sábado, 4 de marzo de 2017

¡ABAJO EL TRABAJO DOMÉSTICO!

Hace ya varios años que hemos sumado nuestras voces para exponer la relación entre trabajo asalariado y capitalismo, para asumir la contradicción, no defendiendo el trabajo sino la vida. Porque la contradicción más importante por la que luchamos es la que existe entre Capital y vida humana.

El modo de producción capitalista, pese a su imagen racionalista y científica también produce mitos, actos de fe gracias a los cuales se sostiene. Uno de ellos es que el trabajo es ajeno a la historia, que existe desde siempre y que, por tanto, no podría dejar de existir. Esto es una verdadera falacia. El trabajo aparece como actividad separada en las sociedades de clase. Y el trabajo asalariado, más precisamente, es la forma que adquiere la actividad humana en el capitalismo. Es por ello que cuando miles de proletarios en el mundo insistimos con la consigna «¡Abajo el trabajo!» no estamos proponiendo que haya que dejarse morir de frío e inanición, sino que debemos luchar para constituir una comunidad donde nuestras necesidades de alimento y techo, así como de goce y creatividad sean puestas en común sin ser una coartada para cuantificarlas y generar ganancias. Aunque parezca extraño en este tiempo inmóvil del Capital que se asemeja a un eterno presente, la mayor parte de la existencia de nuestra especie no hemos vivido de esta manera; ello vuelve evidente que este modo de producción también tiene los días contados.

Otro mito necesario para apuntalar la normalidad capitalista es exponer el trabajo doméstico como un atributo natural de las mujeres, quienes se supone que, por naturaleza, serían buenas cocineras, lavanderas, amantes, sensibles, débiles y, por sobre todo, dependientes. No es ninguna casualidad, el primer paso para la domesticación es la creación de dependencia.

Una dependencia que es tanto económica como ideológica, basada en el mito (1) de que siempre fue el trabajador asalariado hombre el que llevó el pan a la mesa. Y en el pobre imaginario social —¡y aunque estaba a simple vista!— este trabajador habría carecido de la necesidad de cuidados, porque se trataba de un adulto sano que se valía por sí mismo. Esta falacia no solo invisibilizó —e invisibiliza— esos cuidados, sino que además produce un modelo, especialmente masculino o masculinizante, que se caracteriza por su pretensión de no necesitar de nadie. Un individuo que rechaza la interdependencia humana en nombre de la fuerte y prominente independencia típica del capitalismo.

Tal como sucede con cualquier trabajo, la función de la ideología dominante es que el trabajo doméstico sea naturalizado, amalgamado a cualquier actividad humana, cuando en verdad se trata de un fenómeno social determinado e histórico. El trabajo doméstico de las mujeres se encuentra bajo mayores sombras aun que el trabajo asalariado, por ser considerado, erróneamente, un atributo natural de la personalidad femenina, una aspiración del “ser mujer”. Pero lo que se olvida es que para crear la imagen de ese supuesto atributo natural fueron necesarios siglos enteros de desposesión y de persecución misógina, cuando las mujeres muy lejos estaban de cuadrar con la imagen de ama de casa sumisa y siempre atenta a las necesidades de su familia, y que el Capital «chorreando sangre y lodo por todos los poros», logró imponer.

No es fácil definir al trabajo doméstico en cuanto categoría. Sin embargo, quien lo sufre en carne propia sabe a qué nos referimos. El trabajo doméstico está constituido por las tareas realizadas en el hogar o para el hogar. No obstante, eso no lo es todo: a diferencia de la mayoría de los trabajos asalariados, la jornada no tiene un horario definido ni tareas precisas. ¿Y el cuidado de niños, ancianos y enfermos al que son confinadas millones de mujeres a diario? ¿Y el “servicio sexual”? Esto ni siquiera termina en casa. Llevarle un café al jefe y charlar con él acerca de sus problemas maritales es trabajo de secretaria y no un favor personal. Preocuparse por cumplir con un perfil físico determinado e imitar la imagen de las mujeres de las publicidades es una condición laboral y no el resultado de la vanidad femenina.

Obtener un segundo trabajo para las mujeres no cambia su rol impuesto, así lo han demostrado décadas y décadas de trabajo “femenino” fuera de casa. Un segundo trabajo no solo incrementa la explotación, sino que además reproduce aquel rol de diferentes maneras. Donde sea que miremos podemos observar que los trabajos llevados a cabo por mujeres son meras extensiones de las labores confinadas a la esfera privada.

Amas de casa, maestras, prostitutas, limpieza, secretarias, enfermeras, niñeras, psicólogas… las virtudes de la esposa homenajeada el día de la madre. La celebración oficial de cada 8 de marzo y las loas mercantiles a las mujeres feroces, valientes e independientes es la celebración de la explotación en nombre de un supuesto heroísmo, de una naturaleza femenina que se reconoce en la imagen masculinizante de la mujer todopoderosa, capaz de dedicarse a las tareas del hogar al mismo tiempo que va a trabajar a la oficina.

Para este 8 de marzo se hace un llamado sorprendente: un paro nacional de mujeres. Como toda medida aislada tiene sus propias limitaciones. Pero, en este caso, el paro además visibiliza un hecho sobre el cual se basa la sociedad capitalista y del cual se habla poco y nada. El Capital domina y se desarrolla a través del sistema de salario y es a través del salario que se organiza también la explotación del proletariado no–asalariado. Esta explotación ha sido aún más efectiva porque la falta de un salario la oculta.

En los años 70 del siglo pasado hubo una campaña titulada Salario para el trabajo doméstico. Esto arrancó el tema del ámbito privado, donde se lo sobreprotegía —y aún sobreprotege— para que no entrara en discusión. Pero, en síntonía con el obrerismo, reclamó su porción al Estado y a las empresas por ser de suma importancia para la producción capitalista.

El Capital, además del trabajo asalariado, depende también del trabajo no remunerado realizado por las mujeres en los hogares. Por eso no hay que defenderlo, hay que destruirlo. Recibir un salario por aquello no ha sucedido, y no pareciera que vaya a suceder. Repartir las tareas de forma más equitativa entre hombres y mujeres es una posibilidad, pero bastante remota también. Y si bien cada vez se paga más por servicios que en otros tiempos se solicitaba gratis a las esposas, madres, hermanas, hijas o abuelas, estas siguen soportando la mayor parte de estos quehaceres.

La imposibilidad de reforma es evidente. Así como la necesidad de abolir tanto el ámbito público como el privado de esta sociedad. No hay nada que salvaguardar de ninguno de los dos, ni entremezclarlos, sino hacerlos saltar por los aires junto a toda la sociedad que los ha creado.


Nota:
(1) Con mito nos referimos a una situación que, escapando a la imagen eurocentrista dominante desde mediados de siglo XX, implica un proceso histórico más amplio que las décadas doradas del capitalismo y abarca la realidad de miles de mujeres que por su lugar y momento de nacimiento fueron confinadas a un trabajo siempre menos pago que el del hombre y tuvieron que cumplir además con el trabajo en el hogar. Es por tanto un mito burgués, un ideal de la familia burguesa impuesto a todo el mundo.

¡HIGUI A LA CALLE!

Tristemente volvemos a escribir desde la rabia. Hoy es el caso Analía de Jesús la chispa que enciende la necesidad, cada vez más urgente, de ponernos a reflexionar, agitar y denunciar que las condiciones materiales y las relaciones sociales en que vivimos están deshumanizadas, y que los hechos de violencia son su expresión.

Higui es una mujer lesbiana que está presa desde marzo de 2016 por defenderse de un grupo de hombres que intentaron violarla y asesinarla. Ella vivía en Lomas de Mariló, Moreno, en el Gran Buenos Aires, y debió mudarse por el continuo hostigamiento de vecinos que, incluso, llegaron a incendiar su casa. Dicen que en esa localidad se da una expresión particularmente violenta y patotera de los hombres que no toleran a mujeres lesbianas, y que éstas son agredidas verbalmente, apedreadas y golpeadas si su elección sexual es reconocida. Dicen que allí los hombres “corrigen” tanto a lesbianas como a gays.

El Día de la Madre pasado Higui volvió a Lomas para visitar a su hermana, luego pasó por lo de un amigo que vive cerca y cuando finalizaba el encuentro, el cuñado de su amigo, conocido misógino del barrio, junto a otros nueve, la atacaron a golpes. Higui cuenta que estos seres despreciables acompañaban sus golpes diciendo: «Sos una tortillera. Sos una puta. Te voy a hacer sentir mujer. Te vamos a empalar, tortillera». Luego le rompieron el pantalón y el bóxer y uno de ellos se le tiró encima, dispuesto a violarla. Ella sacó un cuchillo que llevaba escondido y se defendió con un puntazo en el tórax que terminó con la vida de este agresor. Higui perdió el conocimiento hasta que la policía la despertó.

El horror continuó, esta vez, en el periplo burocrático y sádico de la institución policial. Analía fue llevada por personal del Centro de Operaciones Municipales a la comisaría 2da de San Miguel, donde fue objeto de burla y maltrato… «¿Quién te va a querer tocar o abusar a vos, si sos horrible?» La mantuvieron desnuda, presa, golpeada y sin atención médica durante tres días.

Uno de los agresores declaró entonces que Analía se había metido en una pelea entre dos pibes para separarlos, acuchillando a uno. Otros tres testigos declararon exactamente, al pie de la letra, la misma situación. Como es de esperarse, los vecinos se encuentran amenazados por los agresores que hoy caminan por el barrio tranquilamente, y la causa de Higui se halla repleta de irregularidades. Ella está presa desde entonces, acusada de homicidio, y la localización exacta la conocen unos pocos. Podríamos usar el lenguaje del enemigo e indignarnos por el accionar nefasto de la policía y la justicia, pedir más presencia del Estado, más policías. Pero sabemos que el Estado no está ausente en estos hechos, que la democracia no funciona mal. Si cada hecho se piensa de manera aislada las soluciones van a ser individuales, reivindicando los derechos ciudadanos, legales, de cada uno. 

En 2016 hubo varios casos de homicidios por legítima defensa en situaciones de robo. Sin embargo, a Higui no se le reconoce haber actuado en su legítima defensa, figura que parece ser válida solo cuando lo que está en juego es la propiedad privada de una persona burguesa.

Cada caso no es “un caso más” para sumar a una estadística nacional del tipo que sea, lo que aquí está en juego es el modo en que las relaciones sociales se desarrollan, y estos hechos son parte de un problema social y como tal requieren de una solución también social. Lo que le sucedió a Higui es todo el sistema actuando sobre una mujer, lesbiana y pobre. El foco está en poner en tensión todas las relaciones sociales, la violencia generalizada, y las condiciones que generan, permiten y reproducen esta violencia.

MEMORIA: «вниз с войной!»

«¡Abajo la guerra!» gritaban miles de mujeres en los mítines y manifestaciones aquel 8 de marzo de 1917. Petrogrado estaba muy tensa, las trabajadoras textiles estaban en huelga y los metalúrgicos se les sumaban. Los soldados en el frente y los marineros en las bases cercanas se estaban amotinando y las filas de racionamiento eran frecuentes focos de incidentes y destrozos por parte de las trabajadoras domésticas.

El frío invierno, la autocracia, las condiciones del frente, el desabastecimiento, la estructura patriarcal, la miseria en los hogares... Razones sobraban, pero las cicatrices de 1905 todavía ardían. El 8 era un buen día para aumentar la intensidad de la lucha. En Rusia el día de la mujer trabajadora se conmemoraba desde hacía pocos años pero con intenso fervor. Las primeras en rebelarse fueron las hilanderas de las fábricas textiles del distrito de Výborg al norte de Petrogrado: siete mil de ellas marcharon a otras fábricas y hacia las diez de la mañana habían logrado movilizar a otros veinte mil obreros. Los trabajadores despedidos de la Putílov se unieron a los manifestantes. Al mediodía, ya eran alrededor de cincuenta mil manifestantes y a primeras horas de la tarde comenzaron a unírseles obreros metalúrgicos y de las fábricas de municiones. Previendo incidentes, las autoridades habían ordenado el cierre de tiendas y oficinas, lo que hizo que algunos de los empleados se uniesen a las manifestaciones.

