Las protestas masivas y disturbios en Chile, se iniciaron en Santiago como respuesta al aumento de $30 en la ya carísima tarifa de la red de ferrocarril metropolitano (Metro). Las tarifas diferenciadas según el horario aumentaron a partir del lunes 7 de octubre a $830 (U$1,16) en los horarios punta (de 7:00 a 9:00 y de 18:00 a 20:00), $750 (U$1,05) en el horario “valle”, mientras que el horario “bajo” (de 6 a 6:59 y de 20:45 a 23:00) disminuyó de $670 a $640.
Ante este nuevo esquema tarifario, el ministro de economía declaró: «El que madrugue será ayudado, de manera que alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy. Ahí se ha abierto un espacio para que quien madrugue pueda ser ayudado con una tarifa más baja.»
Ese tipo de declaraciones (una constante de los políticos conscientes de su lugar de administradores del Capital que sin empacho nos señalan como deberíamos vivir) inflamaron aun más los ánimos de un proletariado juvenil que ya hace un tiempo venía actuando decididamente contra el orden. Desde el Estado habían puesto en marcha una ley de control policial al interior de las escuelas públicas llamado “Aula Segura” (conocido como Jaula Segura) para intentar contener las constantes protestas y enfrentamientos de los estudiantes contra la policía. Desde ese sector de estudiantes secundarios es que se empieza a difundir la consigna de evasiones masivas en diferentes estaciones del metro desde el día lunes 7 de octubre. Ya para la semana siguiente estas protestas se extendieron por toda la red y para el viernes 18 se habían convertido en una verdadera revuelta por todos los rincones de Santiago y que rápidamente se extendió por todo el país.
La revuelta de octubre viene a mostrar que la clase proletaria en Chile, no solo sufre la subida de los precios del transporte que fue la chispa que encendió la mecha, sino también el precio de los alquileres, la semana laboral cada vez más larga, el endeudamiento, los bajos salarios, las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y el servicio de salud. De hecho, el transporte fuera de la Región Metropolitana de Santiago no tiene el mismo nivel de precios ni sufrió los mismos aumentos, por lo que la extensión de la revuelta en otras regiones no necesariamente partió de esa problemática particular(1).
Mucho se ha escuchado sobre el ejemplo económico de Chile, pero poco se dice sobre la estructura que sustenta fenomenales ganancias de empresarios y especuladores, sostenidas en un fuerte endeudamiento, la especulación financiera de los Fondos de Pensiones y el extractivismo minero, forestal, pesquero y agrícola, todo bajo una estructura de intenso sometimiento, donde los administradores del Estado no tienen problemas en decir en que horarios debemos movernos para ir al trabajo o a la escuela. El “estado de emergencia”, declarado por el gobierno, significó una militarización del territorio y control en manos de las Fuerzas Armadas. La rebeldía continuó en las calles, pese a los asesinatos, los secuestros, la tortura y todas las maniobras del terrorismo de Estado.
Y si bien el estallido fue sorpresivo se venía masticando rabia desde hacía tiempo y las evasiones individuales ya eran castigadas, como veremos más adelante, para impedir justamente estas evasiones colectivas.
Compartimos extractos de un preciso artículo publicado en el boletín Comunidad de Lucha nro.3 (Chile, marzo de 2018) que ya anunciaba lo que estaba en el aire, Saltar el torniquete de la no-vida: «Cualquiera que haya sufrido el hacinamiento y la espera tortuosa en el “horario punta”, puede fácilmente comprender la naturaleza inhumana del sistema de transportes. Efectivamente, este sistema no ha sido creado pensando en nuestras necesidades, ni mucho menos en la comodidad y el placer de quienes viajamos en micro o en Metro. Muy por el contrario, ha sido planificado con la misma racionalidad egoísta y calculadora con la que un empresario compra camiones para transportar animales hacia el matadero: no importa el bienestar de las personas, lo que importa es el bienestar de las empresas.
Es decir, el sistema está creado para hacer de lxs asalariadxs, y de sus hijxs, una fuente permanente de acumulación de capitales: explotadxs directamente en tanto trabajadorxs, y además como “usuarios” de un servicio por el cual debemos pagar. El hecho de que el “Panel de expertos del Transantiago” haya decretado 19 veces desde su puesta en marcha en 2007 la subida del precio del pasaje evidencia su verdadera labor: mejorar la rentabilidad económica de una empresa.
El apoyo –financiero, legal, policial– del Estado a las empresas del transporte es un hecho que ni siquiera cabe discutir, puesto como entidad administradora y protectora de la dominación capitalista, tiene sumo interés en que la gigantesca masa de esclavxs asalariadxs pueda ser transportada todos los días, y en grandes cantidades, a los lugares de trabajo y consumo. Más aún, el día 18 de enero se aprobó la famosa “Ley Anti-Evasión”, que penalizará duramente no sólo el no pago del pasaje y creará un registro nacional de “evasores”. Así, no solo se protegen con multas, cárceles y listas negras las ganancias, inversiones y la propiedad privada de capitalistas y políticos, también se logra, al mismo tiempo, el doble objetivo de perseguir a quienes no pagan, y de aislar y dividir cualquier manifestación de rebeldía por parte de lxs explotadxs y destruir cualquier posible brote de solidaridad.
La existencia de fiscalizadores, así como de la policía, es la prueba de que jamás hemos abandonado la época de los “negreros”: esclavos que controlan y apalean a otros esclavos. Pero el verdadero símbolo de la miseria de este sistema capitalista, el secreto revelado de su existencia impersonal, inhumana, son los torniquetes.
El torniquete, lejos de ser un objeto neutral o accidental que con maquiavélico ingenio es usado por empresarios para obligarnos a pagar, es en realidad el modelo de toda esta sociedad, el verdadero espíritu de esta falsa comunidad, es la imagen que resume toda nuestra no-vida: pagar para vivir, vivir para pagar.
¿No es, acaso, ilimitado el número de “torniquetes” que debemos pasar durante nuestra vida? ¿Y cuántos de esos otros “torniquetes” son imposibles de saltar? Está el torniquete de la vivienda: pagar para habitar, para dormir, para tener un espacio –reducido para la mayoría de nosotrxs– en el cual sobrevivir. El torniquete de la salud: pagar para sanarnos y continuar nuestra existencia, no en tanto que seres humanos, sino como asalariadxs. (...)
En el actual sistema de transportes y su organización, se encuentra visiblemente revelada toda la miseria de nuestra vida cotidiana. Hasta tal punto son el Metro y el Transantiago una manifestación de la universalidad de nuestra no-vida, que la crítica del sistema de transportes –y de la rutina social y del aburrimiento que fomenta– es al mismo tiempo la crítica de toda la sociedad, y la confirmación de la necesidad de una vida no sometida al dinero ni al trabajo asalariado. No se trata, por lo tanto, de que se cometa contra nosotrxs una injusticia particular –el torniquete, el hacinamiento, la humillación, la vigilancia– sino que se comete contra nosotrxs una injusticia de carácter universal que abarca todas las dimensiones y facetas de nuestra vida social.
(...) para que la actual pasividad y evasión individual se convierta en rebeldía generalizada, habría que cuestionar prácticamente todos los aspectos de nuestra vida, de la cual el sistema de transportes es –por fundamental que resulte– solamente un elemento entre muchos otros.
(...) Es necesario dejar de pagar el pasaje como primer paso para dejar de pagar para vivir. Es necesario abolir la propiedad privada y el trabajo asalariado, bases reales sobre las que crecen el Estado y el sistema capitalista.»
Fue anteriormente en Brasil donde en junio del año 2013 revueltas también desencadenadas por el aumento del transporte impidieron el normal desarrollo de la Copa Confederaciones, cuestionando también los excesivos gastos para dicha competición deportiva, así como de las siguientes que estaban en preparación(2). Como de costumbre, los sindicatos reaccionaron en aquella ocasión llamando a una huelga general intentando aprovechar y canalizar las protestas que habían comenzado completamente al margen de los mismos. En todo Brasil había asambleas de barrio en las calles y universidades, manifestaciones y enfrentamientos aún en poblaciones chicas.
