«¡Abajo la guerra!»
gritaban miles de mujeres en los mítines y manifestaciones aquel 8 de
marzo de 1917. Petrogrado estaba muy tensa, las trabajadoras textiles
estaban en huelga y los metalúrgicos se les sumaban. Los soldados en el
frente y los marineros en las bases cercanas se estaban amotinando y las
filas de racionamiento eran frecuentes focos de incidentes y destrozos
por parte de las trabajadoras domésticas.
El frío invierno, la autocracia, las
condiciones del frente, el desabastecimiento, la estructura patriarcal,
la miseria en los hogares... Razones sobraban, pero las cicatrices de
1905 todavía ardían. El 8 era
un buen día para aumentar la intensidad de la lucha. En Rusia el día de
la mujer trabajadora se conmemoraba desde hacía pocos años pero con
intenso fervor. Las primeras en rebelarse fueron las hilanderas de las
fábricas textiles del distrito de Výborg al norte de Petrogrado:
siete mil de ellas marcharon a otras fábricas y hacia las diez de la
mañana habían logrado movilizar a otros veinte mil obreros. Los
trabajadores despedidos de la Putílov
se unieron a los manifestantes. Al mediodía, ya eran alrededor de
cincuenta mil manifestantes y a primeras horas de la tarde comenzaron a
unírseles obreros metalúrgicos y de las fábricas de municiones.
Previendo incidentes, las autoridades habían ordenado el cierre de
tiendas y oficinas, lo que hizo que algunos de los empleados se uniesen a
las manifestaciones.
Doscientos cincuenta mil obreras y obreros
estaban en huelga para el día 10. Este día comenzaron los
enfrentamientos con la policía. Los cosacos, la fuerza más confiable del
zarismo, decidieron, no obstante, no reprimir. Las fuerzas represivas
habían perdido su halo indestructible, cada soldado tenía amigos y
familiares entre los huelguistas y temía la vuelta al frente. El
movimiento huelguístico fue astuto, no se aisló y buscó activamente la
confraternización con los conscriptos arrancados del campo apenas
mayores. La última de las puertas hacia la revolución comenzaba a
abrirse.
Al cabo de pocos días el Zar finalmente
abdicó y, si bien en su reemplazo emergió un gobierno parlamentario,
también se consolidó una forma de asociacionismo proletario que había
madurado desde su aparición en la Revolución de 1905, los soviets. En éstos, y como era costumbre ya desde las organizaciones narodnikis (populistas), la presencia femenina era permanente.
Entre febrero y octubre, y más aún durante
los años siguientes, incluso a pesar de la guerra civil en curso, se
avanzó significativamente en históricas reivindicaciones femeninas,(1) como la posibilidad de tener elección sobre la natalidad, deshacer sus matrimonios, que su formación no dependiera de los designios paternos y muchas más. Se
imponían con fuerza en las calles las necesidades sociales que las
legislaciones nunca traerían. Las actitudes paternales eran combatidas
por mujeres, que renegaban de la idea de que su rol en la revolución
fuera de apoyo, manteniendo las tareas domésticas a las cuales habían
sido condenadas desde la disolución de las comunidades campesinas.
«Las mujeres deben jugar un rol significativo en la campaña por los
alimentos», llegó a decir Inessa Armand, una de las mayores referentes
femeninas del bolchevismo, en 1916.
Pero todo ese proceso estaba, cada
vez más, siendo incluido y deformado bajo el Estado, liderado por el
Partido Bolchevique. Éste, siguiendo el ejemplo de las organizaciones
socialdemócratas del diecinueve, postulaba que las “cuestiones
femeninas” debían de tratarse en organizaciones específicas para las
camaradas. Así, formaron el Zhenotdel, cuyo órgano de difusión era Kommunistka
(La Mujer Comunista) y pusieron a su cargo a Alexandra Kollontai,
primera ministra mujer de la historia que, tras un paso por la
minoritaria Oposición Obrera,
luego sucumbiría al estalinismo, cumpliendo tareas diplomáticas hasta
su muerte. Mientras de la boca para afuera ese organismo se dedicaba a
concientizar a las mujeres en las ideas socialistas y las necesidades de
la revolución, en la práctica, el rol de estas organizaciones se
centraba en el viejo truco de legislar y delimitar lo que efectivamente
ya estaba sucediendo: los abortos se realizaban y los violadores eran
abandonados. Las necesidades eran asumidas directamente por las mujeres,
individualmente o a través de las estructuras de solidaridad que se
formaban en el calor revolucionario.
El aislamiento de las cuestiones femeninas
llegaría en 1920 hasta el ridículo de formar la Internacional Comunista
de Mujeres, análoga a otras especificidades como la Internacional
Sindical Roja o la Internacional Campesina Roja. Las y los
revolucionarios denunciaron este proceso de ahogamiento y
burocratización creciente, muchos incluso insistiendo en el rol
capitalista y reaccionario del Partido Bolchevique que, si alguna vez
había sido una organización revolucionaria, sin duda ya no lo era. Un
momento destacable de la crítica práctica fue el intento de asesinato de
Lenin, líder bolchevique, a manos de Fania Kaplan, militante histórica e
integrante de los Social–Revolucionarios de Izquierda, en 1918.
El ardor de la revolución se apagaba entre
el Comunismo de Guerra y la represión permanente a los núcleos todavía
disidentes, como en la región ucraniana con el Ejército Negro
Insurreccional, y la gloriosa Kronstadt, vigía de Petrogrado, tomada por
los viejos marinos. Mientras tanto, las reivindicaciones de mujeres ya
habían pasado su punto álgido y comenzaban a retraerse en los cajones de
los escritorios. Eventualmente, el mismo estalinismo terminaría por
deshacer las organizaciones de mujeres, ya que bajo el socialismo éstas
serían, bajo todos los puntos de vista, “iguales a los hombres y libres
en su totalidad”. El derecho al aborto se denegaría nuevamente y la
sociedad resumiría el curso patriarcal que soñaba extinguir.
Pero cien años después, los latidos de
marzo todavía resuenan entre nosotros. La fuerza de la espontaneidad,
del asociacionismo directo, de la solidaridad entre mujeres, entre
hombres, entre combatientes por la revolución, fue tan fuerte en 1917
como puede serlo hoy día.
Nota:
(1)
Usamos este controversial término para reconocer el hecho de que, en
gran parte, han sido mujeres las que históricamente han dado sus vidas
por necesidades que son de la humanidad toda, y que no solo mejorarían
la calidad de vida de uno de los sexos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario