Quienes abogan por la libertad de culto (sean religiosos o no), quienes dirigen a la sociedad desde sus asquerosas bancas, quienes defienden la institución familiar, no pueden estar de acuerdo con el viejo y pertinente lema «Ni dios, ni amo, ni marido». Sin embargo, este 1° de mayo inauguraron una placa conmemorativa a Virginia Bolten, aquella revolucionaria que editaba junto a otras compañeras el periódico comunista anárquico La voz de la mujer, y a quien pretenden presentar simplemente como una feminista y sindicalista que «nos invita a reflexionar sobre las desigualdades». ¡Qué infamia! ¡Qué asco!
Años atrás el consejo puso en el saladillo una placa conmemorativa para homenajear a Joaquín Penina, en ella se lamentaron de que el joven anarquista catalán «fue fusilado sin derecho a juicio» (sic).
Este nuevo “homenaje” es la mentalidad democrática en acción: igualarlo todo a nada, vaciar de contenido toda expresión revolucionaria, reescribir la historia, generalizar la ignorancia.
Algunas buenas conciencias podrán decir que un homenaje es mejor a nada y que, de todos modos, nos recuerda la historia de Virginia Bolten… Y claro que nos la recuerda ¿pero de qué manera? ¿Qué historia? O incluso, ¿qué sentido tiene la historia de los revolucionarios para quien no quiere revolucionar la historia? Tiene el sentido de la democracia, que se presenta como un logro por el cual, dicen, lucharon hasta los mismos anarquistas sin saberlo. Los mediocres buscan así presentar su lucha por cambiarlo todo como una simpática ignorancia extremista que luego evolucionó hacia las vías reformistas y progresivas de la democracia. Así nos quieren convencer de que quienes luchaban contra el Estado lo hacían para mejorarlo o de que quienes combatían contra la explotación buscaban simplemente leyes y un “mejor reparto” del botín capitalista. Así nos quieren borrar de la memoria a la trabajadora que después de 12 duras horas en la refinería de azúcar salía a pelear por la instauración del comunismo anárquico y que, con sus compañeras, gritaba: «Nos habláis de la separación de la Iglesia y del Estado… pero nosotros conscientes de lo que somos y de lo que deseamos, os decimos: no la separación de esas dos calamidades, que representan la una el embrutecimiento y la prostitución y el otro la tiranía, sino la abolición. Pero no hay cuidado, pues ya sabemos el remedio: sí, ese será la Revolución Social que barrerá de una vez por todas, todos esos prejuicios de Patria, religión, burguesía, capitalismo, magistratura, en fin, todas estas miasmas corruptoras que desolan la Humanidad… Entonces plantearemos el Comunismo Anárquico. Mientras tanto no lleguemos a estas supremas aspiraciones, luchemos y fustiguemos sin descanso a los ladrones de sotana y de guante y levita» (La voz de la mujer).
La historia de lucha por la emancipación humana no ha terminado, se traza con palabras y hechos, en tiempo pasado, presente y futuro, agresiva y tímidamente; y no guardará espacio para ninguna placa homenaje a los “homenajeadores” verdugos del pueblo.
Años atrás el consejo puso en el saladillo una placa conmemorativa para homenajear a Joaquín Penina, en ella se lamentaron de que el joven anarquista catalán «fue fusilado sin derecho a juicio» (sic).
Este nuevo “homenaje” es la mentalidad democrática en acción: igualarlo todo a nada, vaciar de contenido toda expresión revolucionaria, reescribir la historia, generalizar la ignorancia.
Algunas buenas conciencias podrán decir que un homenaje es mejor a nada y que, de todos modos, nos recuerda la historia de Virginia Bolten… Y claro que nos la recuerda ¿pero de qué manera? ¿Qué historia? O incluso, ¿qué sentido tiene la historia de los revolucionarios para quien no quiere revolucionar la historia? Tiene el sentido de la democracia, que se presenta como un logro por el cual, dicen, lucharon hasta los mismos anarquistas sin saberlo. Los mediocres buscan así presentar su lucha por cambiarlo todo como una simpática ignorancia extremista que luego evolucionó hacia las vías reformistas y progresivas de la democracia. Así nos quieren convencer de que quienes luchaban contra el Estado lo hacían para mejorarlo o de que quienes combatían contra la explotación buscaban simplemente leyes y un “mejor reparto” del botín capitalista. Así nos quieren borrar de la memoria a la trabajadora que después de 12 duras horas en la refinería de azúcar salía a pelear por la instauración del comunismo anárquico y que, con sus compañeras, gritaba: «Nos habláis de la separación de la Iglesia y del Estado… pero nosotros conscientes de lo que somos y de lo que deseamos, os decimos: no la separación de esas dos calamidades, que representan la una el embrutecimiento y la prostitución y el otro la tiranía, sino la abolición. Pero no hay cuidado, pues ya sabemos el remedio: sí, ese será la Revolución Social que barrerá de una vez por todas, todos esos prejuicios de Patria, religión, burguesía, capitalismo, magistratura, en fin, todas estas miasmas corruptoras que desolan la Humanidad… Entonces plantearemos el Comunismo Anárquico. Mientras tanto no lleguemos a estas supremas aspiraciones, luchemos y fustiguemos sin descanso a los ladrones de sotana y de guante y levita» (La voz de la mujer).
La historia de lucha por la emancipación humana no ha terminado, se traza con palabras y hechos, en tiempo pasado, presente y futuro, agresiva y tímidamente; y no guardará espacio para ninguna placa homenaje a los “homenajeadores” verdugos del pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario