición de esta pandemia viene a recordarnos, y qué alienados estamos, que somos seres biológicos. Tanto nosotros como un integrante de la Corona inglesa podemos enfermarnos. Algún famoso “inalcanzable” puede ser alcanzado por el virus más famoso del momento, porque es también y principalmente un cuerpo humano.

Y es que sin virus no existiría la vida tal como la conocemos. Aunque exista la creencia generalizada de que los virus y también las bacterias son nuestros enemigos, la vida existe gracias al equilibrio y “apoyo mutuo”, y no a la competencia.

El desarrollo y la propagación del coronavirus en la escala presente no pueden suceder sino al interior del capitalismo. Y no simplemente porque existe el turismo y un mundo globalizado, sino porque están intrínsecamente relacionados con la forma de producir, y por tanto de circulación, de la sociedad capitalista, que es totalitaria y mundial. Porque estamos afectados por una sociedad que antepone la ganancia a la vida, y esto impacta directamente en nuestra alimentación, condiciones habitacionales, vínculos y salud mental. Toda enfermedad surge y se desarrolla en condiciones materiales específicas.

Enfermarnos en esta sociedad capitalista significa muchas cosas: no poder descansar lo suficiente, dormir en un sitio húmedo y frío, trabajar enfermo, proseguir con las obligaciones con las piernas temblando, no tener a mano lo necesario para ingerir, padecer en completa soledad o estar rodeados de demasiada gente. Nuestra inmunidad está directamente relacionada al ambiente y a la forma en que vivimos, pero esto no quiere decir que exista la posibilidad de que los seres humanos estemos exentos de enfermedades.

Tal como señala Alfredo M. Bonanno, en Enfermedad y capital: «Las cosas son algo más complicadas. Básicamente, no podríamos decir que las enfermedades no existirían en una sociedad liberada. No podríamos decir que, si se lograse ese maravilloso evento, la enfermedad se reduciría a un simple debilitamiento de alguna fuerza hipotética que se encuentra todavía por descubrir. Creemos que la enfermedad es parte de la naturaleza del estado del hombre que vive en sociedad, y que sería el precio a pagar por corregir un poco las condiciones óptimas de la naturaleza para obtener la artificialidad necesaria para construir incluso la más libre de las sociedades. Ciertamente, el crecimiento exponencial de la enfermedad en una sociedad libre donde la artificialidad entre individuos sería reducida a lo estrictamente imprescindible, no podría compararse con el que hay en una sociedad basada en la explotación, tal y como es nuestra sociedad actual. Así, la enfermedad podría ser una expresión de nuestra humanidad tal y como hoy en día es una expresión de nuestra terrible inhumanidad.»

No es necesaria una conspiración para que un virus aparezca en un país y se extienda por el globo, esto sucede “naturalmente” en el artificial mundo en que vivimos. Para abordar la cuestión del virus que está detrás de la actual pandemia (SARS-CoV-2), recomendamos el artículo de Chuang citado previamente, dada su síntesis y claridad. Allí se señala que «al igual que su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo entre la economía y la epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por factores como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar.»

Fe en la ciencia

En este contexto, parece que es la ciencia la que ha tomado el comando de la situación, la que viene a traer certezas en medio del caos, a salvarnos de la catástrofe. Pero esta idea, cinematográfica por cierto, de una ciencia que despliega todo su potencial para garantizar la salud de las personas es algo que necesitamos quebrar definitivamente. La tecnociencia, tal como caracterizamos el estado actual del conocimiento racional, es un sistema complejo empresarial-técnico-científico y constituye una de las múltiples y simultáneas facetas articuladas por la maquinaria capitalista. No es neutral en absoluto. No hay ciencia separada del Capital. Se han desarrollado en forma sinérgica, nutriéndose mutuamente.

No podemos olvidar que estos enviados de la Ciencia en la Tierra son los mismos que justifican el uso de agrotóxicos en esta misma región, que desarrollan no solamente las armas para las guerras sino también los medicamentos que nos enferman y matan, así como un sinfín de elementos que apuntalan este sistema aparentemente irracional.

El Capital produce expertos científicos como expresión plena de la división del trabajo. Definen el problema y demarcan la estrategia, aprovechando una de las tantas desposesiones que sostienen a la sociedad moderna: la quita de los saberes del cuidado y la preservación de la dinámica de lo vivo. Los especialistas cuantifican el mundo, ejercen una reducción matemática de lo real, creando modelos de entendimiento-dominación de la naturaleza humana y no-humana. Un saber que, al trascender el plano discursivo y devenir acción concreta, violenta la materialidad de modo irreversible.

Esta forma de comprensión del mundo asigna “propiedades” a los “objetos de estudio”, en este caso al virus, como poseedores de ciertas características absolutas, independientes del medio en el que surgen y despliegan su existencia. Todo se focaliza en el agente. La operación borra las condiciones materiales donde la acción se desarrolla. Se habla sobre el virus, la enfermedad y las medidas para la mitigación de las consecuencias, pero nunca de las relaciones sociales de producción y reproducción que incuban los acontecimientos.

Otro aspecto de la codificación que el saber dominante hace sobre el mundo es el de identificar a lo extraño como enemigo. Es el totalitarismo impuesto por la metáfora militar, el juego macabro de la defensa y el ataque, la destrucción sistemática de lo otro. Los gobiernos aplican la táctica, el cómo hacer del qué hacer impuesto por el ejército racional, y así ejecutan decisiones determinantes como declarar una cuarentena, parar tal o cual línea de producción, cerrar uno u otro establecimiento, obligar y desobligar al trabajo, perseguir, encerrar y torturar a quien no acata sus directivas.

La subordinación de las acciones a una determinada rama tecnocientífica es temporal y cambiante. Cuando se necesite otro tipo de acción sobre lo real, asumirá la conducción el saber experto que mejor se adapte al manejo de esa situación social particular. Se intercambian con la facilidad con que se reemplaza un repuesto. Porque son parte de lo mismo. Engranajes de este sistema que se ponen alternativamente al comando o a disposición. Que si es necesario hablan de las personas, del ambiente, del pasado, del futuro o de la vida, pero siempre con la calculadora en la mano.

