«Se necesita fuerza armada para
proteger a los ricos, y el dinero para sostener esa fuerza armada sale
de nuestro sudor; de manera que tenemos que deslomarnos trabajando para
enriquecer a los patrones, y tenemos que deslomarnos para pagar
soldados, gendarmes y rurales que cuiden las riquezas que nos han robado
los ricos. ¿Quieren mayor infamia?» (Ricardo Flores Magón, La barbarie de la civilización burguesa. Regeneración, núm. 54, 9 de septiembre de 1911.)
Cuando «hay que ajustarse los cinturones
para cuidar entre todos el lugar de trabajo en tiempos difíciles»
escuchamos las propuestas de austeridad como cuentitos amables. En los
lugares donde trabajamos para vivir nos ha tocado, o ya nos tocará,
tener que soportar a los patrones o sus emisarios hablando de la empresa
como un “nosotros” que incluye desde el dueño hasta el último
asalariado del lugar. ¡Cómo sentir como propio lo que justamente nos
enajena todos los días de nuestras vidas!
Desde las presidencias que se vienen
sucediendo oímos el mismo cuento, que hay que esperar y ajustarse...
uno, dos o diez años más. Que vamos a salir todos juntos como una misma
nación, nos dicen. Esta promesa eterna de un futuro mejor para perpetuar
la miseria, que suele ser más evidente en los lugares de trabajo, se
presenta como más confusa cuando sale de la boca de los políticos y el
Estado, quizás porque «todos somos argentinos». El Estado se presenta
siempre como algo neutral que puede servir a los intereses del “pueblo”
en su conjunto, e incluso en los más duros contextos dice ser el único
que puede ayudarnos y que debemos luchar por él y a través de él.
Dijo la anterior presidenta que para
cambiar el modelo de país hay que «organizar un partido político,
presentarse a elecciones y ganarlas». Los nuevos sádicos que nos
gobiernan hoy le han hecho caso y reciben de la anterior gerencia una
población disciplinada por y para el Estado y sus instituciones.
Pero esta disciplina no significa
simplemente formar parte del circo electoral, sea con los partidos
tradicionales o con la última
organización–social–devenida–en–instrumento–electoral, significa
pensarnos como parte del Estado, pensar la solución a nuestras
condiciones de vida en relación directa a la política y economía
nacional.
Aun hay mayor
infamia que mantener a los ricos y cuidarlos de nosotros mismos: suponer
que somos parte de una misma comunidad, que el Estado somos todos, que no hay un ellos y un nosotros, que cuando los cuidamos a ellos nos cuidamos a nosotros mismos.
Y si «el Estado somos todos», sólo nos
queda confiar en los especialistas. A los explotados nos imponen las
conversaciones de pasillo, las quejas en la cola del supermercado, a la
espera de que los especialistas en política, economía o medioambiente
nos salven del malestar generalizado. Atrás quedó el «que se vayan
todos, que no quede ni uno solo», perdido en los recuerdos de una nación
ignorante e irresponsable dicen los que saben... los que saben como
gobernarnos y no quieren que los echen a patadas.
Si bien se suceden paros y reclamos con
algunas reivindicaciones salariales en algunos puntos del país, hoy,
lamentablemente, reina la pasividad en casi la totalidad de la población
explotada. Una pasividad rezongona... pero pasividad al fin.
Aparentemente, en una situación de tanta gravedad no se puede
simplemente luchar por aumentar nuestros salarios y bajar el costo de
vida, frenar los impuestazos y las medidas represivas con organización y
lucha contra y fuera de partidos y sindicatos. Eso sería para
ignorantes e irresponsables que no aprendieron nada de estos diez años
de buena gestión capitalista, ni saben esperar los resultados de esta
nueva administración. Eso sería “utópico” nos dicen, cuando sabemos que
la historia de nuestra clase se ha forjado mediante la fuerza y la
imposición a la clase dominante. No olvidemos
nunca que las pequeñas victorias que hemos obtenido a lo largo de
nuestra historia, y hoy se presentan como obsequiadas por la burguesía,
han sido conseguidas por la fuerza.
La realidad choca de lleno contra el
“realismo”, contra el mal menor, contra el “lado bueno” del Estado y sus
instituciones, pero parece no ser suficiente.
La dinámica del capitalismo es compleja, difícil es comprenderla y más difícil será su superación revolucionaria, pero el único punto de partida para todo esto son nuestras necesidades como seres humanos,
escuchémoslas. Ahí residen todas las respuestas, de ahí surgen nuestras
luchas, nuestras posiciones. No de una política crítica sino de la
crítica de la política. No de una economía crítica sino de la crítica de
la economía. Y por crítica no nos referimos a la queja de cola del
supermercado o la denuncia sobre el papel. Nos referimos a la crítica
práctica que hacemos como clase al romper las esperanzas estatales,
cuando desbordamos las canalizaciones burguesas, cuando atacamos lo
existente y, a sabiendas o no, construimos una nueva sociabilidad
marcada por la lucha y no por el mercado. Ya lo hemos hecho a lo largo
de la historia y a lo ancho del planeta, esto no es ninguna novedad ni
una fórmula anticuada.
Hoy mientras
padecemos tarifazos en todos los servicios, inflación en todos los
precios, aumento general de los costos de vida, miserables aumentos de
salarios y despidos masivos, los ricos gozan de sus paraísos fiscales
que sostenemos nosotros mismos en este infierno mercantil. ¿Quieren
mayor infamia?
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