Es en estos disturbios y manifestaciones donde el espacio urbano que habitamos se trastorna. Las personas ya no caminan por el estrecho margen de las veredas con la mirada solitaria y desconfiada, sino en conjunto, riendo, cantando, reconociéndose en el otro, atacando y defendiéndose de la policía que busca disuadirles de todo aquello. Ya no son los autos los que atropellan a las personas, sino las personas quienes pasan por encima a los autos.
A aquella verdadera anticipación que publicaban compañeros en Chile podemos agregar otra a pocos meses antes del estallido de octubre, un panfleto con el sugestivo título Sobre la rebelión estudiantil y la revolución social que se avecina (Anónimo. Chile, junio de 2019):
«Desde hace meses que se constata en la prensa burguesa y directamente en las calles la existencia de una rebelión estudiantil en los llamados “Liceos emblemáticos”. Son hechos concretos: cada vez son más lxs jóvenes que rechazan, y odian, no solamente a la policía –cara visible de la dictadura capitalista–, sino también a las empresas y su dominio sobre la vida humana y natural. Cada semana, adolescentes radicalizadxs rompen con el miedo a la represión del Estado y se lanzan a las calles a organizarse, protestar y combatir contra la policía.
(...) es engañoso hablar de revuelta de la juventud, como si la juventud fuese esa etapa de la vida en que se es permitido ser rebelde. En realidad, si es que hay un “problema” propio de la “juventud” actual, es que la crisis profunda de esta sociedad fundada en la división de la humanidad en clases sociales es sentida con más agudeza por esta, y no es aceptada pasivamente como se supone que debería suceder en la adultez. Lo que nos debería sorprender no es tanto que la juventud sea rebelde, sino que lxs “adultxs” sean tan resignadxs. Es más, no debería causarnos sorpresa que lxs jóvenes ataquen día a día a la policía y destrocen los escaparates del consumo permitido, sino que la humanidad proletarizada no haya roto hace tiempo con todo este orden de miserias(3).
La nueva revuelta del proletariado secundario, que en estos momentos ocurre a lo largo y ancho de todo este territorio, es reprimida con tanta violencia por la policía, no solo porque el Estado-Capital busca evitar su explosión masiva por todo el país, sino porque debido a las características propias de esa rebelión, esta puede ser el prólogo de una revuelta generalizada y radical que cuestione los fundamentos mismos del sistema de dominación actual. Y puesto que la humanidad proletarizada es el motor de la sociedad capitalista y, por consiguiente, su peligro mortal, es natural que todo esté diseñado para reprimirla (vía partidos, sindicatos, policía, la ley en general etc.), ya que es la única fuerza que realmente tiene el potencial para subvertir esta sociedad. Es justamente la totalidad de este mundo de miserias lo que el proletariado juvenil está comenzando a rechazar en bloque, y con ello augura el carácter de la revolución social por venir que amenaza al capitalismo mundial.»
Ante este nuevo esquema tarifario, el ministro de economía declaró: «El que madrugue será ayudado, de manera que alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy. Ahí se ha abierto un espacio para que quien madrugue pueda ser ayudado con una tarifa más baja.»
Ese tipo de declaraciones (una constante de los políticos conscientes de su lugar de administradores del Capital que sin empacho nos señalan como deberíamos vivir) inflamaron aun más los ánimos de un proletariado juvenil que ya hace un tiempo venía actuando decididamente contra el orden. Desde el Estado habían puesto en marcha una ley de control policial al interior de las escuelas públicas llamado “Aula Segura” (conocido como Jaula Segura) para intentar contener las constantes protestas y enfrentamientos de los estudiantes contra la policía. Desde ese sector de estudiantes secundarios es que se empieza a difundir la consigna de evasiones masivas en diferentes estaciones del metro desde el día lunes 7 de octubre. Ya para la semana siguiente estas protestas se extendieron por toda la red y para el viernes 18 se habían convertido en una verdadera revuelta por todos los rincones de Santiago y que rápidamente se extendió por todo el país.