Doscientos cincuenta mil obreras y obreros estaban en huelga para el día 10. Este día comenzaron los enfrentamientos con la policía. Los cosacos, la fuerza más confiable del zarismo, decidieron, no obstante, no reprimir. Las fuerzas represivas habían perdido su halo indestructible, cada soldado tenía amigos y familiares entre los huelguistas y temía la vuelta al frente. El movimiento huelguístico fue astuto, no se aisló y buscó activamente la confraternización con los conscriptos arrancados del campo apenas mayores. La última de las puertas hacia la revolución comenzaba a abrirse.

Al cabo de pocos días el Zar finalmente abdicó y, si bien en su reemplazo emergió un gobierno parlamentario, también se consolidó una forma de asociacionismo proletario que había madurado desde su aparición en la Revolución de 1905, los soviets. En éstos, y como era costumbre ya desde las organizaciones narodnikis (populistas), la presencia femenina era permanente.

Entre febrero y octubre, y más aún durante los años siguientes, incluso a pesar de la guerra civil en curso, se avanzó significativamente en históricas reivindicaciones femeninas,(1) como la posibilidad de tener elección sobre la natalidad, deshacer sus matrimonios, que su formación no dependiera de los designios paternos y muchas más. Se imponían con fuerza en las calles las necesidades sociales que las legislaciones nunca traerían. Las actitudes paternales eran combatidas por mujeres, que renegaban de la idea de que su rol en la revolución fuera de apoyo, manteniendo las tareas domésticas a las cuales habían sido condenadas desde la disolución de las comunidades campesinas. «Las mujeres deben jugar un rol significativo en la campaña por los alimentos», llegó a decir Inessa Armand, una de las mayores referentes femeninas del bolchevismo, en 1916.

Pero todo ese proceso estaba, cada vez más, siendo incluido y deformado bajo el Estado, liderado por el Partido Bolchevique. Éste, siguiendo el ejemplo de las organizaciones socialdemócratas del diecinueve, postulaba que las “cuestiones femeninas” debían de tratarse en organizaciones específicas para las camaradas. Así, formaron el Zhenotdel, cuyo órgano de difusión era Kommunistka (La Mujer Comunista) y pusieron a su cargo a Alexandra Kollontai, primera ministra mujer de la historia que, tras un paso por la minoritaria Oposición Obrera, luego sucumbiría al estalinismo, cumpliendo tareas diplomáticas hasta su muerte. Mientras de la boca para afuera ese organismo se dedicaba a concientizar a las mujeres en las ideas socialistas y las necesidades de la revolución, en la práctica, el rol de estas organizaciones se centraba en el viejo truco de legislar y delimitar lo que efectivamente ya estaba sucediendo: los abortos se realizaban y los violadores eran abandonados. Las necesidades eran asumidas directamente por las mujeres, individualmente o a través de las estructuras de solidaridad que se formaban en el calor revolucionario.

El aislamiento de las cuestiones femeninas llegaría en 1920 hasta el ridículo de formar la Internacional Comunista de Mujeres, análoga a otras especificidades como la Internacional Sindical Roja o la Internacional Campesina Roja. Las y los revolucionarios denunciaron este proceso de ahogamiento y burocratización creciente, muchos incluso insistiendo en el rol capitalista y reaccionario del Partido Bolchevique que, si alguna vez había sido una organización revolucionaria, sin duda ya no lo era. Un momento destacable de la crítica práctica fue el intento de asesinato de Lenin, líder bolchevique, a manos de Fania Kaplan, militante histórica e integrante de los Social–Revolucionarios de Izquierda, en 1918.

