Una huelga es la interrupción colectiva
de la actividad laboral por parte de quienes trabajamos con el fin de
reclamar ciertas condiciones o manifestar una protesta hacia un patrón
particular o conjunto de patrones. Cuando por decisión de la empresa la
actividad se paraliza de modo parcial o total suele hablarse de lockout o paro patronal.
Por estas latitudes las huelgas de los trabajadores suelen ser llamadas paros, quizás por la discontinuidad con aquel método histórico del movimiento obrero revolucionario
en relación al desarrollo capitalista. Actualmente la situación es
otra, y no es posible restaurar ninguna época anterior. En los últimos
años desde los sindicatos los paros han tenido por objeto políticas económicas de los diferentes gobiernos antes que la disputa salarial en sí.
El reclamo más necesario e inmediato hoy
es el aumento de salarios, ayudas y jubilaciones. «Unidad de lxs
trabajadorxs y al que no le gusta se jode, se jode». Muchos explotados
se preguntan dónde están sus representantes. Y pareciera que los
representantes políticos y sindicales no aparecen, pero ahí están: negociando
nuestro precio, nuestra miseria, preparándose para las próximas
elecciones e incluso viviendo del esfuerzo ajeno, porque no olvidemos:
muchos de ellos no son simples burócratas sino empresarios.
Una huelga o ser huelguista no es lo mismo
ahora que a fines de 1800, cuando compañeros proponían la finalidad
revolucionaria: convertir la huelga en huelga insurreccional
generalizada capaz de llevar a un punto final la posición decisiva de la
burguesía en el conjunto de la vida social, una situación sin retorno.
Recordemos que hasta el día de hoy conmemoramos el 1° de mayo por los
anarquistas que fueron asesinados legalmente en Estados Unidos por
participar en las protestas de lucha por la jornada laboral de ocho
horas; que tuvieron su origen, justamente, en la huelga iniciada el 1°
de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en
lo que conocemos como “Revuelta de Haymarket”.
Hoy tenemos las ocho horas para una parte
del proletariado asalariado, muchos trabajan menos horas, tantos otros
más de ocho repartidas entre varios trabajos, y millones están
desempleados. Los avances tecnológicos y organizativos hicieron que el
Capital pueda producir cada vez más en menos horas, y que pueda
prescindir de una masa de personas que ya no constituyen un “ejército de
reserva” sino una “población sobrante”.
Sin embargo,
hay confianza en la burguesía. Al menos en un sector, por parte de la
clase explotada. Quienes eligen el mal menor olvidan con rapidez que
están eligiendo el mal. De momento, para muchos una huelga
general parece la mejor medida para derrotar al gobierno de Milei y “el
plan de ajuste del FMI”. Así como servía para tumbar el DNU, la Ley
Ómnibus, etc., etc. Solo faltaba que la CGT ponga la fecha del segundo
paro general, realizado finalmente el 9 de mayo. Algunos confían en la
dirección pasivamente y otros “luchan” contra la burocracia sindical
exigiendo a la propia mafia sindical que haga lo suyo: “ponele fecha la
puta que te parió”. La ilusión de unas bases que desbordarían sus
dirigencias, pero siempre dentro de los anchos bordes institucionales.
Recuerda a la tibieza de quejarse de las medidas de Milei pero a la vez
exigirle que ejerza de presidente y deje de perder tiempo en redes
sociales.
Paro y/o movilización
Vamos a la huelga. Pero, en la situación que estamos, hay que ser conscientes de que las huelgas generales convocadas por las centrales sindicales abarcan a menos de la mitad de las personas que trabajan,
ya que el trabajo precarizado y sin contrato abunda, por no hablar de
la gran masa de proletarios desempleados. Eso pone en duda que sean
“generales”. Se puede suponer que “si para el transporte, para todo”...
no es tan así. En nuestra ciudad, debido a los ataques narco, cada dos
por tres para el transporte y eso no significa que debamos dejar de ir a
trabajar. Queda bajo “responsabilidad de los empleadores”, que muchas
veces significa “arreglate como puedas y vení”. Esta es una realidad
tanto para los informales, quienes ganan el día a día, así como para el
resto de trabajadores no sindicalizados o cuyos sindicatos no paran,
como quedó claro desde las cuarentenas de años anteriores (con más de
100 días de paro de transporte en 2020).
