Folleto repartido en la ciudad de Rosario en el acto del 1° de Mayo Internacionalista, Anticapitalista y Revolucionario.
Descargar folleto
Descargar folleto
*
«Yo
no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que
da el privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores
sepan quiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos.»
George
Engel, trabajador tipógrafo y anarquista ahorcado en 1887 por el
Estado.
Nos encontramos otro 1° de mayo para afirmar la lucha contra el Capital, por la cual fueron ejecutados por el Estado nuestros compañeros en 1887. Nosotros, quienes perdemos la vida en sostener esta sociedad capitalista, somos los mismos que podemos destruirla. La lucha anticapitalista, aunque trastocada o ridiculizada, es tan necesaria como ayer. Porque sufrimos el Capital en carne propia en cada jornada laboral sea asalariada o doméstica, cada vez que buscamos trabajo, en las necesidades que padecemos, y cada vez que nos relacionamos con otros seres humanos a través del dinero que todo lo cosifica para multiplicarse a costa de nosotros.
Nos encontramos otro 1° de mayo para afirmar la lucha contra el Capital, por la cual fueron ejecutados por el Estado nuestros compañeros en 1887. Nosotros, quienes perdemos la vida en sostener esta sociedad capitalista, somos los mismos que podemos destruirla. La lucha anticapitalista, aunque trastocada o ridiculizada, es tan necesaria como ayer. Porque sufrimos el Capital en carne propia en cada jornada laboral sea asalariada o doméstica, cada vez que buscamos trabajo, en las necesidades que padecemos, y cada vez que nos relacionamos con otros seres humanos a través del dinero que todo lo cosifica para multiplicarse a costa de nosotros.
Padecemos el Capital porque este no es una simple cosa, una acumulación de máquinas en un galpón o de billetes en un banco, sino que es una relación social. Se trata de una sociedad mercantil generalizada, donde los seres humanos nos relacionamos tal como si fuésemos cosas y a través de las cosas.
Son demasiados los motivos para juntarnos y luchar colectivamente, aunque estos son más notorios cuando se intensifican. Ya es suficiente con que nuestra vida tenga precio, pero como nos acostumbramos a eso decidimos luchar cuando su precio baja. Seguramente sea en la propia lucha que nos demos cuenta que nuestra vida no debería tener precio y que esa realidad es también posible.
Hay que organizarnos y luchar, pero también necesitamos desconfiar de las opciones que nos ofrecen, que no ponen en duda la totalidad de la sociedad de clases. Podemos repudiar la cara más obscena del capitalismo, limitarnos a enfrentar al cuco de turno, apelar al oportunismo en contra del ajuste, echar culpas a los enemigos más visibles desligando al resto de explotadores, y prometer mejoras que nunca llegan. Pero las grandes dificultades se presentan cuando buscamos organizarnos colectivamente para luchar contra el capitalismo. Creemos necesario decir una vez más que si no aspiramos a una revolución social, nuestras luchas serán en vano.
Hace dos años, dedicamos nuestro acto a profundizar acerca de la noción de revolución social, criticando al reformismo, así como también a los partidos y sindicatos que negocian con nuestras necesidades. El primero de mayo pasado, lo dedicamos a la crítica del Estado, su ineludible razón de ser y las perspectivas de su superación. Hoy queremos insistir en la necesidad de una perspectiva anticapitalista en relación al contexto actual. Perspectiva que no surge de un dogma o desde un perfeccionismo teórico, sino que surge de las propias condiciones de vida de los explotados y de las experiencias de lucha por transformarlas. Perspectiva anticapitalista que ya era llevada adelante por todo el movimiento del cual formaron parte los “mártires de Chicago” y que nunca dejará de estar vigente mientras la humanidad se encuentre dividida en dos campos antagónicos: burguesía y proletariado.
Frente a los diversos cambios que se vienen dando en el plano político y el imaginario social en esta región, nos parece necesario criticar algunos discursos en función de los hechos y no como simple oposición de ideas, ya que esto no se trata de un panel de debate. Los poderosos imponen sus discursos no por que hablen muy bien o sean demasiado persuasivos, su fraseología solo justifica lo que ya han impuesto por la fuerza que le permite su poder, procedente de su dinero.
Los últimos años, por si aún era necesario, nos han dado una lección magistral en cuanto a la función capitalista de las denominadas izquierda y derecha. Cuando desde una perspectiva revolucionaria decimos «la izquierda del Capital» no se trata de un recurso discursivo para embarrar un oponente, se trata de una cruda descripción de la realidad. Cuando el avance del capitalismo suele asociarse con el avance de la derecha, es necesario poner en evidencia lo que ya era evidente.
Los últimos años de gobiernos progresistas en la región latinoamericana han demostrado la profunda implicación de la izquierda y el progresismo en el desarrollo capitalista. No solo no han cuestionado los modelos productivos heredados, sino que los han profundizado enormemente. El extractivismo con monocultivos transgénicos y agrotóxicos, la carrera energética que desconoce todo tipo de límites e impulsa proyectos como el de Vaca Muerta en la cuenca Neuquina, y planes megalómanos de infraestructura para el transporte como el IIRSA, (1) son algunos de los principales ejemplos.
Hoy es más claro que nunca que para frenar el avance del Capital, hay que oponernos también al progresismo y la izquierda, que presentan como gran diferencia unos pequeños matices a la hora de gestionar la economía, y por tanto la explotación y opresión de millones de seres humanos en todo el planeta. Aquí la artimaña del “mal menor” se cae a pedazos. ¿Menor que qué? nos preguntamos, si lo menos malo de hoy era lo malo de ayer. A esta altura la astucia de proponer una salida etapista y sin ruptura es irreal y utópico.
La huida desbocada y hacia adelante que nos presenta el capitalismo, no es obra de la mente de unos pocos millonarios de derecha o de izquierda. Ellos mismos están subidos a un caballo incontrolable con sed de ganancias. Controlarlo tirando las riendas más a la derecha o más a la izquierda, es una fantasía. El Capital se dirige hacia nuestra ruina en su carrera por multiplicarse, porque si deja de crecer muere.
Desde hace varias décadas se identifica erróneamente al neoliberalismo con el capitalismo más brutal y despiadado, con el avance de la mercantilización del mundo y la degradación cultural y de los vínculos sociales, y con un Estado orientado hacia la desregulación de los mercados y el avasallamiento de los derechos y libertades más básicas de los explotados, que facilitan la represión y el aumento de la explotación. Nada nuevo bajo el sol negro del Capital, de ese modo se conquistó hace más de 500 años el continente americano. No se trata de igualar todo, sino de no perdernos en las diferencias.
Ese discurso antineoliberal que aparenta criticar duramente al capitalismo, por lo general, acaba idealizando un capitalismo supuestamente más bondadoso en el pasado en torno al cual articula sus propuestas. Así es que el progresismo se sigue postulando como una forma de resistencia al desarrollo capitalista, cuando esto es claramente falso como mencionábamos antes.
La izquierda más a la izquierda nos dirá que eso no es verdadero antineoliberalismo, que eso no es verdadera izquierda. Esa izquierda que quiere desmarcarse del progresismo pero se limita a exigir y prometer lo que este no cumple. Su horizonte es común, en tanto no vislumbra una ruptura con el orden dominante.
Para ser más precisos, las políticas llamadas neoliberales no fueron posibles únicamente gracias a las últimas dictaduras cívico-militares y su feroz represión. Algunos de los rasgos de lo que mayormente se identifica como neoliberalismo -el avance de la precarización y especialización en el trabajo, la privatización de diversas industrias y servicios-, son inseparables de ese capitalismo añorado por muchos, que en Argentina representa el peronismo, y que tiene su correlato en diferentes regiones del mundo. Nosotros nos oponemos a esa nostalgia capitalista que fantasea con un pasado “mejor”, así como también queremos exponer la continuidad en el desarrollo capitalista, que las últimas décadas han sido producto de ese pasado y no su contrario.