La revuelta de octubre viene a mostrar que la clase proletaria en Chile, no solo sufre la subida de los precios del transporte que fue la chispa que encendió la mecha, sino también el precio de los alquileres, la semana laboral cada vez más larga, el endeudamiento, los bajos salarios, las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y el servicio de salud. De hecho, el transporte fuera de la Región Metropolitana de Santiago no tiene el mismo nivel de precios ni sufrió los mismos aumentos, por lo que la extensión de la revuelta en otras regiones no necesariamente partió de esa problemática particular(1).
Mucho se ha escuchado sobre el ejemplo económico de Chile, pero poco se dice sobre la estructura que sustenta fenomenales ganancias de empresarios y especuladores, sostenidas en un fuerte endeudamiento, la especulación financiera de los Fondos de Pensiones y el extractivismo minero, forestal, pesquero y agrícola, todo bajo una estructura de intenso sometimiento, donde los administradores del Estado no tienen problemas en decir en que horarios debemos movernos para ir al trabajo o a la escuela. El “estado de emergencia”, declarado por el gobierno, significó una militarización del territorio y control en manos de las Fuerzas Armadas. La rebeldía continuó en las calles, pese a los asesinatos, los secuestros, la tortura y todas las maniobras del terrorismo de Estado.
Y si bien el estallido fue sorpresivo se venía masticando rabia desde hacía tiempo y las evasiones individuales ya eran castigadas, como veremos más adelante, para impedir justamente estas evasiones colectivas.
Compartimos extractos de un preciso artículo publicado en el boletín Comunidad de Lucha nro.3 (Chile, marzo de 2018) que ya anunciaba lo que estaba en el aire, Saltar el torniquete de la no-vida: «Cualquiera que haya sufrido el hacinamiento y la espera tortuosa en el “horario punta”, puede fácilmente comprender la naturaleza inhumana del sistema de transportes. Efectivamente, este sistema no ha sido creado pensando en nuestras necesidades, ni mucho menos en la comodidad y el placer de quienes viajamos en micro o en Metro. Muy por el contrario, ha sido planificado con la misma racionalidad egoísta y calculadora con la que un empresario compra camiones para transportar animales hacia el matadero: no importa el bienestar de las personas, lo que importa es el bienestar de las empresas.
Es decir, el sistema está creado para hacer de lxs asalariadxs, y de sus hijxs, una fuente permanente de acumulación de capitales: explotadxs directamente en tanto trabajadorxs, y además como “usuarios” de un servicio por el cual debemos pagar. El hecho de que el “Panel de expertos del Transantiago” haya decretado 19 veces desde su puesta en marcha en 2007 la subida del precio del pasaje evidencia su verdadera labor: mejorar la rentabilidad económica de una empresa.
El apoyo –financiero, legal, policial– del Estado a las empresas del transporte es un hecho que ni siquiera cabe discutir, puesto como entidad administradora y protectora de la dominación capitalista, tiene sumo interés en que la gigantesca masa de esclavxs asalariadxs pueda ser transportada todos los días, y en grandes cantidades, a los lugares de trabajo y consumo. Más aún, el día 18 de enero se aprobó la famosa “Ley Anti-Evasión”, que penalizará duramente no sólo el no pago del pasaje y creará un registro nacional de “evasores”. Así, no solo se protegen con multas, cárceles y listas negras las ganancias, inversiones y la propiedad privada de capitalistas y políticos, también se logra, al mismo tiempo, el doble objetivo de perseguir a quienes no pagan, y de aislar y dividir cualquier manifestación de rebeldía por parte de lxs explotadxs y destruir cualquier posible brote de solidaridad.
La existencia de fiscalizadores, así como de la policía, es la prueba de que jamás hemos abandonado la época de los “negreros”: esclavos que controlan y apalean a otros esclavos. Pero el verdadero símbolo de la miseria de este sistema capitalista, el secreto revelado de su existencia impersonal, inhumana, son los torniquetes.