Por otra parte, el
apoyo al actual gobierno sigue siendo alto. Entre la esperanza y la
resignación, millones de trabajadores formales e informales suponen que
todo esto es para bien. Entre los descontentos con el actual
gobierno, muchos desconfían de las medidas de fuerza por su sola
procedencia: una oposición política que ya mostró su forma de gobernar
y, si hilamos más fino, cuya principal fortaleza residió en
institucionalizar las luchas y movimientos sociales de las últimas
décadas.
Cuando a
comienzos de año la CGT llamó a un “paro”, se asemejaba más a una
movilización que a un paro que tiene por finalidad atacar las ganancias
de la burguesía. Si el movimiento obrero hace siglos empleó la
huelga es porque desde su lugar de productores el hecho de parar la
producción implicaba un trastrocamiento de la normalidad capitalista y
principalmente un golpe a las ganancias de la burguesía que tenía que
ceder a riesgo de perder más. Este segundo paro no tuvo movilización,
eso gustó al gobierno, aunque se quejaron de que la economía perdió 500
millones de dólares... los mismos que dicen que son los empresarios
quienes generan la riqueza.
Llegado a cierto nivel de ajuste, los
sindicatos se ven forzados a tomar medidas en defensa del salario, ya
que de lo contrario su rol quedaría aún más desdibujado. Como señalaba
la Internacional Situacionista respecto al rol histórico de cualquier
sindicato: «se aplasta contra el suelo y menea la cola para demostrar al
amo que ladra solo porque es un perro, pero, con todo, un perro fiel».
La CGT reacciona principalmente como opositor político al gobierno de turno. Esto
se hace evidente con solo mirar la caída del salario durante el
gobierno anterior sin ningún paro general, haciendo de Fernández el
primer presidente no re-electo sin ser confrontado con este tipo de
medidas desde 1983. La CGT fue también vanguardia en salir a apoyar
abiertamente la candidatura de Sergio Massa.
El reciente paro convocado por la CGT se
mantuvo pese a que el gobierno cedió frente al reclamo de los sindicatos
por las “cuotas solidarias”, tan importantes para sus recaudaciones. De
momento, el gobierno no impedirá estos aportes extraordinarios a los
gremios por parte de afiliados y no afiliados, los cuales están
incluidos en los convenios y se han ido generalizando desde los años 90
“para compensar la desafiliación”.
La reforma laboral incluida inicialmente
en el DNU quedó frenada en la justicia, por lo que el gobierno arremetió
con un nuevo proyecto de ley que vuelve a incluir una “modernización
laboral”, que si bien está bastante acotada respecto de la anterior, no
deja de ser un fuerte ataque a los asalariados. La nueva ley Bases que
incluye esta reforma ya fue aprobada en Diputados y espera su votación
en el Senado.
Claro que hay
que enfrentar las reformas laborales que buscan formalizar las
condiciones precarias de los trabajadores informales, extender períodos
de prueba, atacar el derecho a huelga y facilitar los despidos,
entre otros aspectos. Pero no nos olvidemos que incluso sectores
sindicales ven con buenos ojos ciertos aspectos de la reforma laboral,
como el modelo ya implementado por la UOCRA de fondos de desempleo en
reemplazo de las indemnizaciones, entre muchos otros retrocesos.
Tampoco los principales referentes de la
oposición parecen estar muy en desacuerdo con el trabajo sucio que les
ahorran: «Resulta ineludible discutir seriamente un plan de
actualización laboral que brinde respuestas a las nuevas formas de
relaciones laborales surgidas a la luz de los avances tecnológicos y de
una pandemia que trastocó todos y cada uno de los ámbitos de la vida de
las personas”, indicó Fernández de Kirchner en un documento de febrero
de este año.
Mientras tanto, tal como nos referimos en el número anterior de este boletín, el salario no para de achicarse.
La emancipación de los trabajadores…
Una huelga no es simplemente una
protesta, menos un desfile, parte de una campaña electoral o un acto
simbólico; es una acción histórica de la clase proletaria para generar
pérdidas a los burgueses y desde ahí reclamar. Bajo la modalidad actual,
la cuestión de los salarios, ayudas y
jubilaciones aparecen como un reclamo más del montón, entre el
patriotismo, la soberanía nacional, la cultura, los “derechos
conquistados”, etc.
Nos encontramos, manifestamos, pero no es
una receta mágica para cambiar el futuro de millones de personas. No se
trata de cantidad de gente, banderas, pancartas, panfletos, piedras o
intervenciones artísticas, sino de algo más que tampoco es la simple
suma de todo aquello.
Si no tenemos
una propuesta de clase, tan solo queda ser furgón de cola de quienes sí
tienen propuesta, los que llaman a “poner el cuerpo” y no debatir. Así
se puede obedecer y marchar o salirse y tirar piedras, pero de fondo no
hay mucho más que la defensa de la patria (y por tanto de amplios
sectores de la burguesía) y/o de la democracia (que busca armonizar la
relación entre explotadores y explotados). En fin, esperar que venga un
“buen gobierno” para que nos salve.
Si continuamos el mismo camino de
esperar-votar-protestar-votar porque creemos que ya está todo decidido,
vamos a acabar siempre en el mismo lugar. Y así, las marchas, los paros,
los carteles, las pintadas, los panfletos o las piedras no sirven para
un objetivo propio sino ajeno. Es cierto que de momento no parecen dar
las fuerzas ni la inteligencia, sin embargo, ¿cuándo vamos a empezar?
¿Cómo comenzar a construir un mundo nuevo mientras se confía en el
viejo?
«La
emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos» decían los
estatutos de la antigua Asociación Internacional de Trabajadores,
aquella de la época de Marx y Bakunin. Claro que los tiempos han
cambiando, y mucho, sin embargo algunas premisas siguen vigentes.
Seguramente no la de una huelga general insurreccional que abra las
puertas a una nueva sociedad. Los compañeros del pasado, los
bakuninistas por ejemplo, tan solo estaban ensayando experiencias de
acuerdo a su situación, pero con una finalidad: la emancipación total.
Marx señalaba que si los esfuerzos dirigidos a esta gran finalidad han
fracasado fue por falta de solidaridad entre proletarios de diferentes
ramas del trabajo en cada país, e incluso entre países. Por limitarse a
una “guerra de guerrillas” contra los efectos del sistema existente en
vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo; es decir, por la
abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.
Nuestras respuestas generalmente no están
en el pasado. Incluso cabe hacer nuevas preguntas, si es que hay una
intención de ir al fondo de nuestros problemas y no entretenernos con
los fenómenos superficiales del capitalismo, con los debates políticos, y
los dichos de tal o cual famoso.
A juzgar por su indignación selectiva,
pareciera que a gran parte de los insatisfechos lo que más les horroriza
es, a fin de cuentas, que el peronismo no esté en el gobierno nacional.
Si partimos de allí, es en vano hacerse estas preguntas que van fuera y
contra el permanente campañismo electoral.
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Nos encontramos el sábado 25 de mayo a las 18 hs. en la biblio para conversar en torno a la huelga como método de lucha proletaria a lo largo de la historia. Desde la denominada «huelga insurreccional generalizada» del joven movimiento obrero hasta los denominados «paros» sindicalistas de hoy. Tomando como punto de partida sus formas, pero también sus contenidos y sus contextos.