La reacción del Estado

Tal como señala el colectivo Angry Workers en un reciente artículo,(1) el debate oscila entre una desconfianza justificada en la motivación del Estado (“el estado usa la crisis para experimentar con medidas de contrainsurgencia y represivas”) y la crítica de la incapacidad del Estado mismo para hacer lo que debería (“la austeridad ha destruido la infraestructura de salud”):

«Podemos asumir que las medidas represivas y los bloqueos se imponen para cubrir y contrarrestar la falta de soporte y equipamiento médico, por ejemplo para realizar testeos masivos. Asimismo, las medidas estatales no deben dejar de considerarse en el contexto de las recientes “protestas populares”, desde los chalecos amarillos [en Francia] hasta las recientes protestas callejeras en Latinoamérica. Todas las protestas antigubernamentales fueron prohibidas en Argelia; el ejército está en las calles de Francia; antes de que se produjeran muertes y de que se adoptaran otras medidas médicas, en Chile se decretó un estado de emergencia de tres meses. El actual régimen que impone el coronavirus no es una conspiración contra esas protestas, pero el Estado sabe que debe ser visto como “la recuperación del control en interés del público en general”

Las medidas de los Estados son contradictorias entre sí. Cada gobierno se ve presionado, por un lado, a controlar a su población (toques de queda, cierre de fronteras) para evitar el colapso del sistema sanitario; y, por otro lado, a la necesidad de mantener la producción en marcha (obligar a la gente a concurrir al trabajo, rescatar empresas). Lo importante es manifestarnos como podamos en estas circunstancias y luchar por nuestras necesidades inmediatas sin fortalecer aún más al Estado y sin permitirle que en su reacción se vuelva aún más reaccionario. Sin duda, las exigencias a endurecer el confinamiento colaboran en ello, por no hablar de la generalizada tendencia a hacer la vista gorda a los atropellos policiales hacia quienes rompen momentáneamente dicho mandato, generalmente por necesidad.

Pero no hace falta ir a los supuestos excesos de las fuerzas del orden defensoras de la propiedad privada, y por tanto de los burgueses. El confinamiento es ya una medida represiva, incluso de reclusión, que consiste en imponerle límites a alguien y no dejarlo salir de ahí. Tiene que ver con lo estático, con el inhibir y con el encierro. Se puede utilizar, por ejemplo, como una medida política de prevención o castigo.(2)

En Argentina, por ejemplo, el gobierno nos ha amenazado con el estado de sitio, y aunque no ha llegado a ello, la situación se asemeja demasiado. La diferencia es la pérdida oficial de las garantías constitucionales. Sin embargo, el aparato policial y militar toma las calles y está envalentonado para hacer de las suyas. Los gobiernos les dicen a sus ciudadanos cómo, dónde y con quién circular. Uno de los atributos del triste ciudadano es la “libre circulación”, bueno, hasta eso se está perdiendo. Si ser ciudadanizado es una condena, quizás pronto seamos menos que eso.

“Circule” dice el policía en la calle generalmente. Ahora en cuarentena lo cambia por un: “métanse en sus casas”. Y si lo considera necesario, pega, obliga a hacer sentadillas y a cantar el himno, como en los barrios de la República Argentina.

Este tipo de medidas desesperadas y agresivas a nivel mundial se asemejan, tal como señala Chuang, a las de los casos de contrainsurgencia, recordando muy claramente a las acciones de la ocupación militar–colonial en lugares como Argelia o, más recientemente, Palestina. Nunca antes se habían llevado a cabo a esta escala, ni en megalópolis que albergan a gran parte de la población mundial. La conducta de la represión ofrece entonces una extraña lección para quienes tienen la mente puesta en la revolución mundial, ya que es, esencialmente, un simulacro de reacción a nivel internacional, coordinada por los Estados.

La contrainsurgencia es, después de todo, una especie de guerra desesperada que se lleva a cabo solo cuando se han hecho imposibles formas más sólidas de conquista, apaciguamiento e incorporación económica. Es una acción costosa, ineficiente y de retaguardia. El resultado de la represión es casi siempre una segunda insurgencia, ensangrentada por el aplastamiento de la primera y aún más desesperada. Pero podemos agregar que esta especie de contrainsurgencia sucede de manera particular, porque no es simplemente contra una población sino con la población, haciendo de cada hogar un cuartel y de cada ciudadano un soldado de sí mismo y del vecino. Sus armas: el whatsapp, la cámara de fotos, las “redes sociales”; y sus trincheras pueden ser sus ventanas o balcones.

Nuestro rechazo al Estado y todas sus medidas no parte de un principismo ideológico, sino de nuestra realidad material de explotación y dominación. Ya hay voces de sobra a las que les encanta decir lo que el Estado debería hacer, a la espera de poder hacerlo ellos mismos. Por el contrario, es preciso criticar el accionar estatal y luchar por su necesaria supresión. Frente a los problemas que no puede resolver, nosotros recordaremos que es parte del problema, y nunca su solución, no importa quién esté al mando.

El coronavirus es ejemplificador en este sentido. No negamos la existencia del problema que representa la propagación de un virus a nivel mundial. Tampoco el hecho de que haya medidas menos destructivas que otras para la clase proletaria. Lo que señalamos es que lo que se pretende como solución está empeorando gravemente la situación.

Desde la política se nos dirá que no hay alternativa, que son medidas criticables pero peor sería que no se haga nada. Los pocos que critican la cuarentena masiva hablan de la necesidad de realizar testeos a gran escala, de aislar únicamente a los enfermos y personas con síntomas, de focalizar los cuidados en la población de riesgo. Quienes van un poco más allá, exigen decisiones fuertes frente al sector privado de la salud, así como medidas económicas que vayan desde subsidios masivos a los trabajadores informales a imposiciones sobre las empresas como freno a los despidos, pago completo de sueldos, incluso reconversiones productivas de algunas fábricas para producir respiradores y demás implementos sanitarios.

Podríamos seguir en ese camino y pensar medidas que tengan el menor impacto posible sobre las condiciones de vida del proletariado, partiendo por esa necesidad esencial de la que dependen todas las demás que es la vinculación entre seres humanos y la lucha colectiva. Esas necesidades que, buscan ser reducidas a derechos por parte del Estado: Derecho a reunirse, a circular, a manifestarse… siempre y cuando el Estado lo considere oportuno. Con nuestras necesidades traficadas en derechos, la lucha se reduce a lo que “el Estado debería hacer”. Esa es la trampa que ha permitido este encierro masivo mientras se realiza la mayor avanzada de las últimas décadas sobre el proletariado a nivel mundial.


