lunes, 2 de abril de 2018

LICITACIONES REPRESIVAS Y PRECARIEDAD LABORAL

Día a día vemos un empeoramiento incesante en nuestras condiciones de vida. Particularmente, en los sectores de trabajo hay múltiples conflictos originados por situaciones de despidos, deudas salariales, suspensiones y quiebras. Es más, en el sector privado los reclamos contra los despidos explican la mayoría de las luchas laborales que se vienen sucediendo en la Patagonia, el Noroeste y el área Metropolitana de Buenos Aires. Mientras, los conflictos por condiciones de trabajo y demandas salariales son minoritarios. Los reclamos se multiplican, pero esa multiplicidad no se traduce en generalización o solidaridad, la mayor parte permanece en su carácter sectorial.

El Ministerio de Seguridad sigue armándose hasta los dientes con la excusa del G20, del narcotráfico y la inseguridad. Mueve efectivos hacia los lugares de conflictividad social, dado que este marcado carácter sectorial de las luchas también se mantiene a sangre y fuego. La creciente militarización de grandes regiones de la Patagonia durante los últimos años es un claro ejemplo de esto. El Estado argentino abrió licitaciones para la adquisición de material para las instituciones represivas por un valor de más de diez millones de dólares.

El desempleo y el subempleo son la tónica general. Desde los sectores cercanos al Gobierno Nacional se insiste en que el peor momento en el mundo laboral ya pasó, y que el empleo se encuentra en un proceso de recuperación lenta pero sostenida desde la segunda mitad del año pasado. Mientras, otros sostienen que dicho crecimiento todavía es insuficiente para revertir la destrucción de empleo registrada en 2016.

El problema de los explotados no puede reducirse a una cuestión cuantitativa, como especialistas y sindicalistas predican. De todos modos, estos pocos datos del 2017 pueden ser de utilidad: la mitad de los ocupados tenía ingresos inferiores a $10.000 mensuales, y solo el 10% superaba los $25.000 mensuales. Mientras la jubilación mínima era $7.742, el costo de la canasta básica para una familia era de $25.548.

Nuestros salarios no solo disminuyen en relación al aumento de precios, sino que, además, y

de forma socialmente encubierta, disminuyen permanentemente porque por el mismo precio ¡o más caro! compramos peor comida, alquilamos peores casas; en definitiva, consumimos menos y peores productos de todo tipo, trabajando lo mismo o quizás más.

Más de la mitad de los explotados asalariados están precarizados, carecen de la protección de la legislación laboral, que es igual a no tener vacaciones, licencias por enfermedad, cobertura de convenios colectivos de trabajo, entre otras cosas. La reforma laboral, ya en curso por sectores, es el núcleo para consolidar y profundizar la explotación capitalista a través de la reglamentación de figuras como el Trabajador Autónomo Económicamente Vinculado o los colaboradores independientes. La acción patronal, política y sindical es en función de la acumulación de ganancias. Toda invención, todo hueco legal que haga posible una producción rápida y barata es adoptada inmediatamente.

Las organizaciones sindicales demostraron la determinación de no negociar condiciones de trabajo en un contexto de crisis económica como es el actual. Numerosos funcionarios gubernamentales insisten en la necesidad de incluir cláusulas de flexibilidad laboral en las negociaciones colectivas. Todos marchan al mismo ritmo, bajo el mismo patrón de tiempo, el de la ganancia burguesa.

Son millones las personas afectadas por el desempleo en el mundo. La reciente ola de despidos, lejos de ser un fenómeno “de los argentinos”, es similar a lo que sucede en muchos otros lugares. De hecho, si alguna vez los asalariados percibieron un salario creciente, hoy una pequeña porción de la población mundial explotada recibe un salario, y una más pequeña aún se beneficia de un contrato.

LOS REALISTAS

Ya pasaron dos años desde el cambio de mando y los autoproclamados líderes preparan sus papadas para la futura contienda. Naturalmente, el peronismo y los partidos provinciales intentan recuperar el tiempo perdido, así como gran parte de la izquierda y el progresismo se preparan para “meterse en el barro”, por no decir en la mierda, con los ojos en el 2019. El ajustazo del gobierno actual avanzó sin mayores sobresaltos y, aunque hubo varias escaramuzas en el país, en líneas generales todo el tropel marcha con total mansedumbre.

La salida política: «Macri no» se dice y se repite, por puro “realismo”. Porque no se concibe otra salida que no sea un cambio del gobierno de turno. Criticar o querer destruir el capitalismo suena utópico o falto de realismo. Lo vimos hace tiempo con el «Macri gato». No es que sea presidente, sino que sea un “gato”, sea este un tonto modismo o un grito insultando al presidente en una cancha. Una vez más, no por presidente, sino por fútbol. Estos recursos progres pretenden unificar el descontento bajo un mismo discurso vacío de contenido.

Aparentemente, lo que pasó durante los últimos gobiernos no refiere ningún problema, salvo, claro está, durante la última dictadura militar, los 90 o la crisis del 2001. El gobierno de Macri, no tendría continuidad alguna con la gestión capitalista anterior, sería macrismo.

Lo mismo que potenció el acercamiento o alejamiento de los K o anti K es lo que hoy se gesta con el aún incipiente frentismo antimacri. El rol policial y chivato es otro gran punto en común que nos recuerda cómo, quienes nos llaman a luchar solo contra un gobierno, también van a luchar contra quienes no quieran ningún gobierno. Lo que separa coyunturalmente a los opositores políticos es menor a lo que los une en su función histórica objetiva de ahogar la lucha social.

Las necesidades propias y ajenas siguen siendo puntales de cóleras y lucha callejera. Quienes ocuparon edificios públicos o formaron campamentos para resistir despidos en la Patagonia; los trabajadores de los ingenios azucareros o las comunidades mapuche del sur; quienes salieron entre las multitudes con la desaparición de Santiago o el pasado 8 de marzo; o se movilizaron ante los recortes y los planes de austeridad en diciembre, formaron parte de un impulso de comunidad, una realización social en común.

La masividad es necesaria para transformar las condiciones de vida, pero por sí sola no alcanza. Mientras la lógica de la unidad frentepopulista y el mal menor cobra nuevo impulso, la reflexión y la lucha anticapitalista se muestran cada vez más necesarias.

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