El torniquete, lejos de ser un objeto neutral o accidental que con maquiavélico ingenio es usado por empresarios para obligarnos a pagar, es en realidad el modelo de toda esta sociedad, el verdadero espíritu de esta falsa comunidad, es la imagen que resume toda nuestra no-vida: pagar para vivir, vivir para pagar.
¿No es, acaso, ilimitado el número de “torniquetes” que debemos pasar durante nuestra vida? ¿Y cuántos de esos otros “torniquetes” son imposibles de saltar? Está el torniquete de la vivienda: pagar para habitar, para dormir, para tener un espacio –reducido para la mayoría de nosotrxs– en el cual sobrevivir. El torniquete de la salud: pagar para sanarnos y continuar nuestra existencia, no en tanto que seres humanos, sino como asalariadxs. (...)
En el actual sistema de transportes y su organización, se encuentra visiblemente revelada toda la miseria de nuestra vida cotidiana. Hasta tal punto son el Metro y el Transantiago una manifestación de la universalidad de nuestra no-vida, que la crítica del sistema de transportes –y de la rutina social y del aburrimiento que fomenta– es al mismo tiempo la crítica de toda la sociedad, y la confirmación de la necesidad de una vida no sometida al dinero ni al trabajo asalariado. No se trata, por lo tanto, de que se cometa contra nosotrxs una injusticia particular –el torniquete, el hacinamiento, la humillación, la vigilancia– sino que se comete contra nosotrxs una injusticia de carácter universal que abarca todas las dimensiones y facetas de nuestra vida social.
(...) para que la actual pasividad y evasión individual se convierta en rebeldía generalizada, habría que cuestionar prácticamente todos los aspectos de nuestra vida, de la cual el sistema de transportes es –por fundamental que resulte– solamente un elemento entre muchos otros.
(...) Es necesario dejar de pagar el pasaje como primer paso para dejar de pagar para vivir. Es necesario abolir la propiedad privada y el trabajo asalariado, bases reales sobre las que crecen el Estado y el sistema capitalista.»
Fue anteriormente en Brasil donde en junio del año 2013 revueltas también desencadenadas por el aumento del transporte impidieron el normal desarrollo de la Copa Confederaciones, cuestionando también los excesivos gastos para dicha competición deportiva, así como de las siguientes que estaban en preparación(2). Como de costumbre, los sindicatos reaccionaron en aquella ocasión llamando a una huelga general intentando aprovechar y canalizar las protestas que habían comenzado completamente al margen de los mismos. En todo Brasil había asambleas de barrio en las calles y universidades, manifestaciones y enfrentamientos aún en poblaciones chicas.
Es en estos disturbios y manifestaciones donde el espacio urbano que habitamos se trastorna. Las personas ya no caminan por el estrecho margen de las veredas con la mirada solitaria y desconfiada, sino en conjunto, riendo, cantando, reconociéndose en el otro, atacando y defendiéndose de la policía que busca disuadirles de todo aquello. Ya no son los autos los que atropellan a las personas, sino las personas quienes pasan por encima a los autos.
A aquella verdadera anticipación que publicaban compañeros en Chile podemos agregar otra a pocos meses antes del estallido de octubre, un panfleto con el sugestivo título Sobre la rebelión estudiantil y la revolución social que se avecina (Anónimo. Chile, junio de 2019):
«Desde hace meses que se constata en la prensa burguesa y directamente en las calles la existencia de una rebelión estudiantil en los llamados “Liceos emblemáticos”. Son hechos concretos: cada vez son más lxs jóvenes que rechazan, y odian, no solamente a la policía –cara visible de la dictadura capitalista–, sino también a las empresas y su dominio sobre la vida humana y natural. Cada semana, adolescentes radicalizadxs rompen con el miedo a la represión del Estado y se lanzan a las calles a organizarse, protestar y combatir contra la policía.