Notas:
(2) El terror a lo invisible, Susanna Minguell

Estado de aislamiento

Es cada vez menos lo que hay que develar. Los Estados hablan abiertamente de imponer medidas de “aislamiento social”. Bastaría con hablar de distanciamiento físico, pero prefieren ser más transparentes.

En Argentina, premonitoriamente, Alberto Fernández ya venía repitiendo desde septiembre del año pasado, cuando aún no era presidente: «Evitemos estar en las calles». Esa fue la recomendación a sus súbditos: que no protesten en los últimos meses del gobierno de Macri porque la solución estaba en las urnas y no en las calles, es decir, en el ciudadano individualizado (una persona/un voto) y no en lo colectivo. Pretendía que nadie tome la costumbre de protestar porque el peso se seguiría devaluando respecto al dólar, el desempleo creciendo, y nuestras vidas empeorando. Con o sin pandemia, como decía el general Perón: «De la casa al trabajo y del trabajo a la casa». Claro que para quien tenga trabajo y casa.

Hace unos días, ya en ejercicio de su mandato, y al redoblar la duración de la cuarentena, el presidente reafirmó que «es una guerra contra un ejército invisible que nos ataca en lugares donde a veces no esperamos». Nuevamente la política como guerra por otros medios. Será por eso que, ante una pandemia, dan soluciones políticas que rápidamente se vuelven militares.

Optaron por esperar para luego confinarnos y reprimirnos, tanto a quienes estén infectados como a quienes no. Lo habitual en la historia ha sido poner en cuarentena a personas infectadas. Esto de aislar a millones de personas que no padecen la enfermedad que desata la cuarentena es un nuevo modelo de gestión de crisis.

Es notable la imposibilidad que significa hoy referirnos a lo específicamente nacional. Los sucesos se repiten, a veces al pie de la letra, en diferentes regiones con diferencia de días. Es una situación inédita, en la cual proletarios en tantos países vivimos una realidad similar.

La pandemia del COVID-19 está siendo usada como laboratorio de control social global. Esta posibilidad ya la venía planeando la OTAN y la Unión Europea públicamente desde, al menos, el 2010. No es necesario crear un virus de laboratorio conspirativamente. Desde hace décadas los Estados han ampliado los motivos por los cuales pueden intervenir militarmente un territorio. A las situaciones insurreccionales, de revuelta o incluso terroristas, han agregado las relacionadas con “catástrofes naturales” o epidemias. Ponen todas al mismo nivel porque para ellos simplemente se trata de operaciones militares para restaurar el orden, poco les importa de dónde viene el desorden.(3) Ya hablan los especialistas de combatir al virus mundialmente como se combate al terrorismo.

Esta es la prevención social que la burguesía de todo el mundo implementa en defensa de sus beneficios. Claramente no tiene la capacidad de evitar fenómenos como los terremotos, aunque no podríamos decir lo mismo de otros como los incendios o las inundaciones. Pero en ambos casos, tampoco logra prevenir sus consecuencias sociales. Del mismo modo, tampoco puede prevenir una epidemia y evitar que una enfermedad se propague rápidamente por el planeta. Su objetivo no es defender nuestra salud, a menos que se trate de una cuestión de gestión sanitaria que vaya en sintonía con sus ganancias.

Tal como señalaba Marx: «El capital no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración. Al reclamo contra la atrofia física y espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta nuestro placer (la ganancia)? Pero en líneas generales esto tampoco depende de la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva.»

Quienes conforman la clase explotada y oprimida, el proletariado, necesaria y generalmente suelen razonar como sus amos. Y comienza a importarles tal o cual enfermedad cuando el Estado y el Capital lo señalan como un problema de salud nacional. No es que la pandemia de coronavirus no sea un gran problema, pero sucede que no es el único.

El pánico y los clichés circulan más rápido que el coronavirus. En contra de lo que se nos quiere hacer creer, el coronavirus no puede ser el principal problema del planeta cuando, según cifras oficiales, hay 925 millones de personas desnutridas.

Sin ir muy lejos, en Argentina se muere de hambre y millones no mueren pero están desnutridos. Según datos del propio INDEC, uno de cada tres argentinos es pobre, es decir, más de 14 millones de personas. Así y todo, el Estado y sus amplificadores humanos ¡mandan a lavarse con agua y jabón a miles de personas que en este país no tienen agua potable!, o sin ir más lejos, que tienen que ir a buscar agua potable fuera de su casa, a la vez que ordena a quedarse en casa a personas sin hogar, o a gestionar subsidios miserables por internet.

Entonces tampoco es el principal problema de la Argentina. Solo por hacer referencia a la salud, recordemos que ni siquiera las muertes por cáncer vinculadas al uso de agrotóxicos en el litoral argentino lograron unir a tantas personas ni desencadenar actitudes de conmoción y vigilancia como las observadas en la situación actual.
Para mayor tristeza, la cuarentena por el coronavirus no frenó las fumigaciones con agrotóxicos, pero parece importar poco al buen ciudadano, quien entró en un estado de suspensión de la razón y ahora tiene solo un problema del cual preocuparse, aterrorizarse y esperar la solución del Estado. «Hace ya unos días que viene sucediendo esto, parecería que se aprovechan del decreto presidencial que obliga al aislamiento social para poder fumigar sin control alguno», dijo un vecino de Ramayón (Santa Fe) que prefirió resguardar su identidad.(4)

Atrincherados en sus hogares, y “redes sociales” mediante, millones de ciudadanos llaman a quedarse en casa, con insultos si es necesario, practicando la delación y avalando de hecho el accionar de las fuerzas de seguridad del Estado, que se vieron envalentonadas para maltratar, patotear y reprimir a vecinos en las calles. Temen entrar en contacto, contagiarse del otro.

La conmemoración del golpe de Estado de 1976 fue con amenazas de estado de sitio por parte del capitán Beto. El 24 de marzo, el Estado argentino festejó con más de 16.000 personas detenidas en solo los primeros tres días de las medidas de excepción dispuestas por el Decreto de Necesidad y Urgencia 297/2020, y con muertos que se iban contando en los motines de las cárceles de Coronda y Las Flores (Santa Fe), que se sucedieron ante el temor de los presos de contagiarse el virus a través de los agentes penitenciarios, lo cual podría ocasionar una masacre debido a las condiciones de hacinamiento, el estado de salud y los servicios sanitarios internos.

Partidarios del gobierno, y no justamente de izquierda, eran elocuentes al respecto de toda la situación nacional: «La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados están ahí para proteger a sus ciudadanos. (…) que sin Estado “el hombre es el lobo del hombre”. (….) Habrá que reconocer por fin límites a la sacrosanta libre empresa. La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la imposición de límites a cualquier actividad humana.»

A los liberales deberá quedarles claro que no hay posibilidad alguna de salvación de sus ganancias ante una emergencia si no es mediante el control y la represión del Estado.

«Entiendan que es un momento de excepción, no tenemos que caer en el falso dilema de es la salud o la economía, una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más», dijo el presidente argentino. Evidentemente, calculadora en mano, a la burguesía le parece mejor parar gran parte de la producción a tener que afrontar un posible colapso sanitario. En momentos no tan excepcionales este “dilema” no parece ser tan importante, mientras mueren miles de personas de cáncer por las fumigaciones con agrotóxicos. Así como un trabajador o trabajadora cada 14 horas por lo que llaman “accidentes laborales”.(5)

En esta crisis social, ahora agravada por la pandemia y fundamentalmente por las medidas adoptadas, debemos luchar contra la escalada represiva y el silencio cómplice de los ciudadanos. Debemos luchar contra la justificación de cualquier atropello, ya sea en nombre de la economía, la “salud” o la “unidad de la nación”.


Notas:
(3) Como decíamos, esto puede leerse en sus documentos públicos.Ver el libro Ejército en las calles publicado originalmente en el 2010
(4) Ver nota completa en Conclusión
(5) Es la cifra a la que arribó el espacio Basta de asesinatos laborales en su informe anual del 2019.

Salud pública y fuerza de trabajo

Cuando es muy políticamente incorrecto defender sin tapujos al progreso, a la industrialización más destructiva, a las armas “inteligentes”, a la obsesión por la velocidad o al mismísimo reloj, se suele recurrir a la medicina para justificar lo benéfico del progreso y la ciencia, poniendo en práctica la ideología de la eficacia: tal enfermedad es curada al costo que sea, aunque la solución venga aparejada con otras cuestiones no tan benéficas, aunque su modo de producirlas genere más enfermedades, aunque se realice una brutal experimentación en humanos y demás animales. Pese a este “alto costo” no se cura al total de los enfermos, y el mismo proceso de no-curación enfermó y mató a más personas de las que pudo sanar. Entonces, la supuesta eficacia no es tal, es un engaño no sólo por sus consecuencias a corto y a largo plazo, sino también en lo inmediato.

Para la medicina institucional el enfermo es un elemento pasivo, un paciente (del latín patris: sufriente) que en el hospital es recibido como una máquina averiada que necesita una intervención eficaz para volver a la normalidad. Incluso cuando el médico, enfermero o estudiante desee hacer lo contrario, las condiciones son tan determinantes que es muy difícil salirse del molde.(6)

Del mismo modo que la medicina opera como la mejor coartada de la ciencia y el progreso, la salud pública lo hace en la defensa del Estado.

«No somos héroes, somos trabajadores», expresan quienes trabajan en el area de la salud que en diferentes partes del mundo padecen las extenuantes jornadas laborales frente a la pandemia, contando con escasos recursos y mínimas condiciones de seguridad. Ese martirologio al que se busca someter a los trabajadores, es parte de la lógica sacrificial que impone el Capital sobre la vida en este mundo, aunque quiera vendernos lo contrario.

Cuando se nos dice que la vida es la prioridad, incrédulos nos preguntamos de qué vida están hablando. Los especialistas frecuentemente nos abruman con cifras como las tasas de mortalidad infantil o de esperanza de vida para cantar loas al desarrollo capitalista. En este caso, desde hace meses nos han taladrado la cabeza con tres cifras con las que tratan de eclipsar cualquier otro aspecto de la realidad: cantidades de enfermos, muertos y recuperados del coronavirus. Estos números nada dicen acerca de las condiciones de vida de la clase proletaria, cómo nos encontrábamos antes y cómo nos encontraremos después de que pase la pandemia. Somos sujetos de la subordinación de lo cualitativo a lo cuantitativo, de lo concreto a lo abstracto.

Que la vida pueda reducirse a cifras en una pantalla se debe al hecho de que, bajo el dominio del Capital, la enorme mayoría de los seres humanos importamos únicamente en tanto fuerza de trabajo. Los sistemas de salud se han ido transformando en función de las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo al servicio de la explotación. Claro que nos enfrentamos a esa realidad y de hecho nuestro presente es producto de sucesivas derrotas de nuestra clase contra los avances del Capital. Pero mientras tengamos que vendernos a cambio de un salario para vivir, las prácticas de salud no podrán escapar de la lógica del rendimiento, atendiendo el síntoma y no la causa, buscando prolongar la vida útil, cuidando de la fuerza de trabajo como si se tratase de cualquier otro insumo de la producción.

Vuelven a escucharse consignas de la izquierda como “nuestra vida vale más que sus ganancias”, que nos recuerdan justamente que no aspiran ir más allá de disputar el valor de nuestra fuerza de trabajo. ¡Cuando de lo que se trata es de que nada en la vida tenga valor! El desmantelamiento del sistema sanitario durante las últimas décadas es utilizado para machacarnos con la crítica del neoliberalismo, que cada vez más opera como un discurso en defensa del intervencionismo estatal que como un rechazo al capitalismo. Las críticas de los sistemas de salud de países como Estados Unidos o el Reino Unido, así como de su retórica liberal que se replica en personajes como Bolsonaro, se orientan en función de un estatismo fervoroso, donde las cifras del coronavirus parecen formar parte de una repugnante guerra ideológica sobre cómo llevar las riendas del Estado. Hasta circulan defensas hacia el gobierno chino y su “capacidad” de control de la enfermedad, amparadas en que “aún no es del todo capitalista”. La construcción de un gigante hospital en 10 días habla de la espeluznante capacidad productiva de un país, no de su preocupación por la salud. De hecho, la situación actual parece terminar siendo una oportunidad para China de afianzar su posición económica en el mercado mundial.

