Pasó un año desde
que Macri asumió la presidencia. Un año de ajuste salvaje; sin embargo,
queda mucho por delante. No hay apuro si asumimos la constancia. Nada es
inmediato. La lucha es necesaria y la ruina de la sociedad capitalista
es inevitable. Vamos a partir reconociendo que existe una miseria global
generada por un modo de producción de tipo capitalista. En todos los
continentes del globo se pueden ver las consecuencias de la
administración de esta miseria. En el continente americano, más allá del
discurso predominante en la generación de gobernantes progresistas y
desarrollistas, sucede lo mismo.
La crisis económica
mundial afecta la industria argentina, cuyos costos son más altos y sus
avances técnicos más atrasados que los de aquellos países que lideran
los mercados. Esto es central para comprender por qué el gobierno ataca
incesantemente, aumentando tarifas, despidiendo y precarizando. En otras
palabras, buscan producir más con menos costos, así como también usar
el asistencialismo como palanca para neutralizar el poco poder de fuego
que tiene la movilización social. Éstos comenzaron a especular, en
diciembre pasado, cuando las fuerzas sindicales, políticas,
territoriales y religiosas armaron el proyecto de la “Ley de emergencia
social”. En éste, a cambio de unas concesiones mínimas, los delatores y
disciplinadores de la clase explotada garantizan la paz social. Un
programa idéntico al del anterior gobierno. Sintéticamente, podemos
decir que las condiciones globales tienen su expresión local, y
localmente, también sus sostenedores y su falsa oposición.
Asimismo, el
antagonismo se expresa tímidamente. En los últimos años, las luchas de
los asalariados convivieron de manera errática con los reclamos
socioambientales, y, además, con las masivas demostraciones del
movimiento de mujeres. Actualmente, existe en el territorio argentino un
proceso de luchas con distintos matices y grados de conflictividad.
Estas luchas particulares, necesarias e importantes, sin embargo,
permanecen aisladas entre sí, expresando solidaridad solo desde su
particularidad, impidiendo ver lo que tienen en común.
Las siempre
engañosas cifras acerca de la cantidad de despidos, suspensiones y envío
de millones de personas al inframundo de los trabajadores pobres son
alarmantes. Sin embargo, las demostraciones de paciencia en el
proletariado de la región argentina parecen no agotar sus reservas. Al
escribir este artículo, decenas de organizaciones sindicales y de género
están anunciando paros y movilizaciones para el mes de marzo.
El 7 de marzo
movilizan los mercenarios de la CGT, que además amenazan con una huelga a
fin de mes. El sindicalismo argentino lucha por no perder su lugar de
interlocutor privilegiado frente al gobierno y las cámaras
empresariales. Al día siguiente, va a realizarse un paro de mujeres, el
segundo en menos de un año. Ambas movilizaciones, empujadas por reclamos
y reivindicaciones auténticamente sentidas por los proletarios y las
proletarias. Los reformistas de siempre buscarán impedir cualquier
desbande para lograr eficazmente la canalización democrática. Pero
sabemos que ésta dependerá de lo institucionalizable de las luchas.
Nuestras luchas son prestas al encuadramiento cuando luchan por el
reparto de la miseria, son canalizables cuando luchan por migajas
¡Luchemos por todo! ¡Cuando nuestros reclamos no pueden ser recuperados
por estos mercenarios es porque vamos por el buen camino, el camino de
la revolución!
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