Durante agosto y septiembre hemos asistido, quizás, a la campaña política más bizarra de la historia de este país. No vamos a enumerar canciones, actuaciones y demás extravagancias de los políticos. La fiesta de la democracia ya se reduce a un video de Tik Tok.
En las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 12 de septiembre se definieron las candidaturas de las agrupaciones políticas que disputarán diferentes cargos legislativos en la mayoría de las provincias. Para noviembre nos espera otro show de cara a las generales.
En la elección se expresó un claro rechazo al oficialismo. Producto de esta derrota, comenzaron a desarrollarse varias tensiones internas en el gobierno. Por parte de los sectores más abiertamente kirchneristas se exige un cambio de rumbo inmediato con aumentos en salarios y ayudas sociales. Han desarrollado una desopilante capacidad para no responsabilizarse de nada: primero “pero Macri”, ahora contra su propio presidente.
Referentes de sindicatos y movimientos sociales, provenientes principalmente de un oficialismo crítico, insisten en la urgencia de repartir un poco más para paliar la miseria. Evidentemente, la supuesta inclusión y la ampliación de derechos no reditúan la suficiente cantidad de votos. En una entrevista radial del mes pasado, Juan Grabois, dirigente de Patria Grande y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), insistía sobre el importante rol de este tipo de organizaciones en la actualidad: «Hay que dejar de pensar que el problema de la conflictividad social en argentina somos los movimientos sociales. El Polo Obrero hoy está conteniendo 60 grupos que si no estuvieran desfilando por la 9 de julio estarían haciendo cosas peores. Ustedes no entienden lo que nosotros hacemos por la paz social en este país, no lo dimensionan». Ha sido justamente la profunda institucionalización de la lucha y los movimientos sociales lo que explica las grandes imposibilidades para el desarrollo de expresiones de lucha combativas, que permitan empezar a cambiar este rumbo. A pesar de la terrible situación de pobreza y desempleo y a pesar de las fuertes convulsiones sociales que han sacudido a diferentes países de la región, la paz social aún domina en este país.
La participación en las PASO fue del 67% del padrón. Tendencia similar a la que se venía dando en los comicios previos de este año realizados en Jujuy, Misiones, Salta y Corrientes. En esta última se esperaba una afluencia mayor a las urnas porque se elegía gobernador. Sin embargo, la participación no superó el 65%. Desde hace años los votos en blanco e impugnados son ninguneados mediáticamente para no opacar la fiesta de la democracia. En esta oportunidad, la suma de ambos alcanzó un relevante 7% a nivel nacional que fue interpretado por diversos medios como votos dirigidos contra el gobierno que no logran ser captados por las fuerzas opositoras. Aunque en el “voto bronca” cabe de todo, en definitiva se trata de un fuerte descontento general y no simplemente de temor y apatía producto del coronavirus.
De este descontento han sabido aprovecharse algunos candidatos presentándose como “antipolíticos”. Si bien es un posicionamiento compartido por varios candidatos de izquierda a derecha que buscan sacar tajada del cansancio, fue la fuerza política “La libertad avanza” en la ciudad de Buenos Aires, la que obtuvo mejores resultados en este sentido. Esto podría ser simplemente una curiosidad coyuntural, de no ser porque Trump y Bolsonaro llegaron al poder apelando a dicho sentimiento de descreimiento en los políticos, aunque no en el orden social. Por el momento parece lejana esta posibilidad, a la vez que una parte del caudal de votos de dicha fuerza política se debe a la novedad y a un rechazo de lo establecido (completamente limitado, claro está), más que una adhesión a ciertos postulados liberales o de derecha que promueven este tipo de candidatos.
«Vamos a dinamitar el sistema» gritó Javier Milei en campaña, quien se decía anarcocapitalista y ahora es la sorpresa de las elecciones. No es el primero que dice odiar a la “casta política” y tener que «meterse en el barro de la política para luchar por la libertad y para construir el país que nos merecemos como sociedad». De izquierda a derecha siempre usan la misma metáfora. El personaje en cuestión dijo que su proyecto de país «se resume en una sola consigna: primero estás vos». Y esa es la tónica de la campaña, porque es la tónica de nuestro tiempo. Así puede pensar incluso la mayoría de quienes se asustan de estos nuevos personajes: “primero yo”. Es el mismo ridículo que habla de clase política, en sintonía con quienes afirman el fin de las clases sociales, e inventan nuevas “clases”, ya sea una casta, una élite o unos chetos. Es la misma lógica absurda que se preocupa por los personajes, sus biografías y las características personales, y no por el rol de los funcionarios estatales, justamente, en la máquina estatal. Sobre esa base se asientan las campañas electorales.
Volviendo al outsider economista, este afirmó en conferencia de prensa el domingo tras las elecciones que «no es un problema de personas sino de ideas». En realidad, su discurso se nutre de ambas cuestiones, y aparece tanto la crítica a los políticos ineptos y corruptos, como un profundo idealismo que, como tal, está lejos de comprender lo que está ocurriendo. Su incansable discusión de ideas en los medios se ha basado en citar datos de la realidad seguidos de postulados y conceptualizaciones tautológicas, muy propias del pensamiento económico liberal y que nada explican sobre la dinámica social.(1)
Este discurso, a su vez, se ha moderado en su incursión política, apelando cada vez más a las emociones, al «despertar de los leones de la libertad». Pero no nos detenemos en este suceso electoral únicamente por su peso propio, sino por su relación con la política en general. Cuando el idealismo demócrata y progresista comienza a ser insostenible, qué mejor que un buen contrincante que le permita seguir luchando en su propio terreno, para seguir evitando un desborde social. Y así nos llamarán a hacer frente contra la derecha, junto a una parte de los verdugos del pueblo, así hablarán de “fascismo” para llamar a hacer un Frente antifascista con quienes hoy nos gobiernan y explotan.
Diferentes caras, diferentes personajes para gestionar y administrar la normalidad capitalista. Esa que a veces señalamos como extractivista, injusta, machista, represiva, especuladora, racista. Esa de la cual denunciamos sus supuestos excesos, que en verdad no son más que su esencia. La pregunta del qué ha sido reemplazada por el cómo: ya no se pregunta qué tipo de sociedad es esta, sino cómo puede ser llevada adelante.
Como decíamos en el artículo Repres(entac)iones en el nro. 62 de este boletín: Esta sociedad mercantil generalizada es una sociedad de la representación. No simplemente por la democracia representativa o por la importancia de las apariencias. Es que, el corazón de este mundo, la mercancía, se muestra con un rostro que no es el suyo y nunca expresa su naturaleza profunda. Las mercancías no se detienen, en el momento del intercambio, a decirse qué son. Se relacionan entre sí en función de una forma exterior, de un envoltorio: cada una envuelve una porción de trabajo que le es indiferente. Y puesto que todo es mercancía, nuestro mundo es una sociedad de la representación.
Notas:
(1) Sobre los argumentos liberales más comunes hemos reflexionado en el nro. 11 de Cuadernos de Negación. Se trata de los apartados Críticas a las críticas de las teorías marxianas del valor y Minusvalías.
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