El artículo de Chuang nos advierte que la propagación del coronavirus «no puede entenderse sin tener en cuenta las formas en que el desarrollo de China en las últimas décadas en y a través del sistema capitalista mundial ha moldeado el sistema de salud del país y el estado de la salud pública en general. (…) el coronavirus fue originalmente capaz de arraigarse y propagarse rápidamente debido a una degradación general de la atención sanitaria básica entre la población en general. Pero precisamente porque esta degradación ha tenido lugar en medio de un crecimiento económico espectacular, se ha ocultado detrás del esplendor de las ciudades brillantes y las fábricas masivas. La realidad, sin embargo, es que los gastos en bienes públicos como la atención sanitaria y la educación en China siguen siendo extremadamente bajos, mientras que la mayor parte del gasto público se ha dirigido a la infraestructura de ladrillos y cemento: puentes, carreteras y electricidad barata para la producción.»

Frente a tal nivel de pauperización de las condiciones mínimas de supervivencia en todas partes del mundo, sumado al agravante actual, se refuerza la propuesta de reformar el Estado, sus instituciones, sus políticas, con la bandera de la salud pública a la cabeza. Debemos recordar que es el Estado quien está sujeto al devenir económico y no al revés. Y que la salud y la vida solo estarán por sobre la ganancia cuando ésta sea barrida de este mundo.


Notas
(6) Extraído del apartado Ciencia y enfermedad, en Cuadernos de Negación nro. 8: Crítica de la razón capitalista.

«Estamos en guerra»

«La pandemia del COVID-19 es una crisis sin igual. Parece una guerra, y en muchos sentidos lo es. La gente está muriendo. Los profesionales de la salud están en el frente de batalla. Quienes trabajan en servicios esenciales, distribución de productos alimenticios, servicios de entregas y suministros públicos hacen horas extraordinarias para respaldar estos esfuerzos. Y también están los soldados escondidos: aquellos que luchan contra la pandemia confinados en sus hogares, sin poder contribuir plenamente a la producción.

En una guerra, el gasto masivo en armamento estimula la actividad económica y los servicios esenciales se garantizan mediante disposiciones especiales. En esta crisis, las cosas son más complicadas, aunque una característica común es el aumento del papel del sector público.» (Políticas económicas para la guerra contra el COVID-19, del blog del FMI sobre temas económicos de América Latina)
El presidente argentino señaló que «Estamos luchando contra un enemigo invisible». No fue nada original, ya que otros mandatarios hicieron lo propio. «Estamos en guerra», dijo el presidente Emmanuel Macron en un discurso al pueblo francés en el cual hacía defensa de la unidad nacional. El mismo que viene reprimiendo la lucha de los “chalecos amarillos”, dejando tuertos y mancos con su represión no letal.7 Pedro Sánchez, presidente socialista español, pidió a
la Unión Europea la movilización histórica de recursos para enfrentar el coronavirus con la misma coartada: «Estamos en guerra». Evidentemente es más civilizado que declararle la guerra abiertamente a la población, tal como hizo Sebastián Piñera el año pasado en Chile.8

Una de las personas más ricas de la Argentina, Claudio Belocopitt, quien optó por no otorgar licencias pagas por cuidado de los hijos a los empleados de Swiss Medical, una de sus empresas, expresó: «Nosotros somos actores protagónicos pero no somos directores del teatro de operaciones. Esto es una guerra.» Y agregó: «Es necesario que el presidente entienda que vamos a darle todo. Todo lo que haga falta. Pero tenemos que trabajar en conjunto, esto es una guerra, tenemos que trabajar todos en conjunto.»

Algunos burgueses hacen referencia a la situación excepcional para despedir, no pagar días y reducir salarios, otros prefieren reconocer abiertamente la guerra de clases y señalar sus aliados.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó que la pandemia de coronavirus «es la crisis más complicada que ha enfrentado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial». Las comparaciones suenan desmedidas y empezamos a preguntarnos el porqué de tanta insistencia con la retórica bélica.

La guerra constituye la respuesta más drástica del Capital a sus crisis de valorización. Cuando los otros mecanismos como el capital ficticio, las reestructuraciones productivas y las sucesivas crisis económicas no permiten una reactivación suficiente, es la guerra la que abre camino para permitir una nueva etapa de valorización más duradera. El Capital llega al punto paradojal de necesitar una des-valorización brutal para dar un nuevo impulso a la valorización.

Traemos esto a colación porque muchos se sorprenden que en este contexto de pandemia tantas empresas se hayan plegado sin muchas quejas al parate de la producción, con las pérdidas económicas que esto supone. Ese hecho parece ser el mejor argumento para hacernos creer que en este barco estamos todos juntos, que la vida estaría efectivamente antes que la ganancia.

Creemos necesario reflexionar si este escenario de guerra mundial frente a la pandemia, de despidos masivos, ajuste, encierro, represión y control social, de reconfiguración de diversos sectores del apa-rato productivo, de transformación y pauperización de las formas de trabajo y empleo, no responde sino a una necesidad propia de la economía en crisis, que encontró en el coronavirus el enemigo ideal para justificar una serie de medidas sobre la cual cimentar la tan ansiada reactivación.9

Como decíamos anteriormente en torno a la contrainsurgencia, tanto el “enemigo invisible” como los montajes del “enemigo interno”, propician el asentamiento y expansión en los territorios de nuevos o mejorados sistemas de control y represión. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios y la cuestión sanitaria se establece como la política prioritaria, la salud pasa a tener estatuto de guerra. Lo que no cambia, es que la guerra no expresa más que la economía por otros medios. Y los invadidos, disciplinados, reprimidos y masacrados los ponemos siempre los explotados y oprimidos.

Constatamos hasta qué punto esta sociedad de la competencia y la violencia se enfrenta a cualquier acontecimiento como si de una guerra se tratase. Incluso ante un virus se actúa tácticamente en términos de defensa, ataque y dominación. Una enfermedad puede traer padecimiento, muerte y dolor, pero eso no la convierte en una guerra. Y no se la combate con armas, tanques y patrulleros como están haciendo los Estados del mundo. Debemos asumirla enteros, juntos y fuertes, y eso es imposible en el confinamiento y el terror al que estamos siendo sometidos.

Los “daños colaterales” de esta supuesta guerra están a la vista. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, afirmó que los denominados femicidios son “daños colaterales” que impone la cuarentena. Desde el primer día de confinamiento obligatorio se comenzaron a contar las mujeres asesinadas en su hogar por su marido o acompañante. Pero hay muchos más “daños colaterales” que es imposible contabilizar: las agresiones intrafamiliares “no-letales”, los abusos sexuales, los casos de depresión y el empeoramiento de la salud mental, la soledad impuesta, el hacinamiento, el padecimiento que el encierro supone para los niños.