(...) es engañoso hablar de revuelta de la juventud, como si la juventud fuese esa etapa de la vida en que se es permitido ser rebelde. En realidad, si es que hay un “problema” propio de la “juventud” actual, es que la crisis profunda de esta sociedad fundada en la división de la humanidad en clases sociales es sentida con más agudeza por esta, y no es aceptada pasivamente como se supone que debería suceder en la adultez. Lo que nos debería sorprender no es tanto que la juventud sea rebelde, sino que lxs “adultxs” sean tan resignadxs. Es más, no debería causarnos sorpresa que lxs jóvenes ataquen día a día a la policía y destrocen los escaparates del consumo permitido, sino que la humanidad proletarizada no haya roto hace tiempo con todo este orden de miserias(3).
La nueva revuelta del proletariado secundario, que en estos momentos ocurre a lo largo y ancho de todo este territorio, es reprimida con tanta violencia por la policía, no solo porque el Estado-Capital busca evitar su explosión masiva por todo el país, sino porque debido a las características propias de esa rebelión, esta puede ser el prólogo de una revuelta generalizada y radical que cuestione los fundamentos mismos del sistema de dominación actual. Y puesto que la humanidad proletarizada es el motor de la sociedad capitalista y, por consiguiente, su peligro mortal, es natural que todo esté diseñado para reprimirla (vía partidos, sindicatos, policía, la ley en general etc.), ya que es la única fuerza que realmente tiene el potencial para subvertir esta sociedad. Es justamente la totalidad de este mundo de miserias lo que el proletariado juvenil está comenzando a rechazar en bloque, y con ello augura el carácter de la revolución social por venir que amenaza al capitalismo mundial.»
Notas:
(1) Tal como en Argentina, el metro (o subte) solo existe en la capital. La revuelta estalla a lo largo de Chile por las condiciones de vida. Es necesario precisar que la mayoría de los artículos y textos citados en este boletín hacen referencia principalmente a lo sucedido en la región metropolitana. Para profundizar sobre el interior invitamos a revisar el nro.40 de Temperamento Radio así como El Sol Ácrata nro. especial octubre (en revuelta).
(2) Ver Brasil: ¿Disturbios sin sentido? y ¡Não vai ter Copa! en La Oveja Negra nros. 4 y 7 respectivamente. Además, la revista Comunismo nro.63: Brasil, protesta social y contrarrevolución.
(3) Nota de la presente edición: Tal como expresaba Wilhelm Reich en Psicología de masas del fascismo «Lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga.»
(2) Ver Brasil: ¿Disturbios sin sentido? y ¡Não vai ter Copa! en La Oveja Negra nros. 4 y 7 respectivamente. Además, la revista Comunismo nro.63: Brasil, protesta social y contrarrevolución.
(3) Nota de la presente edición: Tal como expresaba Wilhelm Reich en Psicología de masas del fascismo «Lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga.»
*
«El espacio de las calles dejó de ser un lugar de
encuentro y comunicación, para convertirse en un lugar
de tránsito. “Circule” dicta la voz del Estado a través de
la policía en cualquier calle del mundo. Si nos detenemos es porque hemos llegado a destino, estamos frente
una vidriera que resguarda las mercancías o ante la
orden del semáforo (aquellos extraños artefactos que dan
órdenes las 24 hs del día, incluso cuando no hay nadie
observándolos). Si fortuitamente irrumpe el diálogo,
lo más probable es que sea en el lenguaje dominante:
insultos entre automovilistas o la opinión no solicitada
sobre alguna parte del cuerpo de un transeúnte, generalmente femenino. En las calles la gente suele transitar
en silencio, quienes con mayor frecuencia nos interpelan
son las publicidades o sus vendedores, y es de las pocas
ocasiones en que un desconocido se dirigirá a nosotros con el único fin de intentar engañarnos y quitarnos
dinero.» (Cuadernos de Negación nro.7: Recorrido por elespacio capitalista)
«La circulación es la organización del aislamiento. Por
ello constituye el problema dominante de las ciudades
modernas. Es lo contrario del encuentro, la absorción de
las energías disponibles para el encuentro o para cualquier tipo de participación. La participación que se ha
hecho imposible se compensa en el espectáculo.» (Internacional Situacionista, Programa elemental de la oficina deurbanismo unitario)
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