El ardor de la revolución se apagaba entre el Comunismo de Guerra y la represión permanente a los núcleos todavía disidentes, como en la región ucraniana con el Ejército Negro Insurreccional, y la gloriosa Kronstadt, vigía de Petrogrado, tomada por los viejos marinos. Mientras tanto, las reivindicaciones de mujeres ya habían pasado su punto álgido y comenzaban a retraerse en los cajones de los escritorios. Eventualmente, el mismo estalinismo terminaría por deshacer las organizaciones de mujeres, ya que bajo el socialismo éstas serían, bajo todos los puntos de vista, “iguales a los hombres y libres en su totalidad”. El derecho al aborto se denegaría nuevamente y la sociedad resumiría el curso patriarcal que soñaba extinguir.
Pero cien años después, los latidos de marzo todavía resuenan entre nosotros. La fuerza de la espontaneidad, del asociacionismo directo, de la solidaridad entre mujeres, entre hombres, entre combatientes por la revolución, fue tan fuerte en 1917 como puede serlo hoy día.


Nota:
(1) Usamos este controversial término para reconocer el hecho de que, en gran parte, han sido mujeres las que históricamente han dado sus vidas por necesidades que son de la humanidad toda, y que no solo mejorarían la calidad de vida de uno de los sexos.

DÍAS DE PRECARIEDAD Y REESTRUCTURACIÓN

Pasó un año desde que Macri asumió la presidencia. Un año de ajuste salvaje; sin embargo, queda mucho por delante. No hay apuro si asumimos la constancia. Nada es inmediato. La lucha es necesaria y la ruina de la sociedad capitalista es inevitable. Vamos a partir reconociendo que existe una miseria global generada por un modo de producción de tipo capitalista. En todos los continentes del globo se pueden ver las consecuencias de la administración de esta miseria. En el continente americano, más allá del discurso predominante en la generación de gobernantes progresistas y desarrollistas, sucede lo mismo.

La crisis económica mundial afecta la industria argentina, cuyos costos son más altos y sus avances técnicos más atrasados que los de aquellos países que lideran los mercados. Esto es central para comprender por qué el gobierno ataca incesantemente, aumentando tarifas, despidiendo y precarizando. En otras palabras, buscan producir más con menos costos, así como también usar el asistencialismo como palanca para neutralizar el poco poder de fuego que tiene la movilización social. Éstos comenzaron a especular, en diciembre pasado, cuando las fuerzas sindicales, políticas, territoriales y religiosas armaron el proyecto de la “Ley de emergencia social”. En éste, a cambio de unas concesiones mínimas, los delatores y disciplinadores de la clase explotada garantizan la paz social. Un programa idéntico al del anterior gobierno. Sintéticamente, podemos decir que las condiciones globales tienen su expresión local, y localmente, también sus sostenedores y su falsa oposición.

Asimismo, el antagonismo se expresa tímidamente. En los últimos años, las luchas de los asalariados convivieron de manera errática con los reclamos socioambientales, y, además, con las masivas demostraciones del movimiento de mujeres. Actualmente, existe en el territorio argentino un proceso de luchas con distintos matices y grados de conflictividad. Estas luchas particulares, necesarias e importantes, sin embargo, permanecen aisladas entre sí, expresando solidaridad solo desde su particularidad, impidiendo ver lo que tienen en común.

Las siempre engañosas cifras acerca de la cantidad de despidos, suspensiones y envío de millones de personas al inframundo de los trabajadores pobres son alarmantes. Sin embargo, las demostraciones de paciencia en el proletariado de la región argentina parecen no agotar sus reservas. Al escribir este artículo, decenas de organizaciones sindicales y de género están anunciando paros y movilizaciones para el mes de marzo.

El 7 de marzo movilizan los mercenarios de la CGT, que además amenazan con una huelga a fin de mes. El sindicalismo argentino lucha por no perder su lugar de interlocutor privilegiado frente al gobierno y las cámaras empresariales. Al día siguiente, va a realizarse un paro de mujeres, el segundo en menos de un año. Ambas movilizaciones, empujadas por reclamos y reivindicaciones auténticamente sentidas por los proletarios y las proletarias. Los reformistas de siempre buscarán impedir cualquier desbande para lograr eficazmente la canalización democrática. Pero sabemos que ésta dependerá de lo institucionalizable de las luchas. Nuestras luchas son prestas al encuadramiento cuando luchan por el reparto de la miseria, son canalizables cuando luchan por migajas ¡Luchemos por todo! ¡Cuando nuestros reclamos no pueden ser recuperados por estos mercenarios es porque vamos por el buen camino, el camino de la revolución!