Entonces, lo que empeora aún más las condiciones de vida del proletariado mundial no es solo un virus, sino el pánico inducido por el terror de Estado, el encierro, el aislamiento, la criminalización de las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales, la represión abierta y la militarización. Brutales condiciones que, “frente al horror del virus”, el Capital impone en las ciudades, en el campo, en los barrios proletarios, en los hospitales, cárceles, psiquiátricos y campos de refugiados. Todo esto se suma al desempleo, las deudas y la miseria que a corto plazo empieza a estallar, evidenciando que el remedio agrava la enfermedad.

El aislamiento total o parcial de nuestros seres queridos implica suspender los lazos afectivos que hacen a nuestras vidas. Esto no solo nos debilita emocionalmente, sino que también nos deja a merced de la extraña compañía de distintos dispositivos tecnológicos. Pantallas, táctiles o no, que nos bombardean con su sobreinformación y que median entre el mundo y nosotros, manteniéndonos en contacto solamente a través de la virtualidad. La inactividad del confinamiento nos conduce al agotamiento físico y por tanto también al agotamiento psicológico paulatino. Así mismo, la incertidumbre sobre el futuro y el pánico dominante nos agota emocionalmente lo cual también nos produce cansancio físico. Cabe recordar que en las guerras de las últimas décadas los muertos de posguerra, enfermos y suicidados, duplican a los caídos en enfrentamiento.


Notas:
(7) Ver La Oveja Negra nro.68, Heridas internacionales
(8) Ver La Oveja Negra nro.66: En tiempo de revueltas: Chile y Ecuador
(9) Al respecto recomendamos el panfleto de Proletarios Internacionalistas: Contra la pandemia del capital ¡Revolución social!
 

El coronavirus no causó la crisis económica

Sino que empeora el horizonte de previsiones que tenían los economistas burgueses, en la medida que el plan de contención mundial del virus se produce a costa de profundizar aún más la desaceleración de la actividad económica.

Como señala recientemente Raul Zibechi en su artículo El coronavirus como tapadera de la crisis sistémica: «la conjunción de guerra comercial, Brexit, deuda pública y privada, y desigualdad crecientes, ya estaban causando estragos cuando apareció el coronavirus. Por lo tanto, la epidemia no es la causa de la crisis económica sino su catalizador». Demás está decir que los gobernantes a nivel mundial y fundamentalmente de los países económicamente emergentes, pueden usar la pandemia como explicación de la crisis económica y sus consiguientes medidas excepcionales.

Sin embargo, ya en enero de este año, el Fondo Monetario Internacional publicó sus previsiones en la 50º reunión anual del Foro Económico de Davos, revisando y corrigiendo con valores menores de lo esperado su pronóstico anterior de crecimiento para 2020-21. Su principal conclusión fue que la economía mundial se encuentra en una situación “peligrosamente vulnerable”. En estas reuniones el FMI analiza el desarrollo de la actividad económica mundial según sus diferentes aspectos tanto políticos, comerciales, geopolíticos y culturales, así como los desastres “naturales” que se vienen agudizando (huracanes, incendios, inundaciones y sequias).

Finalmente, un dato no menor en torno a la “desaceleración de la economía”, es el desarrollo de las protestas sociales masivas durante 2019.(10) La situación que se vivía en unos 20 países, algunos de los cuales hemos mencionado, ha entrado en un terreno distinto, ante el experimento de control social en casi 200 países que estamos soportando.

Diversos economistas acuerdan en que desde el final de la crisis de 2008-09 y hasta el año pasado, la situación de la economía mundial no es de depresión o recesión, pero tampoco de fuerte crecimiento. Las economías de la zona del euro y Japón continuaban estancadas; el crecimiento era débil en Estados Unidos y Canadá; y relativamente importante en los países atrasados. Desde 2009 se da un prolongado período de crecimiento global débil o de semi-estancamiento, y de baja inversión.

La irrupción del coronavirus se inserta en esta particular situación financiera y de debilidad de la acumulación, en la cual las mermas en la producción y la demanda, y la agudización de las dificultades financieras, tienen un efecto de realimentación y amplificación de la misma crisis.

Con la caída económica en proceso, es muy probable que nuestra explotación se profundice. Se avecinan tiempos de aumento del desempleo, disminución de los salarios y empeoramiento de las condiciones de vida.


Notas:
(10) Recomendamos al respecto la publicación A propósito de las revueltas de 2019, realizada desde la biblioteca La Caldera de Buenos Aires.

¡Trabajo, trabajo, trabajo!

La crisis va a empeorar las condiciones de trabajo. Tendrá efectos nocivos de gran alcance para quienes se incorporen al mercado laboral y contra los asalariados en general. Según una evaluación de la OIT se estima que entre 5,3 y 24,7 millones de personas perderán su empleo, mientras que 22 millones fueron los despedidos por la crisis financiera mundial de 2008-2009.

La OIT también estima que en todo el mundo entre 8,8 y 35 millones de personas más estarán en situación de pobreza laboral, frente a la estimación original para 2020 que pronosticaba una disminución de 14 millones a nivel global.

Se prevé, además, un aumento exponencial del subempleo, puesto que las consecuencias económicas del brote del virus se traducirán no solo en reducciones de las horas de trabajo y de los salarios, sino también en desplazamientos a otras areas laborales.

Actualmente el Capital se reestructura, sometiendo a la clase proletaria bajo la premisa humanitaria, para adaptarse a las necesidades de acumulación y reproducción.

La destrucción capitalista crea nuevos productos y oportunidades de mercado, como por ejemplo el sector de la biotecnología, que hasta ahora está extremadamente concentrado en Asia, especialmente en Israel. Las entregas a domicilio se están expandiendo y también el comercio por internet creció a tal punto que llevó a Amazon, por ejemplo, a iniciar la búsqueda de 100.000 trabajadores más para sus almacenes en Estados Unidos con el fin de hacer frente a la creciente demanda.

También el “trabajo en casa” se está popularizando. Los portales de internet brindan información y consejos para armar la oficina en el hogar. Sin duda será más barato tener empleados trabajando desde casa que en el lugar de trabajo, mientras un software hace posible un monitoreo efectivo.

Más allá de quién paga y arriesga su vida en esta crisis, que no es menor, las patronales están empeorando de modo sistemático las condiciones de trabajo en los llamados “trabajos esenciales”. En todos los casos, se aplazan las negociaciones salariales y de condiciones de trabajo, las cuales se flexibilizan de modos impensados. Se preparan reducciones de sueldo y aumentan las suspensiones.

¿Vuelta a la normalidad?

Evidentemente se trata de una situación crítica que, impuesta de arriba hacia abajo, nos encuentra hiperatomizados. Por tanto, antes de agitar consignas o establecer proyectos de lucha social recordemos que esta situación no fue desatada por luchas grandes o pequeñas sino por el tratamiento que un puñado de Estados le dieron a una enfermedad que comenzaba a propagarse.

Seguramente haya quienes vean la verdadera cara de esta sociedad cuando sucede un sacudón de estas características: relativamente brusco y por sobre todo cercano. Otros ya veníamos percibiendo y enunciando las características de la sociedad capitalista en su conjunto. Bien, es momento de encontrarnos y reflexionar en común. No es un momento para suspender la reflexión ni la acción porque simplemente hay que aislarse, higienizarse y encerrarse. Por otra parte, pensar confinadamente conduce a conclusiones del propio confinamiento. Si bien siempre hay un momento de reflexión personal, no es suficiente. Incluso el llamado autoconocimiento también es con otros.

La burguesía reconoce en muchos artículos de su prensa que “el mundo que conocemos no volverá” y evidentemente será para beneficio del Capital. El panorama no es halagüeño. (ver cuadro)

Este brutal golpe mundial al proletariado ha incrementado el aislamiento, el individualismo, la desconfianza mutua, así como ha barrido de un plumazo con empleos y puede que modifique las formas de trabajo como ha hecho varias veces el Capital desde sus inicios. Finalmente, el encierro y el contacto reducido a lo virtual se han extendido por largas semanas, donde millones de personas no pudieron encontrarse, ni tocarse, ni olerse, pero se mantuvieron conectadas. Volvemos a subrayar que en esta cuarentena mundial se han criminalizado las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales.

Por su parte, miles de patrones finalmente pudieron reducir gastos enviando a sus empleados a trabajar desde la casa. A otros tantos los enviaron a su casa ya sea sin trabajo o sin sueldo. Los Estados van intensificando sus técnicas y tecnologías de control. Mayores controles de desplazamiento, aplicaciones en smartphones, monitoreo de comportamientos y pruebas sanitarias obligatorias. No sería extraño que China comience también a exportar, y en estas cuestiones lleva la delantera, su sistema meritocrático estatal desarrollado con tecnología para medir el “valor social” de cada ciudadano.

El ya implementado sistema de crédito de China es posible gracias a la combinación e integración de varias tecnologías como el big data, el reconocimiento facial y la monitorización de internet, ayudados además por más de 600.000 cámaras de vigilancia con inteligencia artificial. A eso es a lo que descaradamente llaman “comunismo”.

La mayoría de los gobiernos nacionales han salido fortalecidos en una situación sanitaria adversa a la que solo han podido responder con represión y confinamiento. Y la noción de Estado ha salido más fortalecida aún, porque bien ha hecho lo que debía o porque debe venir alguien que sí lo haga.

Hasta ahora la principal reacción ciudadana, de izquierda a derecha, ha sido solicitar al Estado efectividad en sus medidas sanitarias (pidiendo que se refuerce el aislamiento, la cuarentena y, de ser necesario, también la represión). Además, aunque en menor medida, se solicita agua potable y alimentos, parar los despidos, que se paguen los sueldos, mejores condiciones para quienes deben trabajar en estas cuarentenas y hasta reclamos por el cese del pago de alquileres e impuestos. Pero solicitar aislados y/o encerrados no es el mejor escenario para imponer nuestras necesidades. Más aún que en otras ocasiones, no hay lucha, sino demandas que fortalecen la legitimidad del Estado.

Pero no todo es paz y silencio. En esta situación comienzan las huelgas en la industria del automóvil en España, Italia y Canadá. Protestas por parte de los trabajadores de Amazon en Francia, España y Estados Unidos a causa de las condiciones de explotación. Huelgas de alquiler y ocupaciones en algunas ciudades de Estados Unidos.

También ha habido saqueos en diferentes países, y motines en cárceles y centros de detención en Italia, Francia, España, Alemania, Líbano, Argentina y Brasil, entre otros.

Y esto no parece que vaya a desaparecer sino a incrementarse. Pese al miedo, la desconfianza y el control, la solidaridad no se hace esperar, así como tampoco la autoorganización para dar pelea a las consecuencias sociales de una pandemia en un mundo capitalista. Pero aún son minoritarias las redes públicas o discretas entre vecinos, amigos y cercanos, así como ollas populares. La cuestión es cómo podemos evitar que estas luchas no acaben estranguladas por la desesperación o que sean meros gestos limitados en el tiempo y el espacio.

Desde un punto de vista radical, para ir a la raíz del problema, no se trata de proponer medidas que el Estado y el resto de la burguesía deban realizar para simplemente cumplir con su función, sino de imponer las necesidades, a pesar del Estado, que no está aquí más que para hacer prevalecer la ganancia frente a la vida.

Asumiendo que la vida bajo el Capital es una vida de muerte, de pandemias, de enfermedades productos de este modo de producción, tenemos que comenzar a actuar y pensar en cómo luchar contra estas condiciones de vida en este nuevo escenario. Tenemos que reflexionar por qué la burguesía, con los Estados a la cabeza, se lanzó a este tipo de medidas en este caso concreto. Y por supuesto discutir qué hacer, cómo combatir la idiotización mediática y, por sobre todo, cómo contraponernos a la mayor austeridad y control que se vienen.

A su vez, este parate generalizado de la producción y la circulación trajo aparejados drásticos cambios que, aunque no vayan a durar demasiado pueden darnos algunas pistas. Se ha sucedido una drástica reducción de la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de las personas que habitan las regiones afectadas, incluso bajando la cantidad de afecciones respiratorias por dicho motivo. Han disminuido notablemente, por ejemplo, los accidentes de tránsito y los mal llamados “accidentes laborales”, cuyas cifras “normales” de muertes no tienen nada que envidiar a una pandemia. Esta inesperada situación debería llevarnos a reflexionar acerca del correlato que alimentar al monstruo de la economía tiene en la destrucción del hábitat donde vivimos, o al menos lo intentamos. Mientras la cuarentena pasa, el aire se limpia y el agua se vuelve cristalina. No somos obtusos, somos conscientes de lo limitado y excepcional de estos fenómenos que se suceden al mismo tiempo que el monocultivo, la megaminería, la tala y tantas otras nocividades, que no se han detenido. Simplemente vemos y hacemos notar cómo el mundo se puede ir transformando en lapsos tan breves de tiempo.

Lamentablemente como fue decisión estatal paralizar la economía en determinadas regiones, la potestad de reiniciarla también corresponderá al Estado, y por esto, los momentáneos beneficios de dicha suspensión se verán revertidos en cuestión de días también. Sin embargo, estos ejemplos dejan una enseñanza al respecto de las prioridades de un sistema en la cual la producción de valor reina notablemente sobre la salud tanto de personas como del ecosistema terrestre mismo. Y nos impulsa a afirmar que el sistema productivo actual debe ser desmantelado para la supervivencia de la especie.

La realidad es tan perversa que confinados y temerosos deseamos volver a la normalidad, pero como gritan desde todas las regiones en revuelta a las que estas medidas han pausado momentáneamente: ¡La normalidad es el problema!

Cuadro/ «ACEPTÉMOSLO, EL ESTILO DE VIDA QUE CONOCÍAMOS NO VA A VOLVER »

En 1972 un grupo de expertos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) publicó, encargado por el Club de Roma, un informe titulado Los límites al crecimiento en el que detallaban los desastres ecológicos, climáticos y sociales que nos deparaba el desarrollo capitalista. Hace unos días un experto del MIT publicó un artículo titulado Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca donde nos explica, en su clásico tono apacible y neutral, cómo esta pandemia va a cambiar nuestras vidas:

«No sabemos exactamente cómo será este nuevo futuro, por supuesto. Pero es posible imaginar un mundo en el que, para tomar un vuelo, a lo mejor haya que registrarse en un servicio que rastree los movimientos de los pasajeros a través del teléfono. La aerolínea no podría ver dónde habían ido, pero recibiría una alerta si algún pasajero ha estado cerca de personas infectadas confirmadas o de puntos calientes de enfermedades. Habría requisitos similares en la entrada a grandes sitios, como edificios gubernamentales o centros de transporte público. Habría escáneres de temperatura en todas partes, y su lugar de trabajo podría exigirle usar un monitor que controle su temperatura u otros signos vitales. Actualmente, las discotecas hacen controles de edad y puede que, en el futuro, también exijan un justificante de inmunidad: una tarjeta de identidad o algún tipo de verificación digital a través del teléfono que demuestre que la persona ya se ha recuperado y vacunado contra la última cepa del virus.

Nos adaptaremos y aceptaremos esas medidas, de la misma forma que nos hemos acostumbrado a los cada vez más estrictos controles de seguridad en los aeropuertos a raíz de los ataques terroristas. La vigilancia intrusiva se considerará un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas.

Como de costumbre, además, el coste real será asumido por los más pobres y los más débiles. Las personas con menos acceso a la sanidad y las que vivan en áreas más propensas a enfermedades también serán excluidas con mayor frecuencia de lugares y oportunidades abiertas para todos los demás. Los trabajadores autónomos, desde conductores hasta plomeros e instructores de yoga, verán que sus trabajos se precarizan aún más. Los inmigrantes, los refugiados, los indocumentados y los expresidiarios se enfrentarán a otro obstáculo para hacerse un hueco en la sociedad.

Además, a menos que se impongan reglas estrictas sobre cómo se calcula el riesgo de contraer una enfermedad para cualquier persona, los gobiernos y empresas podrían elegir cualquier criterio: ganar menos de 30.000 euros al año podría considerarse un factor de riesgo, así como tener una familia de más de seis miembros y vivir en ciertas partes de un país, por ejemplo. Eso abre la puerta al sesgo algorítmico y la discriminación oculta, como sucedió el año pasado con un algoritmo utilizado por las aseguradoras de salud estadounidenses que resultó favorecer accidentalmente a las personas blancas.

El mundo ha cambiado muchas veces, y ahora lo está haciendo de nuevo. Todos tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero como con todo cambio, habrá algunos que perderán más que la mayoría.»

Cuadro/ NO SE NECESITA UNA CONSPIRACIÓN

Muchas “explicaciones” del surgimiento de la pandemia se han nutrido de la idea paranoica de conspiración, así como de prejuicios racistas. Los partidarios de la primera no comprenden a los Estados como garantes de un orden mundial que nos mata, nos debilita y nos enferma sino como personajes oscuros que deben introducir ciertas enfermedades para que nuestras vidas sean efectivamente malas. Evidentemente, no hace falta una conspiración de ese tipo. Los Estados efectivamente coordinan entre sí, incluso discretamente, para garantizar este orden que da ganancias a unos y arruina la vida de la mayoría.

Vivimos en un sistema donde las personas que ocupan posiciones de decisión y gestión son perfectamente intercambiables en su mayoría, lo que hace que el real problema esté en el sistema en sí, y no en los “actores”. El decir esto no es nada nuevo, como el decir que el capitalismo trae la guerra, el hambre y la crisis sin necesidad que nadie desde la sombra, desde grupos ocultos y ocultistas esté provocando estos hechos.(1)

Aunque las “teorías” de la conspiración están muy ligadas al racismo, hay una explicación directamente racista que se ha basado en un prejuicio sociocultural: el supuesto gusto de los chinos por comer alimentos extraños como sopa de murciélago. Ambos intentos de explicación olvidan la dimensión social del asunto.

El ciudadano obediente teme de un virus que piensa viene de afuera, porque para él lo malo siempre viene de afuera, es un problema externo. Tiene miedo de un virus del griego ἰός toxina o veneno. “Tóxico”, palabra tan de moda que expresa todo lo que se supone es exterior al individuo y a lo que se tiene terror. Así las relaciones son catalogadas como tóxicas, la gente que no les gusta es tóxica, y quienes protestamos somos tóxicos. Y así el individuo libre de culpa y cargo se desresponsabiliza del mundo en el que vive y evita mezclarse con el resto a fin de no ser intoxicado.


Notas:
(1) Hay algo más allá de nuestras narices. Crítica a las teorías de la conspiración. Mariposas del caos, 2009.