Por supuesto que mientras exista capitalismo nos opondremos a todo aumento de nuestra explotación, que sufrimos a través de nuestros salarios, los precios y la calidad de lo que consumimos, o los impuestos que debemos pagar. Pero mientras creamos que esto es responsabilidad de un sector político o empresario particular, seguiremos enredados en la dinámica capitalista.
Hoy algunos celebran que se discute más política, y eso… ¿qué significa? Significa, sobre todo, que pensemos nuestras necesidades en los términos de la gestión capitalista. Que si perdemos el trabajo sea por la falta de “industrialización” del país, o la apertura y cierre de importaciones, que las subas de impuestos sean por la falta de soberanía energética, que la inflación sea por las políticas monetarias o la especulación comercial. Se nos invita a discutir y preocuparnos sobre la estatización de alguna industria o sobre la deuda externa. La raíz de los problemas no es cuestionada y nuestra imaginación es destruida. Nos llaman a opinar sobre cada detalle, para que así no tengamos una noción de la totalidad. Nuestros enemigos más evidentes y nuestras acciones más directas se diluyen en problemas de expertos.
La huelga, por ejemplo, surgió con el objetivo de generar el mayor desorden y pérdidas económicas posibles, se trataba de imponer las reivindicaciones a través de la fuerza, estableciendo el menor diálogo posible con la burguesía y el Estado, o al menos un diálogo desde un lenguaje propio. Las últimas huelgas tienen una impronta totalmente diferente. Se las plantea como una forma de “hacer escuchar la voz de los trabajadores”, cuando los únicos que hablan son los sindicalistas y hasta los periodistas en nuestro nombre, mientras el grueso de los explotados lo perciben como un feriado. Los burgueses se organizan lo mejor posible para disminuir su impacto, así como también aprovechan para victimizarse y apretar los cinturones. Son medidas convertidas en políticas, donde los intereses de los proletarios están lejos de ponerse en juego.
Mientras que, al reflexionar acerca de procesos de lucha de hace algunas décadas o de otras latitudes, resulta necesario poner en palabras los rasgos de fortaleza y radicalidad que se plasman en la acción; hoy la situación en nuestra región se presenta a la inversa. En otros contextos, miles de proletarios se han lanzado a la acción directa, al boicot, a la huelga, al saqueo, se han organizado autónomamente para satisfacer sus necesidades, todo ello en muchos casos desprovistos de escritos, consignas, carteles o volantes. Hoy abundan las palabras, pero no parecen potenciar las luchas o dotarlas de una orientación, sino que aparecen como un techo, como una limitación. La obsesión en el discurso es propia de una época que se manifiesta impotente en la acción. Por eso es necesario saber dónde nos encontramos y afirmar una perspectiva revolucionaria de lucha contra el capitalismo, que se nutra de las experiencias del pasado y de los explotados de todo el mundo, que nos permita enfrentar las debilidades actuales, que nos prepare para los enfrentamientos futuros.
No hay posibilidad de frenar al capitalismo con más democracia porque la democracia es, precisamente, una relación entre personas que se saben desiguales, pero presumen no saberlo. La democracia no acaba con la desigualdad, es solamente una manera de gestionarla y mantenerla ordenada para evitar así cualquier tipo de desborde social.
Hoy como ayer sentimos que la única manera de acabar con este orden social que nos mata, nos hambrea, nos viola, nos envenena, nos deprime y nos devasta, es justamente destruyéndolo y no intentando mejorarlo. Una ruptura en la reproducción continua de esta realidad ha sido y es posible, por eso afirmamos que no hay alternativa junto a quienes mantienen la opresión y la explotación. No hay progresismo sin progreso del Capital. Y el progreso del Capital es obligatoriamente nuestro retroceso.
Notas:
(1) El plan IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura
Regional Suramericana) se propone trazar líneas para el transporte
de mercancías sobre las tierras y aguas de Suramérica como si se
tratase de un mapa. Todo esto es impulsado por la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur) cuyo presidente actual es Nicolás Maduro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario