Los
inconformes hacen hablar a las paredes para reflexionar, para agitar,
para sorprender al transeúnte distraído. Otras veces intentan hacer
propaganda política y lo logran, siguiendo el juego de la propaganda y
de la política. Nosotros queremos hablar con las paredes para
profundizar lo que gritan.
La
propaganda política actual, de izquierda a derecha, sigue los preceptos
de los más pusilánimes publicistas del mercado: hipersimplificar la
realidad y partir de conceptualizaciones preexistentes. Aquí, desde un
supuesto feminismo (aunque sospechamos que es una frase acuñada por un
hombre absolutamente absorbido por la cultura dominante), se intenta
exaltar a la mujer, más precisamente a la mujer que lucha para,
considerando que ser bonita es una meta a alcanzar, ponerla como ejemplo
a imitar… Y así, según esta mentalidad publicitaria, más mujeres se
verían tentadas a luchar, tal como muchas personas se ven tentadas a
usar tal o cual producto para verse bonitos.
Los
estándares de belleza dominantes no son característica natural de las
mujeres tanto como “ser bonita” no es más que la aspiración de su rol
construído por esta sociedad. Cuando
un simpatizante de izquierda pretende hacer publicidad lo hace desde su
cómoda posición de normalidad en este mundo. Para él la mujer es una
fantasía lista para consumir que intenta adquirir cada vez que compra un
desodorante, una moto o una cerveza, pues las publicidades no sólo le
venden esos productos sino también “una mujer”. Así es tan o aún más
perverso que el publicista de una empresa que, para vender una cerveza,
pone a una mujer flaca y rubia en bikini. El publicista quiere meramente
vender un producto y lo sabe, el militante de izquierda vende
identidad, sentimiento de pertenencia y éxito personal en nombre del
cambio social y, a veces, hasta de la revolución… aunque cada vez menos
porque —piensa el publicista de la política—, eso ya no vende y asusta a
“la gente”.
Podrán decirnos que frases como esta tratan de invertir los cánones de belleza… ¿Invertirlos? ¡Se trata de destruirlos! No
es cuestión de hacer prevalecer un cánon contra otro o reivindicar el
más rechazado, el que tiene menos éxito, eso jamás resolverá el
problema. Como jamás resolverá el problema conformarse con las
humillaciones “resignificándolas”, convirtiendo en señas de identidad los insultos preferidos por la ideología dominante en boca de sus huecos repetidores.
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